Biología y sucesión ( 3 y final ): ¿A quién mejor que a la familia?
Eugenio Yáñez, Lázaro González y Antonio Arencibia/ Cubanálisis-El Think-Tank
Si la enfermedad de secreto de estado de Fidel Castro no hubiera ocurrido, el régimen habría tenido que inventarla, porque el castrismo tal y como lo hemos conocido, fuente de perenne sufrimiento para la nación cubana, se desintegra irremediablemente.
Era imposible perpetuar un sistema político de control y coerción social que se reproduce sobre la base de perpetuar la pobreza estructural social en un obsoleto sistema piramidal de castas, que tiene como referente central de su estabilidad la perdurabilidad en el poder, y hacia tal fin se dirigen todas las correcciones fundamentales del sistema.
Desaparecidos los subsidios del socialismo real y el campo socialista, la verdad del castrismo puro y duro fue saliendo apresuradamente a la superficie, y la imagen no es nada alentadora.
Si hay algo comprobado en el castrismo es que muy pocos regimenes en el mundo le prestan más atención y reaccionan más vigorosamente a los factores desestabilizadores. No importa si se analizan en Punto Cero, en una oficina refrigerada del 4to piso del MINFAR, o a la sombra de una valla de gallos mientras se juega dominó tomando ron.
Cualquier input indeseado que entre a la caja negra castrista genera inmediatamente la corrección adecuada, provenga ese input de una personalidad extranjera, un pacifico opositor o una persona común. Es un mecanismo de supervivencia sin restricciones, como lo es la guardia pretoriana encargada de la seguridad personal.
Y mientras muchos –demasiados-, continúan ensimismados en las señales diversionistas que el régimen “voluntariamente” ofrece, sea en forma de estadísticas, discursos en Naciones Unidas o notas de prensa; el castrismo, conciente del caos orgánico que experimenta, ha realizado un complejo proyecto de análisis y prospectiva estratégica, que ha sido llevado a cabo, al menos en lo fundamental, por los verdaderos think-tanks del régimen, permitiendo conformar una visión integral y concreta del caos en que malvive su anacrónico sistema.
Un riguroso y medular estudio realizado por Mercer HR Consulting, nada sospechoso de agente del “imperio”, sobre la calidad de vida en 221 ciudades del mundo, donde se evalúan 39 factores, ubica a Ciudad de la Habana en el lugar 193, solo superando en América Latina a la haitiana Puerto Príncipe. Y Ciudad de la Habana, como capital del país, es el centro político, social y económico, con una población oficialmente registrada del 19.1% del total nacional, que supera fácilmente el 25%, si se contabiliza la población flotante e “ilegal” que habita en el territorio. [1]
Este cuadro dramático en si mismo, no refleja en su totalidad el desolador panorama de la economía cubana. Hay que tener en cuenta que parte de una estadística oficial que arrastra desde una metodología de cuentas nacionales no reconocida internacionalmente hasta burdos errores en el registro del dato primario, sesgada además por la corrupción implacable de los funcionarios. Que infla entre un 4 y un 8% como norma los contratos de importación y exportación, pero ante todo porque establece la tasa fija de cambio del dólar estadounidense frente al peso cubano convertible, sin fundamento económico de ninguna índole. Si un Karl Marx del siglo XXI, tratara de elaborar sus esquemas de la reproducción del socialismo partiendo de la experiencia cubana, terminaría sus días en una instalación siquiátrica.
Esos informes que revelan un fragmento del legado castrista de casi 52 años y que se puede apreciar a simple vista tan solo deambulando por cualquier ciudad o pueblo cubano, no son objeto de publicación en “Granma” ni de estudio por las organizaciones e instituciones del régimen, pero sí son parte integrante del diagnostico organizacional que ha realizado el clan de Birán. Ya que estos marxistas-leninistas por conveniencia coyuntural, tienen incrustado en el hipotálamo lo que Lenin definiera como una “situación revolucionaria”. [2]
EL RECICLAJE: DEL CASTRISMO AL NEOCASTRISMO
El castrismo como sistema de dominación política, y con ello el clan de Birán y sus secuaces de primer nivel, están condenados por dinámica propia a desaparecer. El sistema se desintegra por si mismo, independientemente de los pactos, la brutal represión, la coerción social, la propaganda, los servicios de inteligencia y el estado de salud de sus cabecillas. No es personal, es sistémico.
