La Iglesia Católica calla ante la represión y evita todo contacto con opositores.
Benedicto XVI y la Iglesia Católica de Cuba acaban de protagonizar,
como aliados del régimen de La Habana, una farsa que privó a centenares
de católicos del encuentro con su líder espiritual, en tanto obligó a
miles de personas, ajenas a esa fe, a participar en las celebraciones.
La Iglesia local mantuvo silencio ante la represión creciente de las
últimas semanas, y el Papa no encontró un minuto para recibir a
católicos disidentes, si bien reservó más de media hora de su agenda
para dialogar con el excomulgado Fidel Castro y su familia.
No se trata, por supuesto, de evitar al diálogo y las buenas maneras
diplomáticas entre jefes de Estado, aunque uno de ellos sea un dictador.
Pero Benedicto XVI se encontraba de visita en la única dictadura del
hemisferio occidental, lo cual debió exigirle al menos algún gesto hacia
los demócratas de la oposición.
Queda claro después de esta visita que quienes lideran la Iglesia
están dispuestos a servidumbres varias con tal de ganar terreno. El
catolicismo, según lo interpretan ellos, parece básicamente interesado
en los asuntos de la Iglesia y conlleva una peligrosa tendencia al
concordato, no importa cuánta democracia haya que echar de menos.
Era sabido que la Iglesia no iba a traer la solución de los problemas
del país. El paso de un Papa no iba a hacer cambiar aquello que toca a
los cubanos conseguir que cambie. Aunque tampoco eran de esperar los
silencios y negativas mantenidos durante estos días por Benedicto XVI,
el cardenal Ortega y sus obispos. Porque entre las responsabilidades de
la Iglesia Católica con su pueblo ha de estar el auxilio en la búsqueda
de soluciones que contemplen a todos los cubanos.
La visita que acaba de concluir ha servido para traicionar esa responsabilidad por todo lo alto.
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Neo Club Press Armando Añel: Tras la visita del Papa a Cuba
A cambio de que el régimen de Raúl Castro decrete día festivo el Viernes Santo --más un etcétera ambiguo y desconocido-- el Papa ha ignorado olímpicamente a la disidencia cubana durante su visita a la Isla, sobre todo a las Damas de Blanco, detalle no menor por su alto simbolismo. Así, la estancia de Joseph Ratzinger genera, como ya habían advertido varios analistas, más ventajas para la Iglesia de Ortega y Alamino, más desventajas para el pueblo de Cuba.
Un día festivo por toda una eternidad de opresión, arrogancia y miseria espiritual:
La que representa para los cubanos independientes 53 años de totalitarismo. Y los que faltan, visto lo visto.
Cierto que Benedicto XVI ha deslizado, aquí y allá, algunas frases de aliento, en clave aperturista. Sus alusiones a Félix Varela, a la libertad y a la verdad están en esa cuerda. Pero son palabras aisladas y se diluyen, o se diluirán, en el agua turbia de su reunión con Fidel Castro y su desprecio por la sociedad civil cubana (titulares como el del Diario de Navarra, “El Papa revoluciona Cuba con su mensaje de cambio”, revelan un profundo desconocimiento de la realidad insular, cuando no provocan risa). En este sentido, creo que la visita del pontífice constituye una legitimación de la dictadura e incluso le compra tiempo, como 14 años después está claro que se lo compró Juan Pablo II. Nunca fue más sobrevalorada una sentencia como aquella de que “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”.
“Cuba y el mundo necesitan cambios”. Sí, bueno, ¿pero qué más? Hasta las paredes necesitan que les cambien de vez en cuando la pintura.
