Similar satisfacción compartieron los antiguos soberanos de Asiria y Egipto. Recientemente el rey Juan Carlos de España recibió una avalancha de murmuraciones por realizar un costoso viaje de cacería de elefantes a Okavango, zona norte de Botswana; África, mientras su país enfrenta una crisis financiera. Para empeorar las cosas, un accidente en el safari obligó al monarca español de 74 años someterse a una cirugía.
La dinastía cubana, terremoto interminable de creatividad, no se permite el derecho de situarse en la excepción. Para ello, muy cerca de Mayarí, en la costa norte de Holguín, en la bahía de Nipe, se encuentra Cayo Saetía. Paraíso tropical de 42 kilómetros cuadrados, más de la mitad poblada por bosque, donde el General Raúl Castro brinda a sus mejores aliados el goce único de realizar la más emocionante expedición que desde un exclusivo batey formado por chalets de rústico lujo, incluye cacería de jabalí, búfalo, antílope, ciervo, avestruz o alguna otra especie importada para convertirse en blanco de uno, o varios disparos.
En una de esas aventuras más costosas que el salario de un cubano durante toda su vida, el actual gobernante, olvidando los tan manoseados conceptos de austeridad y corrupción, y acostumbrado a disfrutar de una rendida servidumbre, se empeñó en montear un toro del que muchos locales todavía hablan.
Con el frío de la madrugada y ese intrépido brío inherente a quien por andar en grupo no teme al desafío, la cuadrilla de hombres armados abandonó el campamento. Unos iban a caballo, otros en 4x4. La voz pausada del guía detuvo la caravana, ordenó adentrarse en la selva con sigilosa obediencia, y como una profecía que bulle la adrenalina, de entre una tenue neblina apareció el animal de pelo corto, larga cola, y una gran cabeza armada con prominentes cuernos viriles.
Todo iba a pedir de boca. El excitado General apuntó y disparó su potente Magnum 300, pero como versa el dicho, la felicidad viene en porciones. Los ojos del toro brillaron y alguien gritó “Va a embestir”. Entonces, el Primer Secretario del aparatoso Partido y ex ministro de las FAR, intentando practicar su táctica poco ortodoxa para un hombre de combate, salvó su honor convirtiendo la honorable cacería en una fiesta de San Fermín y en su prudente estampida patinó y se revolcó. Los escoltas tomaron partido, levantaron al enfangado jefe, que sonreía con un diente de menos, y lo escudaron detrás de una formación rocosa natural de ese lugar.
Las ráfagas de un AKM pusieron fin a este episodio del que prohibieron hablar. Pero, “A pan duro, diente agudo”. Hoy, el grupo Gaviota es el encargado oficial de la administración de Cayo Saetía, y cuando llegan ilustres y dignos visitantes le muestran, cual trofeo, la foto del General (héroe de Mayarí) posando sin sonreír, sobre lo que quedó de aquel hermoso ejemplar bóvido de cabeza gruesa y piel dura.
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