Puig se había pasado cerca de un año intentando forzar
una respuesta, intentando arrancarse de la máquina estatal de deportes
de Fidel Castro, que le pagaba $17 por mes, y escabullirse por los
trópicos hacia un norte mítico, en donde hasta los jugadores suplentes
vivían como reyes. Dos, tres, cuatro veces, quizás incluso más, lo había
arriesgado todo y había huido, solo para verse detenido por las
autoridades de Cuba o interceptado por la Guardia Costera de los Estados
Unidos. Y cada intento fallido había hecho que el siguiente fuera más
urgente que el anterior. Finalmente, en junio de 2012, el jardinero de
21 años abandonó su hogar en Cienfuegos, en la costa sur de Cuba, y
partió en auto hacia la provincia norteña de Matanzas, a solo 90 millas
de Florida. Viajaba con tres compañeros: un boxeador, una modelo pinup, y
un cura de Santería, quien bendijo su expedición con un toque de ron y
una pizca de sangre de pollo.
A la orilla de las aguas salió a su encuentro una lancha cigarette,
larga, angosta y rápida, que en lugar de correr derecho a Miami los
llevó hacia el oeste y luego viró hacia el sur, siguiendo un arco de 350
millas hasta la Península de Yucatán. Según las reglas bizantinas de
las Grandes Ligas de Béisbol y las anticuadas restricciones del
Ministerio de Hacienda de los Estados Unidos, la única manera de que un
pelotero cubano se convirtiera en un agente libre –y así consiguiera un
jugoso contrato– era antes estableciendo residencia en un tercer país.
Ese desvío es un mito, al que le guiñan desde todos los lados, y uno que
les otorga a los traficantes poder sobre el cruce central. Los cinco
hombres de gobernaban la embarcación de Puig, en su mayoría cubanos
estadounidenses, pertenecían a un círculo de traficantes cuyos intereses
iban desde cargamentos de humanos hasta yates de contrabando y bloques
de cocaína. Al menos dos de ellos eran fugitivos: se decía que uno,
prófugo de una acusación federal en Miami, tenía cargos de supuesta
extorsión a cubanos que viajaban en esta misma ruta. Se encontraban
todos en el bolsillo de Los Zetas, un cártel mexicano conocido por sus
asesinatos, que les cobraba a los contrabandistas un “derecho de paso”
para usar Isla Mujeres como base.
Una vez la lancha hubiera atravesado los arrecifes que protegen la
isla de tres millas cuadradas y atracado en los muelles de Laguna Makáx,
Puig debería haber superado el último de sus obstáculos. Libre del
aparato de seguridad cubano, libre del embargo estadounidense, podía
empezar a buscar un agente y a hacer lujo de sus habilidades para que lo
vieran los cazadores de talentos. Para el béisbol, México era
prácticamente parte de los Estados Unidos. Pero casi tan pronto como
Puig se había quitado la mugre de su viaje con una ducha—después de que
su grupo había brindado por su llegada con una cerveza desconocida, su
etiqueta marcada con dos X, y sintonizado la televisión a una
telenovela mexicana—la celebración llegó a su fin. Los contrabandistas
estaban ansiosos por poner las cosas en marcha. Habían hecho su trabajo.
¿En dónde estaba el dinero?
El viaje de Puig, según declaraciones hechas en documentos del
tribunal y en entrevistas detalladas, había sido suscrito por un
criminal de poca monta de Miami llamado Raúl Pacheco, un reparador de
aires acondicionados y reciclador que estaba en libertad condicional por
intento de robo y posesión de una identificación falsa. Presuntamente,
Pacheco había acordado pagarles a los contrabandistas $250,000 para
sacar a Puig de Cuba; Puig, después de firmar un contrato, le debería el
20 por ciento de sus ingresos futuros a Pacheco. No eran los primeros
en usar este plan, una versión del cual ha catapultado a muchos de los
nuevos millonarios cubanos del béisbol a las orillas de los Estados
Unidos. Es abusivo y conveniente, ilícito y tolerado. Incluso con
semejante don como el de Yasiel Puig, no existe ningún viaje en barco
humanitario que lo lleve a uno directamente a Chavez Ravine.
Cada vez que los contrabandistas levantaban su teléfono satelital
para llamar a Miami, sin embargo, Pacheco parecía no poder o no querer
cumplir con sus exigencias. No estaba claro si estaba engañando a los
contrabandistas para no darles su dinero, o si los contrabandistas lo
estaban estafando. Por cada día que pasaba sin que los contrabandistas
recibieran el pago, aumentaban el precio de Puig en $15,000 o $20,000.
Las llamadas entre México y Florida se hicieron cada vez más furiosas.
Los días se convirtieron en semanas. Atascados en ese basurero que
llamaban motel, los cuatro inmigrantes compartiendo una misma habitación
húmeda, Puig se encontraba más cerca del premio que nunca—ahora no era
momento de perder la fe—y aún así, habiendo sido recién liberado, su
destino nunca había estado tan fuera de su control como ahora. El
desertor se había convertido en cautivo. “No sé si se puede llamar
secuestro, porque habíamos ido voluntariamente, pero tampoco éramos
libres de irnos”, dijo el boxeador, Yunior Despaigne, que conocía a Puig
de las academias de deportes para jóvenes de Cuba. “Si no recibían el
dinero, estaban diciendo que en cualquier momento le darían un machetazo
le cortarían un brazo, un dedo, lo que fuera, y ya no volvería a jugar
al béisbol para nadie”.
Desde que hizo su debut el junio pasado, rescatando a los Dodgers de
una temporada inconsistente y electrizando a una ciudad con su estilo de
juego intrépido, divertido y a veces desconcertante, Yasiel Puig ha
sido la historia más grande en el ámbito del béisbol. Es emotivo en un
juego serio, impredecible en un deporte que glorifica la rutina,
reticente en una ciudad de creadores de imagen profesionales, y
enigmático a los ojos de los reporteros que en su mayoría no hablan
español y que cubren sus historias; es el “Hombre Misterioso
Internacional” de L.A., como dijo el New York Post. Agreguen a
eso un par de arrestos por conducir a velocidad de escape, y las
preguntas sobre de qué planeta viene el segundo al puesto del Novato Año
de la Liga Nacional solo se han hecho más persistentes. Puig nunca ha
hablado públicamente de su odisea a las grandes ligas, o siquiera ha
dicho mucho sobre su vida antes de eso. Ahora que se embarca en su
primera temporada completa—una prueba que esta primavera ya ha generado
titulares sobre diversos temas, desde su temperamento hasta su
cintura—piensa en su pasado como si hubiera comenzado en el momento en
que asumió su lugar en el jardín derecho, como si un día, en plena vida,
hubiera renacido inmaculadamente como un Dodger.
Pero la arriesgada jugada que tuvo que hacer para llegar hasta aquí,
los peligros y compromisos relacionados con haber dejado Cuba para
desempeñarse para los fans estadounidenses, no terminaron con el
comienzo de la Puigmanía. Lo han seguido, así como cruces similares han
perseguido a otros desertores cubanos, exponiendo el plan que tanto
explota como satisface el apetito de MLB por nuevos talentos.
