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mi pasaporte lleno ‘e visa y tú para’o en la terraza.
Un nuevo síndrome psiquiátrico ha sido detectado en Camagüey. La enfermedad, de carácter comunitario, aún no se describe en términos de detalles, pero si se manejan ya sus rasgos generales, entretanto los facultativos definan y clasifiquen al agente patógeno que lo causa.
Comienza a ser conocida como el “Síndrome del Viaje Mental” y ataca en primera instancia a todas aquellas personas que nunca se han montado en un avión, y en segunda a esas que solo viajaron en barco hacia y desde la antigua Unión Soviética.
El Síndrome del Viaje Mental no es nuevo, toda la vida hubo aquí gentes que soñaron con volar, y algunos hasta perdieron la vida tratando de volar por el agua, pero ahora -no me pregunten por qué-, pica y se extiende el padecimiento.
Alicia gana 305 pesos flojos al mes (MN), es especialista “D” en fabricación de cajas de cartón reciclado para cumpleaños y quiere ir a la India. Dice que siempre le gustaron las películas de Bollywood y que en ese país los machos guapos lo mismo dan patadas espectaculares y miran agresivamente con cara de “te reviento” que luego forman tremendo meneo de cintura en una coreografía sabrosa que es bailada con espontaneidad singular por todos los miembros del CDRI (Comité de Defensa de la República de la India).
Marelys, que antes ni hablaba por no ofender, ahora va a vender su casa y se lo comenta a todo el mundo: no ha decidido a dónde viajará, ni dónde pernoctará mientras tanto, pero ya tiene un comprador… italiano el tipo, italiano y ventajista, y si no se la compra él entonces la cambiará por una visa y un pasaje de cualquier clase.
Siguiendo por esa línea, el barrio entero tiene un plan, el barrio entero saca sus cuentas, en la intimidad y también a la luz del foco de la esquina; todo el mundo asume que le va a tocar viajar en esta vuelta porque “ahora sí se puede”. Y muchos hasta creen que se las saben todas en materia de maletas porque ya leyeron la Gaceta y porque vieron el programa de televisión Al Derecho.
Claramente el síndrome está afectando la ya afectada capacidad intelectual de algunos: Ramoncito, por ejemplo, dice que “todo es mentira, y que nada es verdá… porque, asere Alejo…. ¡quéeee tanto cuento el de esta gente si ahora me piden hasta una carta de invitación!…” No hay manera de que Ramoncito entienda que la carta de invitación no la exigen esta gente, sino la embajada de la República Dominicana, que es a dónde él quiere ir… a conocer a su Facebook-jevita virtual de 48 años…., con la cual lleva empatado un año y medio.
Rogelito es otro que se sumó a la locura generalizada; con tremendo orgullo me narra lo sucedido en aquella reunión, y sus palabras finales: (-imaginar instrumental de Carrozas de Fuego a fondo-) “pues ahí tienen mi título pa'que lo invaliden, no lo quiero vaya, y no me hablen del Servicio Social porque yo soy Orden 18, je je”. Rogelito ha decidido que prefiere ahorrar el dinero del pasaje criando puercos en la finca de su abuelo que viajando 200 kilómetros diarios en camiones con peste a yerro para atender los pacientes de una policlínica rural. Lo siente por los pacientes, y lo siente por él y por su madre, “pero no mi hermano… tá bueno ya”.
La arquitecta Magalis lo ahorrará poniendo uñas acrilicas y comprando pelo de mujeres blancas para revendérselo a mujeres negras; y el arquitecto Javier, que se sabe de memoria esta ciudad, dice que lo suyo ahora es hacer colas en el Banco para pagar patentes de otros, que es una pincha tranquila, y que no tiene que ver con que si el edificio se cae por culpa suya o porque los albañiles se robaron el cemento….
Y en medio de tanta locura, tanta quemadera, tantos ojos desorbitados y tanto guaricandillaje de lo cubano, llega Eduardo. Con cuatro palos de ron encima y un cigarro criollo en la boca me devuelve parte de la calma.
Eduardo igual está enfermo del Síndrome del Viaje Mental, pero de vez en cuando tiene destellos de lucidez: me dijo que su padre no pudo estudiar cuando el capitalismo y por eso tuvo que vivir -teniendo talento para más- tapizando los muebles de la gente con dinero;… y ahora “coño” sus tres hijos: la economista, la abogada y el ingeniero mecánico -teniendo talento, ¡y habiendo podido estudiar!-, tienen que vivir cuidando los niños de la gente con dinero, vendiéndole leche en polvo a la gente que puede desayunar, y trasladando en un bicitaxi a gordos que están gordos porque igual tienen dinero y desayunan con leche en polvo…
Y ahí ya no pude llevarle la contraria (cosa que suelo hacer con todo el mundo, y ante todo argumento sea cual sea, solo por echarle gasolina al debate): “si esta historia termina así, mi hermano, entonces la suerte fue de tu padre… que por lo menos se ahorró cinco años de estudios, y algún que otro camión de ilusiones profesionales.
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