La zanahoria, el garrote y el comandante
El castigo mayor y más doloroso para Fidel Castro en la escena internacional es no prestarle toda la atención que él mismo considera que merece. Como niño malcriado, cuando sus antojos no son atendidos y complacidos, se queja a gritos para que le hagan caso, patalea, escandaliza, buscando un protagonismo que no le corresponde y nadie tiene interés en concederle.
En una de sus últimas “reflexiones” (nunca podrá saberse cuál es la última) alega que el presidente de Estados Unidos, es de suponer que el electo, pero también podría ser el saliente, no ha respondido a sus preguntas de mayo de este año, que planteó tras el discurso del entonces aspirante a candidato Barack Obama en Miami, ante la Fundación Nacional Cubano Americana.
Entre las “brillantes” preguntas planteadas por el Convaleciente en Jefe, que él define como “cáusticas interrogantes”, estaban asuntos tan profundos y trascendentes para la problemática mundial contemporánea como “1º ¿Es correcto que el Presidente de Estados Unidos ordene el asesinato de cualquier persona en el mundo, sea cual fuere el pretexto? 2º ¿Es ético que el Presidente de Estados Unidos ordene torturar a otros seres humanos?”
Preguntas absurdas, inútiles, vacías, capciosas, y sobre todo hipócritas: ¿Quién en su sano juicio respondería afirmativamente a preguntas como esas,? Pol Pot, Idi Amin Dada o Jean Bedel Bokassa –el emperador caníbal- gritarían al unísono: no… imposible. No existe siquiera la más remota posibilidad de que un periodista de verdad se las haga al viejo Comandante, a pesar del rosario de actividades dudosas y crímenes con los que está responsabilizado. Pero más aún, ¿que le hace pensar al compañero Fidel que un presidente de Estados Unidos, en ejercicio o electo, con la abrumadora cantidad de problemas a enfrentar y la infinidad de crisis que continuamente se generan en el mundo, estaría dispuesto a algo más que oídos sordos a tan necias preguntas?
Barack Obama es una incógnita para muchos jefes de estado en cuanto a su estilo y sus posibles estrategias, por lo que todos se preparan para lidiar con enfoques diferentes a los tradicionales en los últimos años, pero los más sensatos saben que aunque aparezcan estilos cambiantes y hasta sorprendentes, Estados Unidos no puede desconectarse de las realidades del mundo contemporáneo.
Durante los últimos ocho años la administración Bush le regaló al régimen castrista el mejor de los mundos posibles: una política cubana mediocre y absurda de no hacer nada, esperando a que en las calendas griegas el régimen cayera por su propio peso, y dejando el peso de la política hacia Cuba en manos de un desconcertado procónsul a cargo de una “transición” inexistente, y de un Secretario de Comercio exitoso en los negocios, pero que, además de haber nacido en Cuba, lo que él no pudo escoger, ha dado incontables muestras de desconocer lo que sucede día a día en la Isla.
Hace veinticinco siglos el general chino Sun-Tzu, padre del pensamiento estratégico, advertía que la mejor estrategia era la que permitiera lograr los objetivos sin tener que combatir, y la peor sería sitiar al enemigo para obtener los resultados que se pretendían.
La administración Bush, de espaldas a las enseñanzas del estratega chino, optó por el sitio al régimen cubano, esperando por su rendición incondicional, y a pocas semanas del fin de su ejercicio de ocho años de gobierno -además de malgastar millones de dólares- solo puede mostrar como resultados:
- una votación en la ONU de 185 países-votos a favor del levantamiento del embargo al régimen y cuatro en contra,
- un récord de venta de productos alimenticios al régimen como parte del “embargo” que se supone arreció
- y un cambio político en el condado de Miami-Dade, donde los cubanos imperan, que terminó votando a favor de Barack Obama y contra el candidato John McCain, que en el tema de Cuba prometía más de lo mismo, con independencia de que los tres congresistas cubanoamericanos hayan sido reelectos.
Barack Obama es lo desconocido para el régimen, la posibilidad de un enfoque diferente de la política hacia Cuba, una opción inteligente que tendría el respaldo de millones de cubanos en la isla que han puesto en él grandes expectativas, y de infinidad de naciones que claman por un “cambio” de política frente a los hermanos Castro.
Cuando Jimmy Carter actuó de manera diferente a sus predecesores provocó una crisis en el régimen que tuvo como contramedidas una aún mayor participación militar cubana en Angola, comprometer tropas en Etiopía, y desencadenar el éxodo del Mariel, que dieron al traste con las posibilidades de mejoría de las relaciones, y aún con la posibilidad de reelección del presidente.