“¡Viva Cuba!” fue lo que Vin Scully, conocido por su sutileza y moderación
, se vio inspirado a predicar el año pasado. “¡Viva Puig!” Sí, y que sea por largos años.
En lo profundo de los densos y
abrasadores campos del interior rural de Cuba, 150 millas al sureste de
La Habana, el pequeño pueblito molinero de Elpidio Gómez (con una
población de 3,000 personas) ha estado cosechando, haciendo puré y
extrayendo azúcar de caña desde 1873. La mano de obra esclava ayudó a
erigir la fábrica durante tiempos coloniales; más tarde, fue
nacionalizada, convirtiéndose así en un brazo de la economía estatal.
“Revolución es sentido del momento histórico”, dice la cita de Fidel
Castro, que se alca sobre el cavernoso cobertizo de exprimidores y
contenedores.
Para garantizar que los trabajadores tengan un descanso, para
mantener a sus hijos en forma y entretenidos, el terreno de la fábrica
da lugar a un diamante de béisbol: un área de tierra reseca, cuyo césped
se redujo a paja. Las gradas son un esqueleto oxidado, y le faltan la
mitad de los bancos. Pedazos raídos de arpillera, rescatados de viejas
bolsas de harina, hacen las veces de bases. Cuando Puig habla de su
propósito de vida—“Nací para jugar béisbol”, me dijo, asintiendo
seriamente con la cabeza, antes de que me embarcara en un viaje
exactamente inverso al suyo, desde California a Arizona a Florida a
Cuba—fue aquí, bajo una chimenea que no deja de emitir nubes espesas,
que dio sus primeros pasos. Una bola de cuadrangular prácticamente
hubiera caído en la puerta de su casa. A pocos pasos del tablero de
puntajes, un búnker de concreto de dos pisos con departamentos
apretados, la ropa lavada flameando con el viento en los balcones, se
eleva sobre los arbustos. La madre de Puig era la directora de una
filial de Elpidio Gómez; su padre, un agrónomo, también se especializaba
en la caña de azúcar.
Visitar Cuba significa deleitarse en sus cualidades retro de la década de 1950—los Chevy vintage,
los daiquiris y Cohibas—pero el pedazo de país de donde viene Puig
tiene incluso más cualidades de cápsula del tiempo. Carretas tiradas por
caballos transportan trabajadores del campo, que llevan botas de goma
hasta las rodillas, a la sede municipal de Palmira, algunas millas al
este, en donde cualquiera puede caminar por la plaza con un machete en
mano y nadie siquiera se pararía a mirar. Los vendedores ambulantes
pregonan ristras de ajo, que llevan colgadas del cuello como si fueran
cuentas de Carnaval. Todo lleva el precio en pesos locales, una fracción
de la moneda turística oficial de Cuba; una pinta de guarapo, jugo de caña de azúcar recién extraído, se vende a ocho centavos.
El Museo Municipal de una sola habitación está dedicado a la larga
relación de Palmira con la Santería, la tradición religiosa
Afro-Católica. Según una de nuestras fuentes, el español que fundó el
molino de azúcar había arrastrado hasta el Nuevo Mundo una figura de
Santa Bárbara, patrona de los artilleros; uno de sus esclavos vio en la
fiera mujer la imagen de Changó, el dios del fuego y los tambores.
“Todos en Cuba dicen que cuando suenan los tambores en Palmira, los
santos salen, no a celebrar, sino a guerrillear", dijo un docente del
museo, que me invitó a regresar el 4 de diciembre, el día del festín de
Santa Bárbara, para que viera a Palmira estallar en un jolgorio
catártico.
Para cuando alcanzó la edad para jugar en las Ligas Pequeñas, Puig se
había pasado al campo de béisbol de Palmira, que era mejor y más
duradero, con sus gradas de hormigón a la sombra y aún más lemas
revolucionarios: “¡El deporte”, dice el mural pintado a mano sobre la
cerca del jardín de la cancha, “tiene que ver con la vida del país, con
el futuro del país, con la supervivencia del país!” En lugar de dejar
algo tan vital en manos de los caprichos de los niños, Cuba selecciona y
prepara a jóvenes atletas como Puig, canalizándolos a Escuelas de
Iniciación Deportiva Escolar, conocidas como EIDE, y después a Escuelas
Superiores de Perfeccionamiento Atlético, conocidas como ESPA. (La
hermana menor de Puig, Yaima, siguió este camino en lanzamiento de bala y
jabalina.) A los 17 años, Puig entró en el equipo nacional junior. “Era
como un huracán”, recuerda Jesús Valmaña, un reportero de Cubavisión
Internacional que cubrió la carrera de Puig. “Tan fuerte, tan rápido”.
Hasta la revolución de 1959, Cuba era prácticamente una extensión de
las “canteras” de MLB. Es bastante fácil olvidarse de que cuando era más
joven, Tommy Lasorda jugó de pitcher cuatro temporadas en La Habana.
Después de que Cuba fuera declarado un estado socialista, sin embargo,
Castro abolió la pelota profesional&mdsah;detestaba la idea de un
sistema por el cual se compraban y vendían jugadores como si fueran
mercadería—y en su lugar lanzó la Serie Nacional, una liga amateur de 16
equipos. “Este es el triunfo de la pelota libre sobre la esclava”,
dijo, frase que pasaría a hacerse famosa. Dado que cada jugador debe
representar a su provincia natal, Puig debutó con los Elefantes de
Cienfuegos, una ciudad de 140,000 habitantes a unas doce millas del
lugar donde nació. Como novato de 18 años, en comparación con los
grandes de los Elefantes, Puig aún estaba verde, y hasta se lo podría
haber calificado de insensato y temerario.
Estaba medio loco”, me
contó uno de sus ex compañeros de clase. “Un poco loco”, comentó un
amigo de su padre. “Lo llamábamos cabeza loca. Loco, loco hasta el fin”,
dijo Michel Hernandez, un ex barman que se más tarde solía encontrarse
con Puig después de cada juego en El Rápido, un bar al aire libre
abierto las 24 horas en el malecón de Cienfuegos. Esto no es tanto una
crítica como una afirmación: del vigor carnavalesco y despreocupado que
los cubanos acogen como virtud cultural. “Era un jodedor total, no en el
mal sentido, pero como un bromista”, dijo Hernandez. “Cerveza y chicas,
cerveza y chicas, ¡siempre una fiesta!”
Se ha reportado que alguna lesión evitó que Puig jugara con los
Elefantes durante la segunda temporada, pero posiblemente su
indisciplina, que incluía ausencias sin explicación, haya sido la
culpable. “Vi la temporada siguiente desde el banco por portarme 'bien'
en los entrenamientos”, Puig le dijo al diario de Cienfuegos, el Cinco de Septiembre. Regresó para su tercera temporada y logró números exitosos, que le ganaron un viaje al World Port Tournament
en los Países Bajos. Varios futuros jugadores de las grandes ligas han
utilizado el torneo como una oportunidad para desertar, y algunos
informes sugieren que Puig se ganó una reprimenda por intentar hacer lo
mismo.
