La mañana del último domingo de agosto murió lejos de su tierra (en Ciudad de México), por complicaciones de un trasplante de riñón, el escritor cubano Eliseo Alberto, quien compartió con Sergio Ramírez el premio Alfaguara de Novela en el año 2000.
Hijo del poeta cubano Eliseo Diego, Eliseo Alberto fue autor de las novelas La fogata roja (1985), Caracol Beach (1998), La eternidad por fin comienza un lunes (1992), La fábula de José (2000) y Esther en alguna parte (2005) y de los ensayos Dos cubalibres y Nadie quiere más a Cuba que yo (2004). A la hora de su partida tenía 59 años.
Caracol Beach, un crónica del desaliento
Eliseo Alberto tenía siete años cuando triunfó la revolución. Su infancia, su adolescencia y una parte de su adultez estuvieron marcadas por el fervor de acontecimientos que cambiaron para siempre el curso de la historia en Cuba, su tierra natal. Hoy es un hombre desilusionado. Escribió el libro Informe contra mí mismo para gritar al mundo su desaliento, y eso le costó su entrada al país. “Cuando un cubano sale de su país, no va al destierro, va a un entierro, porque está obligado a romper para siempre con su pasado y con su futuro y, desde luego, con su presente”.
Caracol Beach, su última aventura literaria, es un libro atormentado y, en su opinión, amoroso, una crónica del desaliento y la desilusión, donde ha replicado a Miami en una ciudad inverosímil, para construir una historia llena de miedos, de silencios, de locura y de muerte. En una trama que propone un cuestionamiento de la realidad cubana, el pasado dictamina el destino de los hombres y nadie está en condiciones de escapar a las circunstancias.
Eliseo Alberto es hijo de Eliseo Diego, integrante del grupo Orígenes y una de las figuras más altas de la literatura cubana, fallecido en el año 1994. Recuerda a su padre con fascinación.
- ¿El libro "Informe contra mí mismo" es una crónica de la desilusión de su generación?
- Puede ser. Es un libro amargo, pero yo creo que también es un libro amoroso. En Cuba, por supuesto, el libro no ha gustado nada en el gobierno, pero sí en la gente. Circula clandestinamente porque es un libro no autorizado. Pero también en Miami me pasan la cuenta. El viejo exilio me considera castro-comunista porque no digo que Fidel se come los niños y porque hablo de gente que para mí son amigos y que son muy importantes, como Silvio Rodríguez, Pablito Milanés, toda esa parte de las ilusiones, del arte en Cuba, de los poetas.
Yo creo que la lejanía tuvo mucho que ver con el nacimiento de ese libro. Yo recuerdo que vivía muy solo en México, con mi hija. Llega mi padre, de pronto que le dan el premio Juan Rulfo, llega mi madre, llega mi familia a México, todos muy alegres por el triunfo de papá. De pronto, muere papá en México en 1994, se vuelve a ir todo el mundo y me vuelvo a quedar solo. Algo pasó.
Me puse a pensar en mis amigos, dónde está fulano, dónde está mengano. Me di cuenta que había una diáspora, todo mundo estaba en órbita, incluido yo mismo, y mi libro es un grito de alguna manera para llamarlos a todos a sentarnos a recordar aquellos años. Lo escribí con dolor, pero al mismo tiempo con alegría. Yo creo que es un libro conciliador. Yo soy responsable de la escritura del libro, pero no de sus lecturas, del grito, no del eco. El eco no es mío; yo sólo pongo el grito. Si hay eco es porque han cerrado por ahí las montañas. Y así es un poco Caracol Beach, que es una novela escrita inmediatamente después del Informe.
Durante todos estos años estamos hablando de que la relación de un cubano con la nación cubana dependía de su posición ante la revolución. No había alternativa. Se era revolucionario o contrarrevolucionario, gusano o compañero, apátrida o patriota. Según te definieras ante la revolución, automáticamente te definías ante la nación. De tal manera que si eras revolucionario eras buen cubano; si eras contrarrevolucionario eras mal cubano. Los que se iban para Miami eran traidores; los que se quedaban en Cuba patriotas. Visto desde allá, los que se iban para Miami eran independentistas, y los que vivían en Cuba eran esclavos. Todo estaba polarizado así.
