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Luis Henrique Ball
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Tras la intensa propaganda, Cuba no es hoy más que un país en ruinas (Flickr) |
Los medios "venden" un producto inexistente para el consumo de ingenuos
En los tiempos que siguieron a la caída del Muro de Berlín, varios
medios en Estados Unidos publicaron artículos en los que se referían a
Alemania Oriental como “la más avanzada de las economías de Europa del
Este”, alardeando del brillante futuro de este país en la era
post-comunista. Nos contaban que este país poseía “industrias avanzadas”
en el sector de la óptica, y una fuerza de trabajo altamente
productiva. Casi enseguida quedó claro que los autores de estos
artículos habían creído ingenuamente en las mentiras difundidas por la
tan aclamada maquina propagandística de la Alemania comunista.
Las
diferencias con la realidad eran patentes. Las fábricas de
Alemania Oriental eran solo útiles para ser usadas como chatarra
para alimentar a los modernos hornos de fundición de los gigantes
industriales de Alemania Occidental, como Krupp o Thyssen. El
avance tecnológico en Alemania Oriental era nulo; la infraestructura del
país era comparable con la de una nación empobrecida del tercer mundo;
la contaminación en las ciudades era aterradora; y la campiña se había
convertido en un gigantesco vertedero de residuos peligrosos.
Veinticinco
años más tarde, Alemania Oriental continúa siendo más pobre que la
parte occidental del país, en la cual nunca se vivió bajo el comunismo.
Probablemente tome otros 25 años revertir completamente los daños
causados por décadas de Gobierno de una camarilla mafiosa, asesina y
totalitaria.
Uno
se pregunta cómo estos pretendidos profesionales de las noticias, que
fueron enviados por sus publicaciones a cubrir aquella parte del
mundo, pudieron estar tan ciegos y tan equivocados. Sin duda, algunos
elogiaron al supuesto paraíso en Alemania Oriental siguiendo un guión
cuidadoso y bien pensado, diseñado para esconder sus verdaderas
inclinaciones políticas. Otros fueron evidentemente engañados al ignorar
un hecho bien conocido entre quienes han vivido bajo un Estado
policial: nadie se anima a decir la verdad.
Los
reporteros honestos y bienintencionados creían verdaderamente en lo que
les decía “el hombre de la calle”, quien siempre tenía elogios para con
su país, aunque, en su interior, sabía lo que en realidad pasaba. Años
viviendo bajo el yugo de la policía secreta de Alemania Oriental, la
infame Stasi, inculcaron en todos el miedo a contar la verdad,
particularmente a un extranjero. “La primera víctima del comunismo es la verdad”, dijo alguna vez con precisión Vaclav Havel, el fallecido héroe y expresidente de la República Checa.
Así, hacen grandes esfuerzos para engañar a cuanta gente sea posible, comenzando por los crédulos periodistas
Leyendo las revistas
Time y
Newsweek ,
hace algunas semanas, me sorprendí al ver el caso de Alemania
Oriental magnificado por un factor de 10. Estos periodistas nos quieren
hacer creer que Cuba es un Paraíso a la espera de ser descubierto. Los
artículos están repletos de citas de cubanos que elogian a su país y
hablan maravillas de los cambios por venir.
Desafortunadamente,
estos mismos artículos olvidan mencionar que la versión cubana de la
Stasi, el temido G2, no ha sido desmantelada; y que, a diferencia
de Alemania en 1989, el régimen del Partido Comunista aún continúa en el
poder. ¿Puede alguien realmente creer en estas declaraciones de
personas citadas por periodistas estadounidenses que visitan la isla?
La
verdad es que Cuba hoy es el país más pobre de América, más pobre que
Haití. Su ingreso per cápita es menor que el de Honduras, el diminuto
país de América Central que sufre una de las tasas de asesinatos más
altas del mundo. Los cubanos hoy estarían sufriendo una hambruna
generalizada si no fuese por los más de US$7.000 millones que el país
recibe cada año de sus aliados en el Gobierno venezolano.