Sin embargo, Peter Bjarkman, coautor de Smoke: The Romance and Lore of Cuban Baseball,
cree que la explicación más factible era mucho más mundana: el robo de
un par de zapatillas de un centro comercial holandés. “Es una situación
bastante triste”, dijo Bjarkman, que había escuchado rumores de fuentes
en el equipo de Puig. “Compran lo que pueden, pero los jugadores tienen
distinta cantidad de dinero. Pueden llevar cigarros para vender. Algunos
intentan vender sus uniformes. Pero algunos no tienen casi nada”.
En Cuba, cuando se anunciaron los listados de la temporada 2011-12,
el nombre de Puig no se encontraba. Se dice que su entrenador suplicó a
los funcionarios de gobierno que le dieran otra oportunidad a Puig—el
chico problematico, cualquiera hubiera sido su transgresión, aún era el
alma impulsadora de los Elefantes—y luego de semanas de especulación,
fue reincorporado como reserva, elegible para volver a la actividad
después de 25 partidos. Habiendo cumplido con su penitencia, sin
embargo, Puig no volvió a aparecer. En marzo de 2012, la Comisión
Nacional de Béisbol de Cuba finalmente dio una explicación: Puig era “NO
educativo y un mal ejemplo para el resto de los jugadores”. Ahora, Puig
no tenía nada que perder.
Dadas las riquezas que aguardan
en el exterior, no resulta increíble que tantos atletas Cubanos se
vayan, sino que tantos más decidan quedarse. Nadie necesita que le
recuerden que la decisión de huir es irrevocable, un viaje de ida de la
carencia hacia el exceso. “Tienes miedo de dejar a la familia, tienes
miedo de no triunfar aqui, tienes miedo de…no sé, es un paso muy difícil
de dar”, me contó el infielder y desertor cubano Alexander
Guerrero, en su primer año de un acuerdo de $28 millones, durante el
campamento de entrenamiento de primavera de los Dodgers. A Guerrero le
tomó años reunir las agallas necesarias para huir, y después tres
intentos para tener éxito. “En cuanto te montes en una lancha de esas”,
agregó, “no sabes quién es quién y cómo va a reaccionar esa gente, ni
qué va a pasar en el mar”.
Una compleja red clandestina de mensajeros y agentes de recolección
de dinero sucio está siempre presente, siguiendo a los mejores jugadores
de béisbol de Cuba como una sombra. Así también los sigue una red
patrocinada por el estado de policías secretos e informantes pagos.
Cuando a uno lo atraen y monitorean a cada paso que da, atrapado entre
la ambición y el deber, a veces la supervivencia significa que hay que
jugar a dos puntas. Durante la segunda temporada perdida de Puig, en el
2010, se le acercó una pareja joven en Coppelia, una muy querida cadena
de heladerías cubana. El local de Cienfuegos se encuentra en el Prado,
una bulliciosa franja peatonal, y muestra un enorme cartel sobre el
techo con otro de los mantras de Castro: “Jamas renunciaremos a nuestros
principios”. La pareja le pidió a Puig que saliera y se dirigiera a un
auto que estaba esperando; allí, otro hombre le explicó que alguien más,
un extranjero, estaba listo para pagar $30,000 o quizás $30
millones—Puig afirma haber estado confundido—si se comprometía a jugar
en los Estados Unidos.
Puig alertó al ministerio de deportes, que a su vez notificó a
seguridad estatal. “Dijeron que el hombre de afuera del país tiene
dinero y que todo estaba fácil”, Puig dijo en una declaración jurada a
las autoridades cubanas. La madre de Puig, en una declaración por
separado, agregó que su hijo estaba “siente mucho miedo ya que es un
joven de decinueve años y no tiene maldad, por lo que puede ser
engañado”.
Su testimonio se usaría más tarde contra
uno de los supuestos intermediarios, Miguel Ángel Corbacho Daudinot. A
pesar de que proclamó su inocencia, Corbacho Daudinot fue sentenciado a
siete años en la prisión cubana por plantear una “especial peligrosidad
social”."
href="http://docs.justia.com/cases/federal/district-courts/florida/flsdce/1:2013cv22589/424729/24"
target="_blank">Esos documentos
están incluidos en una demanda federal presentada por los abogados de
Corbacho Daudinot el pasado verano en Miami, alegando que los guardias
cubanos lo han sometido a interminables horrores y que Puig y su madre,
al entregarlo a los autoridades, violaron la Ley de Protección de
Víctimas de Tortura. La demanda les exige $12 millones. Como proposición
legal, la idea de que un ciudadano cubano condenado en un tribunal
cubano y cumpliendo su sentencia en una prisión cubana pudiera tener un
reclamo válido aquí parecería bastante increíble. “Esta demanda no tiene
nada que ver con los Estados Unidos”, el abogado de Puig, Sean Santini,
escribió en una solicitud de desestimación, que aún está pendiente
junto con la demanda.
Pero la alternativa—que Puig, un futuro desertor, fue
víctima de un supuesto complot de deserción—no es mucho más creíble. La
demanda lo describe como un oportunista que conspiró para enviar a al
menos otros tres supuestos traficantes a prisión; Puig quería “hacerse
pasar por un ciudadano cubano leal y confiable”, dice, incluso mientras
tramaba su propia fuga. Una visión más benévola de Puig expresa la
presión bajo la cual vivía: Si te están acosando con ofertas para
escapar, ¿cómo sabes en quién confiar y cuándo hacerlo, sin terminar tú
mismo en la cárcel?
Parece improbable que la oferta más atractiva viniera de Raúl
Pacheco, el presidente de 29 años de dos compañías de Miami, T&P
Metal y PY Recycling. El acta judicial muestra que Pacheco fue arrestado
en el 2009 por intento de robo después de pedirle a un amigo que lo
ayudara a quitar una unidad de aire acondicionado. Al llegar a la
ubicación, Pacheco sacó una tijera cortapernos. “No te preocupes”, le
dijo a su amigo, según el informe policial, “ya les he robado a estas
personas antes”. Lo volvieron a arrestar en el 2010 después de comprar
$150 de cerveza en un supermercado con una tarjeta de crédito
fraudulenta del Bank of America. La policía encontró otras cuatro
tarjetas de crédito falsas y una identificación falsa de Florida en su
billetera. Fue sentenciado a dos años de libertad condicional. Cuando
marqué el número de Pacheco, obtuve una grabación que decía que “no está
tomando llamadas en este momento”.
