Alexis Jardines
El tema explícito de esa carta es la sociedad civil. Sin embargo, me
da la impresión que los autores han echado mano a este concepto de forma
tendenciosa, para enmascarar sus verdaderas intenciones de acercamiento
al régimen y no de solución del problema cubano, el cual, sea dicho de
una vez y por todas, es político.
Quienes desvían la atención al asunto económico están, a menudo sin
saberlo, prestándole un servicio a los gobernantes de la Isla. No hay
que olvidar que en los socialismos de Estado la miseria es
artificialmente provocada.
En efecto, cualquier intento de pensar el tema de la transición a la
democracia debe tomar como referencia obligada a la sociedad civil, pues
salir de regímenes autoritarios es un acto correlativo a la liberación y
expansión de esta última. El totalitarismo no es otra cosa que la
consecuencia del secuestro y absorción total de las estructuras de la
sociedad civil por parte del Estado, lo cual puede hacerse desde el
Estado mismo (fascismo) o desde el Partido (nacionalsocialismo,
estalinismo).
La Cuba castrista es una derivación del totalitarismo estalinista.
Independientemente del virtual proceso de reformas emprendido por Raúl
Castro, la esencia del sistema político cubano sigue siendo totalitaria.
Y esto significa que el cuentapropismo, no importa si más o menos
desarrollado, es parte de la lógica totalitaria castrista y, por
consiguiente, está bajo el control del Estado-Partido. No se olvide que
fue concebido en-y-por los Lineamientos con el propósito expreso de
generar liquidez, de modo que el alcance de esta medida llegará hasta
donde los jerarcas del Partido quieran.
Oxigenar la sociedad civil con dinero norteamericano a través de los
cuentapropistas es una de esas ingenuidades en que han incurrido algunos
miembros del exilio y del gobierno de los EE UU y que le han permitido a
los Castro regentar la Isla por más de medio siglo. Las reformas fueron
implementadas con el firme propósito de que no apareciera una clase de
nuevos ricos, porque ricos los hay dentro de ese concepto de
cuentapropistas, pero son los ricos de siempre. Lo otro es puro
timbiriche.
Hace un par de años (en marzo de 2012) participé mediante un video en un
programa de Estado de Sats sobre el intercambio académico Cuba-EEUU.
Allí arriesgué la idea de concentrar la ayuda y el intercambio en los
proyectos independientes de la sociedad civil, con el propósito de
debilitar la institucionalidad. De esta manera ―decía― el
fortalecimiento de la sociedad civil debía correr paralelo al paulatino
debilitamiento de las instituciones del Estado.
Era mi solución al problema de prohibir o no los viajes y las
remesas: hay que mantener el contacto, pero con la sociedad civil, no
con las instituciones. De modo que una vez creadas las estructuras de la
primera y agrietadas las segundas, los profesionales, artistas,
intelectuales, académicos, etc., pudieran desplazarse poco a poco de
estas a aquella.
Como los trabajadores por cuenta propia, afiliados al sindicato único
y regulados por una licencia que solo el Estado otorga y retira a
conveniencia, las ONG en Cuba son, paradójicamente, gubernamentales. Qué
tipo de organización es, por ejemplo, la Fundación Antonio Núñez
Jiménez? Teniendo en cuenta la peculiaridad de lo que el Estado cubano
se empeña en vender a título de sociedad civil fue que propuse enfocar
la colaboración en los proyectos independientes de todo tipo, pero que
cumplieran la condición de ser opositores, disidentes o contestatarios
en general. De parte de ellos recaería la obligación de buscar el
financiamiento y apoyo que las fuerzas democráticas estarían en el deber
de brindar.
La opinión del jefe adjunto de la Oficina de Intereses de EEUU en La
Habana, que asistió al encuentro de Estado de Sats, fue que ellos (el
Gobierno norteamericano) no podían controlar el intercambio y reducirlo a
la sociedad civil, pero sí fomentarlo mediante los encuentros cara a
cara, lo cual podría contribuir de algún modo al desarrollo de la misma.
Sin embargo, 40 personalidades —en su mayoría exfuncionarios políticos y
empresarios— se proponen hoy flexibilizar el embargo y redirigir el
intercambio a una clase empresarial (emprendedores) tan virtual como las
reformas de Raúl.
Tratar de influir en la política desde la economía y a través de la
sociedad civil es un buen camino, solo que no para el caso cubano. En
cambio, lo más importante para mí es que esa carta retomó la vía que
hace dos años defendí como la más factible. Lamentablemente, la segunda
parte de mi propuesta, relacionada con el debilitamiento de la
institucionalidad, no se tomó en cuenta. Y es aquí donde viene a
colación la pregunta de Carlos Alberto Montaner: ¿cómo se puede acelerar
una transición a la democracia?
Al parecer, habría que ir a los extremos: levantar de plano el
embargo o implementarlo de una buena vez con todo el rigor —como no se
ha hecho hasta ahora― a menos que estemos dispuestos a dar la batalla en
el término medio sin desnaturalizar el embargo. Esto último es justo lo
que yo propongo.
El embargo como antinomia
El tema del embargo es un desafío a la inteligencia. Al final uno no
sabe si al Gobierno cubano le conviene o no el llamado bloqueo. En
efecto, la asfixia económica podría resultar perjudicial para la clase
política gobernante, pero el hecho es que aún se respira en Cuba. El
contacto y la colaboración irían a engrosar las arcas del régimen, pero
pudieran resultar beneficiosos en términos de pérdida del control
totalitario y avances de las libertades fundamentales si la práctica
masiva de créditos e inversiones pudiera sortear el control estatal.