A este dictamen no escapan ni las unidades élite del castrismo, como su maquinaria de propaganda, las unidades de orden interior, así como tampoco las “invencibles” Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Las “niñas de los ojos” de Raúl Castro, las FAR, que dirigió aplicadamente durante 47 años, han envejecido junto con él, y son hoy una institución plagada de burócratas militares, sin más esperanzas que su pronta jubilación.
Con armamento, equipamiento y logística obsoletos técnica y materialmente, y una oficialidad subalterna que sufre las mismas penurias que el resto de la población, resultan inoperantes ante situaciones de envergadura militar, cuando ni la guardia combativa puede levantarse a cumplir las misiones encomendadas. Sin embargo, y a tenor con los nuevos escenarios de confrontación previsibles, la doctrina militar cubana se ha transmutado del concepto de “Guerra de Todo el Pueblo” al más practico de la lucha antimotines.
Definitivamente el castrismo se encuentra hoy en su fase caótica y desintegradora. Ni la Iglesia Católica cubana y el Vaticano juntos, ni el gobierno español y su flamante ministra de exteriores, ni Catherine Ashton en la Unión Europea, ni China, Rusia, y ni siquiera los subsidios de Hugo Chávez, pueden evitar el colapso de lo estructuralmente inevitable en los marcos del actual sistema.
La opción del “marielazo”, el éxodo masivo, solo funciona en mentes calenturientas: ni el país resiste una conmoción de esa naturaleza en estos momentos, ni Estados Unidos estaría dispuesto a soportar pasivamente lo que sería claramente un acto de agresión y de traspaso del problema a sus fronteras: no hablemos de administraciones demócratas o republicanas, ni de presidentes “duros” o “blandos”: es el establishment quien no lo permitiría, al que no le interesa para nada una situación de inestabilidad a 90 millas de sus costas.
Cubanos indignados o esperanzados, castristas expectantes, expertos soñolientos, todos los que de una manera u otra prestan atención a las acciones del gobierno y el poder legislativo norteamericano respecto al embargo, se mantienen en vilo por el próximo paso que se produzca con relación a ese tema clave.
El régimen mismo ha puesto toda su energía en lograr el levantamiento del embargo para allanar el camino a los sucesores, o al menos en una primera etapa en que se deroguen las restricciones a los ciudadanos norteamericanos a visitar la isla. Por eso hemos presenciado desde la seudo liberación de prisioneros políticos, deportados del país como en los tiempos de la Cuba colonial, hasta el cambio de táctica en la represión interna, convirtiéndola en más puntual y discreta, pasando por la inauguración del primer seminario católico en medio siglo: todo con el fin de influir en la percepción norteamericana vía el reconocimiento protector del Vaticano y la Unión Europea, con el presumible levantamiento de la Posición Común.
Sin embargo, derogar las restricciones a los potenciales turistas norteamericanos o el levantamiento parcial del embargo pueden demorar, pero no pueden por si mismos evitar la desintegración del castrismo como lo conocemos hoy en día.
Por consiguiente, el reciclaje del castrismo no era solo un imperativo biológico que emana de la gerontocracia histórica próxima a desaparecer, sino ante todo una cuestión de supervivencia como sistema y grupo social élite.
Por ello, no deben sorprender las medidas que ha ido desplegando a ritmo de “rana hervida”, el General-Presidente durante los 4 años transcurridos de su gestión al frente del país.
Todas forman parte de un proyecto multifacético denominado “Operación “Caiguarán”, para un reciclaje del régimen que detuviera la autodestrucción y acometiera su reorganización sistémica, y del cual solo se nos han presentado escenas preliminares y parciales, como en los “avances” de las películas de estreno..
El reordenamiento del sistema puede ocurrir parcial o totalmente. En el caso de una reestructuración total, el castrismo puede o no asumir un nuevo paradigma social como razón de ser, (lo más probable es que así sea), pero definitivamente transitará hacia otro modelo gerencial complejo de no ocurrir uno de los tantos imponderables que acechan en el camino.