Aunque Pacheco no conocía a Puig, sabía que los equipos de los
Estados Unidos se estaban prácticamente matando por los talentos
cubanos: desde el 2009, por lo menos 20 desertores han firmado contratos
de MLB, que valen más de $300 millones. Antes de que abandonara Cuba,
Pacheco se había hecho amigo de Yunior Despaigne, y sabía que el
boxeador, a quien habían quitado del equipo nacional por sospechas de
riesgo de deserción, era amigo de Puig. “Me acerqué a Puig con la oferta
de Pacheco”, dijo Despaigne en una
declaración jurada
que los abogados de Corbacho Daudinot presentaron en diciembre. “Si
Puig aceptaba la oferta, tendría que devolverle a los inversores
financieros el costo de sacarlo de Cuba, y darles el veinte por ciento
(20%) de cualquier contrato futuro que celebrara con las grandes ligas”.
Despaigne tenía dudas sobre si pasar el mensaje, conociendo la
supuesta reputación de Puig como informante, pero Despaigne tenía su
propio incentivo: un viaje gratis en la misma embarcación. La tarifa de
salida para un cubano promedio era de $10,000. “Le dije 'Sé que estás
con seguridad estatal, y que enviaste a muchas personas a la cárcel' y
mencioné algunos de los nombres”, dijo Despaigne en la declaración
jurada. “Puig asintió con la cabeza y dijo, 'Sí, ¿y qué?' ” Despaigne le
recordó a Puig que los dos tenían mucho que perder. “Si me delatas”, le
dijo a Puig, “yo también te delataré”.
Habiendo resuelto eso, Despaigne le dio a Puig algunos cientos de
dólares que supuestamente le había enviado Pacheco—los primeros de un
monto que llegaría a los $25,000 o $30,000 en calidad de anticipo. A
partir del 2011, según la demanda, el dinero ayudó a cubrir al menos
cinco intentos de fuga. El primero se vio frustrado cuando la policía
detuvo el auto de Puig y Despaigne. En el segundo, la lancha nunca
llegó. La tercera vez, la policía hizo una redada de su refugio y los
detuvo durante seis días. En su cuarto intento, en abril de 2012,
lograron salir al mar, pero una embarcación patrullera de la Guardia
Costera de los Estados Unidos, la
Vigilant, según informó primero
Yahoo Sports, interceptó el barco cerca de Haití.
El traductor de la Vigilant, Carlos Torres,
interrogó a los emigrantes: “Dijeron algo así como, ‘Este tipo es
tal—Yasiel Puig, es un jugador de béisbol—y hay gente allá que lo está
esperando’”. Al que llaman Puig era más un linebacker que un
jardinero, de seis pies tres de altura y un peso de 210 libras, con
“músculos sobre los músculos”, comentó Torres cuando me puse en contacto
con él. Su curiosidad lo llevó a la computadora de la embarcación, y se
encontró con una foto de Puig en su uniforme verde de los Elefantes.
“Era obvio que era él”, comentó Torres, que le pidió a Puig que firmara
el único equipo relacionado con los deportes que tenía a bordo: una
pelota de tenis. Puig, por su parte, tenía sus propias preguntas para
hacerle a Torres. “Me preguntó qué tipo de casa tenía, que tipo de auto
manejaba, si miraba televisión, si salgo a cenar a restaurantes”, contó
Torres. “Eran cosas básicas que uno da por sentado”.
Según la política aparentemente arbitraria de los Estados Unidos sobre emigrantes cubanos—conocida como “wet foot, dry foot” ["pies secos, pies mojados”]—Puig
hubiera sido instantáneamente bien recibido si su barco lo hubiera
llevado a las costas estadounidenses. Toda persona que logre escapar de
la isla de Castro obtiene un pase libre, si eviten ser detectados. Si
los atrapan en alta mar, pierden su oportunidad. La tripulación de la Vigilant,
los primeros estadounidenses en obtener el autógrafo de Yasiel Puig, se
vieron obligados a devolverlo al país del que acababa de escapar.
Al final de su declaración jurada de
diez páginas, un documento que tenía la intención de reforzar a Corbacho
Daudinot y minar a Puig, Yunior Despaigne escribió: “Me preocupa que me
pueda pasar algo como resultado de mi cooperación”. Cuán receloso sería
Despaigne, cuán instintivamente podría reaccionar un boxeador de 26
años ante un extraño llamando a su puerta, era algo que me daba qué
pensar mientras conducía por los suburbios de inmigrantes al oeste de
Pequeña Habana, en Miami, hacia la casa adosada que alquila en un
complejo de 146 unidades. Si iba a prestar credibilidad al recuento de
Despaigne, quería escucharlo yo mismo.
Abrí la cerca del patio, en donde un par de pesas llamaron mi
atención, y llamé a la puerta. Es difícil decir quién estaba más
sorprendido al abrirse la puerta: Despaigne es una versión más
larguirucho de Puig, alrededor de una pulgada más alta y un par de
libras más ligero, con manos que parecen manoplas para horno. Le
preocupaba hablar sin un abogado presente—llamó a su abogado mientras yo
permanecía parado en los escalones de entrada, y el abogado le dijo que
me despidiera—pero Despaigne aún mantiene la calidez de una cultura con
pocas barreras, en donde la escasez asegura que todo se comparta. “No
tengo nada en contra de Puig”, dijo, haciéndome entrar con una sonrisa
que mostraba sus dientes separados. “Es solo que tiene que aprender a
valorar a la gente, a entender lo que valen”.
Según cuenta Despaigne, para su quinto intento de fuga se les sumó la
entonces novia de Puig, Yeny, con ojitos de Bambi y un corazón espinoso
tatuado en el trasero. “Las mujeres con pasado y los hombres con futuro
son las personas más interesantes”, escribió ella hace poco en
Facebook, en donde cada foto que publica haciendo gala de sus curvas
obtiene cientos de “likes”. El otro viajero, Lester, era el
santero, no menos llamativo con su peinado estilo pompadour con
rayitos y pantalones de tiro bajo sujetado con un lazo. “Hizo una
ceremonia para nosotros: sacrificó la gallina, recitó las oraciones,
toda la cosa”, contó Despaigne, que solía salir con la hermana de
Lester. “Necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir”.
Después del viaje de tres horas en auto desde Cienfuegos hasta
Matanzas, partieron a pie hacia la orilla, caminando de noche,
escondiéndose durante el día, y llegando al fin a un grupo de cayos
cubiertos de mangles. Aunque México no era su destino final, Puig no
podía darse el lujo de tomar el camino directo a los Estados Unidos. MLB
trata como amateurs a los jugadores nacidos en el exterior que inmigran
sin un contrato; solo puede negociar con el equipo que lo elige. Al
declararse como un agente libre antes de su llegada, un jugador puede
considerar a todos los que se le acercan; la diferencia vale millones.
La ley federal, por supuesto, les prohíbe a los estadounidenses pagarles
a los cubanos con dinero—o “comercio con el enemigo”—así que un jugador
de béisbol como Puig no solo tiene que desertar, sino también
establecer residencia legal en un país en el que no tiene intención
alguna de vivir.
