Dr. Eugenio Yáñez
Sería de pensar que tras cincuenta años de
embargo-bloqueo (la palabrita depende de que lado del espectro
ideológico se utilice), algo debía haberse aprendido de ambas
partes, pero a juzgar por lo que se sigue repitiendo en estos
días tal parece que muchos siguen como en 1962, año en que
comenzó esta historia.
Y es bueno recordar la fecha, porque el embargo
comenzó en el mismo año de la Crisis de Octubre y el resultante
Pacto Kennedy-Jrushov, lo que influyó sobremanera en el
desarrollo de este proceso, de la política del embargo, y de
toda la política estadounidense en el siguiente medio siglo,
hasta nuestros días.
Todo comenzó a partir de 1960 con el proceso de
expropiación forzosa sin compensación (“nacionalización”) de las
propiedades de ciudadanos norteamericanos en Cuba, por parte del
gobierno de Fidel Castro, que en el climax del enfrentamiento
llegó hasta la “nacionalización” del edificio de la Embajada de
Estados Unidos en La Habana, en el emblemático Malecón, aunque
esta última medida nunca se materializó, al estar ese edificio,
desde la ruptura de relaciones diplomáticas, y hasta hoy, bajo
bandera de la Confederación Suiza.
La reacción inicial del gobierno de Estados
Unidos ante las expropiaciones de octubre de 1960 y la
hostilidad general del régimen castrista fue intensificar los
preparativos de atentados para la eliminación física de Fidel
Castro -cuya planificación y organización, vistas en la
perspectiva histórica, parecen haber sido asignadas a retardados
mentales- y preparar una invasión militar que terminaría
estruendosamente derrotada en las arenas de Playa Girón en abril
de 1961. Entre las causas de aquel fracaso hay que incluir la
resistencia de las fuerzas armadas y las milicias cubanas, así
como la indecisión del Presidente Kennedy que terminó negando el
apoyo prometido a la brigada invasora: esto pasó a la historia
de Estados Unidos como “the Bay of Pigs fiasco” (el
fiasco de Bahía de Cochinos).
Entonces, la orden ejecutiva de John F Kennedy
imponiendo las primeras medidas del embargo el 7 de febrero 1962
venía a resultar algo así como un “premio de consolación” para
su política hacia Cuba: al fracasar tanto la estrategia de
atentados como la de la invasión militar era imprescindible
dejar claro que “el imperio” no estaba dispuesto a permitir
agresiones contra sus intereses o sus ciudadanos que quedaran
impunes.
En sus inicios, el embargo tenía como objetivo
estratégico a largo plazo el derrocamiento del régimen castrista
por la vía del acoso económico, pero sin descartar actividad
militar complementaria. Hasta nuestros días ese objetivo
estratégico se menciona en los análisis, tanto desde el lado
castrista como desde el de liberales y “aperturistas”
estadounidenses, para “demostrar” que el embargo ha sido un
fracaso absoluto.
El embargo y el papel del Pacto
Kennedy-Jrushov
Sin embargo, ese análisis esconde sutil trampa,
porque la Crisis de los Misiles en octubre de 1962 -ocho meses
después de las primeras medidas del embargo- tuvo por resultado,
entre otras cosas, el acuerdo Kennedy-Jrushov, basado en que
Estados Unidos renunciaba a un ataque militar de cualquier tipo
contra Cuba o al apoyo de ataques de esta naturaleza por
terceros países o grupos de exiliados, a cambio del compromiso
soviético de nunca más instalar armas nucleares en territorio
cubano,
Aunque en la Crisis de Octubre el presidente
Kennedy aparentemente prevaleció sobre Nikita Jrushov y le
obligó a retirar los cuarenta y dos misiles nucleares de corto y
medio alcance que se habían instalado en Cuba, todas las cabezas
nucleares introducidas en el país, así como posteriormente todos
los bombarderos estratégicos Ilushin-28 (los últimos salieron
del país en 1964), el liderazgo soviético obtuvo dos concesiones
a cambio. Primero, Estados Unidos tuvo que sacar todos sus
misiles del sur de Italia y de Turquía, y segundo, con el Pacto
Kennedy-Jrushov, el país quedaba con las manos atadas en cuanto
a acciones militares de contención o de represalia frente al
régimen castrista.
