cubanalisis
Armando
Navarro Vega
A Padilla le esperaban unos tres años de paranoicos encuentros y
desencuentros con amigos y enemigos, de sobresaltos muy bien
calculados por los asustadores profesionales. Se hizo visible
creyendo que quizás eso le salvaría de la prisión anónima, siguió
hablando y escribiendo. Pensó, como afirmara Jorge Edwards,
[1] que la
izquierda no comunista le iba a defender. Pero no tenía salvación.
El 20 de marzo de 1971 fue detenido de madrugada en su casa, junto a su
esposa y también poetisa Belkis Cuza Malé, ambos acusados de llevar
a cabo “actividades subversivas”. A principios de abril comenzó a
circular una “Carta al Gobierno Cubano” supuestamente escrita por
Padilla, en la cual se autoinculpaba de manera descarnada y
vergonzosa de traicionar a la revolución.
En cualquier país occidental, y más aún si se tratara de un intelectual
de izquierda, semejante documento despertaría de manera inmediata
una enorme repulsa avalada por la certeza en cuanto a los métodos
que seguramente se habrían utilizado para arrancar esa confesión.
Pero la Cuba de Fidel Castro seguía fuera de toda sospecha para sus
amigos.
En vísperas del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de
finales de abril de 1971, se montó un clásico juicio estalinista en
las dependencias de la UNEAC contra Heberto Padilla. Uno de los
miembros del jurado que le otorgó el premio en 1968 y testigo
presencial de los hechos, Manuel Díaz Martínez,
[2] recuerda los prolegómenos del caso:
Poco después de la
aparición de la célebre carta, con la que el castrismo vejó nuestra
inteligencia de manera impía, Padilla fue puesto en libertad y me
pidió que fuera enseguida a su casa. Me dijo que esa noche iba a
celebrarse un acto en la UNEAC en el que él se haría una autocrítica
-que resultó una memorizada ampliación de la carta- y en el que la
Seguridad me daría, como a otros escritores que él debía mencionar (Belkis
Cuza Malé, Pablo Armando Fernández, César López, José Yánez,
Norberto Fuentes, Virgilio Piñera y Lezama) la oportunidad de
“reafirmarme” como revolucionario reconociendo en público mis
“errores”. Entendí que se nos pedía un sacrificio político para
exonerar a la revolución de las acusaciones que le llovían desde el
exterior por el caso Padilla.
Esta es la versión taquigráfica de la autocrítica que protagonizó
Heberto Padilla en aquella reunión, reproducida por César
Hildebrandt como parte de un artículo titulado “Stalin en Cuba”,
publicado por el Diario La Primera, de Perú, el sábado 5 de
septiembre de 2009:
“Desde anoche, a las doce y
media, la dirección de la Revolución me puso en libertad y me ha
dado la oportunidad de dirigirme a mis amigos y compañeros sobre una
serie de aspectos... Ustedes saben que, desde el pasado 20 de marzo,
yo estaba detenido por la seguridad del Estado... por
contrarrevolucionario... Esa acusación estaba fundamentada por una
serie de actitudes, por una serie de críticas... No, no, no.
Críticas no es una palabra adecuada a mi actitud, sino por una serie
de injurias y difamaciones a la Revolución que constituyen y
constituirán siempre mi vergüenza... Yo, bajo el disfraz de un
escritor rebelde, lo único que hacía era ocultar mi desafecto a la
Revolución... Se me dirá que eran críticas privadas, que eran
críticas personales, que eran opiniones, pero eso para mí no tiene
importancia... Porque no podía ser que se mantuviera esa duplicidad,
que en público yo me manifestase como un vulgar
contrarrevolucionario objetivo... Esos fueron mis errores, de los
que yo he hablado durante este mes en la seguridad del Estado… Yo
asumí posiciones y, además, lo que es peor, llevé esas posiciones al
terreno de la poesía… Ustedes saben que me estoy refiriendo a “Fuera
de juego”… ¿Ustedes piensan, si pueden leer este libro, que es un
libro revolucionario?... Ese libro está lleno de amargura, está
lleno de pesimismo... Ese libro expresa un desencanto... Yo he
tenido muchos días para discutir esos temas, y los compañeros de la
seguridad del Estado no son Policías elementales, son gente muy
inteligente, mucho más inteligente que yo ... Y así me fui separando
de mis amigos Fernández Retamar, Lisandro Otero, Edmundo Desnoes,
Ambrosio Fornet, para citar sólo algunos... Después, ¿quiénes fueron
mis amigos? Periodistas extranjeros que venían a Cuba, como K. S.
