cubanalisis
Armando
Navarro Vega
Que se vaya la escoria
El 7 de Abril de 1980 el Diario Granma dio a conocer en un editorial
anónimo titulado “La posición de Cuba” (el anonimato en estos casos
siempre revela la identidad de su “máximo autor”) la postura del
gobierno ante los hechos ocurridos en la embajada de Perú, la
inquietante y a la vez esperanzadora posibilidad aún no concretada
de que cualquiera que quisiera irse pudiera hacerlo, y dejó claro el
“tratamiento” que había que dispensar a los que decidieran
marcharse, al concluir con la siguiente exhortación: ¡Qué se
vayan los vagos! ¡Qué se vayan los antisociales! ¡Qué se vayan los
lumpen! ¡Qué se vayan los delincuentes! ¡Qué se vaya la escoria!
Los mismos apelativos que serían coreados y que aparecerían en los
carteles y pancartas que portarían los participantes en la llamada
“Marcha del Pueblo Combatiente” del 19 de Abril, una multitudinaria
manifestación de un millón de personas que desfiló frente a la
Sección de Intereses de los Estados Unidos y la Embajada de Perú, y
con la que se pretendió representar ante el mundo el apoyo
del “verdadero pueblo revolucionario y trabajador” al Comandante y a
la revolución (escenografía, guión y dirección de Fidel Castro).
Desde los primeros instantes de la crisis se puso en marcha la
maquinaria de propaganda para desacreditar y deshumanizar a los
asilados ante la opinión pública internacional. El 10 de Abril el
diario Granma daba a conocer el “dato”, aportado por la Policía
Nacional Revolucionaria, de que el 55% de los asilados en la
Embajada de Perú tenían algún antecedente delictivo.
¿Quiénes habían entrado a la embajada? ¿Quiénes estaban llenando las
embarcaciones en el Puerto de Mariel? Las imágenes filmadas y las
fotografías que daban la vuelta al mundo mostraban unos sujetos de
rostros lombrosianos, andrajosos, sucios, semidesnudos, exhibiendo
tatuajes carcelarios, apaleándose entre sí, disputándose como fieras
la comida o impidiendo violentamente la entrada de otras personas a
la embajada.
Había que proteger a toda costa la reputación del “Hombre Nuevo”, de los
jóvenes que, según el Che Guevara, constituían la arcilla
fundamental de la obra de la revolución, el resultado directo de la
joya más preciada de la corona: la educación socialista.
Por otra parte había que reducir a una categoría infrahumana a todos
aquellos que no respondieran a un patrón de aceptación y obediencia
de ese arquetipo, y estimular el odio al enemigo, al diferente, al
disidente, con vistas a legitimar la violencia ejercida por “el
pueblo” y por “el Estado Socialista de obreros y campesinos” contra
ese enemigo.
Los que se iban no podían ser estudiantes, trabajadores, técnicos
de nivel medio, universitarios, campesinos, obreros, y menos aún si
eran negros o mulatos. Jóvenes que, rondando entonces la treintena,
eran niños y niñas al triunfo de la revolución, o que nacieron con
ella y recién arribaban a la mayoría de edad, o que eran apenas
adolescentes y que solo habían vivido en el socialismo. Jóvenes
todos que huían despavoridos hacia otro mundo que generaba
esperanzas, pero que también creían plagado de terribles monstruos
según la machacona versión oficial, asustados pero decididos a
enfrentar el desafío.
El cantautor catalán Joan Manuel Serrat, muy popular en Cuba en esos
años, se convertía en subversivo (seguramente a su pesar) por esta
estrofa de “Pueblo Blanco”, devenida en consigna:
Escapad gente tierna
que esta tierra está
enferma,
y no esperes mañana
lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer.
Había que demostrar que el Comandante en Jefe no se equivocaba ni
mentía, y que solo los delincuentes que pretendían evadir el peso de
la “justicia revolucionaria”, los tontos o los locos de remate
querrían salir huyendo del Primer Territorio Libre de América,
escapar de los elevados índices de salud y de los incuestionables
logros en materia educativa y cultural, del privilegio que
representaba construir y vivir en “la sociedad más justa y
equitativa jamás conocida”.
Y así fue como asesinos, psicópatas, pacientes con patologías y
discapacidades psíquicas diagnosticadas (este último hecho negado
rotundamente por el gobierno cubano, pero suficientemente
contrastado por las autoridades norteamericanas y por todos los que
vivieron la experiencia) sociópatas e individuos de conducta
criminal que habían protagonizado hechos de sangre, violadores y
ladrones convictos fueron sacados de las cárceles o recogidos en las
calles, en muchos casos en contra de su voluntad, y enviados
directamente al puerto de Mariel, obligando a los patrones de los
barcos a admitirlos a bordo.
La policía comenzó a visitar en sus casas a delincuentes excarcelados
que habían cumplido su condena y a elementos considerados
antisociales, levantando “actas de advertencia” y conminándoles a
abandonar el país en un plazo de 48 a 72 horas, bajo la amenaza de
su reingreso en prisión.
Se estima que entre 20,000 y 22,000 emigrados por el puente marítimo
Mariel-Key West tenían antecedentes penales, aunque en muchos casos
por actos que solo eran delictivos según las leyes de la isla, como
las ya comentadas “actividades económicas ilícitas”. En cualquier
caso se trata de un porcentaje nada despreciable, casi uno de cada
seis emigrados.
La Casa Blanca denunció públicamente el 7 de Junio la exportación de
“endurecidos criminales de las cárceles cubanas” y calificó dicha
acción de “cínica, inhumana y una grave violación de las leyes
internacionales”.
La respuesta de Fidel Castro a esa denuncia no tardó en llegar en forma
de burla el 14 de junio, en un discurso pronunciado en la provincia
de Las Tunas en la inauguración del complejo de la salud Ernesto Che
Guevara:
“... no se ha ido todo el
lumpen. Tampoco se han ido todos los delincuentes... A propósito de
esto, nosotros en broma decimos que ha surgido -en broma y puede ser
que hasta en seri- una nueva categoría, cosa curiosa: el lumpen
patriota (RISAS). Bueno, pues sí. Hay lumpen que dice: "Soy
lumpen, pero este es mi país y esta es mi patria", y no quiere irse.
Pero hay delincuentes presos también que dicen: "Este es mi país y
esta es mi patria", y han tenido una actitud. Creo que eso es justo
que lo tomemos en cuenta, es justo que lo tomemos en cuenta
(APLAUSOS). Esa es la categoría de los presos patriotas...
Hay que decir que encuestados sobre la posibilidad de tener
la libertad y viajar hacia el "paraíso" yankee, la mayoría dijo que
no. Es una cosa importante. Creo que los que nos quedan aquí son
gente con la que podemos trabajar mejor, ¡mejor! (APLAUSOS)”
Finalmente, de ese grupo se consideraron “excluibles” solo 2,746
sujetos, que permanecieron en prisión desde que llegaron a los
Estados Unidos hasta su posterior repatriación, gradual y a cuenta
gotas, en virtud de los acuerdos firmados al efecto. En cuanto al
resto, muchos terminaron también en la cárcel después de haber
cometido algún delito en Estados Unidos, o muertos en las guerras
por el control de la droga entre clanes mafiosos.