Quien primero y mejor entendió esta última
concesión norteamericana fue Fidel Castro: no por casualidad sus
guerrillas asolaron América Latina, desde México hasta
Argentina, en la década de los sesenta, y tuvieron participación
en diferentes “movimientos de liberación nacional” africanos. No
por gusto tropas regulares cubanas estuvieron presentes en
Argelia, Congo, Siria, Yemen, Mozambique, Guinea-Bissau,
Congo-Brazaville y Somalia, y participaron activamente de manera
abierta en las campañas militares de Angola y Etiopía, todo bajo
la sombrilla del pacto Kennedy-Jrushov, donde Estados Unidos se
sentía sin derecho a actuar en acciones militares directas
contra el régimen castrista en la medida que no había
instalaciones nucleares en la Isla.
El criterio estadounidense de “no permitir otra
Cuba en América Latina”, que casi todo el mundo interpretaba
como no permitir otra revolución socialista en el continente, lo
que expresaba en realidad era que Estados Unidos no estaba
dispuesto a permitir nuevas instalaciones militares nucleares
hostiles en ningún país del continente.
De manera que frente al castrismo y su
hostilidad, lo único de que disponía directamente tras la crisis
de 1962 era el embargo, es decir, medidas de carácter económico,
comercial y financiero, que se fueron incrementando poco a poco
y paso a paso hasta llevarlas al máximo posible; pero nada más.
Estados Unidos escogió un enfoque a largo plazo:
en vez de una solución “quirúrgica” inmediata, de corte militar,
la de establecer un sitio a la economía del régimen que se fuera
incrementando paulatinamente, hasta lograr asfixiarla. En otras
palabras, casi 2,500 años después de las enseñanzas de Sun-Tzu
en “El arte de la guerra”, el gobierno estadounidense optaba por
la estrategia menos inteligente, que más desgaste propio le
produciría, y la más prolongada de todas las disponibles en el
arsenal de los Estados: establecer un sitio prolongado, con la
intención de rendir por hambre al castrismo.
La ayuda soviética y la propaganda alrededor del
embargo
Pero Cuba no era una ciudad aislada, aunque es
una isla, y tenía, en primer lugar, un apoyo económico soviético
y de los “países socialistas hermanos”, tan considerable, que en
treinta años llegó a superar el monto de la ayuda del Plan
Marshall a Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
En segundo lugar, había intereses comerciales en
todo el mundo dispuestos a llenar los vacíos que dejaba Estados
Unidos. Por ejemplo, tan solo un año después de la Crisis de los
Misiles, cuando el transporte urbano en La Habana experimentó
falta de piezas de repuesto para los ómnibus norteamericanos
GMC, la compañía inglesa Leyland le vendía ómnibus a Cuba -donde
ya tenía una presencia limitada antes de 1959-, mientras la
“solidaria” Checoslovaquia enviaba ómnibus Skoda.
Lo mismo sucedió con camiones, ferrocarriles,
tractores, grúas, perforadoras y equipos pesados de todo tipo:
aunque se había detenido el suministro de productos y repuestos
norteamericanos, economías de mercado europeas y asiáticas
fueron sustituyendo a los suministradores estadounidenses poco a
poco, lo que se complementaba con productos de todo tipo
procedentes del bloque soviético.
Fidel Castro manejó políticamente con mucha
habilidad el tema del embargo, llamándole “bloqueo” desde el
primer momento, lo que le daba un sentido militar, que no tenía
de ninguna manera, a la confrontación. Y cuando la efectividad y
eficiencia de la economía -es decir, lo que ahora se le llama
“el modelo”- fue manifestando sus debilidades y errores
conceptuales, tanto en la industria como en la agricultura, la
propaganda castrista no mencionaba que las fábricas, las
instalaciones comerciales, las tierras agrícolas y todos los
medios productivos se le habían arrebatado a sus dueños mediante
la “nacionalización”.