Karol. ¿Y qué buscaban esos periodistas? ¿Venían a admirar la
grandeza de la Revolución? No. Ellos buscaban al desafecto Heberto
Padilla, al resentido marginal... Ellos sabían el juego en que yo
estaba, me halagaban, me entrevistaban, hacían de mí semblanzas
adorables, y yo me beneficiaba con este juego, mi nombre estaba en
circulación… Yo me consideraba un intocable típico, como esos
escritores en los países socialistas que escriben libros, los
publican clandestinamente fuera de su país y se convierten en
intocables, en hombres que el Estado no puede tocar... Y no digamos
las veces que he sido injusto e ingrato con Fidel, de lo cual nunca
realmente me cansaré de arrepentirme... Estoy convencido de que
muchos de los que yo veo aquí delante de mí, mientras yo he estado
hablando, se han sentido consternados de cuánto se parecen sus
actitudes a mis actitudes; de cuánto se parece mi vida, la vida que
yo he llevado, a la vida que ellos llevan; de cuánto se parecen mis
defectos a los suyos, mis opiniones a las suyas... Y estoy seguro de
que, al oír estas palabras ahora dichas por mí, pensarán que con
igual razón la Revolución no puede seguir tolerando esa situación de
conspiración venenosa de todos los grupitos desafectos de las zonas
intelectuales y artísticas... Porque si yo mencionara, por ejemplo,
ahora, a mi propia mujer, Belkis, que tanto ha sufrido con todo
esto, y le dijese, como le podría decir, cuánto grado de amargura,
de desafecto y de resentimiento ella ha acumulado inexplicablemente
durante estos años, ella sería incapaz de ponerse de pie y
desmentirme. Porque ella sabe que yo estoy diciendo la verdad… Y lo
mismo podría decir de un amigo entrañable, que tantas cosas
positivas ha hecho por la Revolución en otros momentos, pero que
últimamente se ha mostrado amargado, desafecto y
contrarrevolucionario, como es Pablo Armando Fernández. Y yo sé que
Pablo Armando, qué está aquí, sería incapaz de levantarse y
desmentirme, porque Pablo Armando sabe que muchas veces hemos
hablado de estos temas... Y lo mismo, compañeros, podría decir de
otro querido amigo como es César López, a quien yo admiro y respeto.
César López ha hecho conmigo análisis derrotistas, análisis
negativos de la Revolución. ¡Qué va a pararse César a contradecirme!
Se pondría de pie para decirme que tengo la razón. (César López dice
algo ininteligible.) Sí, César, ahí está. Y me alegra que lo hayas
dicho, César, tú sabes que tengo la razón... Lo mismo que digo de
César lo puedo decir de muchos otros amigos en quienes pensaba,
porque en seguridad del Estado tuve muchos días para pensar, porque
los días son largos en un mes... Por ejemplo, yo pensaba en cuánto
se diferencia la poesía de aquel formidable José Yanes de hace dos
años, de ese Yanes que reaparece con una poesía indigna de su época,
una poesía derrotista, una poesía parecida a la de César, parecida a
la mía, por la misma línea enferma... Yo pensaba en Yanes y yo
decía: qué lástima no poder ir ahora y decirle: ¿Tú no te das
cuenta, Yanes? ¿Tú no comprendes que la Revolución a ti te lo ha
dado todo? Y yo decía: Sí, sí, sí, se va a dar cuenta. Y yo pensaba:
Si yo dijera esto en público, Yanes diría: ‘Sí, tienes razón,
chico...’ Y yo pensaba en otro joven, en un joven de talento
excepcional, un joven al que quiero mucho, en Norberto Fuentes, al
que acabo de ver hace un momento... Porque yo sentía, allí donde
estaba, cuánta diferencia había entre los cuentos apasionados y
llenos de cariño de Norberto por los combatientes revolucionarios, y
las opiniones que él y yo habíamos compartido. El, que había vivido
tan estrechamente unido a la seguridad del Estado. El, en quien la
seguridad del Estado había depositado una confianza absoluta...
