CUANDO Lula Da Silva le recomienda a Nicolás Maduro formar un gobierno de coalición como solución de la grave crisis que vive Venezuela hoy, cabe preguntarse por la motivación que lo anima.
No es ocioso preguntarse, o contemplar ambas posibilidades, dado que sería temerario pensar que en la actualidad, en Venezuela se puede dar alguna iniciativa política sin el visto bueno previo de La Habana. Recién, tras quince años de régimen chavista, algunos analistas de la política venezolana están haciendo su “coming out” y admiten la presencia de “la mano de Cuba” en la crisis venezolana. Hasta ahora, en un punto siempre estuvo de acuerdo la dirigencia opositora: en negar la injerencia cubana en el país. Un proceder digno de análisis porque la defensa de la soberanía nacional, lo que se supone un político debe tener en cuenta en primer lugar, hubiese constituido un argumento poderoso a oponer a la figura avasallante del caudillo llanero. La defensa de la soberanía es un hecho elemental en política y ese hecho le fue negado al pueblo venezolano hasta el surgimiento de la generación postcastrista que hoy vemos expresarse en las calles del país.
Siempre tuve la impresión, mirando el desarrollo de los acontecimientos en Venezuela, de ver a los venezolanos como acorralados entre dos fuegos. La del castro-chavismo, imponiendo un culto de la personalidad a imitación del de Fidel Castro en Cuba, con un barril de petróleo que pasó de 8 US$ a 120US$, permitiéndole al caudillo llanero, de la manera más nuevo rico venezolano, adquirir los expertos cubanos que le montarían el entramado de poder necesario para ejercer la presidencia vitalicia, impulsando la unión con Cuba, y de hecho, sumarse al proyecto político continental de la isla, de implantar un modelo de régimen antidemocrático y militar. Ante esos hechos, el castrochavismo se encontró con una dirigencia opositora que lo miraba de soslayo, y lo que es más grave, muchas veces negando la existencia de esos hechos, que son cruciales en la vida de un país.
No es un tema que se deba ignorar como si fuera algo del pasado, sin mucha importancia. Es decisivo analizar el comportamiento de las elites que desde siempre tuvieron en sus manos la batuta del poder en Venezuela. Se han caracterizado por su indiferencia hacia los sectores marginados del país. Surge así una cultura de la pobreza. No se pensó que el Estado debía procurar las herramientas, económicas y sociales, para convertir los pobres en ciudadanos. Sólo los recordaban los políticos durante las campañas electorales, según el mandato del sacrosanto y tradicional populismo.
Seguramente en lo que respecta a las “misiones” cubanas en los barrios pobres del país, los venezolanos pensaron para sus adentros, que muy bien podían los cubanos ocuparse de los marginados de la sociedad, sin caer en cuenta, de que se trataba de una bomba de tiempo que les estallaría en pleno rostro, como vemos está sucediendo hoy. Con el castrochavismo, el populismo y la manipulación de los pobres se hizo permanente.
Todavía hay quienes en la dirigencia de la oposición consideran las misiones como un hecho positivo, innegable a corto plazo, pero es que después de quince años de “revolución”, los barrios siguen en el mismo lugar y en la marginalidad ha surgido un mundo fuera de la ley, puesto a todas luces al servicio del poder, mientras la miseria sigue campante.
Cabe leer las declaraciones del vice-presidente, Jorge Arreaza, persona que se instaló en La Habana durante los últimos meses de la enfermedad de Chávez e informaba sobre la salud del caudillo. Dijo que exigir la salida de los cubanos que se encuentran en Venezuela es “un insulto” y que ellos ya son “parte integral” del pueblo venezolanos. Allí vemos la demostración de la inconsciencia de la dirigencia opositora de ignorar y hasta negar, la anomalía que significaba, lo que para ellas era una simple adquisición de expertos, cuando en realidad, se trata de una pervivencia del régimen de esclavitud que imperó en Cuba hasta el siglo XIX. Cuba dispone de expertos que alquila. Una manera de cobrar divisas para una economía inexistente.
Continuando con las declaraciones de Arreaza, según él, quienes cuestionan la presencia de cubanos en el país no entienden “la referencia, la luz, el sol que ha significado la revolución cubana para nosotros entender cómo debemos hacerlo”. Declaraciones que reflejan con prístina claridad la dependencia afectiva del vice-presidente con la dirigencia cubana, por un lado, y por la otra, el “entender cómo debemos hacerlo”, la dependencia intelectual. Arreaza es quien aparece como el anfitrión del entramado que se ha montado con los cancilleres de Unasur para que se desarrolle un diálogo entre el gobierno y la dirigencia de la oposición.
Con esas conversaciones, los expertos cubanos le dirán a Arreaza “cómo debe hacerlo”, habrá ganado tiempo la oligarquía castro-chavista y convencido al mundo de que el presidente Maduro es un amigo de la paz. Saber “cómo hacerlo” significa en lenguaje castrista, saber mentir. Si un solo día de represión, con su secuela de disparos certeros en la cabeza, de torturas, de desaparecidos, hubiese sucedido en el Chile de Pinochet, el mundo se hubiese conmovido.
El editorial de Nicolás Maduro en el New York Times fue el primer paso de una campaña mediática que ha sido asumida por los “progresistas” americanos que presionan a Obama y lo acusan de imponer una política hacia Venezuela, peor que la de GW Bush.
En lo relativo a la región, pese a algunas manifestaciones de solidaridad de ex presidentes y de diputados, en lo que respecta a los gobiernos del continente, la oposición democrática en Venezuela, está sola. Recuperar la democracia depende sólo de la voluntad de los venezolanos.
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