Los problemas iniciales de gestión, eficiencia,
organización y control se multiplicaron al máximo con la
“ofensiva revolucionaria” de 1968 y la abolición total de los
controles económicos, la contabilidad y la estadística, con lo
que el país entró de lleno en una picada indetenible que siempre
era achacada al “bloqueo”, que posteriormente sería llamado
“bloqueo imperialista”, y finalmente “criminal bloqueo
imperialista”, al que se le achaca hasta nuestros días la
escasez y carencia absoluta de todo en Cuba, desde boniatos
hasta bombillos, desde pirulíes hasta zapatos, desde aspirinas
hasta azúcar.
Con esta coartada, y la definición de un enemigo
externo como factor de movilización nacional, llegó el desastre
de 1970 y el fracaso de la zafra de los diez millones y de todos
los planes faraónicos del Comandante en Jefe. Los
soviéticos tuvieron que acudir una vez más en ayuda de su
díscolo y bullanguero discípulo, dejando sin efecto todas las
deudas militares de Cuba y otorgando un período de gracia de
quince años para la deuda civil, lo que en términos cubanos era
algo así como “apúntalo en el hielo”.
Después de esa ayuda económica -a cambio de la
“institucionalización” del país, es decir, entrar en el redil
del “socialismo real” tipo soviético- Fidel Castro redujo al
mínimo el alboroto sobre “el bloqueo”. Durante la administración
de Jimmy Carter, en una conocida entrevista con Barbra Walters
en La Habana, el Comandante dijo tranquilamente que aun
si Estados Unidos levantaba “el bloqueo”, Cuba (es decir, él
mismo) no renunciaría a las relaciones comerciales que sostenía
“en condiciones ejemplares” con la Unión Soviética y los países
del bloque socialista.
Fue solamente a partir de 1989, cuando los
“países hermanos” caían uno tras otro como fichas de dominó al
irse al piso el socialismo real porque sus camarillas
gbernantes no podían contar más con la intervención del Ejército
Rojo soviético, y sobre todo a partir de la disolución de la
URSS en 1991, que Fidel Castro estableció el “período especial
en tiempo de paz” (que todavía no ha terminado). Se trató, de
hecho, de una criminal estrategia propia de Valeriano Weyler,
motivada exclusivamente por su voluntad de permanecer en el
poder a costa del sufrimiento y las calamidades de los cubanos,
con la que regresó también la cantaleta del “bloqueo”, esta vez
con más fuerza que nunca.
Sin embargo, es evidente y está harto comprobado
que cada vez que Estados Unidos, a lo largo de ese medio siglo,
ha dado muestras de estar dispuesto a determinada flexibilidad
negociadora en el tema del embargo, la respuesta del régimen de
La Habana ha sido siempre inequívoca y brutal: participación
militar en las campañas africanas, éxodo de El Mariel,
introduciendo peligrosos delincuentes comunes y hasta enfermos
mentales entre los emigrantes, infiltración en gran escala en
territorio norteamericano de espías al servicio del régimen,
básicamente los de la “Red Avispa”, derribo de avionetas de la
organización “Hermanos al Rescate”, detención arbitraria y
escandalosa condena del norteamericano Alan P Gross.
Si desde el principio el “bloqueo” fue cortina
de humo para justificar la ineficiencia y el desastre, además de
factor de movilización popular frente a un “enemigo” externo que
fue exagerado -lo que ahora repite Hugo Chávez en Venezuela-
mientras más mal andan la economía y las finanzas, y más crece
la inconformidad y las expresiones de protesta de los cubanos,
más hay que recurrir a él. Pero esto no solamente lo hacen el
régimen y sus acéfalos alabarderos en todo el mundo, sino
además, muy lamentablemente, lo repiten individuos convencidos
de los valores democráticos y las libertades humanas que, sin
embargo, ven “el bloqueo” una injusticia y un fracaso.
El tal “bloqueo” es difícil de demostrar cuando
prácticamente todo el mundo comercia con Cuba, Incluso Estados
Unidos es en los últimos años quinto o sexto socio comercial de
Cuba -aunque en realidad este comercio, autorizado inicialmente
por el presidente George W Bush, es en una sola dirección, de
EEUU hacia Cuba, al contado y pagado por adelantado.
