A Oswaldo Medina le salió caro matar una vaca de su propiedad; fue condenado a tres años y seis meses de cárcel. El sacrificio de ganado vacuno, aunque sea el propio, «sin autorización previa del órgano estatal específicamente facultado para ello», como establece el Código Penal, es un delito severamente castigado en Cuba, con penas de hasta cinco años de prisión. Pero el hambre no tiene licencia en leyes como los jueces que las aplican. Así lo entendió Oswaldo Medina y así lo entienden muchos «guajiros» que se valen de mil tretas para poder comer y vender la carne de sus propias vacas.
Una vez tomada la decisión, Oswaldo Medina sabía lo que tenía que hacer. Esperó pacientemente al lubricán, cogió una de sus vacas, la más flaquita, le decían «Flor de caña» de puro flaca, y la llevó a pastar a la vía del tren. Confiada, «Flor de caña» rumiaba y rumiaba sin saber que se trataba de su última cena, hasta que pasó lo que Oswaldo Medina quería que pasara. Luego, recogió los despojos y se dio un tremendo banquete con los suyos.
Al día siguiente, el «guajiro» fue al centro veterinario de Camagüey y relató compungido que a su imprudente vaquita la había matado el tren. Pero como su explicación no resultó convincente, la autoridad envió peritos al lugar de los hechos, y después de constatar que el cuerpo del delito había desaparecido, le llevaron ante un juez. En su presencia, Oswaldo Medina confesó toda la verdad y nada más que la verdad, que la «libreta» no daba para nada, que tenía mujer y tres hijos, que su madre vivía con él, que su suegra también, que tenía a su cargo a un hermano mutilado de la guerra de Angola, y así, de a poco, logró convencer al magistrado, quien sólo le condenó a tres años y seis meses de cárcel, porque le aplicó el agravante de sacrificio de ganado sin fines especulativos.
Castigo a la víctima del robo
En Cuba hay muchos Oswaldo Medina y muchas «Flor de caña» que mueren de manera violenta, arrolladas por el tren, despeñadas, ahogadas..., a pesar de que la ley es severa. Si una vaca muere, el dueño tiene que entregarla a las autoridades. Cuando nace un ternero, hay que inscribirlo antes incluso que a un niño. Si se produce el robo de una vaca, la ley castiga al propietario, al que acusa de complicidad con el ladrón. La muerte «accidental» de una res como «Flor de caña» puede ser considerada como un «sabotaje» a la economía (...).
La mayoría de los cubanos que nacieron después del período especial no han probado nunca un bistec, algo que para sus padres es un recuerdo tan idealizado como el pollo de Carpanta en los tebeos españoles de posguerra. La carne de res, como la llaman en Cuba, es algo inalcanzable que se encuentra en los supermercados con precios en divisas y en los hoteles exclusivos para turistas. Un kilo de carne equivale al salario medio mensual de un cubano, que sólo puede comprarla si dispone de pesos convertibles. En la «bolsa negra» se puede conseguir carne más barata que en las tiendas, pero siempre en moneda fuerte (...).
Las calorías que debería aportar la carne de vacuno no se compensan con otros productos para proporcionar una dieta equilibrada. Y los cubanos se resienten de ello. Su alimentación es escasa e inadecuada, a pesar de vivir en un país especialmente dotado por la naturaleza para producir en abundancia. La revolución no sólo no ha resuelto ese problema sino que lo ha agravado. Desde hace casi 50 años el Gobierno mantiene una cartilla de racionamiento, pero lo sorprendente es que tanto los productos como las cuotas asignadas mensualmente a cada persona han ido disminuyendo de año en año. La Libreta de Control de Venta para Productos Alimenticios, conocida popularmente como «la libreta», se implantó en marzo de 1962 con el objetivo de racionar drásticamente el consumo y establecer un «reparto equitativo de alimentos». Lo que en principio fue una medida provisional, como consecuencia del bloqueo estadounidense, degeneró en hábito (...).