En los dos o tres años siguientes al éxodo, muchos “marielitos”
(sustantivo aplicado a todos los emigrados de esta nueva ola, que
adquirió una connotación peyorativa por culpa de esos delincuentes)
aparecían en los Everglades, si antes no les descubría un cocodrilo,
con signos evidentes de haber conocido la brutalidad de los narcos
sudamericanos y sus refinados métodos de ejecución, como la “corbata
colombiana”. También hubo quienes dentro de este subgrupo
aprovecharon la segunda oportunidad que les brindaba la vida de
vivir honradamente y de insertarse en una sociedad pródiga en
oportunidades, como logró exitosamente la inmensa mayoría de los
exiliados de Mariel.
Además de los asilados en la embajada de Perú, los reclamados por sus
familiares, los presos políticos que fueron evacuados por esta vía
en cumplimiento de los acuerdos del año 1978, y los delincuentes
deportados según los procedimientos anteriormente descritos, el
gobierno cubano le ofreció la “oportunidad” a quienes tuvieran
antecedentes penales, o exhibieran conductas antisociales, impropias
o contrarias a la moral y los principios revolucionarios, de
acreditar su condición de “escoria” en las Unidades de la PNR
(Policía Nacional Revolucionaria) lo que les concedía la posibilidad
de viajar también por Mariel.
Pronto se supo que aquellos que se declaraban homosexuales (hombres
fundamentalmente) o prostitutas estaban saliendo rápidamente, y que
además no se requería tener antecedentes policiales de ningún tipo.
Bastaba con llevar un “informe” del CDR o firmar una declaración
jurada autoinculpatoria, y acceder a los grotescos requerimientos de
los policías de “caminar de aquí para allá” para detectar, en un
contoneo de caderas, las preferencias sexuales pecaminosas del
declarante.
Había colas en las puertas de las Unidades de la PNR habilitadas al
efecto, formadas mayoritariamente por gente muy joven dispuestas a
autoimputarse cualquier delito o cualquier “conducta impropia”, pese
al enorme riesgo de quedar marcado y estigmatizado para siempre en
caso de no poder salir del país.
El éxodo de Mariel significó una solución al drama humano y existencial
absolutamente real de miles de homosexuales que habían sido objeto
de una durísima persecución, de una cruel represión y marginación,
inhabilitados como ya se comentó para ejercer diversas profesiones,
expulsados de las universidades, purgados o “depurados” en
instituciones culturales, artísticas, educativas o científicas, o
sometidos a la incertidumbre de ser “recogidos” durante algunas de
las razzias que han tenido lugar a lo largo de los años, y enviados
a prisión o en su momento a los campos de trabajo de la UMAP.
Entre las olas represivas más conocidas está la “Noche de las Tres Pes”,
un operativo policial que en realidad se desarrolló durante varios
días supuestamente contra “Pederastas, Prostitutas y Proxenetas” (de
ahí su nombre), que comenzó la noche del 11 de Octubre de 1961 en la
zona de tolerancia del barrio de Colón, y que sirvió como pretexto
para encarcelar y amedrentar a desafectos, contestatarios y a la
intelectualidad crítica que, siendo homosexuales reales o bajo
sospecha, nada tenían que ver con el mercado del sexo, ni con la
sordidez del submundo contra el cual en principio estaba dirigida la
operación.
El escritor, poeta, narrador y dramaturgo Virgilio Piñera fue detenido
por un policía, después de verificar su identidad, a la mañana
siguiente cerca de su casa en la playa de Guanabo, a 30 kilómetros
del epicentro de la operación. Ante la pregunta de Piñera, el agente
argumentó como causa de la detención un difuso “atentado contra la
moral”. Guillermo Cabrera Infante recuerda este episodio en su libro
“Vidas para leerlas” (Ediciones Alfaguara).
¿Cuál fue su verdadero delito? Quizás evidenciar el clima de
intimidación existente durante las famosas reuniones que sostuvieron
un nutrido grupo de escritores y artistas con la dirección política
del país unos meses antes, concretamente los días 16, 23 y 30 de
junio de 1961 en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional, y en
las que Fidel Castro estableció nítidamente las bases de la política
cultural revolucionaria en su intervención final, que pasaría a la
historia como “Palabras a los Intelectuales”, y que quedó resumida
en la siguiente frase: “¿Cuáles son los derechos de los
escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios?
Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”
[1]. Cuenta Cabrera Infante, presente en la
mesa presidencial del acto, que Virgilio Piñera abrió el turno de
palabras para decir, haciendo acopio de un gran valor, lo siguiente:
“Yo quiero decir que tengo mucho miedo. No sé por qué tengo ese
miedo, pero es eso todo lo que tengo que decir”.
Durante 1964 y 1965 decenas de miles de “homosexuales, vagos y lumpen”
fueron sacados de sus casas o citados en lugares públicos para ser
trasladados inmediatamente en autobuses y trenes hacia los campos de
trabajo de la UMAP, principalmente en la provincia de Camagüey, sin
que sus familiares supieran nada acerca de ellos en muchos casos
durante meses. Un secuestro en toda regla.
Fueron notorias las “depuraciones morales” en la Universidad de la
Habana entre 1963 y 1965, unos procesos de persecución de alumnos y
profesores, gestados y dirigidos por las organizaciones políticas,
en los que los homosexuales y los elementos “hostiles” a la
revolución en general (reales o imaginarios) eran juzgados
públicamente en una especie de circo romano, las llamadas
Asambleas por la Moral Comunista, en las que sus propios
compañeros les imputaban “debilidades de carácter o ideológicas”, y
por las cuales eran sancionados a la expulsión. Hasta la debilidad
física se consideró como un rasgo sospechoso o negativo.
“Alma Mater”, Órgano Oficial de la FEU (Federación Estudiantil
Universitaria) publicó un editorial con el título “Nuestra Opinión”
el 5 de junio de 1965,
[2] en el que se puede leer lo siguiente:
“La Depuración surge como
un producto del desarrollo actual y como necesidad para el
desarrollo futuro de la revolución en el campo de la Ciencia, de la
Técnica, de la Cultura, de la Economía y de la Política.
Los futuros técnicos,
científicos e intelectuales de nuestra patria han de ser
necesariamente revolucionarios, firmes ante el enemigo imperialista,
sus variadas formas de penetración y agresión, capaces de dar la
vida por la revolución, por el pueblo, tanto en un instante de
peligro si este se presentara como en el trabajo de cada día.
No son ni los elementos desafectos a la revolución ni los homosexuales
capaces de cumplir esa tarea,
y por tanto no debe invertirse en ellos el producto del sudor y la
sangre de nuestro pueblo para darles armas y herramientas que puedan
volver contra la sociedad.
Consideramos que no es la
Universidad el lugar propicio para la reeducación de estos elementos
desviados del proceso revolucionario, ni el mejor lugar para
desarrollar con ellos la tarea de reincorporación a la sociedad, al
proceso revolucionario”.
