Carrión, de 41 años, y su esposa, la doctora Ariouska Galán, de 38, recibieron visas estadounidenses de refugiados y llegaron el 21 de noviembre a Chattanooga, Tennessee, donde han estado llenando sus papeles para solicitar permisos de trabajo, números de Seguro Social y chequeos médicos.
Al principio ellos tenían algunas preocupaciones sobre la sociedad capitalista “infestada de crimen y racismo”, como tradicionalmente ha sido descrito Estados Unidos por los medios informativos oficiales de Cuba, pero encontraron que la ciudad era segura.
“Los estadounidenses sonríen mucho”, dijo Carrión. “Incluso dicen ‘discúlpeme’ cuando se dan contra una persona”.
“Y te atienden muy bien en los comercios, no como en Cuba”, agregó.
Su página de Facebook lo muestra usando guantes y una gorra, abrazando a un Santa Claus y admirando a un reno en la vidriera de una tienda.
“Pero más que todo respiro libertad, un aire de libertad increíble”, dijo Carrión a El Nuevo Herald en su primera entrevista desde que dejó Cuba.
Toma de conciencia
Eso no era lo que respiraba en Cuba después de su famoso desbordamiento emocional minutos antes de que Benedicto comenzara su misa el 26 de marzo del 2012 en Santiago, en la primera escala de una visita de tres días, la primera gira papal en el país de gobierno comunista desde que Juan Pablo II estuvo allí en 1998.
Funcionarios del gobierno amenazaron con matarlo, despidieron a su esposa de una clínica pública y los expulsaron del apartamento encima de la clínica. Dos infiltrados de la Seguridad del Estado trataron de acercársele. Y un auto del Ministerio del Interior pareció tratar de arrollarlo.
Carrión dijo que no estaba activo en grupos disidentes antes de su explosión emocional. Un terapeuta físico que vivía tranquilamente con su esposa en Santiago, la segunda mayor ciudad de Cuba, había sido despedido de su trabajo como parte de las medidas de austeridad del gobierno y se encontraba desempleado.
“Era una persona normal, con algunas inquietudes políticas, pero entonces poco a poco empezó un alza en mi conciencia política”, dijo en una entrevista telefónica desde Chattanooga.
Se dio cuenta que tendría la oportunidad perfecta para criticar públicamente al gobierno cuando se anunció que Benedicto oficiaría una misa en Santiago - un evento al que seguro asistirían los medios internacionales de noticias y las élites gobernantes de Cuba, pero no los disidentes.
Un desconocido
Carrión estaba en lo correcto. Siguiendo sus usuales procedimientos, la policía detuvo a cientos de disidentes y bloqueó sus celulares durante la visita de Benedicto, para asegurar que no pudieran estar cerca de las actividades del Papa en Santiago y La Habana.
“Yo aprovecho que en ese momento soy una persona desconocida en el mundo político”, dijo. “Si no, no hubiera podido llegar a ese punto”.
Carrión dijo que le entró miedo en la mañana del 26 de marzo y casi abandona su plan. Pero llegó a las 11 a.m. a la Plaza de la Revolución Antonio Maceo y se aseguró un lugar lo más cercano a la barandilla de seguridad antes de la misa esa tarde.
La seguridad era estrecha, pero no abrumadora. Quizás los guardias “no creían que alguien… tendría la osadía de hacer algo tan peligroso”, dijo Carrión. En una visita previa a la plaza, Carrión vio francotiradores apostados en edificios cercanos.
El Papa todavía no había llegado al altar cuando alguien con el micrófono pidió un minuto de silencio por algo —Carrión estaba tan nervioso que no recuerda qué. Pasó la barandilla de seguridad y corrió hacia el altar gritando con toda la fuerza que le daban sus pulmones.
Carrión recuerda haber gritado “Abajo el comunismo” y “Abajo la dictadura de Castro”, así como “los cubanos no son libres. No se dejen engañar. Somos esclavos”.
Los videos de televisión lo muestran cuando es golpeado por varios simpatizantes del gobierno, incluyendo un hombre que usaba un chaleco de la Cruz Roja Cubana y llevaba una camilla plegada, antes de que agentes vestidos de civil lo sacaran de la vista de las cámaras.
La detención
Un agente de seguridad lo esposó entonces apretadamente, lo lanzó en un auto del Ministerio del Interior y le amenazó que el exabrupto gesto “me iba a costar la vida”, dijo Carrión. “Me dijo ‘Yo mismo te voy a dar un tiro en la cabeza’... Yo pienso que yo ya no salgo de esto vivo”.