Resultan risibles las denuncias del régimen totalitario cubano
sobre el supuesto costo económico para el país de los daños
provocados por “el bloqueo imperialista”, y las cifras que
continuamente se publican cada vez que se acerca la fecha de la
votación de la resolución de la ONU condenando el embargo,
cifras que, por cierto, las aceptan con bastante tranquilidad
personas que por su formación y sus responsabilidades deberían
saber que tales cifras informativas ofrecidas por el régimen
cubano hay que tomarlas siempre con pinzas, y desconfiar de
ellas.
Resultan risibles porque de todos es conocido el absoluto
desorden informativo que impera en el país desde hace muchos
años, que en Cuba no existen controles exactos ni contables para
nada, que el régimen acepta abiertamente que muchas entidades
funcionan con “contabilidad no confiable”. En 1968 se eliminaron
los controles, la contabilidad y la estadística en aras de la
“construcción simultánea del socialismo y el comunismo”. Cuando
se quiso regresar a los controles, años después, no existían
archivos ni bases de datos de ningún tipo. Por lo tanto, la
información estadística hubo que “reconstruirla” en sus series
históricas entre 1968 y 1976, es decir, inventarla.
En Cuba no hay controles ni para poder saber los medicamentos
que existen en una farmacia de barrio, los productos
alimenticios que se encuentran almacenados en una bodega, o los
electrodomésticos en inventario en una Tienda Recaudadora de
Divisas. ¿Cómo se va a saber entonces cuál habría sido el costo
del “bloqueo imperialista” durante cincuenta años? ¿De dónde
salen esas cifras, que resultan absolutamente puro invento y
cálculos forzados, interesados y distorsionados en función de la
propaganda del régimen?
¿Por qué algunos considerados especialistas en la temática
cubana, con acceso a información suficiente para conocer las
realidades de la Isla, siguen insistiendo en que es el embargo,
y no el régimen totalitario, la causa fundamental que afecta al
pueblo cubano? ¿Es que las carencias, dificultades, escaseces y
limitaciones de los cubanos de a pie se deben a la “maldad” del
embargo y no a una política sistemática del régimen castrista
para mantener y reforzar su dominio sobre la población?
El castrismo ganó la batalla de la propaganda
Es innegable,
lamentablemente, que el régimen
castrista ha ganado ampliamente la batalla de la propaganda
internacional en este tema. Durante dos décadas en Naciones
Unidas se vota cada año, por aplastante mayoría, una resolución
de condena al embargo, que en los últimos años solo logra dos
o tres votos -uno de ellos Israel- apoyando a Estados Unidos, y
que el régimen utiliza como “evidencia” de lo justo de sus
denuncias.
A pesar de lo complicada que se ha tornado la
situación en este sentido año tras año, los defensores del
enfoque de mantener el embargo tardaron demasiado en comprender
que desde hace mucho tiempo las posibilidades reales de esta
herramienta para provocar un cambio de régimen en la Isla son
mínimas, cuando no nulas.
Ha sido solamente ahora, muy recientemente, que
los congresistas cubano-americanos han comenzado a destacar que
el embargo, independientemente de los resultados en cuanto a
afectación al régimen castrista que haya podido lograr, es
también, y además, un “imperativo moral”.
Hay que destacar el patetismo de esta situación
porque el embargo, desde el Pacto Kennedy-Jrushov, precisamente
y más que nada, es un instrumento de represalia moral contra un
gobierno que atacó y afectó intereses de Estados Unidos y de sus
ciudadanos sin compensación de ningún tipo, pero solamente ahora
-aunque siempre es mejor tarde que nunca- es que comienza a insistirse, más
que en la utilidad práctica del embargo para provocar cambios
democráticos en Cuba, en su carácter moral frente a un régimen
que se colocó, por voluntad propia, fuera de la ley
internacional.
Y es específicamente, y tiene que seguir siendo,
un instrumento moral, porque se trata de una situación en que
Estados Unidos paradójicamente quedó, desde finales de 1962,
internacionalmente comprometido a no recurrir a la fuerza de las
armas y su poderío militar contra el gobierno cubano, a menos
que se produjeran agresiones que pusieran en peligro su
seguridad nacional.