Cuando Bill Clinton hizo movimientos serios encaminados a mejorar las relaciones entre ambos países, lo que incluiría hasta un levantamiento del embargo, ya en tiempos en que no existía la guerra fría, Fidel Castro ordenó el derribo de las avionetas civiles y desarmadas de “Hermanos al Rescate” para forzar la firma de la ley Helms-Burton y cerrar cualquier posibilidad de acercamiento.
Los presidentes más convenientes al enfoque castrista de las relaciones con Estados Unidos han sido Ronald Reagan, Bush padre, Bush hijo y Richard Nixon. Protegido por los compromisos del nunca firmado pero aceptado pacto Kennedy-Jrushev, Fidel Castro apostó todo el tiempo a que si no se instalaban armas nucleares en Cuba, algo que Moscú nunca haría después de la crisis de los misiles en 1962, Estados Unidos respetaría el compromiso de no invadir Cuba.
Aún cuando en 1982 Leonid Brezhnev informó a Raúl Castro en Moscú que la Unión Soviética no estaba en condiciones de defender a Cuba en caso de una invasión por parte de Estados Unidos, La Habana no modificó su postura pública y propagandística frente al “imperialismo”, aunque discretamente transformó su doctrina militar de rechazo a una invasión a través de un desembarco marítimo por la de enfrentar un “golpe aéreo masivo sorpresivo” y llevar a cabo “la guerra de todo el pueblo”, que era ni más ni menos reconocer la incapacidad militar cubana para enfrentar una invasión norteamericana, y desarrollar una “resistencia popular” basada en las experiencias vietnamitas.
Aún cuando el alto mando conocía de estas modificaciones de la doctrina militar, nunca se hicieron explícitos tales cambios a la población cubana, y ni siquiera a los aparatos partidistas y militares que deberían tener la responsabilidad de desarrollar esta “guerra de todo el pueblo”, quienes desconocían que esa modificación doctrinal era no una variante creativa, sino la única y desesperada opción disponible ante el abandono soviético.
Barack Obama es una incógnita para el castrismo. En primer lugar, la imagen de un afroamericano presidente de Estados Unidos –un negro, como se diría en Cuba, sin tantas preocupaciones por lo “políticamente correcto”, puesto que esa palabra en la Isla no supone el racismo o desprecio que implica en Estados Unidos- echa por el piso muchas décadas de falsa y absurda propaganda sobre un país donde los racistas, (que serían todos los blancos), supuestamente “echan los perros” a la población negra.
Y hay que notar que Fidel Castro, anquilosado en una visión de los Estados Unidos de sus tiempos de estudiante, nunca, en ninguna circunstancia, deja de hacer referencia al color de la piel del presidente electo. Ni a la posibilidad de un atentado criminal que truncara el camino al próximo presidente. Cuando la población de Estados Unidos, y el mundo en general, aceptan la realidad de un presidente no blanco, hijo de un estudiante extranjero, el convaleciente y anciano dictador no acaba de asimilar esa realidad y la sigue presentando como una incongruencia. No puede concebir que se pueda llegar a presidente de la nación más poderosa del planeta en todos los tiempos sin ser blanco, sin haber nacido millonario, y sin tener un nombre anglosajón, con lo cual se coloca del mismo bando que los más reaccionarios y cavernícolas racistas norteamericanos.
En medio del artículo Fidel Castro cambia su enfoque y señala que Obama no hubiera podido ser presidente, “sin los estudios que realizó primero en la Universidad de Columbia, donde se graduó en Ciencias Políticas, y luego en la de Harvard, donde obtuvo el título de Derecho, lo que le permitió convertirse en hombre de la clase modestamente rica con solo varios millones de dólares”. Pero, ¿cómo? ¿Un negro hijo de africano es capaz de estudiar en prestigiosas y selectas diversidades norteamericanas, obtener títulos profesionales y ganar millones de dólares con su trabajo? Se supone, camaradas, según la propaganda oficial, basada absolutamente en el discurso fidelista, que debería ser todo lo contrario.
El próximo presidente ha prometido dejar sin efecto las prohibiciones de la administración Bush sobre viajes a la Isla y remesas de dinero, aplicadas con espíritu politiquero meses antes de las elecciones del 2004 para aparentar que se hacía “algo” y asegurar el voto “duro” cubano-americano. De ser así, ello podría suponer que en los siguientes tres meses tras la anulación de esas medidas podrían llegar a la Isla unos 500 millones de dólares en remesas familiares y muchas decenas de miles de visitantes “de la comunidad” que, como bien dijo Barack Obama en su discurso en la Fundación Nacional Cubano Americana, serían “los mejores embajadores” de la democracia y la libertad. Esta perspectiva no resulta nada agradable para el viejo comandante de la “batalla de ideas”.