A continuación algunas reacciones en torno al tema, que pueden contribuir a una evaluación más precisa de la visita papal:
“La visita del Papa junta y divide al mismo tiempo. Roma y la Iglesia quieren, en primer lugar, divulgar la fe y predicar el cristianismo. Desean ampliar el número de fieles, hoy sustancialmente empequeñecido por la enorme masa de cubanos refugiados en diversas creencias africanas: santeros, paleros, abakuás y otras sectas. Ansían, también, que los dejen enseñar y formar ciudadanos, y que les permitan tener órganos de comunicación para participar en el debate social. Hasta ahora no hay el menor síntoma de que los van a autorizar, pero, mientras tanto, escriben con buena letra para ver si lo logran”. Carlos Alberto Montaner
“El beso con lengua de Benedicto XVI con los Castro sólo confirma que la Iglesia Católica no trabaja para el establecimiento de un orden de libertades para los cubanos, sus propósitos no son otros que los de afianzar su poder bajo el palio de las FAR y la dinastía que ocupa ilegalmente el trono en esa Isla. De hecho, pedirle al Papa que trabaje para la democracia es absurdo, dado que el Vaticano no es más que una monarquía absoluta, un Estado no democrático”. Joan Antoni Guerrero Vall
"A la vez que Cuba desea una transición, el Papa y la Iglesia quieren que sea digna del ser humano, digna del cubano (...) Salir de un materialismo ideológico para caer luego en un materialismo fáctico no será tampoco digno del hombre (…) La Iglesia desea un aterrizaje suave, pero un aterrizaje que abra un futuro de esperanza”. Thomas Wenski, Arzobispo de Miami
“Dar imagen de armonía entre la sociedad y la Iglesia con el régimen, lejos de contribuir a la justicia y la paz está alimentando la simulación y el miedo de muchos y también la arrogancia y la impunidad del gobierno para reprimir, algo que traerá más dolor y opresión para el pueblo de Cuba. Todos somos responsables y todos estamos a tiempo: el gobierno que reprime, el pueblo que teme y calla y la Iglesia que es parte del pueblo y también calla”. Oswaldo Payá
Cierto que Benedicto XVI ha deslizado, aquí y allá, algunas frases de aliento, en clave aperturista. Sus alusiones a Félix Varela, a la libertad y a la verdad están en esa cuerda. Pero son palabras aisladas y se diluyen, o se diluirán, en el agua turbia de su reunión con Fidel Castro y su desprecio por la sociedad civil cubana (titulares como el del Diario de Navarra, “El Papa revoluciona Cuba con su mensaje de cambio”, revelan un profundo desconocimiento de la realidad insular, cuando no provocan risa). En este sentido, creo que la visita del pontífice constituye una legitimación de la dictadura e incluso le compra tiempo, como 14 años después está claro que se lo compró Juan Pablo II. Nunca fue más sobrevalorada una sentencia como aquella de que “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”.
“Cuba y el mundo necesitan cambios”. Sí, bueno, ¿pero qué más? Hasta las paredes necesitan que les cambien de vez en cuando la pintura.
A continuación algunas reacciones en torno al tema, que pueden contribuir a una evaluación más precisa de la visita papal:
“La visita del Papa junta y divide al mismo tiempo. Roma y la Iglesia quieren, en primer lugar, divulgar la fe y predicar el cristianismo. Desean ampliar el número de fieles, hoy sustancialmente empequeñecido por la enorme masa de cubanos refugiados en diversas creencias africanas: santeros, paleros, abakuás y otras sectas. Ansían, también, que los dejen enseñar y formar ciudadanos, y que les permitan tener órganos de comunicación para participar en el debate social. Hasta ahora no hay el menor síntoma de que los van a autorizar, pero, mientras tanto, escriben con buena letra para ver si lo logran”. Carlos Alberto Montaner
“El beso con lengua de Benedicto XVI con los Castro sólo confirma que la Iglesia Católica no trabaja para el establecimiento de un orden de libertades para los cubanos, sus propósitos no son otros que los de afianzar su poder bajo el palio de las FAR y la dinastía que ocupa ilegalmente el trono en esa Isla. De hecho, pedirle al Papa que trabaje para la democracia es absurdo, dado que el Vaticano no es más que una monarquía absoluta, un Estado no democrático”. Joan Antoni Guerrero Vall
"A la vez que Cuba desea una transición, el Papa y la Iglesia quieren que sea digna del ser humano, digna del cubano (...) Salir de un materialismo ideológico para caer luego en un materialismo fáctico no será tampoco digno del hombre (…) La Iglesia desea un aterrizaje suave, pero un aterrizaje que abra un futuro de esperanza”. Thomas Wenski, Arzobispo de Miami
“Dar imagen de armonía entre la sociedad y la Iglesia con el régimen, lejos de contribuir a la justicia y la paz está alimentando la simulación y el miedo de muchos y también la arrogancia y la impunidad del gobierno para reprimir, algo que traerá más dolor y opresión para el pueblo de Cuba. Todos somos responsables y todos estamos a tiempo: el gobierno que reprime, el pueblo que teme y calla y la Iglesia que es parte del pueblo y también calla”. Oswaldo Payá
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Emilio Ichikawa/ BENEDICTO XVI en La Habana: Verdad y verdades
El tema “Verdad y verdades”, como casi todos los temas, tiene sabor
antiguo. Y como casi todo también, cobra interés en la medida en que se
hace historia; es decir: en que el tema en cuestión envejece, muere y
actualiza.