Los traficantes que habían ido a buscar a Puig llevaban años
transportando cubanos a México. Despaigne se acordaba de la mayoría de
sus nombres, y cuando hice una búsqueda, no tuve problemas para
encontrar sus rastros. El capitán era Yandrys León, de 35 años, conocido
como “Leo”. Había abandonado Cuba con su familia a mediados de la
década del 2000 y se había instalado en un rincón rural de Florida, en
donde su hermana y padres consiguieron trabajo en una planta procesadora
de pollo. Pero Leo no estaba hecho para desplumar pollos en una línea
de ensamblaje. “Camina su propio camino”, había testificado el prometido
de su hermana algunos meses antes de que Puig subiera a bordo de la
lancha de Leo. En ese momento, de hecho, los agentes de los Estados
Unidos con Investigaciones de Seguridad Nacional estaban buscando a Leo.
Su juicio, por supuesta extorsión de $40,000 de una familia de
emigrantes que había mantenido prisioneros, comenzaba en septiembre.
United Press International lo llamaría más tarde “uno de los capos más
importantes de la mafia cubano-americana”.
Leo compartía sus tareas con Tomás Vélez Valdivia, de 40 años,
conocido como “Tomasito”. Estaba en la lista de los “más buscados” del
procurador general de Florida por haberse robado un camión volquete.
Después de un arresto en el 2005, se fugó estando bajo fianza y volvió a
aparecer en Isla Mujeres, en donde aparentemente desarrolló una
especialización náutica: transportar emigrantes en barcos robados, y
después repintar y volver a registrar las embarcaciones con documentos
fraudulentos. “Para ello, contaba con el amparo de las autoridades de la
insula, quienes lo conocian y sabían de sus actividades y que nunca lo
detuvieron”, reportó el diario ¡Por Esto!, basado en Cancún.
A Tomasito, a su vez, se le sumó su hermano menor, Ricardo Vélez Valdivia, también conocido como “The Younger”
[“El Menor”]. Anteriormente, había sido secuestrado por una célula del
cártel de los Zetas, que exigió un pago por atravesar sus tierras.
Cuando los Zetas lo liberaron, según varias fuentes de noticias, a The
Younger le faltaba un dedo.
A las 2 a.m., acelerado por Mountain Dew,
White despertó a Paul Fryer, otro scout de gran nivel de los Dodger que
había viajado a México y diseñó su plan: siete años y $42 millones, un
record para un desertor cubano.
Junto con otros dos cómplices—“The Chinaman” [“El Chino”] y “The Hungarian”
[“El Húngaro”]—los contrabandistas guiaron al grupo de Puig a los
muelles de Isla Mujeres, un ex pueblo de pesca que atrae a los
vacacionistas cansados del incansable Cancún. Despaigne no se acordaba
del nombre de su motel, solo que estaba bien alejado del camino de los
turistas. “Del tipo”, dijo, “al que irías con una prostituta”. A
excepción de cortos respiros en la turbia piscina del patio, estaban
confinados a una sola habitación: Puig y Yeny en una cama, mientras
Despaigne y Lester, más pequeño por unas cien libras, compartían la otra
“con una barrera de almohadas entre nosotros”, contó Despaigne.
No había nadie que los vigilara, pero tampoco tenían a dónde ir.
Estaban en México ilegalmente, llevados allí por una pandilla que
parecía gozar del favor de la policía mexicana. Si tan solo eran
pacientes—si ese Pacheco cumpliera—las perspectivas de rentabilidad de
Puig les garantizarían a todos un paso seguro. Sin embargo, los
contrabandistas estaban en el negocio por las ganancias inmediatas, no
por las futuras. Pronto, su impuesto diario sobre Puig aumentó la cuenta
a más de $400,000. Si al principio sus amenazas habían sido hechas como
tácticas—paga o haremos una locura—ahora se gruñían con
verdadera frustración. “Es un negocio sucio, por supuesto, pero son
profesionales”, me dijo Despaigne. “El problema era que no les habían
pagado”.
Al entrar la confrontación en su tercera semana, los contrabandistas
comenzaron a buscar por otros lados para recuperar sus gastos. Se les
ocurrió la idea de subastar a Puig. Si un agente de deportes estaba en
posición de obtener una porción importante del contrato de Puig—el
estándar de la industria es el 5 por ciento—¿qué estaría dispuesto a
pagar por anticipado para obtener a Puig como cliente?
En Los Ángeles, sonó el teléfono de Gus Dominguez. “La primera
cotización fue $175,000, después aumentó desde allí”, dijo Dominguez, un
exrepresentante que ahora consulta con TopTen Sports International.
Sabía que debía tener cuidado. En 2007, Dominguez fue condenado a cinco
años de prisión por transferir $225,000 a un intermediario en México. El
gobierno de Estados Unidos lo denominó contrabando. Dominguez insistió
en que estaba protegiendo a un cliente cubano, el ex infielder de
Seattle Mariners Yunieksy Betancourt, quien no cumplió con la promesa
de pagarles a sus transportistas un porcentaje de su contrato;
amenazaban con romperle las piernas a Betancourt si Dominguez no
cancelaba la deuda. “Lo que atraviesan los jugadores hasta llegar allí”,
me dijo Dominguez, “no está bien, no es justo”.
En el norte de la Ciudad de Nueva York, también sonó el teléfono de
Joe Kehoskie. “La primera llamada fue por $250,000, y al otro día, el
precio era de $500,000”, dijo Kehoskie, un exrepresentante y consultor.
Había recibido llamadas similares antes—la mayoría de los representantes
de los clientes de América Latina reciben—a pesar de que las normas MLB
sobre “ incentivo inapropriado” les prohíbe pagar cualquier cosa para
ganar el negocio de un jugador. “Nadie va a Cuba y saca a un joven como
Yasiel Puig”, me dijo Kehoskie, “y simplemente lo entrega a un
representante por la bondad de su corazón”.
A medida que se devengaban intereses y subía el temperamento, Pacheco
finalmente tomó acción. La demanda alega que él, con la ayuda de varios
otros financieros diferentes a los de Miami, contrató un grupo de
hampones para descender en Isla Mujeres. En un escenario que pudo haber
sido prestado de una gran cantidad de guiones, atormentaron el motel y,
de acuerdo con la documentación judicial, “montaron un secuestro”. En
unos días, Puig estaba haciendo probándose en la Ciudad de México.
El veterano cazatalentos Mike Brito de
los Dodgers, él con el famoso sombrero Panamá, recibió las
noticias directamente de su antiguo país natal. “Ese muchacho que te cae
bien. Acaba de escapar de Cuba”, le dijo su hermano, que todavía vive
en la isla de la que Brito huyó hace décadas, de acuerdo con el informe
de CBS Sports.
A pesar de que Cuba prohíbe a los equipos estadounidenses buscar
nuevos talentos allí, Brito había visto a Puig en Canadá, en un torneo
sub-18 y juró no perder los rastros de ese muchacho. Ahora hizo sonar la
alarma, pidiéndole a Logan White, vicepresidente de la búsqueda de
talentos amateurs de los Dodgers, que se tomara el siguiente vuelo a
México. Puig no se encontraba en la mejor forma—no había jugado durante
un año—y se negaba a hacer algo más extenuante que practicar batear.
