Fidel y Raúl Castro en la encrucijada
By CARLOS ALBERTO MONTANER
Hay víctimas muy caras. El albañil negro Zapata Tamayo, muerto de hambre y sed en las cárceles cubanas, es una de ellas. Algunas se llevan a la tumba a sus asesinos. Los Castro debían saber esto. La muerte de Pelayo Cuervo, un líder de la oposición durante la dictadura de Batista, fue una de esas víctimas. Tras su asesinato ya no quedó espacio para una solución política. Al dominicano Trujillo le ocurrió algo parecido con las hermanas Mirabal. Mató cientos de opositores impunemente, hasta que una tarde especialmente cruel sus policías ejecutaron a palos a tres respetables muchachas y las arrojaron a un barranco. El crimen marcó el comienzo del drama que condujo a la ejecución del dictador y al fin de su tiranía.
La reacción internacional ha sido devastadora para la imagen del régimen cubano. El Parlamento Europeo, que es el espacio democrático más prestigioso y grande del planeta --27 países, 500 millones de habitantes-- aprobó una condena sin excusas a la dictadura de los Castro en la que estuvo de acuerdo todo el arco democrático, desde la derecha hasta la socialdemocracia, pasando por liberales, verdes y radicales. Sólo 30 eurodiputados comunistas apoyaron al gobierno cubano. Quinientos nueve lo acusaron severamente. Catorce se abstuvieron.
Fue como si se levantara la veda. Tras el ejemplo del Parlamento Europeo, Pablo Milanés se atrevió a alzar su voz y vino una condena del Senado chileno, acompañada por un fuerte documento de los socialistas de ese país y una declaración enérgica de México, mientras varias asambleas parlamentarias españolas (y algunas latinoamericanas), aguijoneadas por Esperanza Aguirre, la presidente de la Comunidad de Madrid, preparan textos parecidos para continuar la ofensiva.
Simultáneamente, aparecía una carta acusatoria en Internet (http://orlandozapatatamayo.blogspot. com/p/carta.html) que en pocos días recibía decenas de miles de firmas. Muchas de ellas pertenecían a los sospechosos habituales, los demócratas de siempre --Mario y Alvaro Vargas Llosa, Fernando Savater, Enrique Krauze--, pero esta vez, acaso arrastrados por los cineastas Pedro Almodóvar y Fernando Trueba, también la suscribían comunistas como los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén, y la actriz Pilar Bardem, cansados de los excesos de los dogmáticos estalinistas cubanos.
¿Qué está pasando en el mundo? Evidente: ya se agotaron todas las reservas de paciencia y simpatías castristas fuera del ámbito de los estalinistas. Ya no hay consideración posible para un régimen que lleva varias décadas encarcelando y matando adversarios desarmados y pacíficos. Cuando se enfermó Fidel Castro y su hermano Raúl asumió el poder, circuló la vaga esperanza de un cambio gradual hacia mayores espacios de libertad política y económica, pero nada de eso se ha confirmado. Por el contrario: algunos funcionarios a los que se les sospechaban inclinaciones reformistas (Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Remírez de Estenoz) fueron ignominiosamente separados de sus cargos. Raúl es más de lo mismo, pero sin la curiosidad antropológica que despierta su hermano.
¿Y qué está pasando en Cuba? Por una parte, los demócratas de la oposición, y muy especialmente las indomables Damas de Blanco --madres, mujeres, hijas o hermanas de presos políticos-- continúan saliendo a las calles a pedir la libertad de sus familiares, aunque el régimen las golpee y las arrastre por el suelo una y otra vez. Por la otra, son muchos los funcionarios del régimen avergonzados por las tácticas represivas del gobierno, deseosos de enterrar de una vez un sistema decrépito que nunca fue capaz de darles a los cubanos un poco de bienestar material y les arrebató la libertad, la armonía familiar y la paz.
Los Castro están abocados a la clásica disyuntiva que suele sacudir a este tipo de régimen caudillista en la etapa final: o abren la mano y toleran que la sociedad exprese sus quejas y escoja sus preferencias paulatinamente, o reprimen con mayor severidad cualquier manifestación de inconformidad. Si eligen el primer camino, entran en un mundo imprevisible en el que a medio o largo plazo pudieran perder el poder, pero en el que también pueden evolucionar y transformarse en otra cosa más adecuada al mundo en que vivimos. Si escogen el búnker y la represión, el descrédito creciente los irá minando hasta que no tengan posibilidad alguna de escapar de su propia jaula cuando un estallido de violencia le ponga fin a la tiranía. Lo que casi nadie cree, dentro o fuera de Cuba, es que, muertos los Castro, dos octogenarios crueles y tercos, esa pesadilla continuará viva.
Qué claridad de pensamiento tiene este Carlos Alberto Montaner! Me gustaría en una Cuba democrática tuviera la oportunidad de dirigir el país en algunos de sus períodos de mandato
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