Pensaba, sin embargo, que, no sé, la Revolución había construido una
especie de maquinaria contra él, contra nosotros, para devorarnos. Y
yo recuerdo que justamente estuvimos un día antes de mi detención
juntos, hablando siempre sobre temas en que la seguridad aparecía
como la gente que nos iba a devorar... Compañeros, la Revolución no
podía tolerar esta situación, yo lo comprendo. Yo, por ejemplo,
pensaba, recordaba a Manuel Díaz Martínez, y yo decía: ¿Cómo es
posible que Manuel, a quien tanto admiro, se dé a este tipo de
actitud desafecta, triste, amargada? Yo sé, yo estoy convencido de
que tampoco Manolo sería capaz de contradecirme. Yo sé que puedo
mencionar a José Lezama Lima. Los juicios de Lezama Lima no han sido
siempre justos con la Revolución. Y todos estos juicios, compañeros,
todas estas actitudes y estas actividades a que yo me refiero, son
muy conocidas, y además muy conocidas en seguridad del Estado. Yo no
estoy dando noticias aquí a nadie, y mucho menos a seguridad del
Estado. Yo pensaba en todos estos compañeros en esa celda, que no
era una celda precisamente sombría... como me había dicho el
compañero Buzzi, a quien no veo por aquí ¿Está aquí? Ah, si. Allí
está el compañero Buzzi. Yo no vi aquella atmósfera que él me
decía... Compañeros, yo tengo que ser sincero para terminar eso. Yo
tengo que decirles que llegué a la conclusión, pensando en el sector
de nuestra cultura, que si hay un sector políticamente a la zaga de
la Revolución, es el sector de la cultura y del arte. Nosotros no
hemos estado a la altura de esta Revolución... Es increíble los
diálogos que yo he tenido con los compañeros de seguridad del
Estado... quienes ni siquiera me han interrogado, porque ésa ha sido
una larga e inteligente y brillante y fabulosa forma de persuasión
conmigo. Me han hecho ver claramente cada uno de mis errores. Y por
eso yo he visto cómo la seguridad no era el organismo férreo; el
organismo cerrado que mi febril imaginación muchas veces imaginó y
muchísimas veces infamó, sino un grupo de compañeros esforzadísimos
que trabajan día y noche para asegurar momentos como éste, para
asegurar generosidades como éstas, comprensiones casi
injustificables como ésta: que a un hombre como yo se le dé la
oportunidad de que rectifique radicalmente su vida, como quiere
rectificarla”.
La confesión de Padilla fue tan descarada y despampanantemente abyecta,
que suscita pocas dudas acerca de la intención del poeta de
convertirla en una denuncia.
Pero el régimen también logró sus objetivos internos y externos.
Internamente dejó claro a los intelectuales cubanos y a cualquiera
que pretendiera poner en cuestión a la revolución, que no habría
espacio público o privado (ni siquiera una conversación íntima) que
no estuviese controlado, advirtiendo sin tapujos cuáles serían las
consecuencias.
Externamente, además de enviarle un mensaje similar a los “servidores de
conveniencia” y a la pléyade de tontos útiles que merodean por ahí,
fue el pretexto para distanciarse de las tendencias eurocomunistas y
de la nueva izquierda norteamericana, para romper con la
intelectualidad crítica con el socialismo real y con la URSS en
particular, en momentos en que se reconstruía la relación con el
campo socialista.
Solo entonces un grupo de intelectuales extranjeros pareció percatarse
de la verdadera naturaleza del espectáculo escenificado. Mario
Vargas Llosa, que aún militaba en la izquierda visceral, escribió
una carta abierta a Fidel Castro que firmaron decenas de
personalidades, y que reproduzco a continuación:
París, 20 de mayo de 1971
Comandante Fidel Castro
Primer ministro del
gobierno revolucionario de Cuba:
Creemos un deber
comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto
de confesión que ha firmado Heberto Padilla solo puede haberse
obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la
justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha
confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes,
así como el acto celebrado en la UNEAC en el cual el propio Padilla
y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo
Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de
autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época del
estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con
la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día de
la Revolución cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser
humano y en su lucha por la liberación, lo exhortamos a evitar a
Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema
represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del
que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que
están ocurriendo en Cuba. El desprecio a la dignidad humana que
supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores
traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino
porque cualquier compañero cubano –campesino, obrero, técnico o
intelectual- pueda ser también víctima de una violencia y una
humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución cubana volviera
a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro
del socialismo.
Atentamente,
Claribel Alegría, Fernando
Benítez, Simone de Beauvoir, Jacques-Laurent Bost, José María
Castellet, Italo Calvino, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger
Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger,
Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean-Michell Fossey,
Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Jaime Gil de Biedma, Ángel
González, Adriano González León, André Gortz, Juan Goytisolo, José
Agustín Goytisolo, Luis Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Monti
Johnstone, Mervin Jones, Monique Lange, Michel Leiris, Lucio Magri,
Joyce Mansour, Dacia Maraini, Juan Marsé, Dionys Mascolo, Plinio
Mendoza, Istvam Meszaris, Ray Milibac, Carlos Monsiváis, Marco
Antonio Montes de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, Pier Paolo
Pasolini, José Emilio Pachecho, Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul
Rebeyroles, Alain Resnais, José Revueltas, Vicente Rojo, Rossana
Rossanda, Claude Roy, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean-Paul
Sartre, Jorge Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo
Tornabuoni, José Miguel Ullán, José Ángel Valente, Mario Vargas
Llosa.
Aún en medio de la crítica más vehemente al “estalinismo” que rezuma la
reunión de la UNEAC, la denuncia de la que se supone portadora la
carta se matiza, se convierte en una severa reprimenda si se quiere,
no exenta de cariño y añoranza por una revolución “… que nos
parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por la
liberación”. Se condena el estalinismo, pero el “fidelismo” no
está en cuestión. Es más, solo Fidel puede desfacer el entuerto y
castigar a los culpables de tales excesos.