El embargo, aunque en realidad no ha logrado una transformación sustancial del régimen ni de sus objetivos durante los más de cuarenta y cinco años que lleva funcionando, no parece tener oportunidades inmediatas de un levantamiento, pues sería regalar al régimen una carta de triunfo sin recibir nada a cambio, además de depender de una decisión del Congreso, al estar codificado como ley.
Pero un conjunto de decisiones al alcance del presidente para distender las relaciones sin tener necesidad de realizar concesiones al adversario serían suficientes para hacer temblar el supuesto monolítico enfoque antiimperialista del régimen, y hacer preguntarse a muchos cubanos por qué las cosas no pueden ser diferentes si Estados Unidos adopta una posición novedosa ante un enfrentamiento que durante medio siglo no ha conseguido resultados ni superar el estancamiento.
Un posible ejemplo sería la implementación de la reciente propuesta que hacen al presidente electo la Cámara de Comercio de Estados Unidos, la American Farm Bureau Federation, la Business Roundtable, la Federación Nacional Minorista y la Asociación de Fabricantes Norteamericanos de Comestibles, entre otras agrupaciones.
Estos grupos empresariales consideran que para facilitar la reconstrucción de áreas de Cuba devastadas por los recientes huracanes, el nuevo gobierno demócrata debería autorizar la venta de equipos agrícolas y de ciertos bienes necesarios.
Naturalmente, el régimen puede recurrir a muchos pretextos, reales o inventados, para “demostrar” la imposibilidad de arreglos o distensiones de cualquier naturaleza, pero eso tendría mayor validez para consumo interno que para el escenario internacional, y el así considerado “consumo interno” es cada vez más endeble en un mundo de internet y amplio desarrollo de las telecomunicaciones. No por gusto una reciente directiva del Ministerio de Informática y Comunicaciones cubano estableció nuevas y más estrictas regulaciones a los proveedores de servicios de internet en el país
Muy recientemente, al preguntársele al canciller Felipe Pérez Roque – considerado como quien “mejor interpreta” el pensamiento del tirano – si dejar sin efecto las limitaciones de viajes familiares y remesas que Bush impuso en el 2004 contribuiría a comenzar un proceso de distensión en las relaciones bilaterales, respondió que “si lo hace, sería un primer paso positivo”, pero inmediatamente aclaró que sería “sólo el comienzo, porque realmente nuestro pueblo tiene derecho a esperar que por fin se respete su derecho a escoger su propio camino y se eliminen todas las restricciones”.
Traducción de la parrafada del canciller a la realidad: el régimen considera que Estados Unidos debe levantar las restricciones del embargo y conceder créditos a Cuba para comprar todos los productos que considere necesarios, sin esperar nada a cambio. Para que no surgieran más “expertos” comentando sobre el tema y entreviendo "señales", Pérez Roque fue enfático y directo: “La posición de Cuba es muy clara, reclamamos firmemente el levantamiento del bloqueo”.
Todo esto juega perfectamente de acuerdo con la estrategia de poderes paralelos que funciona en Cuba actualmente, donde el gobierno enfoca las cosas de una manera, pero el “líder histórico”, desde su lecho de enfermo, las enfoca de otra forma, mucho más ortodoxa o intransigente, lo que puede verse en la citada “reflexión” de Fidel Castro que señala que “alguien tenía que dar una respuesta serena y sosegada, que debe navegar hoy contra la poderosa marea de las ilusiones que en la opinión pública internacional despertó Obama”.
Naturalmente, “alguien” es ni más ni menos que el propio Comandante en Cama, quien considera su respuesta como serena y sosegada, aunque nadie le hizo pregunta alguna para necesitar o esperar tal respuesta.
Sin embargo, todos esos factores que señala en esa extensa e incoherente “reflexión”, disparates y sinsentidos, deben ser traídos a la actualidad noticiosa cubana (en el mundo en general ya los gobiernos no le hacen demasiado caso a lo que escribe), para terminar expresando lo que constituye su verdadero mensaje y úkase a la nomenklatura: Nuestros principios son los de Baraguá. El imperio debe saber que nuestra Patria puede ser convertida en polvo, pero los derechos soberanos del pueblo cubano no son negociables.
