Cuba, de la sacarocracia a la chulocracia

Ruinas del ingenio "La Caridad de Tartabul", Cienfuegos/ Panoramio - Photo by ceosgol

Noticiero Digital

Antonio Sánchez García 

Los datos aportados por el gran historiador cubano Manuel Moreno Fraginals en su breve y enjundiosa historia de Cuba que redactara en La Florida absolutamente de memoria, ya en el exilio y sin un solo documento o bibliografía a la mano una vez caído en desgracia ante el régimen castrista a pesar de su declarado guevarismo, bajo el título de Cuba-España/España-Cuba, son sencillamente abrumadores. Se reducen a una asombrosa constatación: tan rica y tan poderosa fue la burguesía cubana, enriquecida como ninguna otra de las Américas gracias a la explotación industrial y moderna del azúcar, primer producto de exportación de los siglos XVIII y XIX y por ello la industria más exitosa y productiva de ninguna otra bajo el imperio de la corona española, que resulta inadecuado calificar a Cuba de colonia.

Esa burguesía, bautizada por Moreno Fraginals de sacarocracia, era tanto o más poderosa y rica que la aristocracia española, poseía las mayores influencias políticas y sociales sobre la corona y se pavoneaba no sólo de su asombrosa riqueza sino de la cantidad de títulos nobiliarios con los que se había hecho a punta de dinero: “En La Habana, en 1790, existían 23 títulos nobiliarios y 17 en tramitación, todos ellos criollos. (Manuel Moreno Fraginals, El País, 26 de julio de 1985). De allí el hecho excepcional que tuviera gran repercusión en el comportamiento de Cuba y su alineamiento puro y duro junto a las autoridades hispanas frente al proceso independentista vivido por el continente bajo el sacrificio y la entrega de cientos de miles de vidas venezolanas: “Era una oligarquía enriquecida, de primer orden, con mucha fuerza político-social, y suponía un eje estructural dentro del antiguo régimen, lo que es un caso excepcional en América Latina”.(Ibídem).

En otras palabras: la burguesía cubana pertenecía propiamente a la clase dirigente peninsular y tenía tanto interés en la preservación de la dominación colonial de España, como España misma. La sacarocracia ejerció, como grupo de presión, una influencia directa sobre las autoridades metropolitanas. En 1804 las estadísticas manejadas por Moreno Fraginals indican que el 51,3% de las plantaciones de caña de azúcar estaban en manos de los cubanos.

Las 30 primeras en volumen de producción también eran suyas. Se calcula que en esta época había unos 80 cafetales, ninguno español. Sus dueños no constituían “una oligarquía plantadora absentista que explotara las plantaciones desde la metrópoli, sino que estaba en el mismo lugar de la plantación, donde recibía los beneficios y, obviamente, buscaba un sistema político afín a sus intereses”. Esa sistema político no fue ni podía ser el republicano perseguido a sangre y fuego por Bolívar, Sucre, San Martín u O’Higgins. Razón que llevó a la clase dirigente cubana a jugar todas sus bazas contra el esfuerzo liberador de tierra firme. El independentismo cubano fue marginal, de poca monta y sin ningún efecto político militar. La ruptura del cordón umbilical de la sacarocracia con la corona fue producto del inmenso poder obtenido por los Estados Unidos y la acción de sus cañoneras. Lo demás es epopeya marxista.

En el convulso período pre y post independentista, abierto definitivamente el 19 de abril de 1810 en Caracas, según escribiese Moreno Fraginals en sus obras fundamentales – El Ingenio y Cuba España/España-Cuba -, aquella oligarquía hizo gobierno, arrancando a la metrópoli todas las leyes y reglamentos que necesitaba para estructurar su propio sistema de plantación y de explotación económica, política y social.

¿Qué interés podría haber tenido en separarse de España, si de la corona obtenía cuanto necesitaba para la preservación de su riqueza y su Poder político y social? “Por ejemplo, puede decirse que a partir de 1792, y con motivo del punto fundamental que perseguían para el desarrollo del sistema de plantación -el libre comercio de esclavos-, la oligarquía obtuvo el libre comercio para todo. El libre comercio en la isla de Cuba es un hecho real, factual, independiente de la legislación, desde 1792″ . Aquella gente obtuvo además leyes complementarias sobre la propiedad de la tierra y, hecho curioso, liquidó la producción tabacalera para impedir toda competencia. “En la década última del siglo XVIII los cubanos tuvieron que importar tabaco del norte para poder fumar”. El caso insólito de la ruina tabacalera fue una acción consciente contra el sistema de factoría y contra “el único cultivo fundamental que estaba en manos de los españoles”. De allí que los logros alcanzados por la sacarocracia de libertad absoluta de la trata de esclavos, libre comercio, liquidación de la factoría tabacalera y nuevas leyes sobre la tierra, definen, según Moreno, las coordenadas de un poder efectivo en Cuba.

