Nota de Granma/ RICARDO ALONSO VENEREO
La muerte ayer en La Habana del poeta repentista Adolfo Alfonso Fernández, a la edad de 87 años, víctima de una afección cardiorrespiratoria, representó una pérdida para la cultura cubana y dejó un vacío en la legión de aficionados al verso improvisado.
Distinguido con el Premio Nacional de la Música 2004 y acreedor de la Orden Félix Varela de primer grado, otorgada por el Consejo de Estado y de la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez, conferida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Adolfo se ganó el cariño y el respeto de todo el pueblo cubano por sus versos de encendido patriotismo y la defensa de los valores de la cubanía.
Recordado por sus chispeantes controversias con ese otro grande del repentismo nacional que fue Justo Vega, Adolfo fue fundador del programa campesino Palmas y Cañas en el que se mantuvo por espacio de 25 años. Su carrera como decimista la inició en 1939. Su ascenso en el oficio estuvo marcado por su paso por las emisora Mil Diez, CMBF y Unión Radio.
Nacido el 8 de julio de 1924 en Melena del Sur, vivió en Güines (ambas localidades pertenecen hoy a la provincia de Mayabeque) y en la capital. Primero cantó tangos, pero en La Habana desarrolló su carrera artística como repentista, arte que le ganó para orgullo del repentismo cubano cuando escuchó, por primera vez, una controversia entre Angelito Valiente y el Indio Naborí, y decidió a partir de entonces dedicarse a cultivar y defender la décima y la cultura campesinas, lo cual hizo con inteligencia y talento.
Una de sus mayores experiencias fue haber podido compartir en el programa de televisión de los años 50, El guateque de Apolonio, nada menos que con uno de sus ídolos, El Indio Naborí. Hubo meses en que El Indio interpretaba a Liborito y Adolfo a Manengue; ambos se ensarzaban en un ríspido diálogo poético que tenía por objeto criticar a la dictadura batistiana, que terminó por censurar al programa.
Pero, sin lugar a dudas, Adolfo acabó por perfilar su grandeza en compañía de Justo Vega, dentro y fuera de Palmas y Cañas, en controversias, en Jornadas Cucalambeanas, festivales artísticos y presentaciones en granjas y cooperativas. Ante el ceño fruncido de Justo, Adolfo oponía su sonrisa entre bonachona y pícara.
Tanta empatía hubo entre ambos, que tras la muerte de Vega, Adolfo dijo: "Justo no ayudó a mi formación, más que eso, fue mi maestro en todos los sentidos de la vida. Me enseñó todo cuanto sé ahora. De este gran poeta guardo un recuerdo tan infinito. Considero que fue un hombre excelentísimo en toda la extensión de la palabra. Además de un poeta magnífico, un poeta muy dedicado a su trabajo, fue una persona con un talento y personalidad increíbles. La presencia de Justo Vega en cualquier lugar donde trabajara era símbolo de admiración, de cariño y de respeto. Extraño a Justo como se puede extrañar a un padre, a un hermano o a un hijo. Porque todas esas cosas reunidas era Justo Vega para mí".
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