¿Qué quedaba entonces, sino la acción moral de
ratificar simbólicamente que los agresores recibirán una
respuesta adecuada y que no podrán quedar impunes,
independientemente del tiempo que haya transcurrido, media hora
o medio siglo?
¿Es que acaso esta faceta moral del embargo como
represalia a la agresión ha fracasado? Para nada. ¿Es que ni
siquiera puede verse el embargo como un instrumento de
negociación en manos de Estados Unidos? Argumentar que
el régimen castrista no ha sido derrotado para “demostrar” el
fracaso del embargo es una lógica infantil. Y peor aún, basarse
en ese criterio, o en señalar que el embargo en estos momentos
no es más que una obsolescencia, una reminiscencia de la Guerra
Fría -háganlo académicos o políticos, amigos o
supuestos adversarios, en la Isla o fuera de Cuba- para
pretender su levantamiento unilateral, a cambio de nada, además
de erróneo, es inmoral.
Sobre todo porque nada puede demostrar a priori,
ni la evidencia transportada de otras partes del mundo tampoco,
que el levantamiento unilateral del embargo traería algún tipo
de apertura en el régimen de La Habana o en beneficio al pueblo
cubano.
El “imperativo moral” y la Cumbre de Las
Américas en Cartagena de Indias
Más que querer resultar simpáticos al
totalitarismo gerontocrático cubano con la cantaleta del
levantamiento incondicional del embargo, sería bueno recurrir a
la historia más reciente para encontrar pistas de cómo responder
al régimen de manera más efectiva: en estos momentos, los
alabarderos y gobernantes provocadores del ALBA, arropados por
los petrodólares de Hugo Chávez, han planteado que si Cuba no es
invitada a la Cumbre de Las Américas que se celebrará en
Cartagena de Indias, Colombia, en abril, los países miembros del
ALBA no asistirían.
Debe recordarse que en la década de los años
ochenta, para una reunión internacional de comercio, a
celebrarse en México con la participación de numerosos países
desarrollados, se pretendió invitar a Cuba a participar. Cuando
Estados Unidos tuvo conocimiento de la pretensión de invitar al
régimen castrista, el entonces presidente Ronald Reagan dijo
inmediata y tajantemente que si Cuba participaba Estados Unidos
no participaría. Así de sencillo. Si el mayor participante en el
comercio mundial no estaba dispuesto a asistir si el gobierno
cubano era invitado, esa reunión fracasaría.
Santo remedio. “Escándalo” internacional (que no
duró mucho, naturalmente). Pataleta fidelista. Movimientos
diplomáticos urgentes. Renuncias en el gobierno anfitrión.
Lujoso yate ejecutivo de la nomenklatura, “El Pájaro Azul”,
moviendo a la carrera al Comandante hasta Cancún para que
le explicaran por qué ni él personalmente ni su gobierno podrían
participar. Más pataletas fidelistas, declaraciones y
contradeclaraciones. Pero nada más. La reunión se celebró sin la
presencia de los cubanos “bloqueados”, sin escándalos ni
“denuncias antiimperialistas”, sin amenazas ni tonterías. Sin
problemas.
Entonces, ahora que el grupo del ALBA intenta
boicotear la Cumbre de Las Américas si los castristas no son
invitados, es necesario preguntarse muy seriamente: ¿qué sería
más grave para el continente, que no participaran las naciones
del ALBA en esa conferencia, o que no participara Estados Unidos
si se pretende invitar a la gerontocracia habanera?
¿Sería una posición de fuerza por parte de
Estados Unidos? Evidentemente. Pero, al fin y al cabo, ¿no se
llenan continuamente la boca los gobernantes de esos países del
ALBA para referirse irrespetuosamente a la gran nación
norteamericana como “el imperio”?
El presidente colombiano Juan Manuel Santos no
tiene que romperse la cabeza con esta “liebre” que dice que
saltó inesperadamente en el camino de la conferencia de
Cartagena, ni tiene que ponerse a “buscar consensos”, como ha
declarado su canciller. Ronald Reagan, hace alrededor de treinta años,
demostró la forma en que deben manejarse situaciones como
estas.