Cuba
no manufactura nada, ni produce nada, excepto puros y pequeñas
cantidades de ron. Su alabada industria azucarera, la más grande del
mundo antes de la toma de poder por los comunistas, ha sido
completamente destruida, al extremo de que Cuba se ha convertido en un
importador neto de azúcar. Ni siquiera hay suficiente azúcar para su
exiguo y racionado consumo interno.
El
feliz turista que llegue a este paraíso promocionado por todos los
grandes medios de Estados Unidos se encontrará con la mayor
concentración de prostitutas del mundo, ya que las mujeres
están obligadas a vender sus cuerpos para vivir una vida mejor y obtener
la tan ansiada moneda dura. No encontrarán jugueterías, supermercados,
ferreterías ni, por supuesto, ninguna joyería.
Que
nada de esto exista no se debe a que Cuba fuese un país
excesivamente atrasado antes de la revolución. Al contrario, en
1958 Cuba tenía más supermercados modernos, en relación con la cantidad
de habitantes, que Estados Unidos, así como también había grandes
tiendas por departamentos; y joyeros mundialmente famosos. Sin embargo,
nada de esto será evidente para el turista.
¡Recuerde, esto no es Berlín luego de la caída del Muro; es Berlín antes de ese acontecimiento!
Como señala la revista
Time en
su guía promocional disfrazada de artículo noticioso, no hay
criminalidad en Cuba, así como no había delincuencia en las calles de
Moscú bajo el dominio de Stalin, o en Berlín durante el Gobierno nazi.
¿No es esa una excelente noticia para el turista? El régimen es tan
eficiente que no existe ningún riesgo para el viajero y la cámara que
lleva.
Quizás a alguno de esos lectores que planean visitar este paraíso caribeño les gustaría saber algo que Time, Newsweek, y el New York Times han
omitido: sus conversaciones telefónicas serán interceptadas, y
posiblemente los filmarán secretamente en sus cuartos de hotel.
¡Recuerde, esto no es Berlín luego de la caída del Muro; es Berlín antes de ese acontecimiento!
Veinte
años atrás, Fidel Castro comenzó a promocionar su isla-prisión entre
los turistas extranjeros. Los canadienses y españoles fueron los
primeros en salir en masa a Cuba. Con el tiempo, sin embargo, se corrió
la voz de que el país no era tan divertido como lo retrataban.
Hoy,
algunos de ellos siguen llegando, pero el auge del turismo que los
Castro esperaban no se ha materializado. Aquellos que visitan Cuba lo
hacen porque es, con distancia, el destino más barato del Caribe.
Aquellos europeos y canadienses que pueden pagar más ignoran Cuba como
destino para sus vacaciones.
Los
Castro están contando con que la enorme población de Estados Unidos y
su importante industria del turismo finalmente les otorgarán los tan
ansiados beneficios económicos. Que una pequeña fracción del turismo
estadounidenses se desvíe a Cuba será como dinero caído del cielo para
la camarilla comunista, y de gran ayuda para que esta pueda retener su
control sobre la isla. Por ello, hacen grandes esfuerzos para engañar a
cuanta gente sea posible, comenzando por los periodistas ingenuos,
muchos de los cuales se enamoraron de la utopía marxista mientras
estudiaban en sus elitistas universidades en Norteamérica.
Por
último, no podemos dejar de mencionar el muy alabado sistema de salud
de Cuba. Este quizás sea el único beneficio que dejará la visita de
muchos estadounidenses a Cuba en el futuro cercano. Cuando los turistas
de Estados Unidos comiencen a romperse los tobillos, tengan
intoxicaciones con comida o sufran una apendicitis mientras están en la
isla, el mito del sistema de salud cubano —producido por una eficiente
maquinaria de propaganda— desaparecerá rápidamente.
Si
un viajero que lea este artículo desea un buen anticipo de lo que puede
esperar encontrar en Cuba, el autor chileno Jorge Edwards ofrece un
retrato acertado. Su libro
Persona Non Grata, escrito
en 1971, cuando aún era un marxista confeso, es todavía uno de los
mejores relatos sobre la vida cotidiana en Cuba, ya que, en realidad,
nada ha cambiado desde entonces.
Traducido por Adam Dubove. Editado por Pedro García Otero.