Elementos desafectos y homosexuales son la misma cosa a los efectos
prácticos, tanto monta, monta tanto. Metodológicamente algo similar
ocurrió de nuevo en 1980 durante el llamado “proceso de
profundización de la conciencia revolucionaria”, con un espectro
depurativo adecuado al momento histórico, también de carácter
político ideológico, e igualmente miserable en cuanto al
procedimiento seguido.
Pero las depuraciones no se restringieron al ámbito universitario. La
Unión de Jóvenes Comunistas y la Unión de Estudiantes Secundarios,
antecedente de las Brigadas Estudiantiles José Antonio Echeverría (BJAE)
y de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM)
firmaron un comunicado conjunto que apareció publicado, bajo el
título “La gran batalla del estudiantado”, en la revista Mella el 31
de mayo de 1965:
[3]
“Las organizaciones
juveniles de nuestro país, hemos decidido plantearles a ustedes,
estudiantes secundarios, la necesidad de expulsar de los planteles a
todos aquellos elementos que no son capaces de inspirarse en la obra
de la Revolución, en el sacrificio de nuestros mártires, en el
heroísmo presente de la juventud cubana, que tratan de vivir a
espaldas del proceso revolucionario, que quieren representar la
ideología de los enemigos del pueblo.
Estos elementos,
contrarrevolucionarios y homosexuales, es necesario expulsarlos de
los planteles en el último año de su carrera en la enseñanza
secundaria superior, para impedir su ingreso a las Universidades.
Para ellos solamente hay dos alternativas dentro de nuestra
sociedad: o convertirse en elementos deleznables, o pasar a formar
parte de las filas del ejército del trabajo, y educarse allí en una
actitud distinta, más acorde con la forma de pensar de nuestra
juventud...
Estas medidas necesarias,
cuya aplicación ha de ser la expresión de un desarrollo más alto de
la conciencia revolucionaria del movimiento estudiantil, habrán de
servir para que en las Universidades de Mella y Echeverría
[4]
estudien los jóvenes que sean capaces de interpretarlas y seguir
dignamente su ejemplo. Ustedes son los que tienen la palabra, a
ustedes corresponde aplicar estas medidas; en su aplicación nuestra
función ha de ser de orientación, de organización de la actividad,
pero deben ser los estudiantes, los que la apliquen. De todos ha de
ser la preocupación porque no haya extremismos porque éste sea un
proceso verdaderamente ejemplar… ¡Fuera los contrarrevolucionarios y
los homosexuales de nuestros planteles!
Otro ejemplo está en las detenciones ocurridas en la noche del 25 de
Septiembre de 1968 en la barriada habanera del Vedado, conocida
indistintamente como “la recogida de Coppelia, del Capri o de La
Rampa” por referencia a los puntos donde se desarrolló la redada (la
famosa heladería habanera, las inmediaciones de los hoteles Capri y
Nacional, y el tramo de la calle 23 que transcurre entre el Paseo
del Malecón y la calle L, conocido como La Rampa).
Ésta probablemente haya sido la más recordada y divulgada por la
cantidad de detenidos y por la espectacularidad del operativo. Pero
sin duda y muy especialmente, por el papel represivo que desempeñó
en el marco de la coyuntura política nacional e internacional en la
que tuvo lugar: Ofensiva Revolucionaria, Primavera de Praga,
invasión soviética a Checoslovaquia y apoyo del gobierno cubano a la
misma, Mayo francés, protestas estudiantiles en diversos países, la
matanza de Tlatelolco en México, el movimiento por los derechos
civiles en los Estados Unidos, guerra de Vietnam, movimiento hippie,
pacifismo, y guerras de “liberación” en el Tercer Mundo, justo en el
“Año del Guerrillero Heroico”.
La preocupación del gobierno era patente ante la posibilidad de que la
rebeldía de la juventud del mundo occidental contra el orden
establecido y el ejemplo checoslovaco cundieran de alguna manera en
Cuba, y recelaba incluso de cualquier acercamiento meramente
estético a dichos movimientos.
En los hombres se censuraba el pelo largo, las “melenitas” a lo Beatles,
las “motas” a lo Elvis, los peinados Accatone
[5] o Nerón, y los pantalones
estrechos; la minifalda en las mujeres, la música beat, pop y rock
principalmente de grupos y cantantes anglosajones, los cinturones
anchos, los “espejuelos oscuros” (gafas de sol) los “pullovers de
rayas” (camisetas de rayas transversales, vaya usted a saber por
qué) las camisas anchas, las sandalias y un largo etcétera.
La siguiente anécdota es una muestra de ello. Casi con toda seguridad
(cotejando fechas significativas para mi familia) en la tarde del 8
de abril de 1968 yo estaba en el campamento “Córdoba”, en San
Nicolás de Bari, esperando junto a mis condiscípulos la orden de
abordar los autobuses que nos llevarían de regreso a La Habana y a
nuestras casas, después de permanecer 42 días trabajando en la
agricultura. Nos habían dicho que unos funcionarios del Regional de
Educación venían a darnos unas importantes “orientaciones”, y que no
podíamos irnos hasta entonces.
Al final de la tarde llegaron los visitantes vestidos con el uniforme de
las milicias y en un jeep soviético. Nos agruparon en la explanada
central del campamento con nuestras pertenencias, organizados por
brigadas de trabajo. Todos sin excepción teníamos unos collares
confeccionados por nosotros mismos con unas semillas muy llamativas
que reciben el nombre de “Santa Juana” y que eran muy abundantes por
aquella zona.
Algunos compañeros habían ensartado varios collares para obsequiar a
amigos y familiares. Un mulato bonachón, de nombre Abigail, había
hecho una cortina con semillas y bambú para regalársela a su madre.
Ambos vivían en una habitación en una casa de vecinos o “solar” como
se le llama en Cuba, y colocándola en la puerta ganaban cierta
privacidad y algo de frescor al permitir la entrada de la brisa.
Uno de los visitantes tomó la palabra. Después de recordarnos el
privilegio que representaba haber crecido con la revolución, nos
dijo que, como ya sabíamos, los jóvenes en los países capitalistas
se estaban enfrentando con las fuerzas represivas para reclamar
derechos y libertades que los jóvenes cubanos ya estábamos
disfrutando, por lo que no teníamos nada de qué protestar. Que
ellos aspiraban a ser como nosotros.
Que esos jóvenes usaban el pelo largo o la ropa de una determinada
manera como símbolos externos de su lucha. Pero que nosotros no
debíamos imitarlos, que eso era lo que querían los imperialistas,
confundirnos con sus maniobras “diversionistas”. Y como los collares
eran cosas de “hippies” (considerados benévolamente como víctimas
enajenadas del sistema capitalista, muy convenientes para movilizar
a la juventud norteamericana contra la guerra, pero totalmente
incompatibles con la doctrina guevarista de “crear dos, tres, muchos
Vietnam” y con la construcción “in situ” de una sociedad
socialista), debíamos deshacernos de ellos.
Nos requisaron los que teníamos colgados al cuello, y nos registraron
los macutos para asegurarse que no llevábamos ninguno oculto.
