A la circunstancia política creada en Cuba de mantener como representantes únicos de la gloria nacional a sus “soldados de ideas”, se le responsabiliza con que muchísimos compatriotas, figuras trascendentales del verdadero mérito profesional de la mayor de las Antillas, pasen hoy como perfectos desconocidos para las generaciones de cubanos nacidos o criados durante estos 50 años de censura absoluta en la información. Es el desconocimiento del nombre glorioso y legendario por efectos del “tabú”; o por la apatía y el desgano, convertidos en olvido imperdonable, de los que por aquí andan: peloteros, boxeadores, managers, entrenadores… ¡Qué se yo!
También sucede con el periodismo y la narración deportiva. La gran prensa del sector, que ha dejado huella más allá de los límites de Cuba, hoy solo es destacada por algunos cubanos cuando deberían venerarse como lo que fueron o, aún, son: verdaderos maestros del difícil arte de emborronar cuartillas o de describir, a través del micrófono, la acción desarrollada que se enriquece con el comentario agudo, justo e inigualable sobre el gladiador de la moderna Feria del Músculo.
Si algún compatriota es una verdadera leyenda del deporte cubano es Gonzalo López Silvero; sin embargo, a su alrededor se imprime una ambivalencia notoria e injusta que, lamentablemente, nace en los cubiles del aparato político castrocomunista; pero no es capaz de sobreponerse por los cubanos libres como debería, con el resultado de que una de las más grandes y trascendentales glorias nuestras a través del micrófono y la oficina de clubes de beisbol o del boxeo mundial, en Miami, en Puerto Rico, en Venezuela y en Cuba, sea tan desconocido u olvidado hoy como el que nació ayer a las 8 p.m en Luyanó o en Zaire.
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