El Presidente Rafael Correa volvió a insistir en su tesis de que
si no se invita a “Cuba” (es decir, al régimen dictatorial), los
países del ALBA no deben participar. Y en su desvergüenza llegó
a preguntarse “¿a quién ha invadido Cuba, a quién ha saqueado
Cuba?… Yo sí les puedo mostrar otros países que han invadido
varias veces, que han saqueado varias veces”.
El señor presidente ecuatoriano falla de tanto cinismo.
Comparativamente, el
presidente boliviano Evo Morales es un ignorante, que cree
sinceramente que el consumo de pollos criados con hormonas
fomenta la homosexualidad, y que la civilización precolombina en
el territorio de Bolivia duro exactamente cinco mil años, ni uno
más ni uno menos. No se le puede pedir demasiado desde el punto
de vista de coeficiente intelectual.
Pero el presidente Rafael Correa tiene en su haber dos títulos
universitarios, obtenidos en una institución europea y una
norteamericana. No puede alegar ignorancia para justificar sus
dislates y rabietas, por lo que es necesario preguntarse si se trata
de mala fe. Demasiadas cosas no sabe el señor Rafael Correa, de la
misma manera que “no sabía” que la guerrilla narcoterrorista
colombiana de las FARC bajo el mando de Raúl Reyes, aniquilada
por un certero golpe aéreo de las fuerzas armadas colombianas,
realizaba sosegado turismo internacional recreativo y de reposo en
territorio ecuatoriano. Muy mal informado estaba el presidente
de Ecuador cuando “no sabía” algo tan serio como eso.
Si de verdad el presidente ecuatoriano no sabe “a quién ha
invadido Cuba”, deberá ser porque piensa que los cubanos que
participaron en las guerrillas de Guatemala, Nicaragua, El
Salvador, Venezuela, Perú, Argentina y Bolivia, y las invasiones
a Haití, Santo Domingo y Panamá desde el mismo 1959, así como
las tropas destacadas en Angola, Etiopía, Argelia, Yemen, Siria,
Mozambique, Guinea Bissau, Congo Belga y Congo Brazaville,
habrán partido desde la luna. O que los escoltas cubanos de los
servicios de seguridad personal de Salvador Allende, Daniel
Ortega y Hugo Chávez, para hablar solamente de la América
Latina, vinieron del Polo Norte. Si de verdad no sabe “a quién
ha saqueado Cuba” será porque piensa que los más de cien mil
barriles de petróleo sin pago que fluyen diariamente desde
Venezuela hacia Cuba se mueven por causas naturales y ecológicas
a través de la
corriente del Golfo.
Ya anteriormente hubo que soportar la brutal
grosería y la impudicia de la creación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos (CELAC), excluyendo a propósito a Estados
Unidos y Canadá, los dos países más importantes y democráticos
del continente. Ahora se pretende, por parte de gobiernos que
ponen continuamente en peligro la democracia en sus propios
países, imponer la participación de la más que cincuentenaria
dictadura cubana en un cónclave continental de países
democráticos.
Estados Unidos no debería aceptar eso por muchas
razones prácticas, pero también por un “imperativo moral”.
Ni levantamiento unilateral del embargo ni
chantajes de dudosos gobernantes demócratas del ALBA para
imponer la presencia de la dictadura cubana en una reunión donde
solamente tienen que participar países democráticos.
Aceptemos, como se mencionó anteriormente, que haber
adoptado en la práctica la estrategia de “sitiar” al régimen
desde los años sesenta puede no haber sido la mejor. Pero
renunciar a ella sin nada a cambio, además de inefectivo, sería
moralmente desastroso para el gobierno de Estados Unidos, para
la nación americana, y para todas las fuerzas
democráticas del continente.
No importa para nada si el presidente de Estados
Unidos es demócrata, republicano, o independiente. Porque la
moral y la decencia son valores universales, que no pertenecen
en exclusiva a ningún partido político, a ningún gobernante, ni
a ningún gobierno.