Güicho Crónico
Ante semejantes especímenes habría bastado una mínima dosis de sensibilidad para que los marinos del norte recordasen las andrajosas tropas de George Washington, aunque lo más probable es que sólo se creyeran en una especie de safari militar.
Tras la rendición de Santiago de Cuba, el comandante del cuerpo expedicionario americano, William Shafter –impetuoso y necio como el general gringo promedio desde Custer hasta MacArthur–, prohibió la entrada de los cubanos en la ciudad y mantuvo a las autoridades españolas en sus cargos. Eso dio lugar a la famosa queja epistolar del general cubano Calixto García.
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Circula el rumor que, por lo absurdo, no es digno de crédito general, de que la orden de impedir a mi Ejército la entrada en Santiago de Cuba ha obedecido al temor de la venganza y represalias contra los españoles. Permítame Ud. que proteste contra la más ligera sombra de semejante pensamiento, porque no somos un pueblo salvaje que desconoce los principios de la guerra civilizada: formamos un ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el ejército de vuestros antepasados en su guerra noble por la independencia de los Estados Unidos de América; pero, a semejanza de los héroes de Saratoga y de Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la cobardía.
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Tras esa carta García renunció patéticamente a su mando. En su lugar el difunto Antonio Maceo habría ordenado entrar en Santiago.
Pero nada de eso había sucedido cuando se tomaron estas fotografías que muestran los primeros marines cubanos, mucho antes de que diversos exiliados sirvieran formalmente en la infantería de marina estadounidense.