Por Carlos Alberto Montaner
La anécdota sólo se conoce superficialmente. Las narcoguerrillas comunistas de las FARC, de acuerdo con Hugo Chávez, montaron un gran circo mediático para liberar a tres inocentes cautivos secuestrados en las selvas colombianas desde hace varios años. Pensaban acaparar los titulares de medio mundo, pero otros terroristas más oportunos, aunque igualmente siniestros, les aguaron la fiesta con el asesinato de Benazir Bhutto en Pakistán. La publicidad, pues, será mucho menor. En todo caso, ¿qué objetivos perseguían los protagonistas de este espectáculo obsceno, basado en explotar los sufrimientos de las víctimas y de sus familiares colombianos? Comencemos por Hugo Chávez.
El venezolano buscaba proyectar su imagen y consolidar su condición de líder de una zona de influencia. Forma parte de su psicopatía narcisista, pero también de su estrategia. Planteó la operación como un triunfo político colectivo. Era una oportunidad para presentarse a la cabeza de un conjunto de países a los que se propone vincular a sus delirantes planes de constituir un bloque político internacional dedicado a hostilizar a Occidente. Así que, rápidamente, les pidió a sus aliados que designaran a personas de cierto rango que demostraran su poder de convocatoria. Chávez, como todos los capos, cobra con intereses los recursos que entrega. Sus obligados deudores, en algunos casos, son los agradecidos receptores de esos maletines electorales llenos de petrodólares que circulan como cometas por toda la zona.
Argentina envió al ex presidente Néstor Kirchner y al canciller Jorge Taiana; Cuba, a Germán Sánchez, embajador en Caracas, conocido por los venezolanos como el Virrey, un hábil y endurecido representante de los servicios cubanos de inteligencia; Ecuador escogió a Gustavo Larrea, ex Ministro del Interior; Brasil, a Marco Aurelio García, un hombre muy cercano a Lula y a Castro; y Bolivia, al viceministro Sacha Llorenti. Junto a ellos, despistado, viajaría el embajador francés Hadelin de la Tour-du-Pin, a quien probablemente le divierte esta pintoresca excursión por el trópico, tal vez convencido de ser el bondadoso agente de un acto caritativo, o un personaje secundario en una novela de García Márquez.
Para las FARC, la liberación de las dos mujeres y del niño nacido en cautiverio conlleva seis objetivos:
- Demostrar flexibilidad y mejorar su incómoda imagen de asesinos y narcotraficantes.
- Obligar al odiado gobierno de Uribe a reconocerles cierta legitimidad.
- La admisión, aunque sea provisional, de “zonas de despeje”.
- La introducción en el conflicto de factores internacionales que les son favorables.
- Respaldar y complacer a Hugo Chávez, el más valioso de sus cómplices.
- Y, acaso, dar un paso hacia la táctica que les propone el venezolano: respaldar a un candidato afín en las elecciones del 2010, como ya apuntó recientemente Raúl Reyes, la cabeza política de las FARC. Prepararse, en suma, para lograr en las urnas lo que no han conseguido con cuatro décadas de violencia. Tras esa hipotética victoria seguiría el acostumbrado guión: una nueva Constitución y la progresiva y total desarticulación de los mecanismos democráticos republicanos.
Lo que nadie puede explicarse es qué hace un personaje como Nicolás Sarkozy en un barrio tan peligroso y en compañía tan poco recomendable. De Sarkozy, presidente de Francia, uno esperaría una conducta más seria. Debe saber que el Consejo de la Unión Europea, con muy buenas razones, ha declarado terroristas a las FARC, una nutrida banda integrada por miles de personas dedicadas a la extorsión, el narcotráfico, los secuestros y los asesinatos, cuyo declarado objetivo -lo que constituye un serio agravante- es crear un manicomio colectivista de corte soviético cuando consiga ocupar el Palacio de Nariño. ¿Dónde está la coherencia de una diplomacia que hace pocas semanas advertía sobre la peligrosidad de Irán y hoy se interna en la selva colombiana de la mano del gran aliado de Ahmadinejad en el mundo? ¿Cómo es posible que la misma Francia que en Europa contribuye leal y eficazmente a la persecución de ETA, en América Latina caiga en la ingenuidad de bailar al son que tocan los narcoterroristas colombianos?
Uno, claro, se alegra por la liberación de los rehenes y por sus familiares, pero sin olvidar ni un momento que esta operación montada por Chávez y por las FARC no está dirigida a fomentar la paz en Colombia, sino a debilitar aún más la precaria estabilidad del gobierno legítimo de Uribe, y a contribuir a la demolición de la frágil democracia que, no se sabe cómo, subsiste en el torturado país. Uno, que conoce la fauna de la región y no se hace ilusiones, también puede entender el comportamiento irresponsable de Brasil, Argentina, Ecuador y Bolivia (ignoro por qué no invitaron a Daniel Ortega al aquelarre), pero Francia debe ser mucho más que una desordenada y caótica república gobernada con la punta de una banana. Francia debería ser otra cosa.
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