Este enfoque numantino y apocalíptico contrasta radicalmente con las palabras de Raúl Castro al actor Sean Penn durante una extensa conversación de más de siete horas, recientemente divulgadas: “las buenas relaciones serían mutuamente ventajosas. Tal vez no podremos resolver todos nuestros problemas, pero podemos resolver muchos de ellos”.
Sin ni siquiera sugerir en este párrafo posiciones ideológicas diferentes o enfrentamiento de criterios entre los dos hermanos aferrados al poder por medio siglo, está claro que Raúl Castro se refiere pragmáticamente a eventuales negociaciones desde una posición realista, mientras Fidel Castro comienza el planteamiento con un enfoque cerrado y apocalíptico, y dice prácticamente que la única manera de negociar, según su punto de vista, es obtener todo lo que el régimen desee sin que haya necesidad de dar nada a cambio.
Analizando la mencionada conversación de Raúl Castro con Sean Penn, Cubanálisis-El Think-Tank señalaba la semana pasada: “…no hay evidencia que demuestre que el régimen raulista, aunque tenga un verdadero interés en una normalización de las relaciones con Estados Unidos, lo intentaría de espaldas a la continua omnipresencia del enfermo y anciano dictador que desde su lecho de eterno convaleciente “reflexiona” sobre todo y sobre todos, y no daría su brazo a torcer al final de sus días”.
Por eso, lamentablemente, aunque el ascenso a la presidencia de Barack Obama haya creado innumerables esperanzas y expectativas, sean realistas o absurdas, en millones y millones de personas en todo el mundo, incluidos los cubanos de la Isla y la diáspora, las posibilidades reales de grandes y rápidos avances en la normalización, o por lo menos el mejoramiento, de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, son más ilusorias que reales mientras Fidel Castro mantenga su influencia actual en el gobierno cubano.
No por gusto el propio Raúl Castro había advertido a Sean Penn antes de comenzar la referida conversación: “Fidel me llamó hace un momento. Quiere que lo llame después que hayamos conversado. Quiere saber sobre todo lo que hablemos”. Y en la despedida le reitera: “voy a llamar a Fidel ahora”.
Completamente coherente con la postura del “mejor intérprete del pensamiento del Comandante en Jefe”, Felipe Pérez Roque respondió, cuando le preguntaron hace muy poco si el triunfo de Obama abría una nueva etapa en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, que “no se puede asegurar todavía”, porque “están por ver los hechos prácticos”.
Hechos prácticos (¿existe algún hecho que no sea práctico?) que el decrépito dictador se encargará de interpretar y definir a su manera, como siempre ha sido durante medio siglo.
De momento, para ir preparando las condiciones que hagan imposible o por lo menos muy difícil una mejoría de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, ya se encargó de declarar: “Con Obama se puede conversar donde lo desee, ya que no somos predicadores de la violencia y de la guerra. Debe recordársele que la teoría de la zanahoria y el garrote no tendrá vigencia en nuestro país”.
Dejando a un lado la falacia de que "no somos predicadores de la violencia y de la guerra", si no se puede ni se debe esperar que un enfoque pragmático y amistoso (la zanahoria) ni uno duro y amenazante (el garrote) funcionen en una eventual negociación, y si no se quiere entender que para lograr resultados y obtener concesiones es necesario estar dispuesto a ceder en determinadas exigencias, ¿para qué serviría sentarse a conversar?
Evidentemente, el aparente enfoque de Barack Obama en su política hacia Cuba tendría una mejor acogida y mayores posibilidades de éxito si Raúl Castro estuviera verdaderamente a cargo del gobierno cubano, que con un Fidel Castro moribundo que continuamente interfiere “reflexionando” con veneno y hiel.
El adversario “perfecto” para Fidel Castro durante ocho años ha sido y es George Bush: inmovilismo absoluto de su administración en política cubana, frente al inmovilismo jurásico del régimen. Ambos hubieran podido estar así toda la vida.
George Bush dejará de ser presidente de Estados Unidos el 20 de enero del 2009, pero no se sabe cuando Fidel Castro dejará de interferir, pues eso sería solamente cuando deje de existir.
Si Barack Obama ha dejado bien claro desde que ganó la presidencia que Estados Unidos no puede tener dos presidentes a la vez, sería bueno que tuviera en cuenta, en lo referente a su política hacia Cuba, que el régimen sí tiene dos gobiernos a la vez: uno que aparece en público y pronuncia discursos de vez en cuando, y otro que continuamente “reflexiona” desde un lugar secreto.
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