Comenzó y terminó la visita del papa Benedicto XVI a Cuba y, con excepción de quienes esperaban milagros, todas las partes involucradas pueden considerar que obtuvieron más o menos lo que se esperaba, y que no hubo ninguna sorpresa en la visita.
Así, para la Santa Sede, como corazón del catolicismo, las misas del Papa en Santiago de Cuba y La Habana, y su visita al Santuario de la Caridad del Cobre, contribuyen al fortalecimiento de la fe católica entre los cubanos, en momentos en que esas creencias pierden terreno en medio de la crisis de identidad de la nación cubana.
Otra cosa es El Vaticano como Estado: aquellos que “analizan”, queriendo adaptar juicios establecidos de antemano (es decir, sus prejuicios) a la realidad, destacaron que en El Cobre el Papa dijo que había encomendado el futuro de Cuba a la Virgen de La Caridad y había pedido por los presos. Es cierto, y son palabras bellas, pero al encomendar el futuro del país a la Virgen, el Vaticano se quita responsabilidad por ese futuro, pues lo puso en manos divinas. Además, en todas partes del mundo la Iglesia católica ora por “los presos” en general, y no exclusivamente por presos “políticos” o “de conciencia”, palabras que el Santo Padre no mencionó ni una sola vez en Cuba, al menos públicamente.
Para la jerarquía católica nacional ha sido una oportunidad de protagonismo nacional y mundial, al menos en el plano mediático y la inmediatez, a la vez que un necesario espacio de visibilidad y presencia ante el totalitarismo cubano, lo que le había sido negado en el último medio siglo. También se abrieron, al menos, potencialidades para otros espacios de la Iglesia en la sociedad cubana, aunque a un precio que ha sido y seguirá siendo ampliamente cuestionado por muchos compatriotas.
Para la dictadura, el discurso de bienvenida de Raúl Castro, cargado de referencias políticas, la presencia del Papa, y la imagen brindada al recibirlo fastuosamente y con honores (como se hizo anteriormente con Juan Pablo II, Leonid Brezhnev o Mengistu Haile Mariam), así como las dos misas con la presencia en primera fila del General y personeros del régimen, constituyen un baño de rosas para mejorar su imagen ante los gobiernos decentes del mundo y ante sus propios aliados populistas y demagogos, y para ganar apoyo de los tontos útiles de siempre y de las nuevas promociones, pues esa especie se reproduce como el marabú o las clarias.
Para desconcierto de muchos que no gustan de razonar demasiado, cualquier concepto que haya expresado Benedicto XVI lo puede suscribir el régimen tranquilamente: justicia, verdad, paz, libertad, reconciliación, futuro. Dirá que la justicia mayor es la obra revolucionaria misma; que la verdad la muestra el periódico Granma; que el régimen desea la paz de los cubanos (que los “mercenarios” quieren destruir); que ningún pueblo es más libre que el cubano; que el Gobierno desea la absoluta reconciliación de sus ciudadanos “respetuosos”; y que no existe mejor futuro que ese luminoso que siempre indicó Fidel Castro.
El régimen tendrá que hacer como que objeta al salvaje con uniforme de la Cruz Roja que dio golpes y palos a un cubano indefenso detenido por gritar “libertad” y “abajo el comunismo” (casi lo mismo que había dicho el Papa). El mundo entero ha visto las imágenes y el Vaticano se ha interesado por el cubano golpeado, por lo que tal fechoría será explicada como barbarismo por cuenta propia, nunca como espíritu de mitin de repudio y represión pura y dura, instaurada por el castrismo desde siempre, donde todo el que no comulgue con el régimen es automáticamente “no-persona”.
Mas >>
No hay comentarios:
Publicar un comentario