Raúl Castro, que no es precisamente hombre de lecturas sustanciosas, y cuya fortaleza intelectual se plasma en aburridos discursos, donde despliega sus frustraciones más íntimas bajo la concepción del voluntarismo grosero de “Sí se puede”, seguramente habrá conocido por alguno de sus asesores esta máxima de Gene Sharp:
“El ejercicio del poder del gobernante requiere del consentimiento del gobernado, quien al retirar el consentimiento, puede controlar y hasta destruir el poder del contrincante”.
Aunque, probablemente, llegó a similares conclusiones por toda una vida vivida bajo las estrictas reglas de la conspiración con su hermano mayor. Lo cierto es que en momentos transicionales como los que experimenta Cuba hoy, asegurarse el consentimiento de una masa crítica de los gobernados es vital para el proyecto sucesorio al neocastrismo.
EL PARADIGMA DEL NEOCASTRISMO
Cualquier movimiento político que en Cuba pretenda acceder al poder o retenerlo, como es el caso del castrismo, tiene ante todo que construir un nuevo paradigma social que recoja y potencie las esperanzas y sentimientos de cambios de las actuales generaciones de cubanos, que difieren radicalmente de las de sus predecesores.
Y es efectivamente en una de esas prioridades en las que está trabajando el régimen. Mientras “Granma” tiene enlace directo al dislate de turno de Fidel Castro para reproducirlo automáticamente en primera plana, el mensaje al cual se le presta la máxima atención por parte de la población es al de un neoliberalismo cavernario.
Aprendida la lección de que en política la percepción de la realidad es la realidad misma, el aparato de propaganda emite su mensaje reforzando la construcción de un nuevo paradigma social, donde el estado no será nunca más el padre “generoso” de antaño, pero que conservará y empleará oportunamente todo su poder persuasivo y represivo cada vez que se presente la oportunidad.
El “resuelva como pueda”, pero siempre dentro de los rigurosos marcos del sistema, no solamente retumba en los oídos de la población, sino que se convierte en leit motiv de los nuevos valores y normas de conducta. Porque el mensaje, entre otros atributos, tiene que ser creíble, claro y comprensible, pero también racional y emotivo: nada mas contundente que un acta de desempleo laboral emitida por una comisión de “idoneidad”.
De esa manera, los sucesivos ciclos de reelaboración del mensaje conformarán por si mismos un sistema adaptativo y generador de cambios conductuales.
Más de 8.1 millones de cubanos residentes en la isla actualmente [71.9% de la población total] nacieron después de la toma de poder en 1959: fueron sometidos a todas las formas posibles de programación conductual, pero con muy poco éxito, porque el “hombre nuevo” guevarista solo existe en las ilusiones de trasnochados idealistas.
A pesar de su inmenso poder, el castrismo se ha visto impotente para lograr que la gente en Cuba haga lo que el discurso oficial orienta. Y es que se puede obligar de una u otra manera, pero no se puede obligar al consenso, por decreto: ello requiere un paradigma social compartido.
El régimen lo sabe, y siempre ha tenido entre sus máximas prioridades el control de las inconformidades sociales antes que se estructuren en intereses cohesionadores sociales. Por ello, el castrismo puro y duro, que desplegaba un mensaje totalitario, dogmático y retrogrado, lo ha modificado en aras de vertebrar un nuevo aglutinador social.
Habiendo alcanzado el punto de no retorno como sistema social, retoma urgentemente la máxima de Maquiavelo:
“Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento”.
Descontento y desesperación que han alcanzado en Cuba niveles insostenibles, que hacen peligrar la estabilidad social y la gobernabilidad, pues la cohesión psico-social de una sociedad se regula por la correlación satisfacción-insatisfacción de la población: se trata, por consiguiente, de lograr lo que en Teoría del Caos se denomina la reformulación de un atractor extraño, es decir, lograr que los diferentes elementos en transición mantengan relaciones entre si, con lo cual se refuerzan mutuamente y amplifican su efecto sobre el sistema.. [3]
Es irrefutable que, en términos sistémicos, el mayor logro del castrismo fue conseguir factores positivos de cohesión social durante más de dos décadas. Pero el consenso comenzó definitivamente a fracturarse en la década del 80, cuando el castrismo, luego de sobrevivir varias crisis caóticas, no tenía más alternativa que la desaparición o su reformulación, y la camarilla podía tener cualquier intención excepto la del suicidio como élite política dominante.