Hoy Benedicto XVI habló de “Verdad y verdades” en la Plaza de la
Revolución de La Habana. La misma Plaza donde se ha dicho tanta Verdad
en grande, tanta verdad absoluta; paradójicamente refrendada en el
derecho a existir como verdad relativa en el panorama de otra verdad
mayor.
La verdad absoluta de la revolución cubana es la voluntad de
sobrevivir como verdad alternativa, singular, “soberana”, en la absoluta
verdad del capitalismo global. De ahí que algunos de los temas de
Benedicto XVI piquen en lo filosófico a las autoridades cubanas, pero
les sean a la vez muy cómodos en lo político. Como para concederle al
visitante: No estoy de acuerdo con usted, pero usted tiene toda la
razón. Tal vez eso le susurró Raúl Castro a Benedicto XVI, al subir a
saludarle tras la homilía.
El tema de la Verdad con mayúscula y la crítica al relativismo moral y
cultural de las muchas verdades, ya fue llevado al Aula Magna de la
Universidad de La Habana por la avanzadilla filosófica encabezada por el Cardenal Bertone.
Fue pasada por alto por los intelectuales “relativistas” de la
revolución, quizás porque el asunto es demasiado sofisticado para
convertirse en un tema de interés mediático, que es lo que realmente les
interesa. Mas no se le pasó a Fidel Castro quien hoy mismo le puso un
pero en su reciente REFLEXION,
cuando dejó caer la lista de que todos aquellos que, en posesión de
verdades relativas, podrían ocuparse legítimamente de temas absolutos: “…
marxistas y cristianos, católicos o no; musulmanes, chiitas o sunitas;
libre pensadores, materialistas dialécticos y personas pensantes”, en general.
Con este sencillo pase de lista, Fidel Castro puso estacas en los
linderos: No solo se trata que, por ejemplo, la verdad relativa de un
libre pensador o un materialista dialéctico tenga un valor absoluto;
sino además que la verdad absoluta de un cristiano católico, incluso si
es el sucesor de Pedro, tiene un valor relativo.
El Papa Benedicto XVI hizo un regalo de lujo a los cubanos cuando ya
en el campo de la filosofía moral, tras señalar que el relativismo suele
conducir al escepticismo, y este a la indiferencia (apatheia) y
frialdad de corazón, que es la conclusión más trillada, agregó que
también esa pluralidad de verdades, por la negligencia que implica en el
trato de las verdades del otro y la exaltación de la verdad propia,
puede llevar al fanatismo y al odio ardiente. En lugar de a aquel
enfriamiento; ciertamente no bueno, pero tampoco agresivo.
Lo que dijo Benedicto XVI fue que el relativismo de las muchas
verdades puede conducir al escepticismo apático, pero igual al
dogmatismo activo.