Abigail tuvo que entregar la cortina. Yo me había encontrado un
cuerno de buey en un potrero, que al parecer podía afectarme
“ideológicamente” con sus emanaciones diversionistas (la
verdad es que aún hedía bastante) y también me lo quitaron. Todo ese
material lo quemaron en nuestra presencia, en una especie de ritual
de purificación político ideológico. Más de cuarenta años después
sigo sin entender la relación entre mi cuerno de buey, la cortina de
Abigail y el imperialismo.
Volviendo a la redada de Coppelia, Fidel Castro ofrece su versión de los
hechos tres días después de haberse producido, en el discurso
pronunciado en ocasión del VIII aniversario de los Comités de
Defensa de la Revolución, el 28 de septiembre:
En nuestra capital, en los
últimos meses, dio por presentarse un cierto “fenomenito” extraño
(EXCLAMACIONES) entre grupos de jovenzuelos y algunos no tan
jovenzuelos, resultado de toda una serie de factores -a veces
ciertamente traumas, a veces familiares de personas que se van, a
veces muchachos descarriados por descuido de las propias familias y
en muchas ocasiones por influencia negativa de determinadas personas
sobre ellos- que van inculcándoles ciertas ideas, ciertas
actividades... que influidos entre otras cosas por la propaganda
imperialista, les dio por comenzar a hacer pública ostentación de
sus desvergüenzas... a vivir de una manera extravagante...”
Es importante resaltar que el análisis de ese “fenomenito”, como lo
llama el Comandante, está inscrito dentro de su intervención en un
apartado donde hace una enumeración cronológica detallada de los
actos de sabotaje llevados a cabo por el enemigo durante el año.
Por lo tanto, implícitamente, esos jóvenes “extravagantes” estaban
siendo acusados de contrarrevolucionarios y cómplices del
imperialismo, o como mínimo de actuar como tales al pretender
revivir “vicios y lacras del pasado”, imputándoles además los
delitos de corrupción y explotación sexual de menores, y
atribuyéndoles actos de vandalismo (considerados en Cuba acciones de
sabotaje) como romper teléfonos públicos, deteriorar material
escolar y mancillar retratos del “Che”.
Hasta él se siente obligado a justificar de alguna manera la redada sin
hacer distinciones entre los que pudieran haber delinquido (en el
supuesto de que fuera verdad) y los que no, invocando el “estado
predelictivo de peligrosidad”.
Pero seguidamente deja muy clara su verdadera preocupación y la razón
fundamental que motivó la actuación policial:
¿Y qué creían? ¿Que vivimos
en un régimen liberal burgués? ¡No! De liberales no tenemos “ni un
pelo”. ¡Somos revolucionarios! ¡Somos socialistas! ¡Somos
colectivistas! ¡Somos comunistas! (APLAUSOS.)
¿Y qué querían? ¿Introducir
aquí una versión revivida de Praga? (EXCLAMACIONES.)... ¿”Tuzex”[6]
y todo?... ¿Reblandecimiento ideológico..?”
Yo conocí a muchos de esos “jovenzuelos extravagantes” a los que les
gustaba escuchar la música “decadente” de The Beatles, de los
Rolling Stones o de Who, que en realidad sólo trataban
de imitar la moda occidental en lo tocante a la ropa y al pelo, que
no eran homosexuales, y que en muchos casos estudiaban o trabajaban.
Esos jóvenes pertenecían a mi generación. Se apartaban ética y
estéticamente (al menos por las noches) del perfil ideal del Hombre
Nuevo, intuían que había vida más allá del Malecón habanero, y su
conducta era potencialmente peligrosa según los cánones represivos
del momento tanto por esas razones, como (y principalmente) por el
hecho de estar integrados en grupos, infringiendo una norma básica
de todo buen estado totalitario: no existe el derecho de reunión o
asociación fuera del marco de las organizaciones creadas y/o
dirigidas por este.
De todas formas esos grupos estuvieron penetrados, controlados e
instrumentalizados tempranamente por la policía y por la seguridad
del estado.
Por otra parte, la referencia directa a “traumas, descuidos,
influencias negativas, propaganda imperialista” revelaba la
intención de detectar y diagnosticar las causas de una
psicopatología social, política y moral en ese grupo, cuya
sintomatología más evidente era “la pública ostentación de sus
desvergüenzas”.
Una enfermedad sin duda contagiosa que había que erradicar
aplicando la “terapia” adecuada, comenzando por aislarlos del cuerpo
social y recluirlos en campos de trabajo. La represión de sus
conductas no solo se justificaba desde la perspectiva de la defensa
de la revolución, sino que se convertía en una labor terapéutica
“por el propio bien de los afectados”.
En otro discurso pronunciado cinco años antes, el 13 de Marzo de 1963,
Fidel Castro hace referencia públicamente al “problema” de los
homosexuales como una patología social asimilable a otras
“deformaciones” que tienen su raíz en la sociedad capitalista, y en
particular en la vida urbana:
“... al igual que la
Revolución une lo mejor, lo más firme, lo más entusiasta, lo más
valioso, la contrarrevolución aglutina a lo peor, desde el burgués
hasta el mariguanero, desde el esbirro hasta el ratero, desde el
dueño de central hasta el vago profesional, el vicioso... (DEL
PUBLICO LE DICEN: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡Los
homosexuales!”) ¡Un momento! Es que ustedes no me han dejado
completar la idea (RISAS y APLAUSOS). Muchos de esos pepillos vagos,
hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado
estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes
“elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de
querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus
shows feminoides por la libre... nuestra sociedad no puede darles
cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no
puede permitir ese tipo de degeneraciones.
Hay unas cuantas teorías,
yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS) pero
sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto.
Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente.
Estoy seguro de que
independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de
la medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y
de reblandecimiento en ese problema. Pero todos son parientes: el
lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (RISAS)”.
O sea, que en el campo no hay homosexuales. Esa degeneración sólo
florece en el asfalto, en las esquinas de los barrios más exclusivos
de La Habana, ciudad “decadente y prostituida” donde las haya.
Pero esas palabras encierran además algo verdaderamente siniestro. Más
allá de las fobias y los traumas del Comandante referidos a la
homosexualidad, cuando éste habla de “teorías e investigaciones
médicas” se refiere seguramente a los experimentos científicos
que se venían desarrollando en Cuba desde principios de los años
60´, según relata Pedro Marqués de Armas:
[7]
“Así, la terapia conductual
de la homosexualidad cobra fuerza a partir de 1962. Este año el
entonces director de la
Revista del Hospital
Psiquiátrico y uno de los principales promotores de la
reflexología soviética en Cuba, Eduardo Gutiérrez Agramonte, publica
“Una nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad”.
Muchos homosexuales fueron tratados por él y su equipo con el fin de
corregir esta “lamentable conducta”. Se trataba de una técnica
desarrollada por el investigador checo Kurt Freund, pero adaptada
por el médico cubano. Si aquel empleaba como estímulo inhibidor un
vomitivo, y dosis subcutáneas de testosterona tras la observación
por el sujeto de láminas de desnudos masculinos, éste aplica un
corrientazo en lugar del vomitivo, al tiempo que suprime la hormona
y deja al paciente elegir la imagen. La terapia fue calificada de
prometedor aporte cubano a la reflexología y se aplicó hasta
bien entrada la década del setenta.”