Descartando los elementos de naturaleza ideológico-política a los cuales la mayoría de la población, incluyendo la burocracia política, militar y administrativa, no le presta la más mínima atención, y por consiguiente carecen de potencial aglutinador, el elemento central en torno al cual se construirá el nuevo paradigma social y los consensos articuladores del neocastrismo se ubicarán ante todo en la esfera psico-social.
Lo psico-social en tanto factor en que convergen tanto lo consciente como lo inconsciente social, tiene la potencialidad de actuar como elemento cohesionador en la nueva etapa del castrismo. Las visiones del mundo que cada individuo y grupo tienen actúan como estructuras reguladoras de la conducta humana y social en torno a nuevos paradigmas deseados. [4]
Luego, las esperanzas frustradas de tres generaciones de cubanos pueden encontrar en las próximas propuestas del régimen una masa critica de aceptación, con lo cual los ideales por los que miles de cubanos dieron la vida, sufrieron en las mazmorras, exilio, separación familiar, represión y frustración generalizada, podrían sufrir una derrota de la cual tardarían muchos años en recuperarse.
El castrismo lo hizo ya en una ocasión, y está otra vez en franco proceso, a pesar de las opiniones de la mayoría de expertos y analistas, de convertir nuevamente la solidaridad socio-grupal en elemento de cohesión social y supervivencia en torno a la regeneración del castrismo metamorfoseado en neocastrismo. Desconocer que el régimen tuvo la habilidad de apropiarse del discurso aglutinador e imponer el suyo propio es un error de apreciación de consecuencias dramáticas.
La pobreza estructural encarnada en la miseria diaria y las frustraciones de una vida sin esperanzas, junto a las pasiones humanas convenientemente manipuladas actuando en la esfera del inconsciente social, tienen la potencialidad de conformar ese factor cohesionador en torno al cual se anulen o disminuyan a rangos insignificantes los valores cívicos y humanos.
Este campo que denominamos “solidaridad social” es un conjunto de factores que actúan a favor de la cohesión social grupal. Sin reconocerle meritos al castrismo por ello, hay que admitir que ejerció un oportunista pero efectivo poder al subsumir toda la sociedad convenientemente depurada de opositores reales y potenciales.
Lo que está haciendo el castrismo ahora mismo es intentar monopolizar toda la energía síquica social en función de legitimar e institucionalizar la autoridad sucesora. Ello no evitará fracturas ineludibles que conformarán nuevos centros de poder y periferias asociadas, pero la gente estará esperanzada en un cambio paradigmático que les permita una vida modesta pero digna, mientras el régimen tratará de manipular esas esperanzas.
Esa energía síquica social se revierte a la sociedad en valores y normas de conducta que legitiman al poder central. Por obsoleto que parezca, este sistema de castas que involucra a todos los individuos de la sociedad, incluyendo a opositores pacíficos y a los emigrados, es la institución castrista no oficial, pero omnipresente, mediante la cual se logra la perdurabilidad de la élite en el poder.
Hasta la crisis de salud que sufriera Fidel Castro en el 2006 la clave central aglutinadora se articulaba en torno a la yuxtaposición e identificación Nación-Revolución-Líder, conformando no una triada social interrelacionada aunque con dinámicas independientes, sino una síntesis esencial.
Sin embargo, a partir de la crisis de salud del 2006 el paradigma no volverá a personificarse, habiendo sido sustituido ya en una primera etapa por una “dirección de la revolución”, que permitirá trasladar el liderazgo a los sucesores designados.
Revolución Cubana y Comandante en Jefe fueron el elemento rector en la dinámica entropía-información del castrismo, hoy ese caótico equilibrio se ubica en un grupo donde el peso especifico cada vez mas se inclina hacia los sucesores que están dando forma, sentido y paradigma al neocastrismo.
