TODOS POR UNA CUBA LIBRE
Por Ondina León
A las hordas de “libertadores”, cubanólogos, artistas famosos, periodistas, filósofos y ciudadanos de a pie, que están haciendo su zafra atacando a David Rivera y sus reajustes (que no eliminación) a la Ley de Ajuste cubano, se ha sumado ahora, mandarria verbal en ristre, Ernesto Morales Licea, nuestro Pequeño Hermano, con un artículo, “cartesiano” y casi “alemán”, con su enumeración de razones y sinrazones y de ilustres nombres que “avalan” su agudeza mental y sus dictámenes históricos, que todos debemos acatar, sin pretextos.
Para nuestro hermanito (para que sea más castellano, que para algo están los diminutivos), los que pensamos diferente a él ―sí, también nosotros tenemos nuestras neuronas despiertas, no sólo tú―, somos unos despreciables “seis pobres diablos que divierten a la comunidad local” de Miami. No cuento con cifras exactas, pero no creo que sean tan pocos esos “portadores de mandarrias” que, con tanto sudor trabajando en las tomateras de Homestead, en los restaurantes de los judíos o en las factorías de Hialeah, desde 1959, le desbrozaron el monte y le asfaltaron los caminos por los que ahora transitan plácidamente los nuevos cubanos (¿el “hombre nuevo”?) y él, que se declara “demócrata de pensamiento y convicción” ―¿habrá podido ejercer en la Cuba de los Castros?
Para este líder, los que alentamos las “llamas separatistas” somos los que no pensamos como él, un recién llegado, al que parece que se le ha olvidado que la intolerancia más kafkiana, la exclusión, la separación de las familias, la discriminación ideológica o religiosa y la represión más feroz fueron engendradas por el castrismo en Cuba, al grito necrófilo de “Patria o Muerte”. Los que dinamitaron los puentes han sido y son los castristas castrenses y castrantes. Parece que a nuestro sesudo paladín se le ha olvidado que Cuba no es un país normal, sino una finca “administrada” por una casta mafiosa, que lleva 53 años cometiendo un genocidio sostenido, donde se “legisla” a golpes de cojones y de dedo, para decirlo de una manera directa, clara y también femenina, sin falocentrismos ni complejos de damisela encantadora.
Por esto, es lógico que, ahora que el Comandantísimo Castro II (¡qué nepotismo, Señor!) quiere “flexibilizar” el tráfico humano entre las dos orillas para paliar la debacle con más dólares, una buena parte de la Cuba atomizada y con vocación libertaria reaccione y quiera echarle a perder la nueva maniobra maquiavélica al dictador sucesor y dizque pragmático, además de ridículamente solemne.
Que David Rivera haya nacido en Nueva York no lo descalifica para preocuparse por los cubanos, porque él también, hijo de padres cubanos, tiene derecho a hacerlo (si las circunstancias hubieran sido otras, hubiera nacido en Cuba). Tal vez, Rivera no sea un intelectual de alto vuelo ni un artista premiado ni un filósofo agudo, pero está cumpliendo una misión ―olvídense ahora de los votos, las elecciones y el Buró del Censo de Estados Unidos― a nombre de los que queremos, triste ilusión, abreviarle la vida a la pesadilla cubana y depararle un futuro mejor a las familias, las de aquí, que se despluman trabajando para ser generosos, y las de allá, convertidos a la fuerza en mendigos.
Y para esos golpes de pecho que se da nuestro hermanito exigiendo que “los cubanos decidan qué hacer con su dinero y sus vacaciones” y dando alaridos por “los nuestros de allá” ―¿para qué los dejó atrás, abajo, hundidos en el lodazal castrista? ―, le dejo saber que toda mi familia más cercana es rehén de los Castros y que, desde que me desterraron a estas tórridas tierras, no he dejado de cumplir con mis deberes familiares enviando medicinas (¿dónde está la “potencia médica”?), alimentos (¿y están asesorando a Chávez en temas de agricultura?), ropa y zapatos para los niños (“¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!”, Morales Licea) y dinero para comida y necesidades básicas (¿para qué hace falta un jabón, si tenemos a Fidel?). Pero eso sí, jamás he vuelto a pisar la tierra que me vio nacer y que me abortó como si yo fuera un engendro del mal, sólo por querer tener una patria digna. No, no me dejo convencer por esas razones “sentimentales” y “humanas” de tribunas adocenadas ni por los ilustres nombres, que esgrime nuestro hermanito para legitimar su aguerrida postura reaccionaria.
Si Yoani Sánchez cree que las visitas de los cubanos libres a Cuba fomentan la democracia, que se mire en el espejo de China, con su capitalismo de estado y su falta de libertades ―Marta Beatriz Roque tiene una opinión muy diferente a la de Sánchez; si Leonardo Padura, Enrique Patterson y Pedro Luis Ferrer creen que los raulistas son mejores que los fidelistas, entonces que me lo demuestren con otros hechos que no sean la falta de libertad, los actos de repudio y la miseria y el desempleo galopantes de la Cuba de hoy; ¿le ha preguntado nuestro hermanito a Zoé Valdés qué piensa ella, respetable escritora cubana, radicada en París, pero muy involucrada en la lucha contra el castrismo, de este tema? ¿No le ha hecho ninguna llamada telefónica a Oscar Elías Bicet? Menos “agudeza intelectual”, señorito doctor, y más respeto por la diferencia de opinión y la condición humana. Porque parece que El Pequeño Hermano sí que padece de “rezagos totalitarios”, para usar sus términos, y que tiene serias pretensiones de hacer carrera política, gracias a su edad, en alguna parte del planeta, tal vez en una Cuba post-Castros. ¡Líbreme Dios de estos “libertadores” tan castristas de mentalidad! ¡Ojalá que nunca lleguemos a padecer de un castrismo sin Castros! Porque entonces, Morales Licea, sí que yo podría caer en la tentación de decir: “¡Qué linda es Cuba! ¡Lástima que esté habitada!”.
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