El citado Dr. Freund, “una de las más altas figuras en materia de
psicopatología sexual” según proclama la revista de referencia
al pie de su foto, había inventado un aparato para el diagnóstico de
esos problemas que, conectado al pene, podía captar la respuesta al
estímulo erótico masculino. Una especie de “detector de mentiras”
para desenmascarar a homosexuales vergonzosos.
La homosexualidad funcionó como una excelente representación simbólica
de la antítesis del Hombre Nuevo, y posibilitó el desarrollo de un
enfoque pseudo científico de la identificación y tratamiento de las
psicopatologías sociales por medios represivos, aplicable a
cualquier individuo o colectivo “ideológicamente disfuncional” o
contestatario. He aquí algunas de las razones:
·
Se amparó en
el rechazo cultural a la homosexualidad preexistente en la sociedad
cubana. Es posible que incluso personas opuestas al régimen
experimentaran cierta simpatía por alguna medida de control sobre
los homosexuales como grupo o como individuos.
·
Las
manifestaciones externas de la homosexualidad masculina, en los
casos en que existían, la hacían “visible” y facilitaban la
caricaturización y la estigmatización del sujeto. Los rasgos
femeninos, considerados como “debilidades”, eran inadmisibles en las
actitudes y los comportamientos de los revolucionarios. Es más, el
pueblo revolucionario es, según la definición del Comandante,
“enérgico y viril”
[8], y eso incluye también a las mujeres.
·
La
consideración de la homosexualidad como una enfermedad por parte de
la Asociación Americana de Psiquiatría hasta mediados de los 70´, y
de la Organización Mundial de la Salud hasta 1990, facilitó la
apreciación inicial en Cuba de la misma como un problema de “salud
pública”, que trascendió al individuo y pasó a ser una patología
social delictiva al mezclarse y confundirse lo moral, lo político,
lo ideológico, lo legal y lo sociológico, justificando la represión
como el medio adecuado para evitar la propagación del mal.
·
Una vez
conceptuada la homosexualidad como una aberración, una degeneración
o un vicio, rápidamente se convirtió en delito. Pero cuando además
se le atribuyó al homosexual la intención y la capacidad de ejercer
una influencia perniciosa sobre la sociedad en general y la juventud
en particular, entonces se tornó “peligrosa”. Como consecuencia de
ello se proclamó la necesidad de perfeccionar los mecanismos
legales para aplicar la peligrosidad social, una presunción según la
cual se puede y se debe condenar al sujeto en virtud de lo que
es, o de lo que se supone que es, o de lo que pretende ser o hacer,
y no de lo que ha hecho. El delito en este caso es “ser”,
“existir”.
·
Si a todo lo
anterior se añade el presupuesto de que son el capitalismo y la
sociedad burguesa los que generan ese comportamiento disfuncional,
entonces el sujeto se convierte en portador de las lacras del
pasado, en un rezago de la antigua sociedad que ha de ser
“profilactado” de manera ejemplar para salvaguardar el futuro de la
patria y del socialismo.
La ecuación es simple. Si Capitalismo es igual a corrupción
moral, y la homosexualidad es un fiel exponente de la misma,
entonces la homosexualidad es un atentado contra la moral
socialista, un grave problema político ideológico. Por ello
no ha de extrañar a nadie que una “debilidad sexual” conduzca
inexorablemente a una “debilidad ideológica” (y quizás viceversa)
siendo finalmente dos manifestaciones concretas de la misma
patología psicosocial.
La homosexualidad devino en la justificación perfecta para ejercer la
violencia y la represión colectiva con “carácter terapéutico”,
terapia que se extendió oportunamente a otros individuos y
grupos en la medida en que sus patologías particulares
revestían también una dimensión política e ideológica.
Por ello no sólo los homosexuales, también los católicos, los testigos
de Jehová, el Bando Evangélico de Gedeón, la iglesia Pentecostal,
los Adventistas del Séptimo Día, los espiritistas, las sectas
afrocubanas, los empresarios, los profesionales liberales, los
propietarios de tierras e inmuebles, la aristocracia obrera, los
intelectuales (the usual suspects) los campesinos del
Escambray, los dueños y clientes de los bares, los entusiastas del
Jazz o del Rock, los artistas “no comprometidos”, los obreros y
estudiantes contestatarios, los apáticos, los que no tienen
integración revolucionaria, los contables y burócratas, los
liberales, los socialdemócratas, los antiguos comunistas, las
peluqueras, los psicoanalistas, los vendedores de fritas y “pirulises”,
[9] los hipercríticos, los blandengues, los
microfraccionarios, los pequeño-burgueses, la clase media,
los comerciantes, los trabajadores por cuenta propia, los artesanos
y, en general, todos los colectivos e individuos que han sufrido y
sufren persecución, represión o acoso en Cuba en los últimos 50
años, son la “escoria” de cada momento o etapa de la revolución,
una lacra de la sociedad burguesa, una representación del enemigo de
clase condenado por la historia según nos enseña el
marxismo-leninismo, que hay que hacer desaparecer con la ayuda de la
Dictadura del Proletariado durante el “período de tránsito hacia el
socialismo pleno” (prorrogable hasta el infinito).
De aquí que la denominación de escoria (gusano, lumpen, parásito,
desafecto, disidente, contrarrevolucionario) no es un insulto
gratuito. Es un concepto eugenésico asociado a la depuración
político-ideológica de la sociedad, antitético respecto al Hombre
Nuevo, e integrado orgánicamente en una estructura conceptual y
represiva muy elaborada. Por lo tanto, una vez más, no ha habido
error, confusión o equivocación.
No se trata de que Fidel Castro estuviese dedicado a otros asuntos, como
sostuvo en una entrevista concedida en Agosto de 2010 (ampliamente
difundida por los medios internacionales) en la que justificaba,
recurriendo como siempre al victimismo y al plural mayestático, su
recién asumida responsabilidad personal en la persecución de los
homosexuales:
“...teníamos tantos
problemas de vida o muerte que no le prestamos atención... la guerra
con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados
contra mi persona...”
No fue un error el decreto publicado en la Gaceta Oficial en Marzo de
1962 según el cual “el Ministerio del Interior podía declarar el
estado de peligrosidad de un sujeto, bastando al efecto con el
asesoramiento de miembros de la CTC, del Sindicato o el
CDR”, como recuerda Marqués de Armas en el artículo antes
citado.
No es fruto de una confusión que en Cuba una simple denuncia
argumentando cualquiera de las múltiples sospechas de “debilidad
ideológica” que pueden gravitar sobre una persona, sea suficiente
para destruirle la vida.
No fue una equivocación la posterior promulgación muchos años después,
el 16 de febrero de 1999, de la “Ley Mordaza”
[10] que, bajo el pretexto de responder a
las agresiones del gobierno de los Estados Unidos de América,
sanciona con penas de hasta 20 años hechos deliberadamente
imprecisos y ambiguos como “acumular, reproducir o difundir material
de carácter subversivo”, “colaborar por cualquier vía con emisoras
de radio o televisión, periódicos, revistas u otros medios de
difusión extranjeros”, o “participar, promover, organizar e incitar
perturbaciones del orden público”, entre otros, en todos los casos
con la agravante de la participación de más de dos personas, o de
contar con apoyo externo.