Las consecuencias fueron definitorias: mientras todas las colonias hispanoamericanas estaban sujetas al férreo yugo colonial, Cuba estuvo liberada de todo lazo colonialista, en el sentido clásico del término; fue una excepción. “Cuba no era una colonia en el sentido exacto de la palabra”. No respondía al modelo inglés.

En Cuba eran los naturales de la isla los que imponían el sistema de plantación. Asimismo, la producción no se enviaba a la metrópoli para ser reprocesada y vendida, y España, siendo poseedora de la que iba a ser primera productora mundial de azúcar (de 1829 a 1950), no disponía siquiera de refinería azucarera. Cuba, como colonia, “no tenía un mercado en su metrópoli y menos aun un mercado preferencial”. Y, finalmente, no se daba otra característica colonial: “La metrópoli impone generalmente a la colonia su sistema monetario, y España en el siglo pasado tenía el más atrasado y degradado sistema monetario de Europa. En Cuba lo normal era la circulación del dólar norteamericano, el peso mexicano y los llamados pesos colombianos”. La interconexión con la economía norteamericana durante la segunda mitad del siglo XIX llegó al extremo de plantearse la venta pura y simple de la isla a una sociedad mercantil norteamericana.

Cuba, “primera productora mundial de azúcar desde 1829 a 1950”, lo que le permitió ser una de las sociedades más prósperas de la región, reafirmó su naturaleza idiosincrática una década después, cuando al fragor del castrismo se convertiría en la primera y única sociedad socialista del hemisferio. Con una consecuencia inevitable, propia de regímenes comunistas: de la mayor prosperidad pasó a la mayor miseria y de la mayor independencia a la mayor dependencia económica: de ser dominada por su sacarocracia en connivencia con España o los Estados Unidos, pasó a serlo por el gobierno soviético, que se convirtió en su sostén material. Hasta la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Luego de lo cual, y tras una travesía por el océano de la más espantosa ruindad y miseria vino a aferrarse al gobierno del teniente coronel Hugo Chávez y a mamar y sobrevivir de su última teta: el petróleo venezolano. Para reafirmar así el paso de la sacarocracia que la llevara a las alturas del Poder y la riqueza a la espantosa miseria de la chulocracia castrista.

Como hubiera dicho Chivo Negro: así son las cosas.

La Gozadera: ¿Qué musica bailas? Y te diré quién eres

Camilo Ernesto Olivera Peidro

HABANA, Cuba, noviembre, www.cubanet.org – Lograr que el Salón Rosado de La Tropical se llene de público un domingo en la noche, no es tarea fácil. Pero los músicos de Yoruba Andabo lo lograron el pasado 10 de noviembre. En estos momentos un título de su autoría, está sonando fuerte a nivel de calle: El tema es todo un culto a la guapería tradicional de barrio y se titula “La Gozadera”.

Se escucha lo mismo en los callejones de Coco Solo que en las cuarterías del Vedado. Está en los móviles de los jóvenes y los reproductores de cd en taxis privados y  bicis taxis. Sin embargo, la emergente y evidente división en clases está marcando su impronta en el consumo de la música en la isla.

Pudiera aplicarse el refrán, “dime que música escuchas y te diré a qué nivel social perteneces”. Conversando hace unos días con José Carlos, un amigo productor de fiestas privadas, este me puso en frecuencia con “el modo en que se mueve la farándula”. No se escucha lo mismo en una fiesta de quince en la barriada de Luyano que en un club privado en el Vedado, como el “Somavilla”, o el “Melen Club” de Miramar.

Un sector de buen poder adquisitivo, formado por profesionales vinculados con la inversión extranjera, el turismo o beneficiarios de negocios bien establecidos, está marcando su territorio. El amigo productor me sorprendió con esta anécdota. Hace poco, le toco producir una fiesta en la zona de Siboney. Este tipo de veladas  se promueven a través de la telefonía móvil. Los que lo contrataron fueron muy específicos con él y con el que pondría la música: cero Reagetton. “Me dijeron que eso lo que trae es “negrada”, mal ambiente y gente de orilla, puñaladas y asaltos”.

“En parte me asombró porque el Reagetton es lo que más se oye en la calle, pero quien paga manda”.

“La entrada a la fiesta se cobraba a 10 CUC (250 pesos cubanos). La mayoría del público llego en carros o motos. Me fije que el color de la piel era principalmente claro o blanco y además en toda la noche nadie me pidió reggaetón, era otro mundo”. “Lo que sonó todo el tiempo fue música disco-house y algo de salseros como Marc Anthony. Pero ni siquiera me solicitaron a Van Van o similares”.

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U.S. Debt and Wealth Redistribution Turns People Against Each Another

ForaTv

Citing Keynesian economic theory, SocGen Dylan Grice demonstrates the effect of crippling US debt on all classes of the American public.

