Juan Benemelis/ Cubanálisis-El Think-Tank
Solamente puede compararse el actual horizonte de protestas y violencia generalizada en el mundo islámico con los que aconteció durante el desplome del imperio otomano luego de la Primera Guerra Mundial, o con el proceso de descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En la primera Guerra del Golfo Occidente apoyó una monarquía autoritaria y corrupta, que pese a los compromisos contraídos nunca hizo esfuerzo por entronizar la democracia, sino todo lo contrario: en los votos posteriores denegó el derecho de tal ejercicio a las mujeres. Hay que tener en cuenta que el auge del fundamentalismo islámico tuvo lugar cuando comenzó a desaparecer la izquierda laica nacionalista en los países musulmanes, sobre todo a partir de las victorias militares de Israel ante Egipto, Siria, Jordania y el Líbano.
Los desheredados y marginales bereberes y el petróleo resultan las claves de toda la crisis del África del Norte. Los bereberes resultan la población mayoritaria del Magreb, excluida del poder, salvo en Libia, y extorsionada por una minoría “árabe”. En Marruecos llegan al 60%, en Argelia al 40%, y en el resto resultan minorías importantes.
Desde el 2008 la región del Magreb enfrentaba fuertes protestas populares, que si bien no recibían la atención mediática internacional, eran suficientes para colegir que se estaba gestando una explosión política y social.
Las crisis en el área están marcadas por las del petróleo, como las crisis de 1973, de 1979, y la guerra de Irak. Uno de los indicadores de la actual es el alza de los precios del petróleo, producto del crack financiero de 2009, y la consecuente alza en el precio de los alimentos y la inflación.
Ejemplo de ello fueron las últimas elecciones iraníes, donde la aspiración popular buscaba la libertad y la justicia. Tan simples objetivos desataron fuerzas capaces de la transformación social, pero al final, desgraciadamente, las fuerzas islamistas se adueñaron del control político.
Las crisis de Túnez, Egipto, Argelia y Yemen se desatan por los elevados precios de los alimentos, especialmente los granos y harina, producto de la crisis financiera de 2008, que cuadruplicó los mismos. Las diferencias en cada país han estado marcadas por el grado de represión y resistencia desatados por los gobiernos. En Túnez, Egipto, Argelia y Libia, el conflicto adquirió relieve internacional, involucrando a Europa y Estados Unidos.
Existe un patrón de estas revueltas sociales, cambios en las condiciones de vida y la ruptura total de la tradición dictatorial de sus gobiernos.
Hay que analizar los efectos que ese cambio del orden social del mundo islámico tendrá en el mapa político y económico mundial. Lejos de lo que la prensa internacional enarbola, el motivo fundamental de estos movimientos no es la “democracia” tipo occidental. Algunas de las revueltas son producto de intereses tribales, y de las disputas por determinar la sucesión al poder.
Hasta ahora, en ninguno de los actuales países en crisis gobiernan teocracias islamitas. Las actuales revoluciones tunecina, egipcia, libia, yemenita, bahrení o siria, establecen como prioridad para los nuevos gobiernos, y para aquellos que buscan sobrevivir, el mejorar la situación económica de la población.
En las revoluciones de Túnez, Egipto, Libia y Yemen llama la atención la ausencia del fundamentalismo religioso en plano rector. Las sublevaciones se han dirigido contra el régimen opresivo y corrupto, por solucionar la pobreza y exigir libertad y esperanza económica, aunque es cierto que se han dirigido contra Estados que proclamaban el nacionalismo laico de izquierda.
No existe una excepción en todos los países del orbe islámico donde el régimen no sea represivo y corrupto, incluso Afganistán, donde el gobierno de Karzai se destaca por la narco-corrupción. En todos ellos existe un elevado porcentaje de desempleo, sobre todo de la juventud. La apuesta más general es que veremos ciertas reformas de carácter liberal, así como una reacción fundamentalista.