Yo creo que 40 años después hay un nexo directo con la nación de parte de todos los cubanos, vivan donde vivan. Yo quería, de una manera subliminal si se quiere, tratar ese tema en Cuba.
Un personaje como Beto Milanés –el personaje de Caracol Beach- no se puede decir que sea contrarrevolucionario. Ese muchacho se fue a pelear a Africa. Si hubiera muerto, una escuela cubana hubiera llevado su nombre. Tuvo la desgracia de quedarse vivo y además loco, y fue a dar a esta especie de Miami –Caracol Beach- y se la pasa oyendo a Silvio y a Pablo. En Cuba es un desertor. No es un contrarrevolucionario, por supuesto, pero tampoco es revolucionario porque ya no se puede medir a un personaje como Beto Milanés con esas tablas. Beto Milanés es un cubano que extraña su hija, que extraña su nación, que está totalmente loco, está abrumado por la locura de una guerra que ni siquiera puede recordar, y cree que es responsable de la muerte de sus mejores amigos.
Ese personaje a mí me interesaba muchísimo. Yo los he visto en Miami. Acuérdate que en las guerras de Africa hubo más de 300.000 cubanos, civiles y militares, y muchos están en Miami, miles. Se fueron de balseros, se fueron por Mariel y tienen que esconder eso bajo la piedra porque si dicen en Miami que pelearon en Angola o en Etiopía, se los comen vivos. Son personas que fueron a pelear sin ningún afán de lucro, ni eran mercenarios. Es una aventura muy extraña.
La revolución cubana en un determinado momento fue de una solidaridad extrema No hubo solitario, triste, desamparado, hambriento en este continente que no encontrara en mi país la casa y la comida que los cubanos no teníamos. La revolución cubana fue muy generosa con mucha gente, con Nicaragua, con Angola, a un precio impagable, desde luego. Independientemente de las razones políticas que hubiera detrás de esa actitud solidaria, o de que respondieran a mecanismos de una gran política, lo que yo te puedo asegurar es que el soldado que fue allá, yo mismo, no íbamos nada más que para ayudar.
- ¿La publicación del libro le costó su entrada a Cuba?
- Si. Me hicieron una comunicación oficial informándome que tenía que cambiar toda mi documentación y que no podía regresar a Cuba, por lo menos, en cinco años. Era el plazo del castigo. Sólo puedo volver a los cinco años, como turista siempre y nunca más de diez días. Me han condicionado el retorno a mi casa, a la tierra donde nací. Según me informaron, fue un acuerdo de tres ministerios –Ministerio de Cultura, Ministerio de Relaciones Exteriores y Ministerio del Interior-. A pesar de mi destierro, todas las noches yo voy a Cuba. Anoche fui. Soñando. Me quedé en la playa, ni siquiera entré. Vi las palmeras y me mojé en los aguaceros de anoche. Aunque me prohíban volver, me voy a pasar la vida yendo a Cuba.
La verdadera inmortalidad
- ¿La intelectualidad cubana está hoy más distante del gobierno que ayer?
- Si, sin dudas. Yo creo que hay un fenómeno muy grande en el campo de la literatura, sobre todo, por no hablar del teatro y de las artes plásticas. Estas son las más contestatarias manifestaciones artísticas. Los poetas oficiales, los escritores aprobados, ya esos no existen porque el gobierno no tiene tiempo. Es parte de la cuota de poder que ha perdido.
Yo creo que como nunca antes el campo de la novela está tomando un gran auge. En España, por ejemplo, que es un mercado importante, hay diez, doce, novelas cubanas en la mesa de novedades. Eso nunca había pasado en Cuba. Los músicos, los artistas plásticos, están pintando en el mundo entero. Hay una libertad que se ha ido conquistando, por lo menos, libertad personal. Y también hay que decirlo, han llegado a la cultura dirigentes jóvenes más capaces, como es el caso de Abel Prieto, amigo mío de los años de universidad. Ahora es ministro de Cultura y miembro del Buró Político, que han tenido una política de apertura mucho más liberal.
Los viejos dinosaurios del partido no se dan cuenta de que nada le hizo mejor a la revolución que poner en Cuba una película como Fresa y Chocolate, porque en el mundo entero se empezó a decir: Cuba está cambiando, porque ya se ponen películas como Fresa y Chocolate.