La represión que pone en evidencia el juicio a Padilla no es, según la
misiva, un rasgo esencial del sistema cubano, sino un “error” (otra
excepción) que adquiere una connotación circunstancial en tanto hay
una esperanza de rectificación cuando se dice: “Quisiéramos que
la Revolución cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo
considerarla un modelo dentro del socialismo”.
¿A qué modelo se refiere? ¿Al de los “fusilamientos express” de Raúl
Castro en Santiago de Cuba, o del Che Guevara en la fortaleza de La
Cabaña? ¿Al de los cien mil detenidos y confinados en los estadios
deportivos en 1961? ¿Al que concibió la “masacre preventiva” de
miles de presos políticos en el Presidio Modelo de Isla de Pinos,
que hubiese tenido lugar si aquel territorio hubiese sido invadido?
¿Al de los cientos de miles de exiliados?
Se ofrece el perdón de los pecados por anticipado si hay un acto de
contrición, se otorga permiso para seguir anulando civil y
humanamente, desterrando, encarcelando y fusilando por delitos de
conciencia y opinión, siempre que exista al menos formalmente un
juicio discreto y con cierta dignidad que permita cubrir las
apariencias. Algo así como “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Pero la respuesta de Fidel Castro no deja dudas en cuanto a que las
condenas o absoluciones en materia de progresía las administra Él,
Supremo Hacedor de revoluciones antiimperialistas.
Ya no son los tiempos en que los intelectuales y artistas eran
calificados como “trabajadores intelectuales” (que) “enarbolaron
el nombre del Che en Europa, los que levantaron y enaltecieron su
ejemplo… los que se movilizaron, pintaron letreros y organizaron
actos… (los que) en Estados Unidos enarbolaron la bandera de
la lucha contra la salvaje agresión a Viet Nam, (o que
brindaron) un apoyo cada vez mayor al movimiento negro en Estados
Unidos”.
[3]
Sin el concurso de la URSS el Comandante no puede dar cumplimiento a su
sueño imperial. El capitalismo parece naufragar por enésima vez en
medio de una grave crisis que solo afecta de soslayo al campo
socialista.
En el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y
Cultura, pronunciado en el teatro de la Central de Trabajadores de
Cuba el 30 de abril de 1971, Fidel Castro destaca “la cooperación
y el apoyo de los países socialistas y muy especialmente de la Unión
Soviética”, y proclama su satisfacción de contar con la
presencia de una delegación presidida por el Presidente del GOSPLAN
[4] el
“compañero
(Nikolai) Baibakov (que)… en estos días ha estado
discutiendo planes de cooperación económica con Cuba, esencialmente
las formas de nuevos desarrollos de renglones básicos de nuestra
economía como, por ejemplo, la electricidad… la industria textil,
también con el propósito de duplicar nuestras capacidades en los
próximos cinco años, de la industria de pulpa y de papel, de la
minería, de la mecanización de la caña, de los talleres automotrices
y otros programas en estudio”.
Maquinaria y fusiles contra lienzos y cuartillas siempre sospechosas.
Regreso a la ortodoxia soviética para salvar al fidelismo. La
educación y la cultura al servicio del dogma sin tapujos ni paños
calientes.
Llegó la hora por fin de ajustar cuentas con una intelectualidad
afrancesada y amanerada que Fidel Castro desprecia profundamente,
que se cree con autoridad para juzgarlo, cuyo compromiso con la
revolución antiimperialista tiene mucho de pose, y de cuya fidelidad
desconfía con razón porque sabe que tiene el pernicioso hábito de
pensar, muy poco apropiado para el sometimiento ciego a la
obediencia. Así se refirió a ella en el mismo discurso:
“… como se acordó por el
Congreso, ¿concursitos aquí para venir a hacer el papel de jueces?
¡No! ¡Para hacer el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios
de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad!
(APLAUSOS.) y para volver a recibir un premio, en concurso nacional
o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de
verdad, poeta de verdad (APLAUSOS) revolucionario de verdad. Eso
está claro. Y más claro que el agua. Y las revistas y concursos, no
aptos para farsantes. Y tendrán cabida los escritores
revolucionarios, esos que desde París ellos desprecian, porque los
miran como unos aprendices, como unos pobrecitos y unos infelices
que no tienen fama internacional. Y esos señores buscan la fama,
aunque sea la peor fama; pero siempre tratan, desde luego, si fuera
posible, la mejor.
Tendrán cabida ahora aquí,
y sin contemplación de ninguna clase, ni vacilaciones, ni medias
tintas, ni paños calientes, tendrán cabida únicamente los
revolucionarios.
Ya saben, señores
intelectuales burgueses y libelistas burgueses y agentes de la CIA y
de las inteligencias del imperialismo, es decir, de los servicios de
inteligencia, de espionaje del imperialismo: En Cuba no tendrán
entrada, ¡no tendrán entrada!... ¡Cerrada la entrada indefinidamente
(APLAUSOS), por tiempo indefinido y por tiempo infinito!... en este
mar tempestuoso de la historia, se hundirán
[5] también sus ratas intelectuales.
