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el asunto no esta en lo que los cubanos pueden aprender de taiwan y otras naciones en terminos de procesos transicionales lo que es ciencia constituida, sino en la voluntad y capacidad de aplicarlos, lo cual como decentemente concluye Jose B. Cordero "...puede objetarse que el futurismo académico no tiene sentido si no constan indicios racionales de que habrá futuro". considerando que ni los que controlan a los bueyes por el narigon, ni a los propios toros capados les interesa un comino; lo que resta es ejecutar el presupuesto del iccas con vistas a garantizar el del proximo ano, engordar curriculums y subsidiar almuerzos y meriendas.
the world is watching us and is laughing.
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Conferencia dictada por Carlos Alberto Montaner en el Instituto de
Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami durante
el simposio titulado: "Taiwán, modelo para una futura Cuba"
En memoria de Antonio Jorge
Es un honor compartir esta mesa con un grupo de distinguidos
taiwaneses y con prestigiosos académicos cubanos que son, además, buenos
amigos. El tema que se me ha propuesto es fascinante: si el modelo
taiwanés de desarrollo puede ser útil para los cubanos.
Comencemos por hacer un par de salvedades:
Primero, hay que tener cuidado cuando se habla de modelos de
desarrollo. Tenemos la tendencia a creer que hay algo así como una
fórmula matemática que, si la aplicamos, obtenemos siempre los mismos
resultados. Ojalá eso fuera cierto.De serlo, resultaría relativamente
sencillo convertir a Haití en Holanda.
Segundo, es conveniente aclarar que en las economías de mercado,
caracterizadas por la libre toma de decisiones de millones de personas,
el rasgo principal es el cambio constante, lo que hace casi imposible
aplicar un modelo rígido.
En realidad, más que “modelos” lo que existen son medidas de Gobierno
que, en determinadas culturas y en determinadas circunstancias, tienen
éxito o fracasan. Esas medidas, utilizadas por otros pueblos, pueden o
no lograr resultados parecidos.
Por otra parte, las diferencias evidentes entre Taiwán y Cuba no
deben desalentarnos. Al fin y al cabo, se trata de dos islas
relativamente pequeñas, situadas en encrucijadas geográficas intrincadas
y peligrosas, con historias violentas, que en las últimas décadas se
han movido en direcciones opuestas.
Los cubanos, en efecto, pueden aprender ciertas lecciones de la experiencia taiwanesa.
Los taiwaneses, pacíficamente, han ido conquistando parcelas mayores
de prosperidad y libertades civiles hasta convertirse en uno de los
mayores éxitos del planeta, aún cuando han vivido permanentemente
amenazados y bloqueados por una gran potencia nuclear, China
continental, que los obliga a gastar grandes cantidades de dinero en
defenderse.
Los cubanos, por la otra punta, casi en ese mismo periodo --dado que
la historia contemporánea de Taiwán comienza en 1949--, se han
empobrecido progresivamente bajo la dirección de un Gobierno
totalitario, incapaz de cambiar de rumbo, que intenta esconder el
fracaso del régimen tras la coartada del embargo norteamericano y unos
supuestos riesgos de agresión militar que no existen desde hace medio
siglo, cuando, en 1962, Kennedy y Kruschev le pusieron fin a la Crisis
de los Misiles.
¿Qué tienen, pues, que aprender los cubanos de esos otros isleños situados en las antípodas del planeta?
Creo que hay siete lecciones generales que pueden sernos muy útiles a
los cubanos a la hora de tratar de avizorar nuestro futuro.
Primera lección. No hay destinos inmutables. En
cuatro décadas, Taiwán logró superar la tradicional pobreza y despotismo
que sufría el país desde hacía siglos hasta convertirse en una nación
del primer mundo con un purchasingpowerparityo PPP per cápita
de $37,900 dólares anuales. Este milagro económico se llevó a cabo en
sólo dos generaciones. Millones de taiwaneses que eran jóvenes, muy
pobres en 1949, medio siglo más tarde murieron disfrutando el tipo de
vida de las clases medias. La pobreza o la prosperidad son electivas en
nuestra época.
Segunda. La teoría de la dependencia es totalmente falsa. Las naciones ricas del planeta –el llamado centro—
no les han asignado a los países de la periferia económica el papel de
suministradores o abastecedores de materias primas para perpetuar la
relación de vasallaje. Ningún país (salvo China continental) ha
intentado perjudicar a Taiwán. Esas visión paranoica de las relaciones
internacionales no se compadece con la verdad. No vivimos en un mundo de
países verdugos y países víctimas.