Lo que sí es un hecho es que el intelectual leal, plenamente fiel a la revolución, el intelectual partidista, militante, soldado de esa religión, ya es mínimo. Los jóvenes no creen ni en la madre que los parió. Los jóvenes son naturalmente libres. Se están haciendo cosas importantes, de manera desordenada, como debe ser, porque la cultura ordenada es una porquería. La cultura es un desorden natural y maravilloso. Yo estoy muy orgulloso de lo que está pasando en la cultura cubana en todos sus frentes, hacia el interior de la isla, donde hay muchos escritores que están, como ellos llaman, en el insilio, que es otra manera de exilio, un exilio interior.
También en Miami están pasando cosas tremendas en la cultura porque ha llegado una ola de cubanos, intelectuales, bailarines, pintores, algo que no había pasado nunca en el exilio cubano. Esto es un fenómeno de los años noventa. También estamos nosotros, a los que en Miami nos llaman el exilio de terciopelo, que somos los que vivimos en terceros países o en un exilio de baja intensidad. A nosotros, los que vivimos en México y en España y Alemania y volvemos a Cuba nos dicen que no somos ni gusanos ni compañeros, somos gusañeros.
Yo creo que la literatura y las artes van bien, y creo que el gobierno está muy preocupado por eso. El propio Fidel ha dado muestras de preocupación. La crítica que hizo de la película Guantanamera, que dijo que era contrarrevolucionaria, de la que yo soy el guionista, refleja esa preocupación. A propósito de eso sostuvo un encuentro con los escritores cubanos, y allí parece que pasaron muchas cosas.
La crítica de Fidel Castro a la película Guantanamera creó una distancia muy clara entre los escritores y el gobierno. En el gobierno están muy molestos con los éxitos de los escritores cubanos en el extranjero. Por ejemplo, el premio Alfaguara nunca se ha dicho en Cuba, nunca se publicó la noticia, ni siguiera por Sergio Ramírez, que es amigo de Cuba, y un hombre que yo respeto muchísimo. No mencionan a Sergio, con quien comparto este año el honor del premio Alfaguara de novela, porque me imagino que tendrían que mencionarme a mí.
Qué bien que así sea, porque a mí los gobiernos que apoyan a sus intelectuales se me hacen sospechosos -gobierno y los intelectuales-. Yo creo que no debe haber ninguna relación entre el gobierno y los intelectuales. El escritor tiene que ser un eterno contestatario.
Los regímenes políticos y sus sustentadores no están llamados a perdurar; en cambio las letras y sus representantes sí. Quiero que alguien me diga quién era el secretario de Gobernación cuando mi padre escribió En la Calzada de Jesús del Monte. O quién era el canciller de Cuba o el canciller de México cuando Octavio Paz escribió El Laberinto de la soledad. Nadie se acuerda. Eso los políticos lo tienen que saber, nadie se acuerda del ministro de Educación cuando Alejo Carpentier escribió Los pasos perdidos.
En ese momento el ministro de Educación era más importante que Alejo Carpentier, que era un bobo que andaba por Francia viviendo en los cafecitos, tomando un café al día, y el ministro de Educación salía todos los días en los periódicos con grandes titulares. Pero ¿quién se acuerda de ese ministro? En cambio, todo el mundo se acuerda quién era el loco aquel que andaba tomándose un cafecito por los rincones parisinos, eternamente encorvado sobre un papel.
Por lo tanto, los políticos hacen muy bien en odiar a los intelectuales. Lo digo por los grandes escritores, por mi padre mismo. Era un hombre de una gran humildad, siempre metido allí en su casa, entre sus libros y sus recuerdos, viendo la vida de otra manera.
Pasarán los años y nadie se acordará de muchos de los capítulos que hemos hablado. La historia de la revolución cubana probablemente se cuente en un parrafito así en un diccionario. Pasarán los años y los años, y la revolución cubana se contará en dos líneas. Sin embargo, de generación en generación seguirán leyendo a Eliseo Diego, a Alejo Carpentier, al propio Nicolás Guillén, y nadie se va a acordar si era del gobierno o no. Se va a acordar que Guillén era autor de Sóngoro Cosongo. Los poetas no se mueren, aunque se mueran. La verdadera inmortalidad es la de los poetas.