No es cuestión de ideología, política y economía, sino exclusivamente de pragmatismo y biología. Por muy optimista que pudiera ser la gerontocracia cubana, ahora con una media de edad en la alta mitad de los setenta años, queda claro que el tiempo de vida útil se acorta aceleradamente, y es necesario prever el futuro, no el de la nación ni el de los cubanos, que les importa un bledo, sino el de los herederos directos y los clanes familiares, que además de disfrutar los beneficios absolutos de la piñata totalitaria serán los encargados de asegurar la paz de sus sepulcros y mausoleos.
ASEGURAR LA GOBERNABILIDAD
Para que la sucesión neocastrista tenga posibilidades reales de desarrollarse como ha sido concebida en La Habana, sería necesario realizar una sinuosa y muy confusa transición a medio plazo capaz de generar a la vez incertidumbre y expectativas hacia una suerte de economía de mercado, donde los resortes económicos fundamentales estén en las manos directas de los beneficiarios familiares, a la vez que un determinado y muy limitado remedo de apertura democrática en el país, para lograr un “aterrizaje suave” donde no se cuestione para nada el medio siglo de historia anterior, ni existan demasiados riesgos de que los grandes faraones vean cuestionada su legitimidad divina y su actuación en un Estado de Derecho post-castrista.
Para crear esas condiciones, se llevó a cabo el Pacto de los Generales, y se logró un quid pro quo: el Comandante en Jefe es intocable, y los históricos son sagrados.
Como consecuencia, se le otorgó la batuta a Raúl Castro, que creó y preside la Comisión del Buró Político, reducida a cinco miembros tras la muerte de Juan Almeida, todos los cuales son históricos.
Pero para que este consenso sobre el poder pueda prolongarse más allá de los Majestuosos Funerales del Líder y las sucesivas exequias de los Grandes Históricos, hay que asegurar la gobernabilidad del país, sin grandes conmociones sociales ni crisis, a la nueva camada de herederos y sucesores que no tienen ni legitimidad guerrillera, ni el mito ni el carisma.
Para lograrlo hay que correr riesgos. Sin embargo, no intentar nada y mantener el status quo de más de medio siglo cuando no se pueda apelar a la legitimidad de los guerrilleros históricos para mantenerse en el poder, porque todos habrán desaparecido, es mucho más peligroso todavía, y las posibilidades reales de que funcione son demasiado limitadas, por no decir imposible.
Por eso, aunque pareciera improbable que ocurriese en Cuba, se está barajando la posibilidad de una sucesión dinástica sui generis. Pero un proyecto de tecnocracia familiar hereditaria no podría mantenerse como el del castrismo puro y duro a base solamente de represión, demagogia y carisma. Por eso ha sido cuidadosamente preparada para un escenario diferente, donde, por otra parte, se puede sentir más a gusto que en el modelo guerrillero que ha prevalecido medio siglo.
De ahí los riesgos de una transformación sustancial en la clásica concepción totalitaria del poder, de un reciclaje del castrismo en neocastrismo, que conlleve el desarrollo de un mercado interno sin verdadera función independiente de la demanda, pero que a su vez permita una relativa elevación de las precarias condiciones de vida de los cubanos.
Aunque la capacidad represiva del nuevo régimen de los herederos se mantendría intacta, la apuesta por la imagen neocastrista aceptable y el nuevo paradigma se realizaría corriendo los riesgos de sustituir garrote por zanahorias en proporción suficiente para que las temperaturas de la eterna olla de presión cubana sean suficientes para cocinar, pero insuficientes para hacerla estallar.
Independientemente de factores éticos, morales, históricos, humanos, políticos y legales que no deben ser soslayados en un examen integral de las relaciones del neocastrismo, en el caso que se materialice un escenario donde Cuba comience a tener relaciones comerciales normales con EEUU se verificarían dos alternativas estratégicas, dependiendo de la manera en que el régimen encause sus políticas.
- Una consistiría en el empleo de créditos comerciales para adquirir bienes que permitan elevar el precario nivel de vida de la población y con ello disminuir la alarmante inconformidad popular y evitar focos de inestabilidad social con costos políticos incalculables. Pero esa alternativa, si no se transforman radicalmente los operadores de la economía interna, solo se sostiene a corto y mediano plazo, ya que la creación de demandas, que no necesidades, solo transcurre por la vía de la generación de riqueza social e individual.