En un esfuerzo por normalizar el postcastrismo, el régimen
intenta en sus postrimerías “recuperar” a los escritores y artistas
represaliados, insiliados o exiliados (y ahora además escarnecidos)
entre los cuales están Lezama y Piñera.
[6]
Cabrera Infante ha sido redescubierto en 2010, utilizando
oportunistamente su muerte ocurrida el 21 febrero de 2005, en un
ensayo titulado Sobre los pasos del cronista,
[7] de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, e incluso una
editorial, “El Puente”, ha sido rescatada del olvido después de ser
clausurada en 1965 y calificada por Jesús Díaz en aquellos momentos
como “un fenómeno política y estéticamente erróneo” desde La
Gaceta de Cuba, revista de la UNEAC.
Ya puestos, deberían de ir añadiendo estatuas a la de John Lennon
[8] (un maquiavélico “tributo” del Comandante) expuesta
en el parque situado en la calle 17 entre 6 y 8, en la barriada del
Vedado, y nombrar al grupo escultórico de manera apropiada y
sugerente “El Salón de la Infamia de la Revolución Cubana”.
El interregno comprendido entre el Primer Congreso Nacional de Educación
y Cultura de Abril de 1971, y la creación del Ministerio de Cultura
el 8 de diciembre de 1976 (dirigido por Armando Hart Dávalos hasta
1997) es llamado ahora eufemísticamente por el régimen como el
“Quinquenio Gris”, denominación debida a la inspiración de uno de
sus intelectuales orgánicos, Ambrosio Fornet, según el cual “la
herencia del marxismo escolástico” se coló de rondón de la mano
de unos “funcionarios dogmáticos” que llegaron a usurpar por
un tiempo “el principio rector de la política cultural de la
revolución” (refiriéndose nada menos que a las “Palabras a los
intelectuales” de Fidel Castro) y que fueron los únicos responsables
de las purgas, de la parametrización, de la homofobia, “… de
(las) exclusiones y marginaciones, convirtiendo el campo
intelectual en un páramo (por lo menos para los portadores del virus
del diversionismo ideológico y para los jóvenes proclives a la
extravagancia, es decir, aficionados a las melenas, los Beatles y
los pantalones ajustados, así como a los Evangelios y los
escapularios).
[9]
Según el relato oficial, los funcionarios Luis Pavón (entonces
presidente del Consejo Nacional de Cultura) Jorge “Papito” Serguera
(presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión) y Armando
Quesada (funcionario encargado de la sección de Teatro de la UNEAC)
ejercieron de manera dogmática y extremista su funciones durante ese
período (conocido también como el “pavonato”) siendo los únicos
responsables del daño infligido a la cultura y a los intelectuales
represaliados.
Abel Prieto, Ministro de Cultura desde 1997, afirma en una entrevista
concedida a Arturo García Hernández en Febrero de 2007 y publicada
en el portal de la UNEAC que
“…hoy la dirección de este
país ve muy críticamente esa etapa, por suerte breve, donde nos
apartamos de la política cultural que la Revolución inauguró en 1961
y en la que se invitaba a unirse en la obra cultural a los artistas
y escritores de todas las tendencias, de todas las generaciones;
católicos, comunistas, incluso no revolucionarios pero que fueran
honestos".
Esta entrevista tiene lugar en el marco de una “polémica” (de la que
nadie se enteró en Cuba fuera de los participantes directos, salvo
por la publicación posterior de una “misteriosa” declaración de la
UNEAC) suscitada por la “aparición” de Pavón, Serguera y Quesada en
la Televisión Cubana entre diciembre de 2006 y enero de 2007,
iniciada sospechosamente a través del cruce de correos electrónicos
entre un grupo de intelectuales afines al régimen (de ahí el acceso
a Internet) que impugnaron la presencia en televisión de los
“monstruos estalinistas”, a los que se unieron algunos rescatados
del ostracismo (e incluso premiados recientemente), algún que otro
exponente del “exilio de terciopelo” (de los que entran y salen del
país y reivindican su condición de revolucionarios desde las
entrañas del capitalismo salvaje, mientras lo “consumen” a placer),
algún despistado que creyó de buena fe que “se estaban abriendo
puertas”, y también algunos que intervinieron para desenmascarar la
operación cosmética que se escondía detrás de la puesta en escena de
la “denuncia”. Hasta el Vicario de La Habana, Monseñor Carlos Manuel
de Céspedes y García-Menocal puso su granito de arena.