Más creativo en el dolor
- ¿Hay una apertura en Cuba?
- Ha habido una apertura, no sé si por voluntad o por realidad. Hay un hecho cierto, y es que hoy por hoy el gobierno tiene mucho menos poder que el que tenía hace diez años por las privatizaciones, porque ha tenido que hacer muchas concesiones al capital extranjero, a los españoles, a los mexicanos, a todos los que llegan ahí a invertir. Esas son cuotas de poder que se van perdiendo. Además, el país quebró económicamente y tuvo que abrir espacios, no a la iniciativa privada, pero por lo menos a la iniciativa personal.
A consecuencia de eso surgieron los paladares, los artesanos y el trabajo por cuenta propia. Esas son formas pequeñas de propiedad privada, y la propiedad privada, según Lenin, genera capitalismo. Todos esos son espacios de poder que se van perdiendo. En un país con tantos problemas económicos hay que hacer una selección del poder, es decir dónde vamos a tener el poder y dónde lo vamos a ceder.
Afortunadamente, el campo de la cultura está floreciendo en Cuba. Cuando un país tiene una profunda crisis económica, moral, incluso, ideológica, la cultura florece de una manera espectacular. Cuando las naciones están en mucha bonanza económica la cultura es una porquería. Es muy raro eso, pero es una especie de compensación natural de la vida.
Yo creo que el ser humano es más creativo en el dolor. Es muy difícil escribir desde la felicidad. Y cuando digo dolor no son dolores físicos, que por supuesto, son horribles, como el hambre o la enfermedad. Hablo de los otros dolores que son más difíciles de curar, como la soledad, la tristeza, el desamparo, la desilusión. Un hombre desilusionado tú le ves en la cara el dolor, un hombre sin esperanza es un hombre con mucho dolor. Paradójicamente en esas condiciones aumentan las posibilidades de la creación.
Entonces sí ha habido apertura. Se publican cosas que antes eran insospechadas, por lo menos en espacios pequeños, no muy influyentes, no llegan a los grandes órganos. Los muchachos ya publican sus textos fuera. Antes eso era un delito, motivo de cárcel. Ahora no, porque ya no hay control sobre eso. Tú no le puedes permitir a un español que se compre el Habana Libre, si quiere, y a la vez impedirle al muchacho que mande sus manuscritos a España.
Son cuotas de poder, huecos que se van abriendo en el dique, en el muro, en nuestro pequeñísimo, particularísimo Muro de Berlín. Por ahí el agua poco a poco va abriendo boquetes más grandes, afortunadamente.
Dos grandes sustos
- ¿Cuándo empezó usted a dudar de la revolución?
- Yo tenía siete años cuando triunfó la revolución. De alguna manera viví el arco que va desde la inocencia, el aprendizaje de la vida, la juventud, hasta una profunda desilusión. Para mí hay tres momentos que se cumplen en el ciclo de diez años. Uno fue sobre los años setenta. Yo era un joven de la universidad en aquellos años tan jodidos de la intolerancia, cuando se realizó el Congreso de Educación y Cultura, cuando hubo la persecución a los homosexuales, a los hippies, hubo una castración del pensamiento más liberal de la revolución.
Aquello fue el preámbulo a la decisión de la dirección de la revolución -que a lo mejor la tomó por desesperación- de subir la revolución cubana al convoy del campo socialista. Fue una etapa donde la “invencible” y “entrañable” Unión Soviética se convirtió en una especie de tierra prometida.
Yo tuve dos grandes sustos. Uno fue el capítulo Mariel a principios de los 80. Se abre el puerto de Mariel y hubo una verdadera guerra civil entre los cubanos. Es lo que se llaman los actos de repudio. Gente que decía que quería irse, los vecinos le hacían actos de repudio, le rompían la casa a pedradas, a huevazos, la humillaban. Yo tuve que participar en esas humillaciones desde el bando oficial. Se fueron más de 120 mil cubanos en un mes, y eso dividió la isla de una manera muy dramática.