Sin dudas, hasta ahora no estamos contemplando movimientos con un poder político organizado que llene el vacío de los que abandonan las riendas del Estado. Pero existe un plano de legitimidad en las demandas sociales, y muchos desean una transición democrática en la zona; el peligro resulta el caso de Argelia hace una década, cuando las elecciones auténticamente libres otorgaron la victoria a los fundamentalistas islámicos.
Otra de las sospechas es: ¿a quién beneficia este tipo de situación en el mercado del petróleo? Donde las protestas afecten los intereses del petróleo, la reacción tanto del régimen en el poder como de Occidente es más extrema, como ha sucedido en Libia, y puede suceder en Omán. La preocupación internacional y del área parece ser evitar que estos conflictos se extiendan a países petroleros claves para Europa, como Argelia y Arabia Saudita.
El gran temor de que la fiebre conflictual abrace a Arabia Saudita resulta el petróleo; la desestabilización del reino wahabita, el controlador y compensador internacional de los precios petroleros, podría significar una crisis de alcance mundial, que profundizaría el actual panorama económico en los países consumidores. Es a todas luces posible que el comportamiento internacional no sea del todo inquisitivo con los sauditas, los cuales poseen las llaves de los precios del petróleo.
Pero el futuro no es agradable ante el crecimiento demográfico de la región y el impacto de los precios energéticos que afectan los de todos los productos de consumo mundial, y en consecuencia al orden político y de seguridad, pues la era del petróleo barato concluyó en esta década.
La situación en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria, Argelia y Omán puede desembocar en muy diversas opciones políticas, aunque es difícil el establecimiento de la opción democrática y la eliminación de los partidos islámicos.
Es difícil determinar que la nueva dirigencia de estos países continúe colaborando contra el terrorismo, que se integren a las instituciones internacionales y que inicien el respeto a los derechos básicos humanos, incluyendo a la mujer.
La crisis del Medio Oriente ha evidenciado un cambio estructural del orden internacional, por el cual la influencia de Europa y Estados Unidos, que venían ejerciendo desde la Segunda Guerra Mundial, evidentemente ha mermado en esa área, pues el único argumento válido por el cual se mueven estas potencias es el de la “seguridad”. Ya los tiempos en que Inglaterra, Francia o Estados Unidos podían delinear el mapa político y los cambios en la región han desaparecido.
Podríamos decir que esta desarticulación geo-política de la influencia de Europa y Estados Unidos en los bazares y calles árabes tiene consecuencias hoy imprevisibles. Con el cambio en Túnez, en Egipto y los próximos en Libia y Yemen, Estados Unidos va perdiendo aliados en el mundo islámico. Uno de los elementos llamativos es que Turquía ya no se encuentra dentro de la esfera de influencia norteamericana. Aunque Turquía no se halla en buenas con Irán, los sucesores de Mubarak tendrán que buscar el apoyo de Ankara, alejándose así de sus anteriores aliados.
Ante el tsunami de los bazares, el sirio Bashir el Assad promete reformas burocráticas; el argelino Buteflika suspende de un tirón el Estado de Emergencia; el general sudanés Bashir jura que no se postulará en los próximos comicios; el rey jordano Abdulá opina que es tiempo para instaurar una monarquía constitucional; mientras el moro Mohamed VI se halla enfrascado en brindar una nueva Constitución y darle poder a su primer ministro.
La pérdida del Egipto de Mubarak, estado cliente financiero y militar de Estados Unidos en el Medio Oriente, merma sustancialmente el poder de negociación de Washington en esa área. Mientras el Irán de los ayatolas no sólo sigue imperturbable, sino que su influencia va en ascenso.
Al igual que el ejército turco, el ejercito egipcio es el verdadero actor tras bambalinas; derrocó al monarca Farouk, engrandeció a Gamal Abdul Nasser, eligió a Anwar el Sadat, escogió a Hosni Mubarak, y hace pocos días lo sacó del poder e instaló un nuevo general.