Si alguien quiere conocer las pautas oficiales de la cultura y la
educación en Cuba aplicadas por los “acusados”, dictadas por la
máxima dirección de la revolución, glosadas y aplaudidas por los
ilustrísimos comisarios que permanecen a buen recaudo en el panteón
de los intocables (José Antonio Portuondo, Roberto Fernández
Retamar, Lisandro Otero, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier o la
mismísima Haydee Santamaría), solo tiene que leer la Declaración del
Primer Congreso de Educación y Cultura publicada en la Revista Casa
de las Américas, Año 11, número 65-66, Marzo–Junio de 1971, páginas
4 a la 19. He aquí algunos fragmentos que demuestran que Pavón,
Serguera y Quesada fueron simples ejecutores de la política oficial:
·
“…
resultan condenables e inadmisibles aquellas tendencias que se basan
en un criterio de libertinaje con la finalidad de enmascarar el
veneno contrarrevolucionario de obras que conspiran contra la
ideología revolucionaria…”
·
“… que en
la selección de los trabajadores de las instituciones supra
estructurales tales como universidades, medios masivos de
comunicación, instituciones literarias, artísticas, etc., se tomen
en cuenta sus condiciones políticas e ideológicas, ya que su labor
influye directamente en la aplicación de la política cultural de la
revolución”.
·
“Los
medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de
falsos intelectuales que pretenden convertir el snobismo, la
extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales en
expresiones del arte revolucionario… los homosexuales en los
organismos culturales son un problema… no deben tener relación
directa con la formación de la juventud desde actividades artísticas
o culturales… no deben representar a la revolución en el
extranjero…”
·
“La
cultura, como la educación, no es ni puede ser apolítica ni
imparcial… El apoliticismo no es más que un punto de vista
vergonzante y reaccionario en la concepción y expresión culturales…”
·
“El arte
es un arma de la revolución… un instrumento contra la penetración
del enemigo… La formación ideológica de los jóvenes escritores y
artistas es una tarea de máxima importancia… educarlos en el
marxismo leninismo, pertrecharlos de las ideas de la revolución…”
Las exclusiones, marginaciones y “extravagancias” están aquí claramente
tipificadas, no necesitan ser reinterpretadas por Pavón, Serguera o
Quesada.
La posterior institucionalización del país y los sucesivos Congresos del
Partido (en particular sus tesis y resoluciones en materia cultural
y educativa, al alcance de cualquiera en Internet) convierten por
decreto a la cultura y a la educación en un búnker ideologizante, en
el que cualquier cosa que se aparte del credo oficial es demonizado
e identificado como “diversionismo ideológico”. Los intelectuales,
los artistas y los educadores son funcionarios al servicio de la
doctrina oficial, cualquiera que esta sea en cada momento.
La reducción temporal de la represión ideológica y de la pauperización
cultural a un supuesto “Quinquenio Gris” regido por burócratas
estalinistas, es otro ejemplo del uso y abuso de la
“excepcionalidad” de Cuba, en este caso enmarcada en la última gran
batalla que está librando actualmente el régimen para satisfacer una
de las más caras aspiraciones del Comandante en Jefe: lograr la
legitimidad histórica, la absolución irrevocable de la Historia.
Los actuales gerifaltes de la cultura y sus corifeos, aplicados con
ejemplar dedicación a la tarea de reescribir la historia, intentan
borrar cualquier nexo de unión entre un pasado que pesa como una
losa sobre la vida de millones de personas, y un presente
continuista en transición hacia un futuro muy incierto. Ambrosio
Fornet concluye así su citada ponencia:
“A veces, hablando ante
públicos extranjeros sobre nuestro movimiento literario, encuentro
personas -hombres por lo general- que insisten en preguntarme
únicamente sobre hechos ocurridos hace treinta o cuarenta años, como
si después del «caso Padilla» o la salida de Arenas por Mariel no
hubiera ocurrido nada en nuestro medio. A ese tipo de curiosos los
llamo Filósofos del Tiempo Detenido o Egiptólogos de la Revolución
Cubana. Pero al evocar el Quinquenio Gris siento que estamos metidos
de cabeza en algo que no sólo atañe al presente sino que nos
proyecta con fuerza al futuro, aunque sólo sea por aquello que dijo
Santayana de que «quienes no conocen la historia están condenados a
repetirla». Ese peligro es, justamente, lo que estamos tratando de
conjurar aquí.”
Señor Fornet, no se trata del tiempo transcurrido; no es solo el interés
de algunos hombres (como usted mismo enfatiza con evidente
intencionalidad y extrema finura entre guiones) por la antropología
y la arqueología política.
La represión en Cuba no es historia antigua. Hoy, ya en la segunda
década del siglo XXI, el régimen que usted defiende sigue deteniendo
y encarcelando personas por intentar dar a conocer públicamente su
opinión, y por informar acerca de lo que ocurre en la isla.
La discrepancia política sigue estando penalizada, y usted lo sabe
porque forma parte del mecanismo triturador.
Se trata, señor Fornet, de los efectos y consecuencias devastadoras que
ha tenido y tiene sobre la cultura cubana y sobre cuatro
generaciones de cubanos, el dogma universal impuesto y aún vigente:
“Contra la revolución, ningún derecho”.