Pero el comportamiento de sus captores cambió 180 grados después que lo llevaron a Versailles, un temido centro de interrogación de la Seguridad del Estado en Santiago, y llegó un alto oficial al lugar para hacerse cargo del caso.
Los guardias le ofrecieron comida, le dieron una silla y le preguntaron si tenía buena salud en general, dijo Carrión. Le hicieron pruebas de alcohol y drogas, llamaron a un psiquiatra y le dijeron que “la revolución era benevolente”.
Estaba claro que ellos no querían darle una razón para que, después de que lo dejaran en libertad, se quejara por la forma en que lo trataron.
Fue acusado de desorden público pero nunca lo juzgaron, y fue puesto en libertad después de pasar 18 días en Versailles y firmar una promesa de no dar entrevistas a los medios de comunicación y no usar “palabras nocivas” contra los dirigentes cubanos. Pronto violó todas sus promesas.
Cuando tomó el taxi que lo llevó a su casa desde Versailles, el chofer le preguntó por qué había estado en el centro y le dijo que el viaje era gratis. Sus vecinos estaban claramente aterrorizados de que los vieran con él, dijo Carrión, pero le ofrecieron apoyo en secreto.
“Me mandaban papelitos por la noche o me visitaban de noche”, dijo Carrión. Le pidieron que les avisara sobre cualquier cosa que necesitara, como dinero o arroz, agregó, “pero siempre a través de otra persona de confianza, no en persona”.
Comienza el acoso
Mientras tanto, los servicios de seguridad de Cuba continuaban siguiéndolo de cerca.
Carrión dijo que mientras estuvo en Versailles, el abogado de Santiago y “disidente” Ernesto Vera urgió a Galán a que lo nombrara como el representante exclusivo de su esposo y le dejara a él todos los comentarios públicos. Ella se negó a hacerlo y la organización disidente Unión Patriótica Cubana (UNPACU) dijo posteriormente que tenía pruebas de que Vera era un colaborador de la Seguridad del Estado. Vera ha negado esa acusación.
Al cruzar una calle de Santiago con un amigo, un auto del Ministerio del Interior, a cargo de la Seguridad del Estado, pareció salirse de su camino para tratar de atropellarlo, dijo Carrión. Agentes de la Seguridad le preguntaron a sus vecinos el nombre de su dentista.
En pocos días, una turba organizada por el gobierno, de unas 500 personas, se presentó afuera de su apartamento para un “acto de repudio” contra la pareja. Galán fue despedida al próximo día y se le ordenó a la pareja que desalojara el apartamento propiedad del gobierno.
Carrión y Galán, quienes no tienen hijos, se mudaron con los padres de ella al pueblo de Palma Soriano, 18 millas al noroeste de Santiago. Y los agentes locales de Seguridad del Estado también trataron de envenenar el ambiente de ese sector contra ellos.
“El mismo día en que llegué la Seguridad les dijo (a los residentes de Palma) que había llegado un terrorista de los más malos”, dijo Carrión. Al principio los residentes “prácticamente ni me saludaban, pero poco a poco se dieron cuenta que yo no era ningún monstruo”.
Carrión se unió a la UNPACU y viajó varias veces a La Habana para contar su historia en las misiones diplomáticas de Estados Unidos, Canadá y España en reuniones arregladas por Elizardo Sánchez, jefe de la Comisión Cubana para los Derechos Humanos y la Reconciliación Nacional.
El exilio
Pero la vida de Carrión se hacía cada vez más difícil.
Un miembro de UNPACU sospechoso de ser un colaborador de la Seguridad del Estado se presentó en su casa repetidamente para preguntar sobre cualquier protesta planeada. Galán sintió que era vigilada en casi todas los lugares que visitaba.
Ambos estaban desempleados, pero no querían entrar en las estrategias semilegales que usan la mayoría de los cubanos para poder llegar a fin de mes, al saber que la Seguridad del Estado podía encarcelarlos por un “delito común” usando la menor excusa como pretexto.
“Mi familia estaba pasando hambre”, dijo Carrión.
La pareja decidió solicitar asilo político en Estados Unidos, y lo obtuvo en dos meses.
Vivir en el exilio es difícil, y también aprender inglés, dijo Carrión. El y su esposa no han decidido aún qué harán o dónde vivirán eventualmente, pero él ha estado en contacto con algunos de los grupos anticastristas en Miami.
“Lo único que sé”, dijo Carrión, “es que no voy a dejar de trabajar por la libertad de mi país”.
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