Mi otro gran estremecimiento moral e ideológico se produjo diez años después. El fusilamiento del general Arnaldo Ochoa. Ese fue el preámbulo de un capítulo que vino después, a principios de los años 90: el de los balseros. La revolución cubana no hizo, por lo menos públicamente, ningún análisis crítico de lo que había sucedido. Se explicó que fue la CIA. Para mí el proceso revolucionario terminó entre Mariel y el fusilamiento del general Ochoa. Se acaban los ideales, se acaba la utopía, se acaban los sueños, que son la materia prima de todas las revoluciones populares. Ya no se sueña despierto en Cuba.
La revolución fue un fracaso en el orden económico. El diseño económico de planificación centralizada y todo lo que sabemos significa un régimen socialista, acabó con Cuba.
Una estupidez y una torpeza
- ¿El bloqueo de los Estados Unidos no jugó un papel en la crisis?
- El bloqueo no sirve más que para justificar la situación de crisis. El bloqueo es una estupidez, una torpeza enorme de los gobiernos norteamericanos, pero no explica la grave crisis económica y moral del país.
Si el gobierno tiene tantas culpas como usted dice, ¿qué mantiene a la población aferrada al régimen? Recuerde que Fidel moviliza aún medio millón de personas en la Plaza de la Revolución
La revolución fue un acto de justicia enorme. Yo pienso que no hay revoluciones eternas, pero sin dudas, la revolución cubana significó para la inmensa mayoría un acto de justicia. La revolución cumplió con esas expectativas de las revoluciones populares. Primero fue una revolución popular. Las revoluciones para mí son acelerones de la historia, se gana el tiempo perdido, se realizan, incluso, proezas de justicia social en el campo de la salud, de la educación, el reparto de las tierras, se gana el tiempo perdido. Esa es la importancia de una revolución. Pero la revolución se perpetúa haciendo su propio contraste.
A la revolución lo mejor que le puede pasar es que se acabe. Cuando yo digo que para mí la revolución cubana se acabó, lo digo con alivio, lo digo con orgullo, incluso. Yo creo que lo que queda de la revolución cubana es contrarrevolución, en el sentido simbólico de la palabra. La cubana es una revolución con un discurso agotado.
Tiene la suerte la revolución cubana de tener un enemigo de una torpeza tremenda. No me refiero sólo a los gobiernos de los Estados Unidos, que en mi opinión han sido extraordinariamente torpes en el caso cubano, sino también el exilio histórico cubano. El primer exilio es de una intransigencia tremenda; ese exilio que cuando caiga Fidel pide tres días para matarlo; ese exilio que a 35 minutos de distancia sigue reclamando sus antiguas posesiones como un acto de piratería.
Los reclamos del exilio intransigente es lo mejor que le ha podido pasar a Fidel. Yo creo que el exilio en eso se equivoca abiertamente. Quiso enfrentarse a Fidel con sus mismas armas, a través del sabotaje, del desembarco, de movimientos armados internos, y en ese campo a Fidel no hay quien le gane.
Lo que Fidel no sabe es qué carajo hacer con la paz. Yo estoy seguro de que el día que se levante el embargo y se declare la paz los dirigentes cubanos se van a dar un susto muy grande. ¿Cúal va a ser la explicación del gobierno cubano para que no haya grupos de oposición y organizaciones civiles internas?
Si hoy no hay una prensa opositora, ni hay libertades individuales, libertad de viajar al extranjero, la única explicación es que estamos en guerra. Desde hace 40 años estamos en guerra y no le vamos a dar al enemigo –son palabras textuales de Fidel- el espacio que el enemigo no nos concede. Estamos en guerra, esta es una ciudad sitiada, esta es una ciudad bloqueada, estamos en una trinchera, en una eterna trinchera. Pero el día que haya paz yo no sé cuáles son los argumentos que va a tener el gobierno cubano para a la disidencia política cubana meterla 25 años presa, o para mantener todos los rasgos de intolerancia que existen actualmente.
Es verdad que se llenan las plazas ovacionando a Fidel, pero por otra se van 120 mil cubanos en una balsa, que es un escaparate tirado al revés, a un mar que nosotros en el Caribe sabemos que está lleno de tiburones. Estadísticamente, se dice que por un cubano que llegaba en balsa morían tres, y si dicen en Miami que han llegado 20 mil cubanos en balsa, eso quiere decir que los tiburones se comieron a 60 mil. Pero esas cuentas nunca se sacan.