The Art of Class War

frontpagemag 

frontpagemag.com

Mark Tapson

While many stunned Republicans still wallow in handwringing and second-guessing after President Obama’s stolen re-election, the progressive offensive is gaining momentum. The Democrats are stepping up the class warfare that is the heart and soul of their us-versus-them strategy to pit the oppressed 99% against the heartless capitalists of the 1%.

Check out, for example, the unabashedly named Wage Class War website, launched only a month ago and administered by longtime progressive activists Robert Borosage and Roger Hickey. A former New Left radical and Director of the Institute for Policy Studies, Borosage founded and currently chairs the Progressive Majority political action committee. He is also an editor at The Nation and a regular contributor to The American Prospect, both progressive publications.

If you click on Wage Class War’s “About” link, you are taken to the website for the Campaign for America’s Future (CAF). Borosage and Hickey co-founded CAF in 1996 as “the strategy center for the progressive movement. Our goal is to forge the enduring progressive majority needed to realize the America of shared prosperity and equal opportunity that our country was meant to be.” Each year, CAF holds a “Take Back America” conference which the organization describes as “a catalyst for building the infrastructure to ensure that the voice of the progressive majority is heard.” “We are the 99%,” the conference page proclaims.

Borosage and Hickey’s WageClassWar.org boldly states at the top of its home page that “in the future it won’t be values voters, angry white men or soccer moms that win elections. It will be class war.” The site celebrates what they deem to be the class war successes of the 2012 election, which it describes as “the first of the class warfare elections of our new Gilded Age of extreme inequality.” Those victories include Senate wins by Elizabeth “No one gets rich on their own” Warren and the socialist-leaning Sherrod Brown, and of course, Obama’s re-election.

Warren’s page on the site asserts that her campaign “established her populist credentials and defined the theme for the campaign – the people over the powerful.” Her page prominently features the YouTube video in which she rants illogically that factory owners “moved your goods to market on roads the rest of us paid for. You hired workers the rest of us paid to educate. You were safe in your factory because of police and fire forces that the rest of us paid for,” and so on. As if factory owners didn’t also pay taxes for those services – but acknowledging that would undermine her demagoguery. Her page conveniently omits mention of how she exploited Harvard’s diversity program and Native Americans as well by claiming minority status as a law professor, the comically thin evidence for which was her 1/32 Cherokee heritage and her grandfather’s high cheekbones.

Speaking of diversity, the Wage Class War site ridicules Republicans as a “stale, male, pale, Southern-based party in a nation of diversity,” and demonized Mitt Romney as “inescapably the candidate of, by and for the 1 percent. He came from the world of finance and carried their agenda.” Curiously, the website describes Obama as “neither by temperament nor predilection a populist class warrior,” but acknowledged that when “faced with potential defeat, he turned to what works.” And what worked for him in 2012, according to the site, was “his calls for raising the taxes of the wealthy” and “repeatedly portraying Mitt Romney as a walking example of the out-of-touch elite.”

Borosage states that “more and more of our elections going forward will feature class warfare – only this time with the middle class fighting back.” But as FrontPage’s Daniel Greenfield points out, “the only middle class he wants fighting back is the one that holds down government jobs and feeds off the working middle class… It’s the Russian economy with an American flag and a framed photo of Obama in the background.”

That’s what progressives want (minus the American flag, I suppose). They don’t want prosperity – they want “fairness.” They don’t want freedom – they want dependence. And even in victory – in fact, especially in victory – they don’t want coexistence, regardless of what their Prius bumper stickers say. They want total domination over the right, and our eventual extinction. Because the beating heart of the radical left is totalitarianism.

How do we combat that? As Sun Tzu advised in his renowned The Art of War,

If you know the enemy and know yourself, you need not fear the result of a hundred battles. If you know yourself but not the enemy, for every victory gained you will also suffer a defeat. If you know neither the enemy nor yourself, you will succumb in every battle.

Unless the right wants to keep succumbing in every battle, we must not only understand the ruthless nature of the enemy, but re-examine ourselves and commit to our fighting spirit. Power-lusting, Alinsky-trained, class war radicals like Borosage, Hickey, Warren, and Obama control the Democratic party today. They are “in it to win it” by any means necessary, and maddeningly, the Republican party seems woefully ill-prepared to defeat them. We’re still playing by Marquess of Queensbury rules, trying to take the high road, like the British troops of Revolutionary times, marching in bright red uniforms and tight formation down the center of the trail, forming one big fat target for the American guerrillas to pick them off from behind rocks and trees.

We are in a civil war for the soul and future of the nation. Progressives have been waging this war for a long time, and Obama’s re-election confirms that we are now officially no longer a country of two parties who are united in the goal of a greater and more prosperous America, just divided about how to achieve it; instead, America is divided between those who proudly want the American Experiment to succeed, and those who are hell-bent on perverting it and transforming our homeland into a Euro-socialist wasteland. Until the right acknowledges this and responds with the ferocity and vision of winners, the class warfare legions of the left will march toward total victory.