Tercera. El desarrollo puede y debe ser para
beneficio de todos, no de unos pocos. Pero el reparto equitativo de la
riqueza no se decreta redistribuyendo lo creado, sino se logra
agregándole valor paulatinamente a la producción. Los taiwaneses no sólo
pasaron de tener una economía agrícola a una industrial, sino lo
hicieron mediante la incorporación de avances tecnológicos aplicados a
la industria. El obrero de una fábrica de chips gana mucho más que un
campesino dedicado a cosechar azúcar, porque lo que él produce tiene un
valor mucho mayor en el mercado. Esto explica que el IndiceGini de
Taiwán sea 32.6, mucho mejor que toda América Latina. Sólo el 1.16% de
los habitantes de ese país cae por debajo del umbral de la pobreza
extrema.
Cuarta. La riqueza en Taiwán es fundamentalmente
creada por la empresa privada. El Estado, que fue muy fuerte e
intervencionista en el pasado, se ha ido retirando de la actividad
productiva. El Estado no puede producir eficientemente porque no está
orientado a satisfacer la demanda y con ello a generar beneficios, sino
se suele dedicar a retribuir favores a los gerentes, que son sus propios
cuadros, y a fomentar la clientela política.
Quinto. En el muy citado comienzo de Ana Karenina, Tolstoy
asegura que todas las familias felices se parecen unas a otras y las
desdichadas lo son de formas distintas. La observación se puede aplicar a
los cuatro dragones o tigres asiáticos: Taiwán, Singapur, Corea del Sur
y Hong-Kong. Aunque los cuatro han tomado caminos parcialmente
distintos hacia el grupo de la familia feliz del planeta, se parecen en
estos cinco rasgos:
Han creado sistemas económicos abiertos basados en el mercado y en la existencia de la propiedad privada.
Los gobiernos mantienen la estabilidad cuidando las variables
macroeconómicas básicas: inflación, gasto público, equilibrio fiscal y,
en consecuencia, el valor de la moneda. Con ello, potencian el ahorro,
la inversión y el crecimiento.
Han mejorado gradualmente el Estado de Derecho. Los inversionistas y
los agentes económicos cuentan con reglas claras y tribunales confiables
que les permiten hacer inversiones a largo plazo y desarrollar
proyectos complejos.
Se han abierto a la colaboración internacional, jugando fuertemente
la carta de la globalización, apostando por la producción y exportación
de bienes y servicios en los que son competitivos, en lugar del
nacionalismo económico que postula la sustitución de importaciones.
Han puesto el acento en la educación, en la incorporación de la mujer
al sector laboral y en la planificación familiar voluntaria.
Sexto. El caso de Taiwán demuestra que un país gobernado por un partido único de mano fuerte, como era el caso del Kuomintang,
puede evolucionar pacíficamente hacia la democracia y el
multipartidismo sin que la pérdida del poder les traiga persecuciones o
desgracias a quienes hasta ese momento lo detentaron. La esencia de la
democracia es ésa: la alternabilidad y la existencia de vigorosos
partidos de oposición que auditan, revisan y critican la labor del
Gobierno.
Séptimo. En esencia, el caso taiwanés les prueba a
los cubanos el valor superior de la libertad como atmósfera en que se
desarrolla la convivencia. La libertad consiste en poder tomar
decisiones individuales en todos los ámbitos de la vida: el destino
personal, la economía, la existencia cívica, la familia. No hay
contradicción alguna entre la libertad y el desarrollo. Mientras más
libre es una sociedad más prosperidad será capaz de alcanzar, siempre
que la inmensa mayoría de las personas se sometan voluntaria y
responsablemente al imperio de la ley.
Los taiwaneses, de manera creciente, han ido adquiriendo el control
de sus vidas mediante el ejercicio de la libertad y eso ha repercutido
muy favorablemente en la calidad de la convivencia nacional.
En definitiva, ésa es la gran lección taiwanesa para los cubanos. La
libertad es posible. La libertad es conveniente. La libertad no es un
lujo. Algo que acaso intuyeron los mambises en el siglo XIX cuando
adoptaron como grito de batalla un bello deseo: ¡Viva Cuba Libre!