Expresado de forma sintética: prohibido informarse de lo que ocurre en
el mundo, informar acerca de lo que ocurre en Cuba y denunciarlo, o
protestar públicamente por ello. No ya el activismo político, la
opinión personal en contra del poder establecido es un delito, así
de simple, de perverso y de rotundo.
Por tanto, no fue un error de la revolución que se criminalizaran
las llamadas conductas impropias y los problemas ideológicos,
legitimando así las redadas, las detenciones y la represión. Como
tampoco fue un error la violencia desatada sobre los que quisieron
emigrar durante el éxodo de Mariel.
Los
Actos de Repudio
Cuando se hizo evidente que la crisis en la legación peruana podía
escapárseles de las manos, el Estado y los órganos represivos
activaron los dispositivos para ejercer la “violencia
revolucionaria” con el objeto de controlar la marea migratoria, y en
previsión de posibles brotes colaterales de descontento popular.
Ya antes que se restituyera oficialmente la custodia de la sede
diplomática el día 6 de Abril, operaban grupos integrados por
agentes del Ministerio del Interior vestidos de civil, militantes
del Partido, de la Unión de Jóvenes Comunistas y miembros de los CDR
de la zona, cuya función en un primer momento fue disuadir
violentamente a cualquiera que pretendiese acercarse a la embajada,
y con posterioridad atacar de forma verbal y física a los asilados
que salieran con salvoconducto, una vez que abandonaran los puestos
de control habilitados en los aledaños del recinto diplomático, y en
la cercana área deportiva conocida como “las canchas de 70”.
Los llamados “actos de repudio” de 1980 tenían tres propósitos
esenciales:
1.
Controlar la
situación a través del miedo como elemento disuasorio.
2.
Escenificar
el apoyo masivo al régimen, en particular ante la opinión pública
internacional, como “la respuesta espontánea del pueblo
revolucionario frente a las provocaciones del imperialismo y la
contrarrevolución”.
3.
Enmascarar la
represión, e involucrar y comprometer a la población en la misma,
liberando de esa responsabilidad “en exclusiva” a los órganos
represivos.
Así se refería Fidel Castro a las movilizaciones que se habían estado
desarrollando desde que comenzó la crisis de la embajada de Perú, en
su discurso del 1 de Mayo de 1980:
“Se trataba de mostrar
nuestra fuerza, pero no simplemente por mostrarla. En estos días se
ha estado librando una batalla de masas como jamás se había estado
librando en la historia de la Revolución, tanto por su volumen como
por su profundidad. Los hechos que lo motivaron son conocidos. ¡Era
necesario hacer esto! Había que mostrarle al enemigo y enseñarle al
enemigo que con el pueblo no se juega. Había que mostrarle al
enemigo que con la Revolución no se juega. Había que demostrarle al
enemigo que a un pueblo no se le puede ofender impunemente, que a un
pueblo no se le puede amenazar impunemente… ¡el verdadero pueblo
revolucionario, el pueblo proletario, el pueblo trabajador, el
pueblo campesino, el pueblo combatiente, el pueblo estudiante!”
Las acciones de fuerza e intimidación vinculadas a los actos de repudio
se estructuraron en diferentes variantes atendiendo al objetivo
perseguido, al sujeto repudiado, a los convocantes y participantes
en los mismos, o al grado de violencia aplicada.
Una de sus modalidades, las manifestaciones multitudinarias conocidas
como “Marchas del Pueblo Combatiente”, se iniciaron el sábado 19 de
Abril de 1980 con un desfile frente a la Oficina de Intereses de
Washington en La Habana y la Embajada de Perú, que cubrió un
recorrido total de algo más de 11 Kilómetros desde la intersección
del Paseo del Prado con el Malecón, hasta 5º Avenida y calle 72,
lugar donde se ubicaba la sede de la legación peruana en la
aristocrática barriada de Miramar.
Las vistas aéreas mostraban al mundo una columna humana de más de un
millón de personas que avanzaban por el Malecón habanero, una
avenida de seis carriles de ancho y seis kilómetros de longitud en
el tramo comprendido entre La Punta y el Torreón de la Chorrera, que
cruzaba el río Almendares a través del túnel de 5º avenida o del
Puente de Pote, para completar el citado recorrido frente a la
embajada de Perú. La población de los municipios Habana Vieja,
Centro Habana, Plaza de la Revolución y Playa se incorporaba
directamente desde sus domicilios, mientras el resto era trasladado
en camiones y autobuses hasta los puntos de concentración previstos
para sumarse a la manifestación.
El 17 de Mayo se realizó otra Marcha, esta vez en todo el país, para
repudiar unas Maniobras Militares que los Estados Unidos habían
proyectado realizar justo en esa fecha en la Base Naval de
Guantánamo, un regalo por partida doble del inefable Jimmy Carter al
Comandante. El primer obsequio consistió en anunciarlas en medio de
la crisis, proporcionándole oxígeno mediático al régimen y “munición
antiimperialista” a la izquierda reaccionaria mundial, y el segundo
fue desconvocarlas, otorgándole una victoria moral totalmente
inmerecida.
Según las cifras oficiales, se manifestaron alrededor de cinco millones
de personas a lo largo y ancho de la isla. Solo en La Habana
nuevamente más de un millón desfiló en el Malecón frente a la
Oficina de Intereses norteamericana.
El día 1 de Mayo, en ocasión de la habitual celebración del Día de los
Trabajadores, la Plaza de la Revolución fue testigo de la mayor
concentración de todas las que hasta entonces habían tenido lugar
allí, en los 21 años y cuatro meses recién cumplidos del régimen.
Fidel Castro, haciendo gala de su habitual desmesura en el contraataque,
tenía que ahogar en una marea humana de seis dígitos el increíble
espectáculo de 11,000 personas refugiándose, en apenas unas horas,
en una embajada de un país latinoamericano que (además) estaba
dejando atrás una dictadura militar “amiga”, para mayor deshonra.
Por cada asilado, cientos de “revolucionarios” marchaban bajo un sol
inclemente para condenar a gritos la traición de un puñado de
apátridas y lacayos del imperialismo, y el enésimo intento de
invasión de los yankees.
La violencia se individualizó para ponerle rostro, nombre y apellidos
concretos al objeto de la misma. Descendió de la generalidad a la
singularidad, para dejar claro que la salida del país tendría un
altísimo coste personal y familiar para todos aquellos que optaran
por ella.
Cuando se detectaba un intento de “deserción” por el CDR o por el centro
de estudio o de trabajo, se organizaban actos de repudio en los que
vecinos y ex compañeros acudían al domicilio del “desertor” a corear
las consignas del momento, y a tirar huevos (a veces congelados, lo
que los convertía en piedras) a la fachada de la casa. Los huevos en
ese momento “estaban por la libre”, lo que significa que se vendían
sin la libreta de abastecimientos. A veces la visita de la turba
vociferante se repetía durante varios días, hasta que se produjera
la salida del país del repudiado.