Durante la homilía de hoy sentí que en época de predominio en Cuba de
una personalidad del carisma e intensidad política de Fidel Castro,
ajustado al estereotipo clásico de Secretario General de un Partido
Comunista en el poder, algunas frases de Benedicto XVI encaminadas a
restar valor a la efímera autoridad terrera pudieran haber sido
altamente subversivas. Pero ya no sonaban igualmente desafiantes en
época de Raúl Castro, un Secretario General que se entiende a sí mismo
en un rol de más bajo perfil.
En época de Fidel Castro, probablemente en el propio 1998 cuando
visitó la isla el beato Juan Pablo II, frases de Benedicto XVI dichas en
la mañana de hoy en la Plaza de la Revolución como “Dios está por
encima de nosotros”, “Jesús es el único que puede dar la verdad” o
Cristo es el “Señor del cosmos y la historia”, hubieran estremecido el locus emblemático; conscientemente definido por el mismo Benedicto XVI como “emblemática Plaza”. Pero como decía, son otros tiempos.
El Papa Benedicto XVI hizo un guiño a la antigüedad cuando afirmó:
“Cristo es la medida del Hombre”; frase que cualquier estudiante de
filosofía puede poner a emular con el conocido postulado de Protágoras:
“El hombre es la medida de todas las cosas”. Es obvio que al mundo
helénico no le está yendo muy bien en el Siglo XXI, y esto no se refiere
solo a la economía.
Lo demás ya se sabe. Benedicto XVI abordó explícitamente temas que
tienen que ver con la sociedad cubana actual y la comunidad católica en
particular. El ejercicio de la tolerancia, el avance hacia una sociedad
más abierta, la conquista de espacios en el sistema educativo nacional
por parte de la institución eclesial, el magisterio del Padre Varela…
Estos puntos de la agenda lo que necesitan es avanzar ya a la
implementación práctica.
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Nestor Diaz de Villegas/ LaSegunda Venida
El general Raúl Castro habla desde el altar, y recuerda emocionado
que Juan Pablo II "visitó nuestra patria hace catorce años". El criminal
bloqueo, explicó el general, continúa en pie catorce años más tarde.
No se le ocurre a Raúl Castro que también su hermano, pese a todas
las profecías, continúa en pie catorce años después de la visita de Juan
Pablo, y que él mismo sigue mandando catorce más catorce más catorce
más catorce años más tarde. El pueblo escucha al general sin detenerse a
sacar cuentas: fue adoctrinado y minuciosamente alfabetizado, entiende
que la Virgen cumple 400 años, y que el señor del gorrito rojo debe
andar por los noventa, pero su aritmética no alcanza a sumar los años de
dictadura. El cubano de hoy suma en números orwellianos. Para él, 2 más
2 son 5.
Escuchando los cálculos de Raúl, el Papa Benedicto XVI debe haberse
sentido orgulloso de lo bien que los jesuitas del Colegio Dolores
prepararon a los hermanitos Castro. ¿No vino Benedicto XVI a festejar un
milagro que ocurrió hace cuatro siglos, mientras que los cubanos
esperaban uno para esa misma tarde? ¿No representa Benedicto XVI otro
reino castrista destinado a durar por los siglos de los siglos, amén?
¿No es Benedicto el homólogo del general, un mensajero infalible de la
Verdad revelada? ¿Y acaso no gobiernan los Papas desde un Palacio de la
Revolución levantado sobre las ruinas de un batistato que se llama
paganismo?
El general y el Papa comparten el altar con una Virgen que miró
impertérrita cómo un millón de Juanes de todos los colores perecían en
las aguas infectadas de tiburones del Estrecho de la Florida. Si alguna
vez tuvo divinos poderes, debió ser en la maravillosa época colonial,
cuando comandaba las aguas y aplacaba tormentas. A partir de 1959, sin
embargo, o perdió la gracia o se nos ha virado. El destino de tres
infelices pescadores, se convirtió en la desdicha de todo un pueblo.
