viernes, marzo 27, 2015

Barack, Raúl y la democracia

Aunque las discusiones para el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba se plantean en términos de igualdad, existe una gran diferencia entre los dos jefes de Estado envueltos.
Barack Obama es el representante democrático de su pueblo, elegido limpiamente en dos ocasiones. Raúl Castro ostenta el poder, por el dedo de su hermano, sin que un proceso electoral avale su mandato.
Votar en un país en donde todos, absolutamente todos los candidatos son de un único partido (el comunista) es participar en una burda campaña de propaganda y dejar que todo siga tan mal como hasta entonces. No hay otro resultado.
En esos eventos obligatorios, para simular que en la isla hay elecciones democráticas, han tenido que participar todos los cubanos durante los 56 años de castrismo.
Esta es una verdad innegable que pone en tela de juicio cualquier acuerdo al que pudiera llegarse en las pautadas conversaciones, pero también es una oportunidad para exigirle a la dictadura que legitime su autoridad, a través de las urnas –que pudiera ser mediante un plebiscito–, para que el pueblo pueda decir “sí” o “no” a seguir siendo gobernado por un dictador.
Para eso no hacen falta partidos políticos. Basta con que se abra un período prudente de libertad de expresión y que, a partes iguales, ambos bandos estuvieren en capacidad de defender sus puntos de vista, incluyendo a líderes del exilio. Sin la persecución de los del “no”. Existe un precedente en el Chile de Pinochet.
Por supuesto, dada la extensa historia del castrismo, con tretas engañosas, mentiras y traiciones (como luchar contra Batista por el rescate de la democracia y después imponer el comunismo), es de esperar que el necesario plebiscito sea manipulado por la dictadura, sin el menor de los escrúpulos.
Es ahí cuando habría que exigir la fiscalización del proceso electoral por las organizaciones internacionales de derechos humanos, así como de las Naciones Unidas, para validar los resultados de la votación.

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