Pero también había algo en su estado físico, un indicio de velocidad, la
amenaza de explosividad, que deslumbró a White. “Decía, ‘Dios mío, este
muchacho es especial’”, recordó White
Si los Dodgers iban a hacer un trato, debía ser rápido. En menos de
una semana, cada equipo enfrentaría un nuevo límite de $2.9 millones
sobre los bonos que podía pagarles a jugadores internacionales tan
jóvenes e inexpertos como Puig, lo que aseguraba que se comprometería
con un equipo para ese entonces. White tenía una única oportunidad para
elaborar un trato que fuera imposible de rechazar. Eso significó ganarse
no se solo a Puig sino también al representante Jaime Torres, un
favorito entre los cubanos recien llegados, quien para ese momento ya
había conocido a Puig en Cancún, según la declaración de Despaigne.
(Torres, quien insiste que nunca ha tratado con contrabandistas y que ya
no es el representante de Puig, ha negado a comentar cómo Puig llegó a
México.) A las 2 a.m., acelerado por Mountain Dew, White despertó a Paul
Fryer, otro scout de gran nivel de los Dodger que había viajado a
México y diseñó su plan: siete años y $42 millones, un record para un
desertor cubano.
“¿Perdiste la chingada cabeza?” Preguntó Fryer.
“Mira”, insistió White, “si no tienes agallas para esto, dímelo ahora”.
La firma, cuatro días antes de que el límite de gasto del 2 de julio
entrara en vigencia, causó burlas de toda la liga. ESPN denominó al
trato como “una bizarra reacción exagerada”. Un cazatalentos le dijo a Baseball America,
“No sé qué está pasando en Dodgerlandia”. Los Dodgers querían tanto a
Puig como también querían enviar un mensaje a los aspirantes de toda
América Latina, una región que el club una vez dominó. Después de los
días oscuros de la era McCourt, los fondos del equipo estaban llenos
nuevamente. “Estamos de vuelta en los negocios”, dijo el gerente general
Ned Colletti.
Para apoyar a Puig en su transición, los Dodgers lo ubicaron en el
equipo de Arizona Rookie League y lo colocaron en pareja con un mentor,
un entrenador de lucha de secundaria llamado Tim Bravo, cuyo puesto
oficial era de “director de asimilación cultural”. Sus primeros días
juntos, la primera vez que Puig estaba en suelo estadounidense, era todo
asombro, todo tan nuevo y diferente, incluso en el insulso desierto de
Camelback Ranch. “Hace todo rápido, todo con potencia, todo con
exuberancia”, me dijo Bravo. “Intenté mantenerlo fuera de los problemas,
pero no siempre era fácil. Él decía, si, si, si, y yo decía, no, no,
no”.
Puig descubrió las continuas comodidades de Denny’s, regresando día
tras día para pedir bife y huevos. Cambiando de canales, se topó con los
Tres Chiflados y pasó horas sintiéndose tonto. Debía aprender no solo
ingles sino también los conceptos básicos del consumismo: dar propina,
usar un cajero automático, leer etiquetas, bombear gas. “Me da pena
decir esto pero le enseñé a manejar”, dijo Bravo. “Tomábamos mi auto
alquilado inmediatamente después de la práctica para conducir por el
estacionamiento de Camelback. Hacíamos todas las cosas que le enseñarías
a un adolescente”.
El 3 de junio de 2013, un año después de
establecerse en este país, Puig se encontró en la alineación de los
Dodgers por primera vez. Tenía el número 66 en su jersey, la
extravagancia del gerente de la sede del clubhouse Mitch Poole, quien
pensó que Puig, con sus modos frenéticos, era “como el Demonio de
Tasmania”. La organización sabía que Puig todavía era un trabajo en
progreso—él ya había obtenido el primero de sus arrestos, por conducir a
97 mph, mientras jugaba en Double-A Chattanooga esa primavera—pero los
Dodgers estaban desesperados. Más allá de la nómina de pago de $216
millones, el equipo estaba en el último lugar, con una alineación de
numerosos jugadores lesionados.
Puig comenzó el juego contra San Diego Padres con un indiscutible con
bate de cartón. Terminó el juego con un lanzamiento digno de una bazuca
que envió a doble jugada en la primera base. Al día siguiente pegó dos
jonrones. Dos días después, descargó un grand slam. Al final del mes,
Puig había amasado 44 hits, un debut superado únicamente por Joe
DiMaggio. Instantáneamente, el principiante se convirtió en “diva” y en
una “estrella de rock”, la maquinaria de la fama y el aficionadismo,
inexistentes en Cuba, escrudiñando cada debilidad y lucimiento. No
importaba si era un deslizamiento frívolo después de un jonrón “
walk-off”
o una salida de hombres en la Mansión de Playboy durante el descanso
del Juego de Estrellas, Puig desató algo parecido a un referéndum sobre
qué significa respetar el pasatiempo nacional. Ningún momento simboliza
el espectáculo más que su batazo del tercer juego en la Serie de
Campeonato de la Liga Nacional contra St. Louis: Después de haber
volteado su bate y trotar hacia la primera base, de repente se dio
cuenta de que la pelota había golpeado contra la cerca y necesitaba
correr a toda velocidad, e incluso llego a la tercera, con tiempo para
hacer un
salto de conejo.
“Debe pensar que todavía está jugando en otro lado”, dijo un irritado
Carlos Beltran, veterano de Cardinals, después del juego.
La adoración y el festejo y la defensa se pusieron que un blog de
deportes preguntó si “las facciones del Contraataque a Puig y la del
Contraataque al contraataque a Puig” podían intentar llevarse bien.
Incluso con este inicio tardío, para cuando terminó la temporada, la
camiseta de Puig era la tercera más vendida de MLB.
La fascinación era inseparable del
misterio. Cuanto más Puig cercaba su pasado, más grande crecía su
leyenda. Él había saltado de la noche a la mañana del siglo XIX al siglo
XXI, una experiencia familiar para varios en las comunidades de
inmigrantes de L.A., y aún continuaba insistiendo en que su única
preocupación, su único anhelo, era ayudar a ganar a los Dodgers.
Parecía que disfrutaba de la camaradería de sus compañeros,
enfrentándose al lanzador Hyun-Jin Ryu en un simulacro de luchas de
taekwondo y dándole bananas a Juan Uribe cada vez que el robusto jugador
de tercera base daba jonrón (al menos hasta que los Dodgers, sensibles a
cómo se percibiría el humor de Puig al martillar con éste al King Kong,
le pusieron punto final a dicho ritual). Se mostró generoso también,
con sus fanáticos, especialmente con los más pequeños, firmando gorras y
posando con bebés en todos los lugares donde se juntaba gran cantidad
de gente. Una noche del pasado octubre, de manera imprevista y sin
anuncio alguno, Puig visitó el campo de la Little League del Noreste de
Los Ángeles, en las colinas exactamente frente al estadio Dodger, y
después de casi una hora de autógrafos y fotos, insistió en hacer una
práctica de lanzamiento y bateo.