- Para que esto ocurra está la otra alternativa, la de transformar ramas y sectores con potencial integrador [clusters] como la minería, incluido el petróleo, el turismo, la agricultura y la industria azucarera, que aportan el 80% de las potencialidades inmediatas del país, abriéndolas a la inversión extranjera tecnológica y gerencial, en tanto la parte fundamental del resto de los sectores secundarios y terciarios salgan de la gerencia directa del gobierno.
Si en el primer caso estamos en presencia de una opción oportunista temporal, que deja intactos los mecanismos de la reproducción de la pobreza estructural, en el segundo (factible y viable) se abren las puertas de un rápido y sustentable crecimiento de la riqueza social.
La economía mundial es hoy ante todo un mercado global de bienes y servicios que técnicamente se sigue rigiendo por los costos de oportunidades crecientes, con lo cual los críticos de convertir ciertos sectores y ramas de la economía cubana en maquiladoras con mercados finales en los Estados Unidos y el Caribe tropiezan con un gran obstáculo.
No hay nada que objetar a la industria maquiladora siempre y cuando se concreten acuerdos satisfactorios, particularmente en materia salarial, régimen laboral, protección del trabajador y seguridad en el puesto de trabajo. Fuentes de trabajo, nuevas habilidades técnicas, tecnológicas y gerenciales, crecimiento de ingresos personales y de la riqueza social, son algunas de las ventajas que representan para los países receptores estas oportunidades, despectivamente denominadas “maquiladoras”.
En un escenario donde se prevén incrementos sustanciales en los precios energéticos, el tema de los costos de transportación [shipping and handling] pasa a ocupar un lugar prominente en los análisis de costos de oportunidad. Solo a manera de ilustrar lo anterior: la distancia entre el puerto chino de Shanghai y el de San Antonio, Texas, es de 12,055 Km. mientras que desde el puerto de La Habana es de 1,754 Km.
Este escenario tiene posibilidades realistas de ser aceptado y bendecido tanto por Estados Unidos como por Europa y América Latina, sobre todo si se adereza adecuadamente con vagas promesas de reformas electorales democráticas a medio plazo, y de inmediato se produce un determinado relajamiento en la legislación represiva, la inexistencia de presos políticos, una limitada aunque intrascendente participación en el gobierno de algunos miembros de la disidencia vegetariana, la eliminación de anacronismos como los permisos de salida y entrada del país, una actitud más benigna hacia las diferentes denominaciones religiosas, permitir la libertad de movimientos en el territorio nacional, una política exterior mucho menos confrontacional con “el imperio”, y una aceptación mucho más abierta y liberal, a la vez que menos abusiva, de las remesas de los cubanos residentes en el exterior.
LOS EVENTUALES HEREDEROS-SUCESORES
En estas condiciones, y sin las sombras de los históricos que ya habrían sido enterrados y homenajeados convenientemente, alguien como un coronel Alejandro Castro Espín, que en la situación actual pasaría trabajos para ser el líder ni siquiera de un equipo de pelota de manigua, podría dirigir un gobierno de transición hacia lo abstracto.
Lo han venido preparando para la tarea durante mucho tiempo (lo que no se ha hecho ni con el físico nuclear Fidel Castro Díaz-Balart ni con el médico Alejandro Castro Soto del Valle, herederos del Comandante en Jefe), tiene el visto bueno de los históricos (que ya no son tantos, no olvidemos eso) para dirigir después de ellos, nunca antes, está claro.
Su poder no es intrínseco, sino vicarial: lo puede ejercer en nombre de… puede hablar a nombre de… Hasta llegado el momento preciso, cuando todos se hayan acostumbrado a su presencia y sus instrucciones.
Desde su posición actual de asistente ejecutivo del general-presidente y encargado de la Dirección 50 del MININT, acumula un poder imponente en un área estratégica para el caudillismo clásico latinoamericano: investigación y control de corrupción, desviaciones, malas conductas y colaterales. Algo así como un pequeño Big Brother en tiempos digitales, históricamente alimentado desde siempre con las mieles del poder, y sentado a la diestra de su padre el general: es la versión en español de la sucesión dinástica norcoreana para la transición al neocastrismo.
Su pedigrí tiene tantos pros como contras. Para parte de la población sus apellidos serían un revulsivo, para otra parte tendrían una reminiscencia de mística revolucionaria, a la vez que su relativa juventud y capacidad le darían un aire de tecnócrata más concentrado en buscar resultados positivos que glorias políticas. Si se mantiene alejado de la retórica castrista podría incluso ser aceptado como un agente de cambio con protagonismo temporal en el camino hacia la transición a la democracia.
Decir que su falta de carisma puede ser un elemento en contra es una verdad relativa: no tiene menos que Raúl Castro, Kim Jon Il, Evo Morales, Bachir el Assad, Daniel Ortega y tantos otros que se han mantenido por años en el poder, o los que también sin carisma han gobernado a su antojo y fallecido tranquilamente en lechos majestuosos, colmados de homenajes. En el siglo XXI eso se puede arreglar con un buen asesor de imagen y un despliegue adecuado en los medios hasta lograr el imprescindible “name recognition”.
Sin embargo, frente a todo este proyecto fríamente diseñado pueden surgir imponderables o imprevistos que darían al traste con la transición pacífica y ordenada que se pretende vender al mundo. Por eso, esta versión soft, enfoque suave de la transición, debe complementarse con la contraparte dura, la versión hard, que neutralice las sorpresas y eventualidades.
Es necesario aquel que garantice absolutamente la gama completa de la fuerza y el poder, desde el gaznatón del policía callejero, pasando por el interrogatorio sofisticado o tosco en Villa Maristas, hasta sacar los tanques y las tropas especiales a la calle si acaso fuera necesario, y que garantice la lealtad y fidelidad suficientes tanto a los históricos que le habrían aprobado para el día después como al sucesor designado.
Alguien que fuera de la familia, suficientemente capacitado, y que hubiera sido preparado convenientemente para la tarea desde mucho antes sería lo ideal, que a su vez permitiera suponer razonablemente que no chocaría con el sucesor civil.
No hay nadie de apellido Castro que reúna todos esos requisitos, pero hay alguien que reúne tales requerimientos y que es como si fuera un hijo de Raúl Castro, porque de hecho fue, desde los catorce años de edad, hijo adoptivo de Raúl Castro y la difunta Vilma Espín, cuando se incorporó a las guerrillas del Segundo Frente: el actual Viceministro y Jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, el General de Cuerpo de Ejército Álvaro López Miera. A esto se le suma que es también miembro del Buró Político del Partido, y que en la actualidad no llega a los sesenta y siete años, lo que se dice un “pepillo” cuando se compara con las edades de momia de los históricos.
En tiempos de la gerontocracia en vida las bazas del general López Miera son más limitadas, pues muchos generales que ya lo eran desde 1976 vieron como éste, que todavía en 1991 era Coronel ascendía como meteoro por el generalato hasta llegar a las tres estrellas, cuando muchos de ellos se mantenían con una sola o con dos. Que no se quejaran demasiado, sabiendo quien le apadrinaba, no significa que lo aceptaran mansamente; pero esto, a su vez, no significa que le fueran a echar bola negra al general cuando se le proponga para hacerse cargo de la esfera militar en el momento adecuado.
Siendo una especie de hijo adoptivo de los padres del coronel Alejandro Castro Espín, López Miera es de alguna manera como su hermano, y la diferencia en edad habrá hecho sentirse al futuro sucesor civil como hermano menor del adoptivo. No hay que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que de seguro el militar jugó pelota o a los policías y ladrones con el pequeño Alejandrito, lo cuidó, lo cargó, le enseñó, le contó historias y lo regañó cuando el pequeño se portaba mal. Con los años y las responsabilidades, las relaciones entre ellos se han estrechado en el ámbito personal y al servicio del poder.
Se podría repetir así la historia de Cuba revolucionaria, pero esta vez como parodia: dos hermanos Castro, o casi Castro, en el poder, decidiendo a su leal saber y entender los destinos del país. Contando, además, con la economía férreamente asegurada for la familia o los hermanos de lucha; es decir, con los coroneles Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl Castro, controlando las inversiones gigantescas en el puerto de Mariel y las relaciones económicas con Brasil; con “Senencito” Casas, hijo del difunto general Senén y sobrino del actual ministro de las FAR, Julio Casas, en GAESA; y otros militares de confianza controlando el CIMEX.
Todo quedaría así “atado y bien atado”. Control con zanahorias, maquiladoras y cuentapropistas, y los segurosos y los tanques siempre listos. Carnaval a todo trapo, pan y circo, y los herederos administrando el negocio familiar, mientras los mausoleos se mantienen muy bien cuidados, con las flores correspondientes. Y Miami fuera del juego.
Si se cumple así, sería la transición perfecta del castrismo al neocastrismo (para los castristas, claro está).
Porque… ¿a quién mejor que a la familia?
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[1] Probablemente uno de los mas contundentes estudios que permite evaluar con precisión el legado castrista de 51 anos, es el recientemente publicado “Estudio Mundial sobre Calidad de Vida 2010”, realizado por Mercer HR Consulting. En el mismo se evalúan las condiciones de vida en 221 ciudades del mundo, considerando 39 factores agrupados en las siguientes categorías: Ambiente político y social (estabilidad política, criminalidad, peso de la ley, etc.), Ambiente económico (fortaleza de la moneda, servicios bancarios, etc.), Salud y sanidad (servicios médicos, enfermedades infecciosas, tratamiento de los residuos, alcantarillado, contaminación atmosférica, etc.), Educación (estándares y disponibilidad de colegios internacionales, etc.), Servicios públicos y transportes (red eléctrica, agua, transportes públicos, congestión del tráfico, etc.), Ocio (restaurantes, teatros, cines, deportes y otras actividades recreativas), Bienes de consumo (acceso a los alimentos, productos de uso diario, coches…), Alojamiento (viviendas, electrodomésticos, muebles, servicios de mantenimiento, etc.), Condiciones climáticas (Clima, registro de desastres naturales)
Mientras Viena, Zurich y Ginebra ocupan las tres primeras posiciones, cinco ciudades canadienses lideran en Norteamérica (Vancouver-4to, Ottawa-14to, Toronto-16mo, Montreal-26to y Calgary-28vo), en tanto la Ciudad de la Habana, capital de Cuba y por el momento del castrismo, se sitúa en el puesto 192, solo superada en toda América por Puerto Príncipe que se ubica en el lugar 213. Las personas que se han referido a la “haitianizacion” de Cuba, tienen en este estudio un poderoso instrumento para sustentar su hipótesis. En el epitafio de la tumba de Fidel Castro deberá quedar grabado en letras de plomo, entre otras, la siguiente inscripción: “Aquí yace por fin, quien en solo medio siglo, logró la hazaña de que Cuba fuera el 192 país mas pobre e infeliz del mundo para los seres humanos”
[2] Lenin, V. I.; La Bancarrota de la Segunda Internacional: “La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente”.
[3] La característica central de un atractor extraño es que los diferentes elementos en transición mantienen relaciones entre si, con lo cual se refuerzan mutuamente y amplifican su efecto sobre el sistema. En los procesos sociales se presentan generalmente dos tipos de atractores: los denominados psico-sociales de naturaleza inconsciente, y los ideológicos-paradigmáticos de naturaleza consciente. Sin embargo es posible indicar genéricamente como referencia a alguno de ellos. Atractores psico-sociales: Polarización y estratificación de la sociedad en torno a centros de poder y periferias urbanas y rurales, Pandillerismo, choteo, etc., Corrupción gubernamental, Ineptitud de los sistemas del estado para resolver los crecientes problemas del país, Represión violenta e impunidad, Malestar e inconformidad ciudadana por el estado de cosas de la nación tanto a nivel de centros de poder como periferias. Ideológicos-paradigmáticos: Consolidación de corrientes y movimientos sociales y políticos de un amplio espectro inconformes con la situación del país, Surgimiento de nuevos actores sociales y políticos, Creciente simpatía popular hacia dichos actores, Apoyo creciente de los centros de poder a la renovación de la sociedad, Discursos políticos de amplio espectro pero centrados en valores democráticos, populares, nacionalistas y renovadores
[4] Entre los atractores extraños en la esfera psico-social, entre otros, encontramos los de supervivencia, seguridad, orden-estabilidad, integración procesal, resultados-logros-éxitos, afiliativos, holísticos, etc.
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