Los escritores y artistas proscritos nos perdieron a nosotros, su
público natural, y nosotros los perdimos a ellos. Hace unos días
hablaba con un amigo y compañero de estudios de la Universidad,
residente en Canadá desde hace unos años, y le recordaba que la
primera vez que leí “Tres Tristes Tigres” de Guillermo Cabrera
Infante, fue gracias a que él me prestó un ejemplar (solo por un
día) que venía camuflado bajo una cubierta de “Verde Olivo”, la
revista trimestral fundada el 10 abril de 1959 con el objetivo de “satisfacer
la demanda del trabajo político ideológico en las Fuerzas Armadas
Revolucionarias”.
En cualquier caso, señor Fornet, créame que le comprendo cuando afirma
sentir “que está metido de cabeza en algo que no solo atañe al
presente, sino que le proyecta con fuerza al futuro”.
Lo que usted está sintiendo es el gélido aliento del cambio en su nuca
(descuide, la cosa va lenta) el miedo de pasar a ser yunque en vez
de martillo, represaliado en vez de represor, víctima en lugar de
victimario. Lo que pretende conjurar es el peligro de que alguien se
empeñe en repetir, ahora en su contra, la infamia que usted apoyó y
ayudó a perpetrar durante decenios.
No ha existido un quinquenio gris. Habría que multiplicar por diez ese
espacio temporal. En realidad se trata de más de medio siglo de
ejercicio continuado de la intolerancia elevada a la categoría de
principio, cuya coartada sigue siendo “la defensa de la revolución
frente a la agresión imperialista en cualquiera de sus
manifestaciones”.
Prueba de ello son las declaraciones de Mariela Castro Espín, hija de
Raúl y sobrina de Fidel Castro, y de Fernando Rojas, Viceministro de
Cultura, en unas entrevistas concedidas a Radio Netherland Worlwide
el 24 de Octubre de 2010, realizadas por José Zepeda y Win Jansen, y
cuyo tema se centró en la ausencia de la libertad de expresión en la
isla, emitidas en video por la Publicación Digital Diario de Cuba.
A continuación transcribo literalmente las entrevistas. En el caso de
Mariela siento una mezcla de compasión y de vergüenza ajena por sus
declaraciones. Las de Rojas son un evidente ejercicio de cinismo.
Las palabras de ambos son el mejor argumento en su contra:
Mariela Castro,
Directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) e hija
de Raúl Castro.
“Bueno, en Cuba como en
todas partes del mundo, los medios de comunicación respon… son
estatales y responden a la política estatal.
Entonces… yo… aquí… a mi me
llama la atención que siempre se dice no que si en Cuba no hay
libertad de expresión, usted sabe que Cuba como es un modelo… eh…
rebelde, un modelo de sociedad rebelde… eh…siempre somos atacados.
Siempre se distorsiona nuestra historia y nuestra realidad para que
no sirva de referente a ningún otro pueblo que… desobediente.
Somos un pueblo
desobediente del poder, eso nos pone en el rincón con el cucuruchito
castigados, siempre estamos castigados. Pero la verdad que
preferimos ser libres aunque sea a pesar del castigo, que estar
sometidos.
Entonces… eh… siempre se
nos dice que en Cuba no hay libertad de expresión, yo siempre le he
dicho a todo el mundo que quién calla a las cubanas y los cubanos.
Nosotros decimos lo que pensamos, y lo decimos en diferentes
espacios, y eso… no pasa nada, hay blogueros que dicen una cantidad
de mentiras, blogueros que tienen incluso funciones de mercenarios
porque reciben de gobiernos que… hostiles a Cuba, eso en el mundo
entero es penalizado. Total no le vamos a dar tanta importancia,
porque no determinan sobre la realidad cubana, ni tampoco hablan de
la realidad cubana sino de lo que necesitan inventar para justificar
su salario.
Ahora…eh… libertad de
expresión yo siempre aseguro que siempre hay en Cuba… ¡Ah!... la
libertad de prensa no existe ni en Cuba ni en ninguna parte, la
libertad de prensa está… muy condicionada a las circunstancias
políticas y de… equilibrio o no equilibrio, es decir, si Radio
Netherland que es u… un espacio libre de comunicación se le
ocurriera hacer propaganda para cambiar el sistema político
holandés, estoy segura que su libertad de prensa… tendría su fin… y
eso pasa en todas partes”.
Fernando Rojas,
Viceministro de Cultura
“El estado cubano tiene la
obligación de defender a sus ciudadanos, y por lo tanto nosotros
tenemos que tomar determinadas medidas en el sentido de que un acto
directo contra la revolución no sea un acto que se pueda defender
tranquilamente, porque significaría un acto contra la seguridad.
Ahora, repito, eso no es
una limitación al pensamiento, en mi opinión, ni es tampoco una
limitación a la libertad.