“Fue realmente impresionante”, expresó John Vergara,
cuyo hijo de nueve años, Daniel, tuvo la oportunidad de devolver una
calabaza lanzada por el mismo Puig. "He estado entrenandoen la Little
League del Noreste durante 14 años aproximadamente, y no ha habido nunca
un jugador actual de Dodger, menos una de las estrellas, que haya
venido al campo y haya hecho eso".
Al mismo tiempo, Puig es el único jugador en el clubhouse de los
Dodgers a quien la prensa no puede acceder todo el tiempo, negándose a
dar entrevistas a menos que el personal de PR lo da un empujoncito a él o
que su portero, quien también sirve de “supervisor y anfitrión VIP” con
SBE Entertainment de Sam Nazarian, le dé la aprobación. Estando frente a
un reportero, Puig entrecerrará los ojos, lo cual hará que se vea como
el último peso pesado Floyd Patterson o sonreirá con suficiencia, lo
cual evocará al cómico Tracy Morgan, y dirá algo como que está
muy contento
siendo un Dodger. Después de dos meses de negociaciones, logré
asegurarme nueve minutos con él en la ruidosa cocina del café Homegirl,
en el barrio chino, durante la caravana del servicio comunitario de
pretemporada del equipo. Puig se había quitado sus joyas de oro y se
puso una redecilla para prestar ayuda a los pandilleros en recuperación
que cocinan allí; estaba interrumpiendo su primera degustación de una
barra de limón. Parecía poco probable que revelara algo en esas
circunstancias, pero cuando le pregunté sobre sus publicaciones,
generalmente tarde por la noche, en Twitter e Instagram en la última
temporada, cómo parecía perderse en las batallas de fútbol de los
videojuegos hasta altas horas de madrugada, Puig admitió que algunas
veces luchaba para conciliar el sueño, que cerrar los ojos lo invitaba a
demasiados pensamientos.
Hay un dicho en Cuba, Puig me dijo: “
Dormir es cuando te toca a morir”.
La frase pierde algo de sentido en la traducción, pero no mucho: La
traducción en inglés sería “Sleep is when it’s your turn to die”. “Por
eso", continuó en español, “duermo con un ojo abierto”. Estuve tentado
de indagar más, de preguntar si la intranquilidad que lo mantenía
despierto tenía algo que ver con su fuga, pero estaba muy seguro de que
terminaría conmigo si lo hacía. En su lugar, le sugerí que continuáramos
con la conversación en el entrenamiento de primavera. Puig aceptó, pero
cuando lo vi el mes siguiente en el vestuario en Camelback Ranch, actuó
como si nunca nos hubiésemos visto y, durante tres días seguidos, se
negó a hablar con conmigo. Al poco tiempo me enteré de algunos detalles
que explicarían su cautela.
Aún después de que firmara con los Dodgers, después de que los
millones comenzaran a entrar y que se había resguardado en uno de los
lofts más nuevos de gran lujo en el centro de Los Ángeles, la fuga de
Puig aún lo estaba persiguiendo. Según consta en las actuaciones
judiciales y en las entrevistas, los contrabandistas—quienes habían
salido con cargos por mora como si el motel de Isla Mujeres fuera un
corralón—no paraban de exigirle dinero. Cuando Puig fue rescatado, la
mafia fue para cobrar.
Hacia finales del verano de 2012, uno de sus secuaces apareció en
Miami, en Olofi Discount & Articulos Religiosos, una tienda de
Santería que había abierto Despaigne. Él arrinconó a Despaigne, quien
recordó haber tenido una pistola presionándole su hígado, un detalle
anatómico curioso pero un boxeador sabe dónde duele. “El hombre…me dijo
que le dijera a Puig que si no les pagaba, lo matarían”, Despaigne
declaró.
Uno de los contrabandistas también llamó a la madre de Despaigne,
Idalia Diaz, quien aún vive en Cuba, en las afueras de Cienfuegos en un
barrio en donde los caballos pastan y los hombres sin camisa juegan al
dominó en las calles. “Él me pidió la dirección de la familia de Yasiel
Puig", dijo Diaz, quien me contó la historia en su sala, con paredes de
cemento pintadas de color durazno. “Le dije: 'Mira, no te puedo dar la
dirección. No la sé'. Él insistió, “Tienes que decirme dónde vive Yasiel
Puig'".
Hay un dicho en Cuba, Puig me dijo: “Dormir es cuando te toca a morir”.
La frase pierde algo de sentido en la traducción, pero no mucho: La
traducción en inglés sería “Sleep is when it’s your turn to die”. “Por
eso", continuó en español, “Duermo con un ojo abierto”.
Ella no entendió la urgencia—Despaigne, sabiendo que su madre se
preocuparía, la había mantenido afuera de todo esto —pero las llamadas
eran constantes. “Él me dijo: 'Vamos a idarle candela a la casa de
Yasiel Puig', dijo Diaz, 'y si no me dices dónde queda, vamos darle
candela a la tuya también'".
Esto fue demasiado para Despaigne. Él llamó a Puig y le suplicó que
resolviera este lío. En ese entonces, según las actuaciones judiciales,
Puig ya le había pagado a Pacheco y a otros tres más de $1.3 millones.
Si bien no se puede comprobar esta suma, y el abogado de Puig argumentó
que esos detalles no eran más que un "atentado superfluo a la reputación
de Yasiel”—Despaigne expresó que las transacciones se negociaron en su
presencia. Cuando Despaigne llegó por primera vez a Miami, vivió con
Pacheco hasta que Pacheco fue arrestado, aunque no condenado, nuevamente
acusado de robo.
En la declaración de Despaigne, él afirmó que Puig le pagó $300,000 a
Pacheco, quien formó una sociedad, Service Sport Miami, dos semanas
después de que Puig firmara su contrato con los Dodgers. En la
declaración también se afirmó que Puig pagó entre $400,000 y $500,000 a
Alberto Fariñas, el vicepresidente de 49 años de edad de la compañía de
Pacheco T&P Metal, y $600,000 a un abogado de Miami, Marcos
Gonzalez. Finalmente Despaigne afirmó que Puig pagó un porcentaje
desconocido de su contrato a su representante, lo cual era esperado, y
un porcentaje igual a un hombre llamado Gilberto Suarez, que formó la
sociedad Miami Sport Management a principios de 2013.
Después de que Despaigne llamó a Puig, Puig supuestamente llamó a
Suarez. Despaigne era un pasajero en el automóvil de Suarez durante esa
conversación y afirmó haber escuchado mientras Puig le pedía ayuda a
Suarez para detener las amenazas. Suarez, según la declaración de
Despaigne, le dijo a Puig que no se preocupara: Él haría que se
“neutralice” a Leo, el capitán de los contrabandistas.
