Ortega ofició como diligente mediador con el gobierno de Cuba para la liberación entre 2010 y 2011 de un nutrido grupo de prisioneros de conciencia, entre los que figuraban decenas de disidentes que permanecían encarcelados desde la Primavera Negra del 2003, y que con excepción de unos pocos que se negaron a abandonar la isla todos fueron deportados a España.
Pero en un foro llevado a cabo el martes en Harvard y titulado “Iglesia y Comunidad: un diálogo sobre el rol de la Iglesia Católica en Cuba”, el cardenal y arzobispo de La Habana justificó el desalojo por las autoridades cubanas de 13 disidentes que habían ocupado un templo en la capital de la isla días antes de la visita del papa Benedicto XVI y los calificó de “delincuentes”.
Cuando se produjo, el desalojo de los opositores fue muy criticado debido a la violencia empleada por las autoridades frente a personas que ocuparon pacíficamente la iglesia en vísperas de la visita papal para pedir la excarcelación de presos políticos y libertad de expresión, entre otras demandas. Muchos criticaron entonces al cardenal no haber ido al templo a escuchar el ruego de los fieles.
Sin embargo, en Harvard, en un lenguaje inusual para un príncipe de la iglesia que se supone que no haga diferencias entre la feligresía por su origen social, su pasado o su grado de instrucción, el cardenal Ortega no sólo refutó que hubiesen sido sacados por la fuerza. “Ellos eran un grupo que, me apena mucho, pero todos están antiguos delincuentes (…) había toda una gente allí sin nivel cultural", dijo.
Refiriéndose al diálogo iniciado con el gobierno del presidente Raúl Castro en mayo de 2010, Ortega señaló que “el mundo entero ha visto que la Iglesia Católica está viva y ha estado presente en estos largos años de dificultades”, en un esfuerzo por validar el rol que tuvo en las excarcelaciones conseguidas a partir del 2010.
De hecho, la salida expedita de los presos de sus celdas hacia el aeropuerto habanero, sin siquiera un breve tránsito por sus hogares, y de ahí a Madrid, fue vista entonces como una más de las arbitrariedades cometidas durante décadas por las autoridades cubanas, y no hizo mayor mella en el papel de la iglesia aunque siempre dejó abiertas interrogantes.
Pero ahora en Harvard, el arzobispo de La Habana eximió a la iglesia de toda responsabilidad en las deportaciones, y dijo que fueron las mujeres de los presos políticos las que propusieron que “sus esposos fueran enviados a otro país, que era preferible estar separados por el mar, que no por todas las rejas de la cárcel”.
Desde La Habana, la líder de las Damas de Blanco, Berta Soler, esposa de los prisioneros excarcelados, Ángel Moya, no sólo criticó al cardenal por haber permitido el desalojo del templo. “Conozco a algunos de los que estaban en la Iglesia de La Caridad que son hombres, sí quizás con bajo nivel cultural, pero no delincuentes”. Soler también declaró que cuando empezaron las excarcelaciones en 2010 ellas dejaron saber al cardenal su desacuerdo con las deportaciones.
El médico Oscar Elías Biscet, ex prisionero de conciencia, dijo tener una lamentable opinión del arzobispo de La Habana por no ponerse del lado de los sufridos. “Creo que la dirección de la Iglesia no ha comprendido que hay que exigirle al gobierno que los cambios son derechos elementales de la persona”.
Hace poco más de una semana, el diario The Washington Post calificó al cardenal de socio “de facto" del presidente Castro, por reunirse con él “regularmente” y alentar “sus limitadas reformas".
Ortega no ha dicho nada sobre el joven cubano Andrés Carrión, quien estuvo detenido 20 días luego de gritar “Abajo el comunismo” durante la homilía oficiada por Benedicto XVI en la ciudad de Santiago de Cuba. Tampoco se ha pronunciado sobre el aumento los últimos meses de la represión en la isla, y el encarcelamiento nuevamente de José Daniel Ferrer, uno de los ex prisioneros de la Primavera Negra.
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