Tras la desaparición de la Unión Soviética, el establecimiento del período especial, «esa tristeza se niega al olvido como la penumbra a la luz», como dice el bolero de Urbano López Montiel, afectó de una manera particularmente especial a la alimentación. La cartilla de racionamiento quedó reducida a la mínima expresión y desaparecieron todos los artículos que se vendían fuera del sistema de subvenciones. Algunos productos fueron sustituidos por sucedáneos, otros se redujeron drásticamente y muchos sencillamente desaparecieron.
«McCastro» vs. McDonalds
La carne de res, que los cubanos llamaban la «novena» porque se vendía por la «libreta», con rigurosa puntualidad, cada nueve días, fue sustituida, es un decir, por subproductos como el lactosoy, cereal a base de soja, o el fricandel, una masa cárnica de misteriosa composición que los hambrientos cubanos comían con grima porque no tenían otra cosa que llevarse a la boca. Pero el «invento» más sonado fue la «MacCastro», como bautizaron popularmente a una especie de hamburguesa «diseñada» por el Centro de Investigaciones de la Industria Alimentaria, que según la propaganda oficial no tenía nada que envidiar a las MacDonald del «imperio».
Los cubanos complementaban esas «exquisiteces» con otras, no menos ingeniosas, primorosamente elaboradas con lo que tenían a mano, como las croquetas de fideos o las hamburguesas que hacían, no con carne, obviamente, sino con cáscaras molidas de toronja o de plátano, que luego rebozaban y freían (...).
Una práctica muy extendida para conseguir las calorías necesarias, es la cría de animales en las viviendas, sobre todo cerdos y gallinas. En una comparecencia en televisión, Fidel Castro se refirió a la cría de cerdos «que en ocasiones se realiza incluso dentro de edificios multifamiliares» y advirtió del peligro que eso suponía para la salud pública. Durante su intervención, el dictador reconoció que el Gobierno no había podido acabar con esa costumbre, ni siquiera en La Habana, a pesar de haberla «limpiado» dos veces. Lo que Castro no dijo es que los porqueros urbanos recurren a un ardid para evitar que los chillidos de los cerdos les delaten. Por 5 dólares, «veterinarios» especializados extirpan las cuerdas bucales de los animales, dejándolos mudos. Es una salida muy a la cubana que todavía se mantiene (...).
Fidel Castro nunca padeció anemia. Según cuenta Claudia Furiati, su biógrafa oficiosa, todos los Castro nacieron con buen peso y mejor salud, porque, en palabras del doctor Strom, que atendió los partos de Lina Ruz, madre de Fidel, ella «tomaba leche pura y fresca en cantidad, hábito que adquirirían, desde los primeros años, también sus hijos, que bebían la primera leche extraída de las vacas».
El comandante nunca perdió esa sana costumbre, que pudo mantener gracias a una granja habilitada para su uso exclusivo en Güines, al sur de la ciudad de La Habana. Es una finca sin nombre, dirigida por personas de absoluta confianza y protegida discretamente por una pequeña guarnición de tropas especiales del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Allí pastan todavía varias docenas de vacas Holstein, de alto rendimiento lechero, adquiridas en Canadá. El área de ordeño tiene aire acondicionado y cuenta con los más sofisticados recursos tecnológicos. Algunos miembros escogidos del Buró Político del Partido Comunista de Cuba se benefician de los generosos regalos del comandante, sobre todo quesos, y una variedad de yogur natural con un ligero sabor a fresas, la especialidad de la «casa».
Claudia Furiati señala en su libro que el comandante siempre fue un gourmet, y a la biógrafa no le falta razón, ni tampoco información, porque su libro, que recibió el «nihil obstat» del propio Castro, tiene datos de primera mano. Y así, revela que algunos de sus platos preferidos son la langosta asada, el bacalao dorado en olla de hierro, un buen bistec de ternera y pilaf a la griega; también los pescados, mariscos y el cordero a la plancha, acompañados de ensaladas diversas.
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