lunes, octubre 31, 2011

Mundo islámico: ¿un presente caótico o una sociedad nunca entendida?

Cubanalisis

Qué significa, pues, esta crisis? ¿Cuál es su carácter? ¿Cuáles son sus orígenes y sus expresiones? Y ¿qué clase de desenlaces podría esperar el mundo islámico para salir de ella? Al regir la vida económica y la sociedad, cada turbulencia intestina pone en crisis de inmediato a esta estructura y su ineptitud para refrendar sus nuevas funciones, y ello se ha patentizado en la ola de protestas masivas que ha sacudido toda la región en 2011.
 
Sin dudas, a las protestas y rebeldías, violentas y constantes, acontecidas en los últimos meses, se agregan las decisiones políticas (muchas de ellas desacertadas) que sobre el tema siguen asumiendo tanto Estados Unidos y la Unión Europea, como Rusia y China, que complejizan aún más todo este escenario.
 
Las demandas callejeras, conjuntamente con las presiones exteriores, provocaron los reemplazos en el poder, hasta ahora, en Túnez, Egipto, Libia y casi Yemen, desestabilizando de paso a otros estados como Siria, Qatar y Omán, e influyendo en posiciones más arrogantes por parte de los dirigentes palestinos en sus negociaciones con Israel.
 
En Occidente, el espejismo con el cual siempre se ha analizado y actuado en el orbe islámico ha llevado a pensar que luego de tales reemplazos, y los que se esperan en otros sitios, tendrían lugar escenarios más favorables para esas poblaciones, y posiciones políticas menos contestatarias a Occidente; pues se espera, ilusamente, un hecho “democratizador”.
 
Occidente no acaba de entender la profunda huella del tribalismo en el comportamiento político del actual mundo islámico, al no analizar que tal fenómeno, desde sus orígenes a una sociedad arcaica donde cada tribu o clan asume la ley natural de sobrevivir a expensas del más débil, donde no existen mediadores externos o gobiernos que apliquen la ley, y donde el perjudicado cuando vence se erige también en juez y en ejecutor.
 
El escenario del pueblo volcado a las calles y bazares, y como resultado, la caída de regímenes o personajes desagradables al Occidente, por mucho que nos motive a la solidaridad, no puede llevarnos a la noción de que tal hecho resulta una garantía de “democratización”, o incluso de un orden político menos represivo o tiránico y menos anti-occidental que el derrocado.

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