Según un reporte del Comité Cubano de Derechos Humanos —la única institución que realiza registros de actos represivos políticos en Cuba— en 2011 se realizaron más de 4 mil detenciones de opositores, algo menos de un 20 % de las cuales tuvieron lugar en diciembre.
Aun cuando existan sobrevaloraciones típicas de estos conteos, el dato es impresionante, pues habla de que cada día se efectuaron, como promedio más de 10 arrestos. Si a estos agregamos los actos intimidatorios, las agresiones a personas y familias y las advertencias que no constituyeron arrestos, tendríamos que reconocer que la presión represiva está alcanzando un punto muy alto que recuerda los días previos a la macabra primavera de 2003.
Pero hay algunas diferencias que vale la pena tener en cuenta.
La primera es que aunque el Gobierno cubano mantiene su presión contra todo lo que suene a oposición (no importa su signo político o su medio de expresión) lo que ahora está atacando con particular saña es el intento de la oposición de pasar a la calle. Esto ya fue evidente en años anteriores. Recordemos, por ejemplo cuando varios blogueros entre los que se encontraba Yoani Sánchez fueron interceptados y secuestrados en sus frustrados caminos para participar en una marcha del Observatorio Crítico. O la brutal agresión que sufrió Reinaldo Escobar solo unos días después en una calle del Vedado.
Y en consecuencia, está dispuesto a tolerar (relativamente) aquella oposición que no incida directamente en la opinión pública, como es el caso de los mismos blogueros si se mantienen lidiando con sus laptops. Y aunque esto parezca un chiste —y de alguna manera es un chiste muy trágico— es también un indicador de la imprescindible retirada del afán totalitario de la élite cubana. No olvidemos que los presos de 2003 hacían algo similar a lo que hacen los blogueros. Y aunque los blogueros son machacados con insistencia —la negativa de dejar viajar a Yoani, por ejemplo, me parece aborrecible— ninguno ha sido condenado a 25 años de cárcel simplemente por escribir.
La segunda situación que me llama la atención es el protagonismo de las mujeres. Hasta hace unos años los nombres y las caras de la oposición, salvo algunas excepciones, eran masculinas. Hoy se ha incrementado la presencia de mujeres, lo que enreda aún más la situación del Gobierno cubano. Un ejemplo de ello son las Damas de Blanco, que hicieron de sus fragilidades —incluyendo las que se leen desde sus condiciones femeninas en una cultura patriarcal— sus fortalezas imbatibles. Si, como decía Martí, una obra es invencible cuando enrola el corazón de la mujer, ésta no tiene marcha atrás. A los nombres ya consagrados —entre otras, Laura Pollán, Berta Soler, Yoani Sánchez, Claudia Cadelo, Miriam Celaya— se unen nuevos como los de Sara Marta Fonseca, Isabel Haydee Álvarez e Ivon Malleza.
La tercera situación cambiante que observo ya ha sido advertida por varias personas: hay un cambio de técnica represiva. Si antes el Gobierno cubano jugó a las largas condenas registradas judicialmente —para lo cual tuvo que usar procesos fraudulentos como los de 2003, donde de paso fusilaron a tres jóvenes negros— ahora está optando por una técnica de ablandamiento y desgaste mediante detenciones de pocas horas o días. Una suerte de encarcelamientos express que buscan disuadir y frustrar acciones a un menor precio. Continuar leyendo en Cubaencuentro >>
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