En muchas ocasiones solo se iba un miembro del núcleo familiar, pero el
repudio y sus consecuencias lo sufrían todos los demás por igual,
que eran finalmente los que tenían que reparar con posterioridad los
estragos físicos de “la ira del pueblo”. Esta es la versión “light”
de los actos de repudio, pero se cometieron verdaderas salvajadas.
En el mes de Abril, creo recordar, se produjo una víctima mortal. Un
hombre que atropelló con su coche a algunos manifestantes en
circunstancias no del todo aclaradas, al menos de manera oficial, y
que fue linchado por ello en plena vía pública. Se comentaba en la
calle que el atropello se produjo cuando este intentó defender de la
agresión del gentío a su propia madre, pero también circulaba la
versión de que el hombre se había puesto nervioso al tratar de
continuar avanzando con el vehículo por la calzada.
Un día de Marzo o Abril, el autobús en que viajaba se detuvo en la
esquina de G y 23, en la barriada del Vedado. Un acto de repudio en
el que estaban participando decenas de estudiantes de segunda
enseñanza a juzgar por sus uniformes, estaba atravesando la calle 23
en dirección a Malecón. Delante iba lo que me pareció una muchacha
con el pelo totalmente embadurnado con alguna sustancia viscosa.
Llevaba un cartel colgado al cuello que no pude leer, y estaba
recibiendo empujones y gritos. Los manifestantes más activos eran
los que la rodeaban, mientras los que se situaban en los laterales y
en la retaguardia del grupo parecían menos entusiastas, incluso
indiferentes, conversando entre sí. La gente se paraba a mirar en
silencio en las aceras, mientras otros seguían caminando sin
detenerse.
Otro día pasó frente a mi casa una pareja, un hombre y una mujer de unos
treinta y pocos años, sin correr pero caminando muy deprisa, con los
rostros desencajados. Detrás venían unas ocho o diez personas
gritándoles y arrojándoles cualquier objeto que pudiesen recoger por
la calle.
Había entre ellos un hombre que parecía divertirle de manera particular
aquella persecución. Justo al pasar frente a mi balcón se agachó
para recoger un papel, con el que hizo una bola que lanzó contra la
pareja con un gesto infantil, como un niño cuando sabe que está
haciendo una travesura. Aquel individuo siguió dando saltitos, casi
revoloteando al lado de la pareja, recogiendo cosas y lanzándoselas
hasta que perdí de vista al grupo cuando doblaron la esquina de
Consulado y Genios.
En la calle Reina, aproximadamente a la altura de Lealtad y muy cerca
del local que ocupara la Revista Cuba, vi un hombre que estaba
siendo atacado por un grupo que lo zarandeaba al grito de “escoria”
y “gusano”. De repente alguien se acercó con un periódico enrollado
y le pegó en la cabeza. En ese momento el hombre cayó al suelo donde
recibió algunas patadas, quedándose inmóvil. Se abrió un claro
alrededor del cuerpo. Alguien intentó incorporarlo halándolo por un
brazo hasta sentarlo momentáneamente, y entonces vi una gran
cantidad de sangre que le manaba de la cabeza. Ahí me di cuenta que
aquel periódico ocultaba en realidad el objeto contundente que
produjo aquellas heridas, probablemente un trozo de tubería o una
cabilla de hierro.
Los desertores que ocupaban una responsabilidad en el aparato del estado
o militaban en alguna organización política (los llamados
“tapaditos”) eran tratados con una dureza extrema.
El caso más sonado fue el de un cuadro de dirección llamado Carlos
Berenguer, que se convirtió en el paradigma de los actos de repudio.
Su casa permaneció asediada permanentemente durante más de 40 días
con sus noches, le cortaron el suministro de agua y electricidad, e
instalaron una tarima con altoparlantes para que la gente expresara
su indignación.
Hubo hasta actuaciones musicales. La muchachada “in” de Nuevo Vedado,
hijos de la clase dirigente y de los altos oficiales de las Fuerzas
Armadas y del Ministerio del Interior allí residentes, convirtieron
el lugar en un punto de reunión social.
Otra modalidad de los actos de repudio fue la escenificada frente a la
Oficina de Intereses de Washington en La Habana el 2 de mayo de
1980. Así recuerda los hechos la revista digital oficialista “La
Jiribilla”.
[11]
“Alrededor de 700
individuos, la mayoría ex presos y delincuentes comunes, se
congregaron en las afueras de la Oficina de Intereses de EE.UU. en
La Habana para presionar a los norteamericanos a concederles las
visas con mayor rapidez para ir a los EE.UU. La mayoría de los
congregados habían sido citados por la cónsul norteamericana Suzanne
Lamanna.
[12]
Wayne Smith, jefe de la Sección de
Intereses de Washington en La Habana, al dirigir unas palabras a la
multitud planteó que solo podrían salir en pequeños grupos y dio a
entender que era culpa del gobierno cubano la demora en las salidas.
Las palabras de Smith exaltaron aún más los ánimos de la muchedumbre
que comenzó a proferir todo tipo de improperios y consignas
peyorativas contra la Revolución Cubana y a manifestarse en forma
agresiva frente a los vecinos del lugar. Todo terminó en un
enfrentamiento violento entre estos individuos y los vecinos, estos
últimos respaldados por trabajadores del Instituto Cubano de Amistad
con los Pueblos (ICAP) que se habían trasladado al lugar, y de
otras empresas y organismos. Ante la superioridad que alcanzaron
rápidamente los representantes revolucionarios del pueblo cubano,
funcionarios de la Sección de Intereses abrieron las puertas y
penetraron en ella entre 300 y 400 individuos de los iniciadores de
la trifulca.”
Tengo la suerte de contar con el testimonio directo y cruzado de lo allí
ocurrido, de tres fuentes diferentes. En primer lugar de un amigo y
uno de los “repudiados”, ex preso político que logró salir por
Mariel menos de dos semanas después de aquel incidente, y que murió
en los Estados Unidos hace unos años; de “Amado”, uno de los
atacantes, desmovilizado del MININT, chofer en aquella época de un
servicio especial de transporte para organismos y extranjeros (y,
según tengo entendido, residente actualmente en Miami); y por
último, de un pariente político que vivía al costado de la Oficina
de Intereses, antiguo militante comunista y a la sazón Presidente o
Responsable de Vigilancia del CDR del vecindario. Probablemente,
dadas sus características, también el informante de la Seguridad del
Estado.
Es cierto que las personas allí reunidas eran ex presos políticos (en
ningún caso delincuentes comunes) citados por la Sección de
Intereses para tramitar la salida del país de ellos y de sus
familiares directos, en el marco de los acuerdos alcanzados durante
el diálogo de 1978 entre el Gobierno Cubano y las personas
representativas de la Comunidad Cubana en el Exterior.
Es cierto que aquel día habían permanecido allí durante horas antes de
que algún funcionario les atendiese, y que el señor Wayne Smith,
[13] jefe de la Sección, les dijo que las causas de la
demora de su salida eran responsabilidad del gobierno cubano. Pero
en ningún momento se gritaron consignas contra el gobierno, y el
único reclamo que se hizo públicamente fue al señor Smith y a la
señora Lamanna por la lentitud del proceso en general, y por las
deficiencias en la transmisión de la información.
