|
Marshall Auerback en Sin Permiso |
no extrana que un pensador avance una propuesta ante la orfandad de los sujetos politicos.
---------------------------------------------
Alexis Jardines
Nuestro punto de unión: la Iglesia invisible.
Y nuestra divisa fundamental: la libertad de pensamiento.
(Carta de Hegel a Schelling)
En el año 1998, cuando Juan Pablo II aun no había abordado el avión
de regreso a la Santa Sede, yo fui testigo de lo siguiente: saliendo de
un edificio situado en Línea e/ 4 y 6 quedé perplejo al ver un camión
del ejército y varios guardias que iban arrancando los posters de su
Santidad, colgados en cada una de las luminarias del separador central
de la avenida. Algún que otro transeúnte y/o vecino se les aproximaba
para reprocharlos tímidamente con un «¿por qué hacen eso?»; otros le
pedían de favor que les regalaran los afiches, ya que los militares
destruían los retratos apenas los retiraban. Los restos paraban todos en
la cama del camión. Y lo que es peor, aquellos soldados ―visiblemente
enfadados― acompañaban sus violentos gestos desmanteladores con
improperios dirigidos contra la figura del Papa. No sé por qué pensé en
ese momento que expresaban el ánimo de Raúl Castro. Me preguntaba cómo
era posible que el hermano de este último hubiera renunciado al uniforme
verde olivo para recibir al Pontífice de traje y tan contento como un
niño, mientras los guardias de las FAR ejecutaban las ofensivas órdenes
de su ministro, a las cuales Fidel no podía estar ajeno. La visita de
Juan Pablo II no fue más que una farsa, como lo será la de Benedictus
XVI.
Para lo único que pudiera servir la próxima visita papal, fuera de
los objetivos personales que persiguen tanto Raúl Castro como Jaime
Ortega, es para que el pueblo haga catarsis gritando a todo pulmón
¡libertad! en plena Plaza de la Revolución, pero tampoco eso sucederá.
Como no tendrá lugar el diálogo entre su Santidad y los disidentes. La
antigua Plaza Cívica se rellenará a tope con la chusma voluntaria,
militantes de la UJC y del PCC, los presionados por las organizaciones
políticas y de masas que no han encontrado una excusa plausible para
ausentarse y, por supuesto, los verdaderos católicos. Se transportará
buena parte de la muchedumbre desde otras provincias, en esas guaguas
escolares amarillas procedentes del “Imperio”. No habrá espacio para el
diálogo con los opositores («grupúsculos contrarrevolucionarios
dirigidos desde el exterior por la mafia anticubana», según la
interpretación a la que habrá de acostumbrarse el Papa durante su
visita).
La otra cara de la moneda es que salvo los fanáticos, los
beneficiados y los convencidos gracias a un déficit neuronal, el resto
de los que allí se reunirán (con uniforme y sin él) no apoyan al
gobierno. En cambio, callarán porque no ven otra opción. ¿Cuál es la
verdadera razón del desamparo de los cubanos de la Isla que ningún Papa
podrá remediar? La pregunta que me hice aquél día de 1998 en la calle
Línea me la sigo haciendo: ¿cómo puedo yo parar este atropello? Tirarme
contra el camión de militares era algo ridículo, pero al cabo de 14 años
al menos tengo parte de la respuesta. Primero, qué ha fallado: el
empalme del pueblo con la oposición y el apoyo exterior al fomento de la
democracia.
El gobierno cubano parece haber tenido más conciencia de ello que el
exilio y que la propia oposición interna. En cuanto a lo primero, se
concentró en aislar y satanizar a los opositores, cosa que resultó
efectiva, ante todo, gracias al dominio estatal de todos los medios de
comunicación (incluyendo aquí los teléfonos celulares y la Internet).
Con respecto a lo segundo la victoria gubernamental fue más fácil aun,
propiciada por el propio exilio. En primer lugar, si un opositor recibe
50 dólares mensuales del exterior, con ello puede malamente alimentarse y
vestirse; en segundo lugar, el dinero recibido no se debe destinar a
esos menesteres, amén de que tal modo de pago deja al beneficiario sin
capacidad de respuesta ante la acusación de mercenario. En tercer lugar,
si los 20 millones liberados cada año por la USAID para el fomento de
la democracia en Cuba se quedan mayormente en Miami ―sin producir los
resultados esperados todos estos años y sin que la propia Agencia al
parecer pretenda advertirlo― no parece haber mucho interés, ni en la
capital del anticastrismo ni en Washington, en la caída del régimen
cubano. Como se ve, las cosas no andan nada bien.
En el interior de la Isla la lucha frontal es necesaria, pero no
suficiente. Para lograr el empalme del pueblo con la oposición hay que
forjar una base de civilidad en la cual el “Pueblo” ―categoría
nacionalista que alcanza su mayor expresión en los contextos
totalitarios― pueda desmembrarse en asociaciones de individuos, mientras
la disidencia se estructura a modo de proyectos independientes,
centrados todos, desde las más diversas perspectivas, en el
debilitamiento institucional. Es decir, la disidencia debe tener como
objetivo no el gobierno sino las instituciones del Estado. De ellas
tiene que nutrirse, de tal modo que los intelectuales y profesionales en
general migren hacia los proyectos independientes, echando ―junto a las
asociaciones antes mencionadas― los cimientos de la sociedad civil que
habrá de acoger a la oposición política. La vía de proporcionar el
financiamiento debe ser transparente y legítima. Que los 20 millones de
la USAID no llegan a la Isla está mal, sin duda. Pero si llegaran, no
habría una base ética y legal sobre la cual plantearse tal ayuda. Ahora
bien, si lo que se fomenta mayormente son los proyectos independientes
de tipo cultural, académico, medioambiental, de género y un largo
etcétera, entonces estamos hablando de algo bien transparente que ocurre
todos los días y en todos los países. Obviamente, se trataría de un
intercambio, no de una manutención (a lo cual el gobierno cubano se ha
acostumbrado desde la era soviética y, al parecer, no quiere renunciar):
el financiamiento debe ser reciprocado con resultados.
Mas en Estado de Sats >>
No hay comentarios:
Publicar un comentario