Yo no creo que el cubano de la isla quiera, como dice el exilio, regresar a una Cuba del 58. Yo creo que el cubano de la isla -yo con él- lo que quisiera es un proceso de continuidad y al mismo tiempo de ruptura con lo que han sido estos años. Continuidad en cosas que yo creo son conquistas esenciales de la revolución, y ruptura en otras que son fracasos.
El encargo a hombres mediocres
- ¿El socialismo fracasó en su búsqueda de la igualdad del hombre?
Yo creo que sí. En el caso de Cuba, uno de los proyectos fundamentales, sobre todo después de la muerte del Che, fue la creación de un hombre nuevo. Eso, sin dudas, fracasó. Ese hombre nuevo tenía que ser extraordinario, pero el diseño de ese hombre nuevo fue encargado a hombres mediocres.
El centralismo brutal del cubano y del sistema socialista en general fue un acontecimiento reprochable. El que nos llegó a nosotros, los cubanos, fue un calco del de la Unión Soviética. Al socialismo ya vimos lo que le pasó: desapareció de la noche a la mañana, y en un país como Alemania, que tenía 15 millones de militantes del partido, después no había uno.
Uno de los problemas del socialismo es la enorme capacidad de simulación que logra generar en el hombre. Todos los cubanos si hay que ir a la plaza vamos, pero también le pasaba a los rumanos. Dos meses antes de que convirtieran a Ceausescu en un colador por todos los tiros que le dieron, desfilaron un millón y medio de rumanos por la Plaza Bucarest gritándole vivas. El socialismo nos enseña a levantar la mano, a dar el paso al frente, a mirar al porvenir, a decir que si. Nos enseña las habilidades para burlar su propia rigurosidad, y todo lo sabemos hacer muy bien. Si hay que ir a la plaza se va. Además, eso es divertido porque uno va con una rumba para allá, y si hay que hacerlo, lo hacemos, y bailamos y brincamos, y ese día gozamos de lo lindo.
Yo creo que las bases están muy debilitadas por esa misma capacidad de simulación, porque si no dices que sí, si dices: bueno tengo que pensarlo, te podría costar muy caro: que te sacaran de la universidad, que no tuvieras trabajo, que no fuera gente, que te orillaran hasta el punto de tener que subirte en una balsa e irte. Es un sistema muy cerrado.
Cuando comenzaron los líos de la perestroika, y Cuba cerró todas las revistas, Punni, Tiempo Nuevo, Novedades de Moscú y se cerró la isla aún más, el hijo de un amigo me dijo: "yo me voy porque nos enseñaron a leer para luego decirnos que no podíamos leerlo todo; nos enseñaron a pensar para luego decirnos que no podíamos tener criterio propio; nos enseñaron la libertad para luego impedirnos ejercerla". Y se fue.
Se fue en una balsa. Por eso te repito, la revolución acabó desconfiando de lo mejor que hizo, que fueron esos jóvenes. La canción de Carlos Varela sobre Guillermo Tell es clave. Cuando el hijo de Guillermo Tell le dice, bueno papá ponte tú que ahora te voy a disparar yo, el viejo dice, no, pa’ tu madre. El hijo responde: "¿no confías? pero si tú me enseñaste, tú eres mi maestro". La simulación es el drama de las revoluciones cuando se agotan.
Yo me aferro como un náufrago a una tabla de salvación a pensar que no fue esto un tiempo perdido, una época perdida. Me molesta mucho el exilio intransigente que quiere regresar al 58, como si eso fuera siquiera posible. A mí me preocupa mucho la Cuba de hoy, cómo se continúa y al mismo tiempo se rompe. Esa es la Cuba en la que hay que pensar.
Yo creo que hay mucho orgullo recuperable, mucha dignidad, El cubano es un hombre muy digno, con una capacidad de sacrificio muy grande. Hay que mantener las conquistas -no tan escandalosas como dicen, pero reales- en el campo de la educación, de la salud. Lo demás hay que caerle a martillazos, al sistema económico, la ideología, a la intransigencia. Pero también hay que caerle a martillazos a muchas consignas del exilio, sobre todo a esas de licencia de tres días para matar, que ellos piden. Para ganar el futuro los cubanos tenemos que perder el miedo a los cubanos. Y el silencio es parte de nuestro miedo.