Para nadie es un secreto que la defenestración del régimen iraquí de Saddam Hussein removió al enemigo natural de Teherán y permitió la expansión política de Irán en el área: el actual régimen iraquí sólo espera la salida norteamericana para entrar de lleno en la esfera de influencia iraní.
Uno de los elementos inquietantes es que tanto en Europa como en el Medio Oriente se ha acrecentado el ataque contra las comunidades judías y contra Israel.
En Túnez, los eternos rivales del Medio Oriente, tanto los fundamentalistas islamistas como la izquierda radical nacionalista, quedaron excluidos.
La “revolución popular” de Túnez obligó a salir al exilio al autócrata Zine El Abidine Ben Ali el 14 de enero del presente. Este acontecimiento precipitó las manifestaciones en Egipto y Argelia.
En Argelia se precipitaron los acontecimientos después de los levantamientos egipcios, con multitudinarias manifestaciones que pedían el cese del estado de emergencia vigente desde 1992 que prohíbe las protestas, y la expulsión del presidente Abdelaziz Bouteflika, que ha estado en el poder desde 1999. Pero en Argelia ronda el fantasma de la violencia brutal de los extremistas islámicos en la década del noventa, la cual dejó un saldo de 200,000 muertos.
Argelia es quizás el lugar donde exista una mayor conciencia del hecho democrático, y es uno de los pedidos más fuertes que se hace desde la calle.
Pero a diferencia del resto de los levantamientos del orbe islámico, los de Argel estuvieron organizados por una entidad política: la Coordinación para el Cambio Democrático en Argelia, donde militan los grupos de derechos humanos, activistas, sindicalistas, abogados y demás. Entre las figuras más sobresalientes del movimiento anti-gubernamental ha estado Said Sadi, un demócrata, presidente del partido opositor Reunión por la Cultura y la Democracia (RCD), y el tenebroso islamista Ali Belhadj, del ilegalizado Frente Islámico de Salvación (FIS).
Ante la opción de reformas o pérdida del poder los anquilosados regímenes del área ven con asombro como sus iguales en Túnez, Egipto, Libia y Yemen no lograron superar y controlar el movimiento de protesta popular. El monarca absoluto Mohamed VI, de Marruecos, en una medida preventiva, anunció varias reformas, entre ellas una descentralización de su poder personal y un referendo, algo que la oposición venia exigiendo.
Mohamed VI consolidaría la responsabilidad gubernativa del primer ministro, una figura decorativa hasta el momento; y apuntó que tal cargo seria ocupado por elección entre los partidos políticos que integran la Cámara de Representantes. En cuanto al referendo, del cual saldría una “Carta Magna”, Mohamed VI señalo que ello consolidaría el Estado de Derecho, ampliaría el campo de las libertades individuales y colectivas, así como el fortalecimiento del sistema de derechos humanos.
Tanto en el caso egipcio, como en el de Túnez, lo que llama la atención es que la explosión popular no se haya producido con anterioridad. Egipto entra en barrena producto del alza de los precios de los alimentos, el desempleo y la corrupción de un régimen que no estaba produciendo soluciones a las dificultades. Ello radicalizó a los jóvenes, desestabilizando al país.
Recordemos las enormes huelgas de diciembre del 2006 en Egipto, los motines del 2008 en Túnez, y que en Egipto aupó a muchos sectores de la población a manifestarse abiertamente contra el mandatario Hosni Mubarak.
Lo que salvó por algún tiempo a Mubarak fue su inserción en el epicentro de la lucha contra el terrorismo en el Medio Oriente, lo que le permitió reprimir masivamente sin que ello llamase la atención. Cuando Mubarak recibió el apoyo público de Israel y lanzó al Ejército contra los manifestantes, su estancia en el poder era cuestión de poco tiempo.
El Egipto de Hosni Mubarak resultaba la piedra angular de Occidente hacia todo el Medio Oriente, acaso el aliado islámico más sólido de Estados Unidos en la región, no solo por su balanceado apoyo a Israel, sino por su laicismo anti ortodoxo.