Toda Cuba zozobra, un ciclón bate sus costas desde hace medio siglo. El
bote de los Tres Juanes es un yate de lujo comparado con los medios de
flotación con que sus fieles se han presentado ante la Virgen. La
maldita circunstancia del agua por todas partes —como dijo un hereje
llamado Virgilio— ha llegado a ser la constante escatológica de la vida
nacional.
Nuestras plegarias cayeron en el mar, nuestras lágrimas en la arena, o
tal vez sea culpa de la superstición, la brujería y los trabajos sucios
realizados en el nombre de Cachita. Quizás hemos provocado, con nuestra
impiedad, la ira de la diosa. ¿Tendremos que castigarla y retirarle las
ofrendas para que nos sea propicia? ¿Haremos penitencia? El cubano que
celebra hoy sus bodas de zafiro con la dictadura, podría exclamar con el
Cristo de Caná: "Mujer, ¿que tengo yo que ver contigo?".
Ahora sabemos que los hermanos Castros son los representantes de la
Compañía de Jesús en América. Como jesuitas han gobernado y como Jesus Freaks
han conquistado a Latinoamérica para la fe. El castrismo devino una
doctrina universal, un dogmatismo. Sus fieles acuden en peregrinación
para besar la mano del Líder espiritual del sincretismo político
caribeño.
Desde el principio de su carrera, Fidel Castro se presentó como
Mesías, como redentor y como una especie de santón. Periódicos y
revistas recogieron su imagen carismática y la difundieron, y el pueblo
ignorante llegó a confundirlo con el Salvador. Ahora sabemos que
absolvimos a Barrabás y que crucificamos al Mesías (que no era un hombre
de carne y hueso, sino una gracia, un momento singular); que se trata
menos de portentos políticos que de milagros socioeconómicos; que nos
dejamos obnubilar por las barbas y los sermones; que desconfiamos de los
terratenientes y los usureros y que expulsamos a los mercaderes del
templo, solo para venir a pedir limosnas al Partido.
La misma caridad cristiana que nos embarcó en 1953, cuando un obispo
intercedió por Fidel, pretende convertirse ahora, a los sesenta años de
aquellos errores, en la alcahueta de nuestra redención. La misma Iglesia
que hace cinco décadas afrontó todos los riesgos, la que dio el pecho a
las balas, es hoy cómplice de la represión y represora de herejes
dentro de sus propias filas. La Iglesia que recibe a Benedicto ha
traicionado a los jóvenes que fueron al paredón con un “¡Viva Cristo
Rey!” en los labios. La Iglesia Católica le ha dado la espalda a los
creyentes que la rescataron del escarnio y a todos aquellos que, a costa
de enormes sacrificios, le devolvieron su lugar en la sociedad.
La tribuna en Oriente parecía más bien una escena de Monty Python en la Vida de Brian:
un malentendido cósmico, un conciliábulo grotesco. En Santiago de Cuba
un cimarrón salió de entre las filas de palestinos y, atravesando
cordones policiales, llegó hasta el micrófono: "¡Abajo el comunismo!",
gritó el inocente. Ese grito debió sonar a los oídos del mundo como
"¡Abajo los albigenses!". El pobre ermitaño no se daba cuenta de que el
comunismo había muerto durante la última visita del Papa.
Enseguida los esbirros se le abalanzaron y lo neutralizaron. Un
miembro de la Cruz Roja (la capacidad de ironizar de Jesucristo es
infinita) se acercó al detenido y le propinó una salvaje trompada. El
bofetón, retransmitido por una estación colombiana, ardió
instantáneamente en la mejilla de cada cubano. El hombre con la Cruz
Roja en el pecho procedió entonces a esgrimir la camilla como un mazo.
Estaba dispuesto, por la tranquilidad del general y de Benedicto XVI, a
caerle a camillazos al mismísimo Mesías si se le ponía delante. ¿Habrá
que preguntarse de qué parte estaba Cristo en ese momento? ¿Habrá otra
escena que simbolice mejor la segunda venida del Papa?
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