De todo, la intolerancia es lo peor. Yo defiendo mi derecho a estar equivocado, a no tener la razón, pero a decirlo. Hay mucha gente que está también en esa línea, en la literatura, en la cultura, en la política. Yo de algo no tengo dudas: el hombre que va a llevar la transformación en Cuba, primero sé que ya vive, no sé cómo se llama; supongo que debe tener entre 30 y 35 años, y estoy convencido que vive en La Habana, probablemente esté ahora en una bicicleta pedaleando por la calle 23. Esta es la generación que está llamada a hacer el cambio.
Los hombres de las islas somos náufragos
- ¿Qué impacto tiene la división de la familia cubana en la sociedad?
- Ha sido muy duro. El cubano siempre se está despidiendo. Yo no he hecho otra cosa en la vida que despedir amigos. Tú sabes, porque tú también eres un hombre de la isla, que los hombres de las islas nos la pasamos viendo el horizonte porque en las islas todo pasa por ahí. Es la única puerta de entrada. Y cuando digo horizonte me refiero al cielo y al mar. Los hombres de las islas somos naturalmente náufragos, nos la pasamos esperando recibir noticias de qué carajo pasa detrás de esa cabrona línea que nos cerca, que nos bloquea, que nos aísla.
En una isla, por mucho que se corra, se llega siempre al punto de partida. Esto es una corredera como si uno estuviera mordiéndose la cola y, por lo tanto, siempre el irse y regresar es importantísimo. Para ustedes los dominicanos, para nosotros los cubanos, el que triunfa detrás del horizonte en las grandes ligas, en la música, en el boxeo, ese es el héroe cuando regresa a hacer los cuentos de los yanquis y de los Indios de Cleveland.
En el caso de la revolución hay otro cerco más, porque acuérdate que en el exilio cubano -por decisión de la revolución cubana- los que se fueron a Miami no iban al destierro, iban a un entierro. Irse a Miami era irse con lo que tenías puesto –todavía sigue siendo así- y renunciar a todo tu pasado en Cuba y a todo tu futuro y, por supuesto, a todo tu presente. Era como un entierro. Cuando un primo se iba quedaba la sensación de no lo vas a volver a ver nunca más. Es un entierro detrás de otro, y en esas condiciones la familia puede quebrar.
En Cuba la familia es una pieza clave. Pero yo creo que hay una posibilidad, hay una necesidad de que la familia cubana se reúna lo antes posible, porque también empieza a pasar el tiempo y nos vamos poniendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer, como dice Pablo Milanés, y ya los hijos de tus hijos no saben quién es la Virgen de la Caridad, y a los hijos de mis hijos se les olvidó quién es Celia Cruz. El día que canten juntos en la Plaza de la Revolución Celia Cruz y Pablo Milanés ten por seguro que el futuro en Cuba está garantizado.
- Vianco Martínez, periodista, reside en República Dominicana. Hechos de Hoy publica esta larga conversación de Elíseo Bayo con Vianco Martínez por el interés y atención constante de la sociedad dominicana ante Cuba y su difícil proceso hacia un país libre y democrático.
- El escrito cubano Eliseo Alberto (Arroyo de Naranjo, Cuba, 10 septiembre de 1951 - Ciudad de México, 31 de julio de 2011), a quienes sus allegados llamaban Lichi, era hijo del poeta Eliseo Diego (1920-1996) y fue jefe de redacción de la gaceta literaria El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano. Vivía desde 1990 en México, país del que adoptó nacionalidad en el año 2000 y en el que también fallecieron su padre y su hermano, el cineasta y dibujante Constante Diego, Rapi, en 1994 y 2006, respectivamente.
Además del premio Alfaguara, obtuvo el galardón Nacional de la Crítica en Cuba en 1983 por La fogata roja y el Gabino Palma en 1993 por Informe contra mí mismo. Amante del cine, escribió el guión de Guantanamera (1995), dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, y El elefante y la bicicleta (1994), de Juan Carlos Tabío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario