¿Perestroika a la cubana?
Antonio Arencibia/ Cubanálisis-El Think-Tank
En los últimos meses han abundado las informaciones y análisis sobre la eliminación de los topes salariales a los trabajadores de los sectores productivos en Cuba. También se ha caracterizado esta etapa por el anuncio del cierre de las escuelas en el campo, así como otras decisiones para eliminar gastos en salud pública, -sectores hasta ahora intocables- lo que en cierto sentido puede verse como un serio cambio en el funcionamiento de la economía cubana.
Está en camino la desaparición de los comedores obreros, y ya se ha concluido, con mucha razón, que el estipendio diario de 15 pesos cubanos por trabajador para comprar el almuerzo implica el reconocimiento oficial de que el salario mensual no garantiza un nivel mínimo de subsistencia.
Ahora, continuando con la política de Raúl Castro de eliminar “gratuidades y gastos insostenibles”, se comienzan a preparar las condiciones para una eventual eliminación de la mal llamada “Libreta de Abastecimientos”, abriéndose un abanico de especulaciones en torno a cual será la solución del gravísimo problema de la alimentación de los cubanos.
Ante este cuadro de lo que sucede en Cuba por estos días, en algunos medios del Sur de la Florida se ha comenzado a manejar el criterio de que si se estaría iniciando o no una perestroika en la Isla.
Aunque en Miami abunda la obsesión por magnificar cualquier información procedente de Cuba, así como de pretender encontrar segundas ediciones –como parodias, claro está- de la historia reciente cubana (¿segunda crisis de octubre? ¿segundo período especial?) hay que decir que esta vez, a pesar de las apariencias, no es poco el alcance de lo que se está poniendo sobre la mesa.
Por eso es importante poner nuestros dos centavos de opinión sobre el tema.
Una onza de historia elemental
La palabra perestroika en idioma ruso significa reestructuración, no significa cambio. No todo cambio constituye, por lo tanto, perestroika, pues muchos cambios pueden suceder sin una reestructuración a fondo de un sistema. Además, la perestroika nunca transitó sola su camino, pues vino de la mano con el glasnot, la transparencia informativa.
Cuando Mijail Gorbachov, el impulsor de la perestroika soviética, asumió el cargo de Secretario General del PCUS en marzo de 1985, no tenía que contar con sus antecesores, pues ya habían fallecido Vladimir Lenin, Iosif Stalin, Nikita Khrushchev, Leonid Brezhnev, Yuri Andropov y Konstantin Chernenko. El histórico Georgy Malenkov, ya para entonces muy anciano, no representaba ningún obstáculo.
Gorbachov planteó sus tesis sobre reformas en la URSS en el XXVII Congreso del Partido, en 1987, un año después del ascenso al poder, y seis años después del congreso anterior, caracterizado por el tenaz inmovilismo de Brezhnev.
En su lucha contra los elementos conservadores dentro del Politburó, Gorbachov promovió a Andrei Gromyko, hasta entonces Ministro de Relaciones Exteriores, como Presidente del Soviet Supremo, con lo que lo despojó de su control por muchos años de la po,lítica exterior soviética.
Posteriormente, convocó una Conferencia del Partido en 1988, (la primera desde 1941), donde introdujo reformas para reducir el control partidista sobre el Gobierno. Entonces fue designado Presidente del Presidium del Soviet Supremo, con lo que pudo reducir muchos de los poderes del Secretariado del Partido en la implementación de la política estatal. El PCUS, hasta entonces absoluta autoridad sin la más mínima responsabilidad, iba dejando se ser la "fuerza rectora" de la sociedad para convertirse en una fuerza representativa de su verdadero papel: ninguno.
Cuando en 1989 logró la disolución del Congreso de los Soviets y su sustitución por un Congreso de Diputados del Pueblo, la transmisión en vivo por la televisión soviética durante dos semanas de los debates de los diputados recien electos mostró a la población un clima de serias críticas sin exclusión de tópicos.
En la esfera económica Gorbachov impulsó la aprobación de leyes que otorgaban libertad a las empresas estatales para determinar la producción basadas en la demanda de los consumidores y de otras empresas.
Se implantó el auto-financiamiento empresarial, por el cual éstas podían disponer del excedente productivo y negociar la compra de insumos.
En 1988 se autorizó la propiedad privada y se crearon restaurantes cooperativos, tiendas e incluso pequeñas manufacturas.
Durante la perestroika fue eliminado el monopolio estatal del comercio exterior y se autorizó la inversión extranjera en la Unión Soviética, con control y propiedad mayoritaria en manos de los inversionistas foráneos.
Aunque el auto-financiamiento suponía que el estado no tendría que responsabilizarse con el destino de las empresas ineficientes, Gorbachov tuvo que salir a rescatarlas.
Como la liberalización de los precios y la desregulación de los salarios afectaron duramente los niveles de vida de casi un tercio de la población, el gobierno tuvo que seguir subsidiando los precios al consumidor.
Tras la revolución de 1989 en Europa del Este y el desmantelamiento del “campo socialista”, Mijail Gorbachov vio como muchísimos altos jerarcas de su propio partido conspiraron para poner fin a la perestroika y el glasnot mediante un golpe de estado.
Solamente la acción decidida de Boris Yeltsin y los diputados de la Federación Rusa frente al pucherazo hicieron abortar no solo el golpe reaccionario, sino el propio régimen comunista.
Una semana después, en agosto de 1991, Gorbachov renunció al cargo de Secretario General del PCUS y disolvió el Comité Central. La inutilidad del Partido era evidente.
Se han dado varias y contradictorias explicaciones de cuál fue la causa de la perestroika.
Alexander Yakoblev, quien desde el Politburó fuera uno de sus principales impulsores, siendo embajador de la Unión Soviética en Canadá pudo analizar extensamente con Mijail Gorbachov, entonces Ministro de Agricultura soviético, las múltiples posibilidades de reforma, durante una no planificada prolongada visita, las resumió en una conferencia dictada en 1993 en la Universidad de Berkeley, California.
Según dijo, para unos la perestroika fue resultado de una conspiración de la CIA y el mundo occidental con apoyo del sionismo. Para otros, fue una traición consciente o no al país, al sistema, al pueblo y a la propia clase trabajadora. Un tercer grupo aseveraba que fue una estupidez causada por buenas intenciones y decisiones irresponsables. Pero Yakoblev aclaró que no se puede negar que la perestroika surgió dentro, y se implementó por el Partido Comunista de la Unión Soviética.
Si acaso la “castrotroika”
Analizando los sucesos iniciados en 1989 que dieron al traste con el comunismo europeo, el intelectual británico Timothy Garton Ash se ha referido claramente a las “ilusiones del determinismo retrospectivo”, definiéndolas como vicios mentales de gente incapaz de prever un acontecimiento, pero que luego lo pueden explicar perfectamente.
Pudiéramos hablar, en el caso de algunos analistas del tema Cuba que nos ocupa, de una “obsesión por las similitudes”, que trata de encontrarlas en procesos tan distintos como la perestroika soviética y la confusa y vacilante transición al post-castrismo.
Pero hay diferencias abismales entre las condiciones en que surgieron la perestroika y el glasnot y las de los que quisieran y los que pudieran reformar el régimen castrista.
Por conveniencias comparativas, centrémonos básicamente en la figura de Raúl Castro, y obviemos su nivel intelectual.
En primerísimo lugar, Raúl Castro tiene el pesado lastre de su hermano vivo, a quien profesa ciega obediencia, ya que lo ve como lider guerrillero, fundador del Partido y autócrata sin freno, cuyo ego, (inspirado en Lenin, Mao, Stalin, pero también en Franco, Mussolini y los espadones iberoamericanos), lanzó a una pequeña isla del Caribe a riesgos y aventuras de desastrosas consecuencias, al alinearse con una gran potencia extra-continental. Y, además, el hoy general-presidente fue todo el tiempo un activo participante y el principal co-responsable en todo ese proceso.
En segundo lugar, Raúl Castro hereda el poder a medias, pero para sobrevivir depende de la munificencia de Hugo Chávez, cuyo proyecto bolivariano avanza a tropezones hacia el modelo castrista que pretende reproducir en Venezuela.
Pero ese es un modelo cuyos elementos fundamentales están pidiendo a gritos ser reformados en Cuba desde hace mucho tiempo.
Por otra parte, en ninguna etapa hubo una verdadera democracia partidista en el seno del PCC, que surgió de entre guerrilleros, y que está sometido desde sus inicios a la jerarquía militar.
Por lo que ni en la inédita anunciada para “en breve” Conferencia del Partido, ni en el indefinidamente pospuesto Congreso del Partido que se va a convocar quién sabe cuándo, se puede hacer otra cosa que aprobar dócilmente una receta ya previamente “cocinada” en la Comisión Ejecutiva del Buró Político, y con el visto bueno de Fidel Castro.
Por todo eso, lo único que puede aplicarse de la experiencia de la perestroika al régimen cubano sería la terminación “troika” de la palabra, viéndola como un símbolo de los tres personajes principales de la actual etapa en Cuba.
El primero de los tres sigue siendo, irremediablemente, Fidel Castro, cuya resistencia a desaparecer físicamente ha dado un frenazo brutal a lo que se consideraba la sucesión exitosa de Raúl Castro.
El Sucesor nominal, quien hábilmente se apoyó inicialmente en los tres Comandantes de la Revolución, los históricos, debido a la reciente muerte de Juan Almeida Bosque y las grandes limitaciones intelectuales y de salud de Guillermo García Frías, ha quedado en estos momentos acompañado solamente por el Comandante Ramiro Valdés, quien es en la actualidad miembro del Buró Político, vicepresidente del Consejo de Ministros, miembro del Consejo de Estado, y Ministro de Informática y Comunicaciones.
Para algunos observadores acuciosos de la realidad cubana hay un síntoma que debería inquietar mucho a Raúl Castro: las fotos en la prensa oficial colocan en destacado lugar, y en pie de igualdad, como histórico, al fundador del MININT con el general-presidente: dicen esos analistas que el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez es una advertencia que camina, algo así como una especie de Espada de Damocles-Castro, por si el hermano menor se descarrila.
Mientras ese triunvirato (“troika”) mantenga el enfoque políticamente esquizofrénico de dos discursos diferentes, y la pretensión de organizar una sola economía con dos monedas a la vez, no puede ir mucho más allá de pretender soluciones ficticias, con un discurso, a la vez, simultáneo y excluyente, que trata de modificar los síntomas sin atacar las causas, por lo que la situación que se trata de equilibrar se complica cada vez más.
La convocatoria a debates que ha tenido en los dos últimos meses con la participación de más de tres millones de trabajadores cubanos, limitada a los problemas locales del llamado “radio de acción” de cada participante, y excluyendo por definición el debate de los grandes problemas centrales que son los que provocan las limitaciones en el “radio de acción” de cada cubano, pretende lograr un consenso favorable a las medidas de eliminación de subsidios para balancear el presupuesto.
Esas medidas tienen tremendo impacto especialmente en los sectores más vulnerables de la población, que han dependido de los subsidios oficiales cada vez más por casi medio siglo, y mucho más en estos momentos de profunda crisis económica.
Sin embargo, el régimen pretende que se acepten sin chistar sus propuestas, por lo que ha circunscrito la discusión al medio circundante inmediato, de modo que se propongan solamente cambios menores e intrascendentes en fábricas, escuelas o policlínicos, todo en función del ahorro y la eficiencia, únicas medidas reales, pero insuficientes, a las que el gobierno parece aferrarse de momento.
En cuanto a la eliminación de la doble moneda para que el salario pueda tener un valor adquisitivo real (en realidad es triple moneda: la moneda fuerte internacional, el peso convertible cubano –CUC- y el devaluado peso cubano) que circula en Cuba en los últimos quince años, es un aspecto que queda fuera de análisis después que Raúl Castro dijera que no tiene solución inmediata. Si lo importante no se acomete en de debate, el resto de la discusión no va más allá del folklore y el paisaje.
¿Perestroika a la cubana?
Después de haber señalado las diferencias siderales entre la perestroika soviética y el glasnot con lo que ahora se cocina en La Habana como “cambios”, vale la pena repetir una valoración del proceso soviético citada por el ya mencionado Alexander Yakovlev:
la perestroika está inscrita en el pasado junto al comunismo (…) por lo tanto tiene que ser desechada junto al comunismo
Yakovlev, quien fue promovido en su momento al Politburó del PCUS por Mijail Gorbachov, pero que las presiones de la burocracia partidista le obligaron a demoverlo, aunque sin llegar al plan payama, criticaba ese punto de vista sentimental, y lo achacaba a la nostalgia de muchos rusos por una revolución que lo barriese todo y no se quedase en mera reforma.
Pero precisamente, si a pesar de haber sido la perestroika el más serio intento de cambios profundos en la Unión Soviética, ha tomado cuerpo esa valoración, mucho más acertada parece si se pretender aplicar a los tibios, incompletos y contradictorios cambios que se intentan hoy en Cuba.
Eliminar las escuelas en el campo y los comedores obreros, esforzarse en el ahorro y la eficiencia, controlar mejor el despilfarro y el desvió de los recursos, repartir a medias y con paños calientes la mitad de las tierras agrícolas que hoy se las come el marabú, reducir importaciones, o aplicar de mentiritas el pago por rendimiento, no van más allá de curas de mercuro cromo en una herida tan profunda y letal como la actual crisis cubana.
Hace falta, para una solución de fondo, que tanto el castrismo clásico como lo hemos conocido por casi medio siglo, así como cualquier cosa que pretenda ser su sucesión, sean desechados de una vez y por todas, para poder sacar a la nación cubana de la crisis más grave de su historia.
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