Al mismo tiempo, nosotros
pensamos que ese tipo de exclusión, un tipo de exclusión sin duda,
yo creo que hay que reconocerlo, es un tipo de exclusión
absolutamente minoritario, o sea, abarca apenas a unas decenas, si
quieres unos centenares de personas, no tiene nada que ver con su
pensamiento, ni tiene nada que ver con su vida física, porque todas
esas personas están en libertad… Todas esas personas disfrutan de
los mismos beneficios sociales que disfrutamos los demás cubanos…
van al médico gratuitamente… reciben la cuota de alimentos, pequeña
pero es la misma pequeña que recibimos todos… reciben los beneficios
educacionales ellos y sus familias, o sea son personas que están
perfectamente libres, por lo tanto no es una limitación a su
libertad, no es un limitación a su pensamiento.
Ahora, si en medio de las
carencias que tenemos nosotros tenemos que publicar un libro,
nosotros no vamos a publicar un libro que habla contra la revolución
directamente, y estoy refiriéndome concretamente a cuestiones que
van mucho más allá del arte y la literatura… nosotros incluso
decimos, la exclusión tiene que ver solo con los que son
incorregiblemente contrarrevolucionarios (la frase es de Fidel
Castro)… ¿Qué quiere decir la exclusión tiene que ver solo con,
entre comillas, los que son incorregiblemente
contrarrevolucionarios? Que presumimos la posibilidad de corrección…
o sea, que esa misma persona puede rectificar, esa misma persona
puede pensar de otra manera, esa misma persona puede ser
convencida, a nadie se le obliga a pensar de una manera o de
otra, fíjate que digo convencida.
[10]
Y en lo que al arte y la
literatura se refiere… nosotros no ponemos ninguna limitación en
términos de estética para producir ningún tipo de obra… qué quiero
decir con esto… que una obra artística o una obra literaria lograda,
que no es lo mismo que un artículo de prensa, puede incluso
simbólicamente ser tan crítica como cuestionarse determinadas cosas
de la revolución… y esa obra es publicada o exhibida si es un obra
de arte… o exhibida en la pantalla si es cine como tu has visto.
El cine cubano es muy
crítico, la literatura cubana es muy crítica… Fresa y Chocolate,
la gran película que debes haber visto, está inspirada en un cuento
que es más duro que la película que se llama El lobo, el Bosque y
el Hombre Nuevo, primero fue el cuento y después la película, y
ese cuento se publica, se lee, se estudia en nuestras universidades…
no tenemos ningún empacho en incentivar la crítica, en promoverla,
en discutirla.
¡Ah! Nosotros tenemos que
defender la revolución de la agresión, tenemos que defender la
revolución de personas que actúan con dinero percibido de agencias
federales norteamericanas… y efectivamente no hay que publicar un
libelo de esas personas, lo cual no significa ninguna limitación a
su capacidad de pensar, o a su capacidad de relacionarse con otros
ciudadanos”.
Solo un par de apostillas. La primera, válida para ambas entrevistas, es
una cita de Rosa Luxemburgo: la libertad siempre ha sido y es la
libertad para aquellos que piensen diferente.
La segunda: “convencer” en Cuba (en la jerga del régimen hacer
trabajo político-ideológico) está más próximo a sentidos y
significados tales como “meter en cintura”, “meter en razón”, “meter
en la cabeza”, “reducir a razón”. La razón allí es la verdad
revelada por el líder, pero si esta no fuese suficiente, siempre se
podrá recurrir a una emoción tan básica como el miedo como elemento
de persuasión.
Para el incorregible, para el que se niega a entrar en razón, para el
recalcitrante, para el reincidente, para el incurable solo hay un
camino posible: la exclusión hasta de la memoria. Un discurso
claramente amenazante y esencialmente totalitario.
Si este libro se publica algún día, será seguramente con mi dinero. En
este sentido quisiera formularle una pregunta al señor Rojas. Si yo
financiara una tirada mínima de ejemplares para Cuba (con mis
propios y muy escasos recursos, ante notario) renunciando a
cualquier retribución económica derivada de su posible venta allí
¿usted estaría dispuesto a facilitar de algún modo su distribución
en la isla, de manera que mis paisanos decidieran libremente si vale
o no la pena comprarlo (eso si, en moneda nacional) al margen de sus
evidentes carencias?
¿Les concedería a ellos la posibilidad de conocer lo que piensa otro
cubano, esté o no equivocado, y de juzgar hasta qué punto comparten
sus puntos de vista? ¿Por qué no deja que sea el propio lector el
que decida si estas líneas tienen o no un carácter
incorregiblemente contrarrevolucionario, considerando la
posibilidad de que existan otras acepciones y significados del
vocablo “revolución”?
A lo mejor se sorprende, y el contrarrevolucionario en opinión de
algunos acaba siendo usted.