de origen cubano en el Congreso de los EE. UU. pone de nuevo sobre el tapete la noción de «exilio cubano-americano». Todo parece indicar que la gente sale de Cuba para gozar de libertad y resulta que estos congresistas desmadrados: Marco Rubio, Bob Menéndez, Mario Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, según la lista incompleta que circula, promueven contra los exiliados cubanos «las mismas prácticas restrictivas». Desde luego que este insilio no es tan duro como el otro en la Isla. De lo contrario, alguien regresaría por aquello del amor a la patria. El quid radica en que la cuestión migratoria se ha tornado ya descarada: la gente sale de Cuba, alega en el «punto de entrada» a EE. UU. que escaparon a la persecución castrista, sacan lasca del «ajuste cubano» y una vez con residencia permanente vuelven de visita adonde eran perseguidos.
Rubio, Menéndez, Mario e Ileana distan mucho de ser hard-liners. Son bastante soft como para no dar otra vuelta a la tuerca y acabar con la ambigüedad que campea por sus respetos en el diferendo Cuba-USA. La línea dura supone:
1. Abrogar el «ajuste cubano». No cabe ajustar si luego hay reajuste al castrismo y, entre idas a y vueltas de la Isla, «la cultura cubana» cunde sobre todo en el sur de la Florida
2. Denunciar los acuerdos migratorios. No se debe mantener el negocio redondo de 20 mil visas anuales para ensanchar el asentamiento cubiche en el sur de la Florida y retroalimentar así la economía de Castro con más viajes, remesas y paquetes
3. Cancelar las agencias de viajes, remesas y envíos a Cuba. Es preciso desmontar «la industria» que a mediados de los 70, en la primera fase de colonización castrista del sur de la Florida, armaron oficiales de la Dirección de Operaciones Especiales (v.g.: Fernando Fuentes Coba y Max Marambio) y otros de diversa ralea prosiguen hoy con el velo corporativo de estrechar los lazos de «la familia cubana»
4. Suprimir los intercambios académicos y culturales. No dan nada ni a la academia ni a la cultura estadounidense: sólo continúan el «turismo» por otros medios. Igual suerte deben correr los viajes que se urden con motivos religiosos. ¿Acaso aquí no puede montársele a uno el santo? La divinidad es —por definición— omnipresente.
5. Cerrar las secciones de intereses. Alguna embajada suiza o sueca se hará cargo de los asuntos bilaterales. Ya sabemos por Castro que la oficina de los EE. UU. es un «nido de la contrarrevolución». Démosle un respiro para que construya más tranquilo el socialismo.
6. Aplicar de veras el embargo, sin excepciones que se vuelvan reglas ni reglas que se dictan a sabiendas de que «se acatan, pero no se cumplen».
7. Admitir con Castro que hay «situación virtual de guerra» entre Cuba y los EE. UU., pero no emprender ninguna acción, sino abstenerse: ningún comercio ni intercambio ni nada. Ni siquiera ayuda gubernamental a la disidencia dentro, que se cocina en su propia salsa, ni a los grupos del exilio, que aran en el mar. Todo ese dinero surtiría mejor beneficio si se dona al Jackson Memorial Hospital.
La consecuencia de no partir la naranja cubano-americana al medio es chalaneo entre ambas banderías. Pasa el tiempo sin que el exilio acabe de comprender que el castrismo se derramó de arriba a abajo en Cuba y no hay cómo tumbarlo desde fuera, mientras la gente dentro de la Isla aguanta por más de medio siglo al grupo político de Castro, que desaprovechó la cercanía de los EE. UU. como factor clave del desarrollo y se volcó en proyectos titánicos por todo el mundo contra los EE. UU. No es condigno que reclame ahora «lo que me toca» del imperio.
Como los extremos se tocan, ser hard-liner es justamente conseguir el sueño de Castro: la independencia total de Cuba con respecto a los EE. UU., que presupone la indiferencia absoluta de los EE. UU. hacia Cuba. Desde luego que no hay fuerza política para tal cierre a cal y canto, pero precisamente por eso siempre habrá fisuras para que se cuelen jueguitos florales.
La libertad de movimiento del exilio no merma por cortar la vía descarada de viajes y demás intercambios USA-Cuba. Ese corte solo terminaría con «la industria». Los exiliados seguirían tan libres que podrían moverse a terceros países para después aterrizar o desembarcar en la Isla. Tampoco los contactos de norteamericanos y cubanos «empoderan la autonomía de los cubanos en la Isla con respecto al Estado», a menos que se consideren los primeros superiores a los canadienses, europeos y hasta latinoamericanos que visitan Cuba. Más de tres décadas de viajes a la Isla por miles y miles de «cubanos en el exterior» han empoderado ya sólo a los gerentes de «la industria» en ambas orillas.
Nada se aclara con tachar a «políticos y empresarios inescrupulosos» de no importarles «el destino de nuestros familiares en la Isla ni de nuestra nación». Quienes se quedan allá deben pensar ante todo que tienen que arrear, en vez de paliar su experiencia vital del desgobierno de Castro con los familiares que espantaron pa´la Yuma. Puesto que no es así, sino más bien todo lo contrario, el destino de la nación ya se perdió por falta de vergüenza.
Los hermanos Díaz-Balart son tan malos, que la gente aquí vota por ellos y hasta por otros muchos más malos aún. Ese dedo de ternura que apunta a quien «matricula en ESOL en Miami Dade» (con tan buen español que se da en Cuba) o ahorra centavitos en Hialeah «para ayudar a su primo a comprarse un almendrón», no puede tapar el sol de la hipocresía e indignidad de una nación en que la gente tiene que ganarse la vida pa´fuera y desde fuera.
Mucho menos podemos preguntarnos algo como ciudadanos cubano-americanos. No hay tal ciudadanía: o eres cubano o americano. Y esto último entraña no sólo jurar con la banderita en la mano, sino andar con la nueva patria a cuestas y dar prioridad, hasta donde sea posible, a que Cuba se vuelva como esa patria nueva. De lo contrario se vivirá siempre en crisis de identidad, que lleva a rebelarse contra los primos de Castro aquí (donde es tan fácil que puedes mostrar hasta cómo se mueven los dineros), después de haber cejado en la rebelión contra Castro allá (donde jamás sabrás cómo se emplean los dineros). Para atenerse a lógicas hay que empezar por ser consecuente con esta derrota.
-Ilustración: Los carpinteros, Fallen Lighthouse (2004).
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