Emilio Ichikawa
Cuando en el anuncio de su abdicación el Rey Juan Carlos I de España dijo “he querido ser Rey de todos los españoles”,
abría más (sin proponérselo, claro) la posibilidad interpretativa de
una recomendación que según la leyenda le habría hecho Felipe González a
Fidel Castro.
Cuentan
que durante la II Cumbre Iberoamericana de 1992 celebrada en Madrid,
González y Castro sostuvieron el siguiente intercambio:
CASTRO: Me he hecho Realista…
GONZALEZ: Aprovecha
entonces porque tienes por delante 12 meses para convocar elecciones
libres… Hazte Rey y convoca elecciones de Primer Ministro.
Si
miramos el consejo de Felipe González a través de la confesión del Rey
Juan Carlos, Fidel Castro podría haber escuchado lo siguiente: olvídate
de gobernar y “conviértete en el representante de todos los cubanos”.
Posicionarse
como un Rey por encima de las clases, exilios, emigraciones, grupos y
títulos, de modo que se pueda actuar como equilibrador de las
desavenencias sociales, es una aspiración recurrente entre los
compatriotas cubanos de mayor autoestima. Recuerdo que hace unos años el
cubanólogo Juan Antonio Blanco se auto-propuso para mediar en una
aparente disputa entre Oscar Elías Biscet y Jorge Luis García Pérez
Antúnez; y casi como ayer el trovador Silvio Rodríguez ha pretendido
mediar en un subcapítulo abierto a propósito de la querella cubana de
Panamá.
Como
todo el mundo sabe, dos grupos de cubanos se liaron a golpes e insultos
en el panameño Parque Porras, durante la celebración de la VII Cumbre
de las Américas. Un Rey Cubano quizás hubiera podido detener la
trifulca; pero por razones históricas la monarquía no ha cuajado en la
preferencia de las élites políticas de la isla; quizás porque esas
mismas élites encontraron contornos tratándose de diferenciar de una
metrópolis que parecía gravitar más hacia esa forma de Estado que hacia
la República.
Consta
que Fidel Castro desobedeció a Felipe González y no se hizo Rey.
Insistió en seguir sentado delante del gabinete y no del trono; con lo
que su influencia y su experiencia solo vale para una de las partes
cubanas en el Parque Porras (o El Porrazo). Raúl Castro hubiera podido
parar la bronca si retiraba a sus púgiles; pero no amansando con su
palabra y autoridad a los dos grupos de cubanos, como hubiera hecho un
gran Rey. Un Soberano.
Al
Cardenal Jaime Ortega Alamino tampoco le alcanza como alzarse,
equidistando, entre rivales cubanos. Más que “ser”, porque su voluntad
de unir es sincera, se le “percibe” corrido favorablemente hacia uno de
los polos del diferendo. Aunque igual tiene la excusa de que él es solo
el Pastor del rebaño católico, y en Panamá había guerreros de varios
Dioses. Y por supuesto ateos. Por cierto, en una de las legiones en
fragua se encontraba un espiritista muy motivado.
Resumiendo:
en este momento los cubanos (de dentro y de fuera de la geografía
insular) no poseemos ninguna figura espiritual (ni un poeta, ni un
místico, ni un cantor, ni un maestro, ni un escritor, ni un deportista)
que equidiste razonablemente de los frentes en batalla, para que pueda
convertirse en un sanador nacional.
Ese
vacío no deja muchas opciones respecto a la neutralidad. Se pudo no
haber estado en Panamá, pero una vez allí, no había otra opción natural
que la de reclutarse en uno de los dos bandos. Intentar mediar era
imposible por lo que he dicho: No hay en este momento una figura
nacional que merezca reconocimiento simultáneo de las partes.
Por
demás, ponerse a mediar en una valla donde los rivales están echando el
resto, es cuando menos una descortesía. El que va ha de batallar. La
otra alternativa es no ir; o hacer como los resbalosos miembros de Cuba
Posible: vas… pero te vas echando a “ejercitar la prosa digital”, para tomar una frase de un texto de Iroel Sánchez relacionado con estos eventos.
Por
último el punto más sensible. La llamada “solución cubana” existe como
la tentación que siente una parte de aplastar definitivamente a la otra.
Una pulsión por pisotear el cadáver del vencido que es visible hasta en
algunos grupos que han hecho del diálogo, los puentes y el intercambio
entre cubanos el núcleo o marketing de su agenda.
El
problema de fondo es que no se puede lograr una salida integradora para
Cuba. Así, la perdurabilidad del encono está planteada… a menos que… A
menos que intervenga un arbitraje extranjero.
Un
arbitraje extranjero que no se parcialice con una de las fuerzas
cubanas en pugna; que tenga buena fe. Para lo que es necesario que a ese
árbitro le convenga la solución del conflicto intra-cubano y no su
agravamiento, que parece es lo que le resulta útil a la mayor parte de
la prensa que cubre los acontecimientos cubanos.
----------------- -IMAGEN: Tomada de “elsol.com.ar”
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