miércoles, abril 10, 2013

Anticastrismo farandulero

kimbomboqueresbala
La serie multimedia «Casos y cosas de Castro» anda ya por su sexta década con el mismo formato de presentar novelerías y habladurías de todo género como si fueran política simbólica. Los últimos episodios son las reacciones ante la vuelta al mundo en 80 días de Yoani Sánchez y la gira más corta de Beyoncé y Jay-Z por Cuba. Así saltaron enseguida las banderías que vienen malogrando la solución del problema cubano.
La izquierda plattista —que busca mejorar la situación en Cuba a través de la mejor relación con EEUU— se agarró del «efecto Bayoncé» para reclamar que EEUU alineara su política hacia Cuba con los principios de la democracia estadounidense, sin precisar a qué principios debe alinear Cuba su política. Es el mismo cuento de siempre: un gesto seminal de EEUU propiciaría la reacción en cadena de gestos y ademanes con todos y para el bien de todos.
La derecha plattista —que busca superar la situación en Cuba a través de la presión de EEUU contra el régimen de Castro— arremetió enseguida contra Beyoncé y Jay-Z, como si tuviera importancia que unos cuantos americanos viajen esporádicamente a la Isla frente a los miles y miles de viajeros de origen cubano que lo hacen a través de la industria montada por los Castro con todos y para el bien de ellos.
La razón cínica
A la visita de Yoani Sánchez a Miami echó mano Jorge Mas Santos, presidente de la Junta Directiva de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), para reciclar el eslogan de su padre: «Nosotros unimos todo lo que Castro ha dividido», como si no lo desmintiera la escisión dentro de la propia FNCA que en 2001 dio pie al Consejo por la Libertad de Cuba (CLC). Mas Santos siguió de paso con el jueguito de que ahora sí: junto a Yoani Sánchez, Berta Soler, José Daniel Ferrer y muchos otros (?), los cubanos unidos «lograremos la libertad de Cuba».
Mas Canosa dejó bien claro: I think Castro should be overthrown by a revolution (Ann Louise Bardach, Cuba Confidential, Random House, 2007, página 138). Y Castro mismo lo confirmó: «Para revocar el carácter socialista hay que hacer una revolución, mejor dicho, una contrarrevolución» (Biografía a dos voces, Random House, 2006, página 555).
Lo que no se pudo lograr a tiros se propone ahora conseguirlo mediante una suerte de Harlem Shake anticastrista: dos o tres lanzarán el partido o el periódico por Internet, el blogotazo o el twitterazo, la denuncia en Ginebra o la conferencia en Turquía, la huelga de hambre o el proyecto, el panfleto o la novela, el fuego artificial o el papalote, el libro o el video, el llamado urgente o el informe académico, esto es: darán la clave musical que pondrá a bailar con frenesí a la mayoría de los cubanos en contra del régimen de Castro.
Ya ni siquiera se dilucida por qué ese régimen dejó salir a Yoani Sánchez para que diera la vuelta al mundo en 80 días ni por qué le permite el único blog del mundo que se traduce en 20 idiomas y la cuenta de twitter de casi medio millón de seguidores. ¿Será que lo que importa de veras es la posición respecto al embargo? Pero lleva menos esfuerzo despachar el trámite con que la bloguera asusta a la dictadura y esta última no puede acallarla.
Al cabo es el mismo estilo de pensamiento que imaginó a Orlando Bosch como el «Arafat cubano» que obligaría a Castro a sentarse en la mesa de negociaciones, o a Eloy Gutiérrez Menoyo como la segunda venida del Mesías guerrillero.
Y es lógico que así sea, porque el anticastrismo en clave pacífica se ha tragado desde un huelguista de hambre en grave estado que soltaba largas monsergas por televisión, hasta un político sagaz que encontró asidero en la constitución castrista para presentar proyectos de leyes avalados por diez mil o más firmas de los ciudadanos, a pesar de que el texto constitucional se refiere nada más que dos veces a firmas: la del presidente de la Asamblea Nacional (Artículo 81.ch) y la del presidente del Consejo de Estado (Artículo 93.j). Ni qué decir de los intelectuales anticastristas que descubren en los lineamientos del único partido un concepto de «socialismo actualizado» tan bueno que la oposición podría manejarlo en contra de Castro.
La razón suficiente
Nadie se llame a engaño: el poder estatal solo puede tumbarse con otro poder social. Así de marxista. Y el único poder en contra del Estado totalitario castrista son EEUU. Así de plattista. El anticastrismo es plattismo de derecha consecuente: endurecer el embargo hasta cero comercio, derogar el ajuste cubano, romper el acuerdo migratorio de 20 mil visas anuales, desmontar los quioscos autorizados por La Habana para vender pasajes y enviar paquetes y remesas a Cuba, cerrar las oficinas de intereses y cortar de cercén el turismo socialista, a.k.a. «intercambio académico y cultural», junto con todas las demás contemporizaciones. Quienes no abogan por eso ante la Casa Blanca y el Congreso de EEUU. no son anticastristas: they´re just pretending.
La disidencia, oposición, resistencia o como se llame sólo da vueltas en el redil del performance y el figurao, que no se convalidan ni con muertes ni martirios. Es curioso que Castro mismo haya insinuado cómo romper este círculo vicioso: «Mientras Cuba sea un país bloqueado por el imperio, atacado en permanencia, víctima de leyes inicuas como la Helms-Burton o la Ley de Ajuste Cubano, un país amenazado por el propio presidente de Estados Unidos, nosotros no podemos dar esa libertad [de] hablar y escribir libremente contra el socialismo» (Biografía a dos voces, Debate, 2006, página 491).
Así que las medidas anticastristas radicales pueden usarse tal y como fueron concebidas: como fichas de cambio, pero sin subordinarlas al juego pueril de quién se mueve o pestañea primero: Washington o La Habana. Habría que cabildear un pacto bilateral de no agresión que derogue la ley Helms-Burton, el ajuste cubano, el embargo y todo lo demás, a cambio de la reforma constitucional en Cuba que conceda el ejercicio pleno de la libertad de expresión y, por extensión, de todas las demás libertades. Si esto es también misión imposible, la transición a la democracia en Cuba no es ya cuestión política, sino de religión, y antes que su Mesías llegará el día en que Washington y La Habana pactarán algo distinto para que acabe de cumplirse la maldición que Kennedy le echó a Miró Cardona: Your destiny is to suffer.
La izquierda plattista se atribuirá entonces haber contribuido a ese pacto, tal como Bernardo Benes y otros dialogueros del 78 se atribuyeron la liberación de los presos y la reunificación familiar negociadas en secreto entre la Casa Blanca y Punto Cero. O como Oswaldo Payá atribuyó la Primavera Negra (2003) a otra reacción de Castro contra el Proyecto Varela. O como Alpha-66 se atribuyó el fracaso de la Zafra de los Diez Millones (1970). Y así por el estilo, en ese ya largo entretenimiento al que nos hemos acostumbrado con «Casos y cosas de Castro».

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