El ejército egipcio, conjuntamente con los órganos de la seguridad, se las agenciaron para mantener el poder, aunque todo indica que tendrán que realizar ajustes en su política exterior pro-occidental y entrar en negociaciones con la Hermandad Musulmana.
El estallido en Túnez, a mediados de enero, coincidió con la subida de US $105 el barril. Y el aceleramiento de esta subida en marzo, tiene como contraparte la violencia en Libia, que se halla escindida entre seguidores y opositores a Kadafi.
Pero en Libia la situación es altamente compleja; allí se entrecruzan el tribalismo donde el factor berebere es preponderante; un tipo de islam que a muchos no les parece muy ortodoxo; el rol del petróleo y la dependencia italo-francesa de estos hidrocarburos.
El consorcio italiano ENI consolidó su presencia en Libia cuando suscribió en 2008 un convenio billonario que le concedía el monopolio del gas y el petróleo libio hasta el año 2047. Asimismo, Italia resulta el mercado esencial libio, absorbiendo un 32 porciento de sus exportaciones. De ahí se comprende el papel de Italia y de Silvio Berlusconi en toda esta crisis.
Muamar El Kadafi es un berebere que cuenta con el apoyo irrestricto de las tribus bereberes, sobre todo de la confederación Warfala, con un millón de habitantes y cercana a Trípoli. Con el apoyo del ejército y la Seguridad había decretado la transferencia del poder a su hijo Seif el Islam, el cual ha comparecido varias veces por televisión durante esta crisis, apoyando una actitud de “línea dura” y rechazando la negociación. Sus promesas de inaugurar un debate nacional y una nueva Constitución no tuvieron eco en los rebeldes.
La represión y escalada militar de Kadafi contra los centros urbanos del este líbio provocó la intervención militar euroamericana. No podemos dejar de señalar la importancia que para Europa ha tenido la paralización de la producción petrolera de Libia, que se ha reflejado en el mercado internacional en una burbuja de precios, insostenible a largo plazo.
Debido a que gran parte del ejército permanece fiel a Kadafi, estamos en presencia de una guerra civil, con el peligro de una escisión territorial acompañada de ciclos de violencia estilo Yugoslavia, pues el país está compuesto de tribus, y no existen partidos políticos u organizaciones civiles. El dilema estriba en que una escisión territorial plantearía el diferendo en torno a los pozos de petróleo y la distribución de los ingresos.
La situación de Kadafi es crítica, cercado internacionalmente, debilitado militarmente, y afrontando deserciones de altos militares, como la del general Abdul Nafa Musa, que se sublevó y amenazó con invadir a Trípoli. Los rebeldes están reorganizándose y reclutando fuerzas para un asalto al resto de Libia. Sin dudas, las temibles fuerzas de seguridad y los mercenarios reclutados hasta ahora han mantenido a raya cualquier intento en Trípoli.
La crisis ha golpeado también al sultanato de Omán, uno de los más prósperos de la región, aunque sufriendo un alto desempleo. El régimen del sultán Qabús lleva 40 años en el poder, y se ha destacado por una política de Estado de bienestar con respecto a la educación y a la salud pública, buscando amortiguar el escandaloso desnivel entre la clase noble y el resto de la población. Las manifestaciones de protesta se han enfocado, hasta ahora, contra la corrupción, y por pedir trabajo y aumento de las prestaciones sociales, pero la policía del sultán ha reaccionado violentamente
Irak también se inquieta con pequeñas manifestaciones que han sido disueltas por las fuerzas de seguridad, sobre todo en el Kurdistán. En Sudán, el ostentoso general Omar el Bashir, tratando de aplacar a los manifestantes, anunció que no aspirará en las próximas elecciones presidenciales, añadiendo que ello no se debía en ningún modo a una reacción ante la ola de protestas en el mundo árabe.
Bahréin, bajo las riendas de una minoría sunita a horcajadas sobre una mayoría chiita, resulta un polvorín alrededor de las bases de la colosal V Flota Naval norteamericana.
