Los economistas saben que la política de atracción de inversiones extranjeras es una de las más complejas que puede abordar cualquier economía. Forman parte de las denominadas políticas estructurales, porque sus efectos suelen producirse y, por tanto, evaluarse a medio y largo plazo.
En el contexto de globalización de la economía mundial, que integra mercancías, servicios, capitales y tecnologías, las inversiones extranjeras se convierten en un agente activo que estimula los procesos descritos. Aquellos que piensan que en el siglo XXI es posible recurrir a la vía autárquica para superar las cadenas del subdesarrollo, están completamente equivocados.
La inversión extranjera puede dirigirse a un país por numerosos factores, entre los cuáles, la existencia de un marco jurídico estable y predecible, es condición necesaria, pero no suficiente. El capital privado recela de los entornos de incertidumbre y riesgo, desconfía de quiénes no pagan sus deudas en los plazos estipulados, y no ofrecen garantías jurídicas objetivas para el desempeño eficiente de los negocios.
Además, ¿qué sentido tiene mantener un sistema económico controlado centralmente por el gobierno, en el que más del 90% de los trabajadores están ocupados en el estado y dónde la iniciativa privada es residual? ¿Con quién deben relacionarse los inversores extranjeros que quieran situar sus capitales en el país? ¿Tal vez con el estado y sus organismos? En el caso cubano, el régimen ya ha ideado una solución al crear un organismo del estado encargado de contratar los trabajadores que, posteriormente, son cedidos a las empresas extranjeras que invierten en el país.
Tal vez , la Organización Internacional del Trabajo debería abrir un expediente informativo al régimen castrista por prácticas absolutamente contrarias a los derechos de los trabajadores a la contratación efectiva. Nada más y nada menos que en un país que se ha autoproclamado históricamente como el paraíso de los desprotegidos.
Básicamente, los economistas identifican tres factores determinantes como ejes de la captación de inversiones extranjeras: transparencia, credibilidad y atractivo sectorial. En cierto modo, los tres se encuentran estrechamente relacionados y tienden a alimentarse unos con otros. Las políticas de atracción de las inversiones extranjeras deben lidiar con estas cuestiones, y despejar las incertidumbres para facilitar el acceso de los capitales. Otra cosa es que lo consigan. El caso del régimen castrista, con su reciente Ley de inversiones extranjeras, puede ser una referencia de interés para este análisis.
Transparencia. No hace mucho tiempo que las autoridades del régimen entraban en un agrio conflicto con los estadísticos de Naciones Unidas, al intentar imponer una medición del valor de sus cuentas nacionales, que en absoluto se correspondía con los estándares internacionales. Es un asunto antiguo, al que no vale la pena dedicar mucho tiempo ya que finalizó, de forma incomprensible, con la aceptación por Naciones Unidas de la información macroeconómica ofrecida por el régimen castrista. Más propaganda que otra cosa. El tiempo ha situado las cosas en su sitio. La economía lleva años creciendo por debajo de sus tasas planeadas.
Credibilidad. Cabe afirmar otro tanto. ¿Qué se puede esperar de un sistema económico dirigido por gestores que mantienen una dualidad monetaria que genera no pocos problemas en la medición contable de la actividad económica? Los agregados principales son cuestionables, y por ello, la economía pierde credibilidad. No es posible realizar contrastes con las magnitudes de otros países, y se debe recurrir a los indicadores que el régimen utiliza como instrumentos de propaganda, como el índice de desarrollo humano, por ejemplo.
Atractivo sectorial. El inversor extranjero que accede al catálogo que recoge la Ley de inversiones extranjeras castrista lo primero que encuentra son prohibiciones. Educación, sanidad o industria militar se encuentran vedados al capital extranjero. No es un buen comienzo. En principio, una política de atracción de inversiones extranjeras no debería condicionar de ese modo las preferencias de los inversores. Y luego, ¿qué se ofrece? El principal sector de la economía, el azúcar, se encuentra completamente hundido. La minería ya está controlada por empresas de capital extranjero desde hace décadas. Otro tanto sucede con el parque de instalaciones hoteleras que se gestiona por empresas internacionales. ¿Qué es lo que queda para invertir?
Los medios se han hecho eco que el régimen castrista ha iniciado negociaciones con el Club de París, para poner el contador de su deuda a cero, o tratar de reducirla al máximo posible. No es una mala noticia. No le queda más remedio que hacerlo, si quiere atraer inversores extranjeros de confianza. De hecho, desde hace tiempo intenta que los rusos de Putin le perdonen las deudas de la época soviética. Una tarea harto difícil porque es imposible trasladar aquellos importes a las condiciones financieras actuales. Otros países han sido más favorables a ceder.
Pero el Club de París es una organización seria y respetable, y aquellos que acuden a su sede en demanda de financiación tienen que aceptar las reglas del juego. Fidel Castro, durante décadas, creyó que se podía vivir sin pagar. Su hermano se ha encontrado con el efecto de la dura realidad, y ya está en la cola de los deudores. Es un paso necesario para reducir el alto riesgo asociado a la inversión en una economía cuya “constitución” insiste en la propiedad estatal de los medios de producción. Una letra muy mal escrita, con una música absolutamente desafinada en los tiempos que corren.
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