Lo que pudo haber sido solo una fanfarronada—para impresionar a Puig,
o apaciguar a Despaigne—inmediatamente después resultó difícil de
descartar. Un mes más tarde, según la declaración, Suarez llamó a
Despaigne, para ofrecerle pruebas de que “se había ocupado de los
problemas". Al preguntarle qué significaba eso, Suarez le dijo a
Despaigne que buscara en Internet el nombre de Leo. Y allí estaba, en un
sitio de noticias de México, aunque deletreado fonéticamente:
Ejecutan al cubano Yandris León Placía, mafioso buscado por tráfico de ilegales en Cancún.
El 3 de octubre de 2012, en un exclusivo distrito de Cancún, se había
encontrado el cuerpo de Leo al costado de la calle acribillado con 13
balas. Cinco de las heridas eran en su espalda, lo cual hizo especular
al periódico de Yucatán
Quequi que sus asesinos lo habían
“venadeado”—un término del argot de la hampa para permitirle a la
víctima que corra y pueda ser cazado.
Como Despaigne fue rápido para reconocer, no tiene pruebas de que los
financistas tuvieran que ver con el asesinato de Leo. De hecho, él cree
que ellos finalmente le pagaron toda la deuda a los contrabandistas. En
ese momento, aunque, Despaigne no sabía qué pensar, más que esperar que
fuera todo una casualidad de coordinación del tiempo, que Suarez
simplemente se había tomado crédito de la noticia. Las autoridades de
México al poco tiempo arrestaron a Tomasito, el contrabandista a quien
la prensa local llamaba "uno de los autores intelectuales" del asesinato
de Leo. Pero Tomasito, acusado solamente por sus delitos de robar
embarcaciones, al parecer le dijo a las autoridades que Leo había sido
asesinado durante una transacción de drogas por alguien conocido como
"La Figura".
Para estar seguro de que este "Leo" era el mismo contrabandista que
había tenido cautivo a Puig, le mostré a Despaigne una foto de la escena
del crimen que había acompañado a una de las historias. Sabía que la
imagen era espantosa, un hombre pulcro en camisa de Aéropostale,
sangrando por la comisura de su boca, pero no estaba preparado para la
reacción. Despaigne cerró los ojos. Escondió su cabeza entre sus
gigantes manos. Tomó un sorbo de ron. “ Coño”, dijo finalmente. “Es
tan—tan joven”.
Cuando la temporada 2013 finalizó, después de que el apasionante giro de los Dodgers había desbaratado en los
playoff,
Ned Colletti citó a un grupo de jugadores, uno a la vez, para conversar
en privado. El GM había tratado de resolver qué decir a Puig, alguien
cuya historia, según admitiera, resiste una simple prescripción. "Lo que
sea que haya pasado y cualesquiera fueren los desafíos y las
frustraciones, a menos que hayas pasado por ello", me dijo Colletti, "no
creo que podamos entender completamente".
Comenzó felicitándolo a Puig por un año increíble, por atravesar
tantas experiencias nuevas, todo a un paso vertiginoso. "Quiero que
tengas una excelente vida", le dijo Colletti. "Tú eres alguien que trae
mucha alegría a mucha gente". No obstante, según Colletti le recordara a
Puig, ya no era un novato, un niño desorientado en la vida. "Has venido
a un lugar diferente en tu vida", dijo Colletti. "Quiero que pienses en
el futuro. Estar listo. Ser sabio".
Puig asintió con la cabeza. Él intentaba, pero era muy difícil.
“Desde dónde vengo”, Puig le dijo a Colletti, “no piensas mucho acerca
del futuro”.
En diciembre, la misma semana en que cumplió 23 años, Puig se
convirtió en padre (aunque no con Yeny, su amor de Cienfuegos. Su hijo,
Diego, tenía solo 20 días de edad cuando policía lo arrestó a Puig
mientras volaba por el pantano de Florida, de Miami a Orlando, a 110
mph; Puig llevaba a su madre, quien se había de Cuba para ese momento,
para conocer a su nieto. "¿Es tu madre?", se puede oír al policía
preguntarle a Puig en una grabación capturada por la cámara del panel.
“Oh, demonios, no”.
"Oficial, lo siento", dice Puig, saliendo en pantalones cortos de color rosa fuerte.
"Si no le importa la vida de su propia madre", el policía le preguntó varias veces, "¿que vida le va a importar?"
Al ser dejado solo en la parte trasera del patrullero, Puig vocifera,
fuera de cámara,
frustrado. Es la voz de alguien que ha viajado lejos pero sigue
regresando al mismo lugar. "¿Por qué pingas tienes que manejar tan
rápido, Puig?", se grita a sí mismo en español. "Tienes que aprender,
compadre".
Había otro problema más para Puig en ese mes: el detorio de su
amistad con Yunior Despaigne. Ellos habían superado un abrumador viaje
juntos, dos atletas suspendidos cubanos que buscaban un nuevo comienzo,
pero ahora Puig era un multimillonario y Despaigne, el nexo entre Miami y
Cienfuegos, no podría evitar sentirse abandonado. La tienda de la
Santería fue un fracaso. Una noche en el Resort Miccosukee, un casino
indio en la periferia de Everglades, Despaigne supuestamente arrebató un
ticket de juegos de $300.60 a otro jugador y resultó esposado, también.
Discretamente había comenzado a colaborar con los abogados de
Corbacho Daudinot unos meses antes, informándoles detalles que solo
alguien cercano a Puig podía saber. Incluso el abogado de Puig admitió
que "no es como si el hombre inventara toda la fabulación", pero
desestimó a Despaigne como alguien que se colgaba y sobre cuyos motivos
"solo podemos especular". Despaigne insistió que no tenía un interés
financiero, él es un testigo, no un demandante, y que estaba motivado no
por la animosidad pero sí por la reciprocidad, en nombre de aquellos
que pagaron por las aspiraciones de Puig.
Después de que Puig se diera cuenta de que Despaigne estaba
trabajando contra él, sin embargo, su pelea se volvió vengativa. De
regreso en Cuba, un ex compañero de Puig, el lanzador de Elefantes
Noelvis Entenza, informó a la seguridad de que había recibido una oferta
de desertar. El sospechoso fue el hermano menor de Despaigne, Tito,
quien fue arrestado por alentar al lanzador para que "abandonara el país
de manera ilegal". Si bien la participación de Puig, en caso de que la
hubiera, no era clara, Despaigne reconoció el patrón. Con la ayuda de
los abogados de Corbacho Daudinot, se apresuró a redactar la
declaración, consciente de que sus fuertes acusaciones avergonzarían a
Puig. Fue lo mejor que pudo hacer por Tito, que está enfrentándose a una
condena de hasta 12 años en prisión por un delito que es difícil de
desentrañar: los daños colaterales de dos gobiernos tenaces, dos
evangelios del béisbol enfrentados.
La última vez que hablaron, Puig supuestamente le dijo a Despaigne,
"Haz lo que vayas a hacer, pero luego no llores por las consecuencias".
Fue una amenaza pero también una advertencia, y quizás una epifanía.
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Jesse Katz es escritor y colaborador para Los Ángeles
. Su última obra, Freeway Ricky Ross, se publicó en la edición de junio de 2013.