En Bahréin, los miles de manifestantes que se concentraron en la capital fueron contenidos, y los esfuerzos por un diálogo entre la dinastía gobernante del sunita Al Jalifa y la oposición chiíta no han progresado.
La crisis de Bahréin, de llegar a un punto culminante, podría resultar la más compleja y de mayor impacto, por estar emplazada frente a Irán, al lado del resto de los Estados del Golfo, y detrás de Arabia Saudita. De ahí que los sauditas estén apuntalando con brigadas de infantería y tanques a la actual monarquía del rey Hamad, que se debate por que la olla de presión no estalle.
Las fuerzas represivas, descansando en las tropas comandadas por el Consejo de Cooperación del Golfo, están reprimiendo violentamente a toda manifestación popular.
La suerte del príncipe heredero Salman está en el aire, y con presteza se ha dedicado a abrir prisiones y prometer reformas constitucionales. Lo que si es imposible que Bahréin, al igual que el resto de los Estados del Golfo, deseche la monarquía, escogiendo un presidente o un primer ministro. El clan real saudita no lo permite.
Por su parte, el iraní Mahmud Admadineyad, deseoso de hacerse sentir, muestra su desagrado ante la represión contra la población chiita, en especial por el arresto de los líderes opositores encabezados por Hassan Mushaima e Ibrahim Sharif.
Irán tampoco ha estado exento de disturbios, aunque los fundamentalistas han desplegado una rápida represión tratando de acallar a los opositores y evitando revueltas populares.
Las calles de Teherán están patrulladas por dispositivos de seguridad que reaccionan con prontitud ante cualquier atisbo de protesta. Incluso la hija del ex presidente Rafsanjani, que en las elecciones del 2009 apoyó la candidatura de Mir Husein Musavi, ha sido encarcelada.
La monarquía de Arabia Saudita se había acostumbrado a debilitar aquellas fuerzas que le eran opositoras en los países vecinos, promoviendo guerras como las del Yemen, donde apoyaba a los tribeños zaiditas del norte yemenita contra la revolución nasserista del general Mohammed Salal, como las guerras de Irak-Irán, y en ocasión de la invasión de Saddam Hussein al Kuwait, cuando propició la participación militar de Estados Unidos contra el poder militar del Irak de entonces.
La romántica revuelta árabe de Lawrence y McMahon que dio al traste con los otomanos nació de la actual Arabia Saudita; de allí también salió el fundamentalismo wahabita que se ha ramificado en la Hermandad Musulmana, en HizbAllah, en Hamás, en Al Qaeda, en los talibanes.
De allí sale la porción petrolera clave del planeta; allí se determinan los precios del hidrocarburo y el destino de los consumidores occidentales; allí están los recintos sagrados, sin los cuales el Islam dejaría de existir; y, necesariamente, toda esta crisis que sacude el Medio Oriente, mas tarde o más temprano concluirá, y se determinara precisamente allí, en los confines de la Arabia Saudita.
Hasta hace pocos meses, los sauditas desarrollaban una guerra silenciosa contra los tribeños yemenitas zaiditas, arrinconados en el agreste sur de su reino. El choque ha tenido visos religiosos, pues los wahabitas sauditas han estado incómodos con los chiitas zaiditas del norte de Yemen. Estos chiitas, que en la década del sesenta derrotaron a los nacionalistas yemenitas apoyados por Nasser, en la actualidad resultan el elemento explosivo, tanto para Yemen como para Arabia Saudita.
Así, lo que resultaba una pieza de juego, el millón de yemenitas en territorio saudita, se ha transformado en el terror de la monarquía de los Saud.
Los acontecimientos en Yemen tiene repercusión en el reino de la Kaaba, pues su vecino es un país económicamente fracasado; enfrentado al separatismo del sur con centro en Adén, a una guerra confesional en el norte llevada a cabo por los tribeños zaiditas, y a una actividad interna creciente de la organización al-Qaeda en los arenales del Rub al Khali.