Esta es la versión de los que allí estuvieron congregados, que creo a
pies juntillas. Muchas de esas personas habían pasado años en
prisión, y no tiene sentido que estuviesen orquestando una
provocación, cuando su intención y su deseo era abandonar el país. Y
si alguien sabía lo oportuno que podía resultar para los intereses
del gobierno cubano un nuevo foco de tensión con los Estados Unidos,
eran ellos.
Pero lo verdaderamente curioso, al margen de que se gritaran o no
consignas contra la revolución, es que los que convocaron a los
atacantes sabían con anticipación que la provocación
iba a tener lugar. Prueba de ello es que contaron con tiempo
suficiente para movilizarlos, concentrarlos en un punto de reunión,
esclarecerles “la misión”, equiparlos con barras de hierro, palos y
cadenas, transportarlos en autobuses “Girón” y desembarcarlos en
Malecón, a escasos metros del edificio de la Sección de Intereses.
Haciendo gala de las mismas dotes adivinatorias, alguien advirtió a mi
pariente político de lo que iba a ocurrir, y le asignó la tarea de
detectar e impedir el refugio de algún agredido en los edificios
cercanos, y de paso denunciar a su cómplice protector. Por supuesto
eso me lo refirió mucho después de que se produjera el incidente.
Esa noche mi amigo visitó mi casa con una herida bastante grande en una
rodilla, golpes y contusiones por todo el cuerpo. Según nos contó a
los allí reunidos, había estado refugiado en una casa en la barriada
del Vedado. Con treinta y tres años de edad y una buena condición
física, había logrado escapar de la emboscada con un mínimo de
daños.
Según su testimonio llegaron de repente decenas de atacantes y la
emprendieron a golpes con barras de hierro, tubos, cadenas y palos.
Se desplegaron sobre el terreno de tal forma que tenían acorralada a
la masa indefensa para impedirles la retirada por el frente y los
laterales, con la evidente intención de forzarles a buscar refugio
dentro del edificio.
En un principio los custodios norteamericanos del Cuerpo de Marines
trataron de impedir la irrupción, pero al final cedieron ante la
carnicería que estaban presenciando, y efectivamente entraron unas
cuatrocientas personas, muchas de ellas con fracturas y heridas de
diversa consideración.
Los que lograron escapar evitaron acudir a los hospitales por temor a
ser detenidos y encarcelados. La prensa española
[14] se hizo eco de la cifra oficial
absolutamente irreal de unos diez heridos.
El ataque fue despiadado y de una violencia extrema. Contaba mi amigo
que presenció cómo el hijo de un preso político que intentaba
proteger a su padre, un hombre mayor y enfermo, había recibido unos
golpes terribles en la cabeza que podían haber sido mortales en su
opinión. Oficialmente nunca se informó de ninguna muerte y, hasta
donde yo sé, mi amigo nunca pudo comprobar ese extremo.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar. El no supo muy bien cómo, en medio de
una lluvia de golpes, pudo alcanzar la calle Calzada y correr con
todas sus fuerzas para alejarse del lugar. Pero justo un momento
antes de abandonar el área de la Oficina de Intereses se dio de
bruces con Amado, que traía una barra de hierro en las manos. Ambos
se conocían del barrio. Se miraron directamente a los ojos un breve
instante, sin pronunciar palabra, y se separaron con la misma
brusquedad con la que se habían encontrado. La versión de Amado,
relatada después, coincidiría en lo fundamental con las otras dos.
Los actos de repudio constituyen una de las páginas más oprobiosas de la
revolución. Continúan siendo hoy (cincuenta años después de los
primeros ataques a las procesiones religiosas en Septiembre de 1961)
un instrumento de represión ampliamente utilizado contra los
disidentes, como en el caso de las Damas de Blanco.
En opinión de los expertos en psicología social, existen diversos
factores que facilitan el empleo institucionalizado de la violencia
colectiva:
a.
Su
justificación moral fundamentada en un designio supremo, como
preservar un orden o una conquista social que está en peligro, y que
debe ser defendida a toda costa.
b.
La
deslegitimación y la deshumanización de las víctimas, catalogadas y
percibidas dentro de unos roles (escoria, gusanos, delincuentes,
lumpen, contrarrevolucionarios, mercenarios del imperio) que
facilitan el distanciamiento psicológico necesario para poder
infligirles cualquier daño físico o psicológico, incluso la muerte
si fuera preciso, sin remordimiento ni sentimiento de culpa.
c.
La
despersonalización de los agresores, la dilución del individuo en la
masa, el anonimato que otorga el grupo.
d.
El apoyo, la
impunidad e incluso el reconocimiento social concedido por el poder
a los agresores.
Además de los factores antes mencionados, habría que añadir la total
falta de responsabilidad moral del individuo ante los otros, en el
marco de una sociedad despojada de sus valores y principios
tradicionales. No hay consecuencias negativas desde el punto de
vista ético por vejar, golpear y humillar al prójimo en nombre de la
revolución y el socialismo.
Con su famoso Experimento de la Prisión de Stanford, en el que un
grupo de 24 estudiantes universitarios representaron voluntariamente
y al azar los roles de presos y carceleros, el doctor Phillip
Zimbardo evidenció el poder de las situaciones sociales para llevar
a gente corriente y normalmente buena por el camino del mal.
En el corto espacio de tiempo de una semana, los que actuaban como
“carceleros” fueron capaces de agredir y humillar a sus compañeros
“prisioneros”, a veces con un placer sádico. El poder otorgado por
el papel representado y “el apoyo institucional” recibido bastaron
para ejercer un efecto tóxico casi instantáneo sobre las “manzanas
sanas”.
El Doctor Zimbardo propone, ante estas situaciones, la posibilidad de
elegir entre tres posibles opciones:
§
Ser pasivos,
no hacer nada.
§
Volverse
malos.
§
Ser héroes.
La dictadura totalitaria intentó eliminar la capacidad personal de
optar, sustituyendo los valores tradicionales por la ideología.
Denigró a los héroes o, peor aún, los convirtió en mártires
desconocidos. Acusó a los pasivos de complicidad con el enemigo, y a
los malos los elevó a la categoría de ejemplo a seguir.
No abundaron los héroes en 1980, pero cada cual tuvo la oportunidad (más
allá de sus miedos o de su adhesión al régimen) de trazar sus
límites individualmente cuando y como pudiera o fuera capaz. Siempre
ha existido esa posibilidad. Compañeros y gusanos:
estáis convocados a realizar vuestro propio examen de conciencia.
----------
Citado, entre otras publicaciones de la época, por Ernesto Juan
Castellanos en “El Diversionismo ideológico del rock, la moda y
los enfermitos”.
Conferencia leída por su autor, el 31 de octubre de 2008, en el
Centro Teórico Cultural Criterios (La Habana) como parte del
ciclo “La política cultural del período revolucionario: memoria
y reflexión”, organizado por dicho Centro. Acceso al documento
en el siguiente enlace
http://www.criterios.es/pdf/9castellanosdiversionismo.pdf