Estamos ante lo que Kant llamara una antinomia, figura lógica en la
que resultan válidas tanto la tesis como la antítesis. ¿Cómo habrán
sembrado los Castro tal confusión entre sus opositores? Intentemos
examinar el dilema.
El régimen se siente a gusto en situaciones de miseria generalizada
(y, de ser posible, de amenaza exterior) donde es más efectivo y
funcionan mejor sus estructuras verticales de ordeno y mando. Pero ello
es solo la mitad de la verdad y, por consiguiente, tal situación no
justifica el fin del embargo. No hay que apresurarse a extraer
conclusiones precipitadas, pues la antítesis también es verdadera: si se
flexibiliza el embargo el régimen supera la peor asfixia económica que
haya experimentado en medio siglo y el momento más crítico con sus
líderes históricos ya al pie de la tumba.
Nunca antes las condiciones habían sido tan propicias para que el
embargo se hiciera sentir en toda su potencialidad. En aquellos años
gloriosos para el régimen, cuando la Isla exportaba revoluciones bajo el
amparo de una potencia extranjera, la palabra bloqueo desapareció del
imaginario social del cubano. No fue hasta la llamada perestroika que se
retomó, para ser reverdecida justo cuando Chávez y su bolivariana
Venezuela comenzaron a dar síntomas de deterioro irreversible.
La vía de una superabundancia de inversiones de capital foráneo puede
ser tentadora, pero poco realista. Mientras la clase política
castrocomunista (incluyendo a la postcomunista) esté en el poder, esto
no sucederá. Menos aún puede establecerse una relación directamente
proporcional entre capitales y libertades para el caso cubano. Lo más
probable es que las libertades sigan secuestradas también en condiciones
de prosperidad económica.
Así, los Castro quieren que EEUU flexibilice el embargo y esto es una
buena razón para que el Gobierno norteamericano no lo haga. Mas, ¿por
qué si el régimen brega mejor en situaciones de ruina (comunismo de
guerra) se afana en la flexibilización del embargo? ¿No es esto una
contradicción? Para los Castro no lo es. La clave hay que buscarla en la
palabra control.
Lo que le está vedado al Gobierno norteamericano —aparentemente por
ser un gesto antidemocrático― lo harán los Castro, a saber: controlar el
intercambio Cuba-EEUU. El punto está en el control del término medio:
una inversión dosificada, fiscalizada por la cúpula gobernante,
centralizada y distribuida de tal manera que redunde en su propia
supervivencia y no en la expansión de la sociedad civil.
El Mariel es solo la punta del iceberg: zonas cerradas, aisladas de
la vida del cubano de a pie y de la sociedad civil, que puedan
permanecer bajo el control de la aristocracia partidista. Allí se les
podrá brindar a los inversores toda la garantía jurídica que necesiten y
sin duda sacarán buenos dividendos, mientras la mayoría indigente
observa desde las gradas. De ese modo, cuando los 40 firmantes de la
carta a Obama se percaten del error cometido, el régimen habrá acumulado
oxígeno para 50 años más.
Quien crea que la flexibilización del embargo significará en Cuba una
avalancha de capitales y libertades se equivoca de plano. No hay que
perder de vista que estamos tratando con militares. Las tácticas y las
estrategias están trazadas, ellos no improvisan. Al menos desde los
Lineamientos, los Castro se vienen preparando para controlar el país en
condiciones de postcomunismo. El intercambio será capitalizado por ellos
y redirigido a sus objetivos totalitarios de contención de la sociedad
civil y de las libertades fundamentales. La ansiada respuesta a la
pregunta de si realmente el Gobierno cubano quiere o no el levantamiento
del embargo es esta: quiere la flexibilización, pero no el
levantamiento. De ahí la ambigüedad de la posición del régimen.
En resumen, no se puede caer en la trampa de fomentar el
cuentapropismo haciendo abstracción del resto de la sociedad civil,
sobre todo de los sectores contestatarios (excluidos a perpetuidad de
las Zonas Especiales de Desarrollo Económico que acogerán a los futuros
inversores). No se olvide que en la Cuba actual los "emprendedores" más
exitosos son los familiares y allegados de los empresarios estatales, de
la camarilla militar y de la cúpula partidista.
Mi opinión es que esos 40 firmantes de la carta, sin una liberación
de las ataduras políticas ―no precisamente de las económicas― que
mantienen constreñida a la sociedad civil, estarían negociando no con
emprendedores, reales o imaginarios, sino con transmutados militantes
del partido único.
De manera que hay que dar la batalla del punto medio sin
desnaturalizar el embargo, lo que se traduce en implementar (recrudecer,
según la terminología castrista) el embargo en la misma medida que se
potencia al máximo posible el contacto y el intercambio con todos los
proyectos independientes de la sociedad civil, de los que no se excluye
el cuentapropismo, pero tampoco se prioriza. La prioridad aquí es la
libertad, no el capital. Si los cuentapropistas luchan por un sindicato
independiente, entonces serán bienvenidos. Esta fue y seguirá siendo mi
posición.
¿Flexibilizar el embargo? Los Castro ríen para sus adentros.