Habló. O mejor dicho, escribió. Nada importante ni trascendente, solo
para desmarcarse de lo que sucede en estos días entre La Habana y
Washington.
“No confío en la política de Estados Unidos ni he
intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho
menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros
de guerra”, señala en una carta que menciona la prensa del régimen, la
única permitida legalmente en Cuba.
Sus palabras fueron para
asegurar que no tiene nada que ver con las decisiones de su hermano
Raúl. Y recordar que el alacrán siempre clava el aguijón. En su
exabrupto no puede ocultar rencor y rabia. Todos los gobiernos del mundo
y casi todos los cubanos, independientemente de que apoyen o no la
política del presidente Obama, mostraron satisfacción por lo que
ocurría. Por eso Fidel Castro tenía que mostrar, si no su disgusto,
porque hacerlo resultaría una torpeza monumental, al menos su
indiferencia.
Eso de que lo que señala “no signifique, ni mucho
menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros
de guerra” es difícil de creer, cuando fue precisamente él quien pidió a
Nikita Jrushov, máximo dirigente soviético durante la crisis de los
misiles de 1962, lanzar un primer golpe nuclear contra Estados Unidos.
Fue él quien envió centenares de miles de cubanos a combatir a Angola y
Etiopía para apoyar grupos políticos y dictadores aliados al comunismo.
Fue él quien entrenó y exportó combatientes, guerrilleros, terroristas,
dinero y recursos militares y de inteligencia a casi todos los países de
América Latina, el Caribe y África, para inmiscuirse en sus asuntos
internos y modificar por la fuerza sus sistemas políticos.
Tratando
de restar méritos a su hermano, a quien ni menciona por su nombre,
añadió que “el presidente de Cuba ha dado los pasos pertinentes de
acuerdo a sus prerrogativas y las facultades que le conceden la Asamblea
Nacional y el Partido Comunista de Cuba”. Como si la Asamblea Nacional
sirviera para algo en Cuba.
Las destinatarios de su mensaje esta
vez —aunque Fidel Castro sabe que sería reproducido por todos los medios
de difusión del régimen— fueron estudiantes universitarios listos a
recordar la llamada Marcha de las Antorchas. No tuvo trascendencia la
marcha original en 1953, pero con ella hizo propaganda a su favor, como
hace con todo lo que puede.
Algunos medios de prensa hablan de una
“supuesta carta”. Poniendo en duda su autenticidad. ¿Cuándo aprenderán?
¿Todavía no conocen su estilo para escribir? O tal vez lo quieren
muerto, porque no pueden creer que siga vivo. Aunque con posterioridad a
la “supuesta” carta recibió a su compinche Frei Beto. A algunos por
Miami se les podría caer el “tumbao” con la muerte del cadáver.
Porque no lo quieren ni necesitan muerto. ¿Qué sería de ellos entonces?
Y de las ayudas de “los yanquis” a vividores del anticastrismo, que en
ocasiones gastan en “la Yuma” más del 75 % de lo que reciben para ayudar
a “restablecer la democracia en Cuba”.
Sin embargo, en realidad
lo que señala el otrora “invencible comandante” demuestra una vez más
que su capacidad para interferir o vetar decisiones de la gerontocracia
en el poder es cada vez más insignificante, si es que le queda alguna.
Si hubiera tenido una salud aceptable y la mente lúcida, ni se hubieran
producido conversaciones con EEUU, porque su estado natural de actuación
es la confrontación, mientras más violenta mejor, siempre y cuando
quienes participen en los choques y combates sean otros y no él.
Lo
más cínico de su reciente mamotreto es el señalamiento de que Cuba —es
decir, el régimen, porque para él ambas cosas son lo mismo, encarnadas
en su persona— siempre defenderá “la cooperación y la amistad con todos
los pueblos del mundo y entre ellos los de nuestros adversarios
políticos. Es lo que estamos reclamando para todos”.
Habría que
ver si reclamando para todos, pero de seguro no para disidentes y
opositores dentro de la Isla, que no reciben del régimen cooperación ni
amistad, sino todo lo contrario: condenas, cárcel, aislamiento,
golpizas, amenazas, mítines de repudio, presiones, insultos, agresiones,
discriminación, chantaje, acoso: castrismo puro y duro.
Afortunadamente
para todos los cubanos —los de adentro y los de afuera— y el resto del
mundo, Fidel Castro es cada vez más intrascendente. Su actuación
contrarrevolucionaria ya no puede hacer mucho más daño que el que ha
hecho hasta ahora, que ha sido demasiado.
En realidad, ya en estos momentos ni manda ni es noticia.
Aunque
algunos aquí, allá y acullá, todavía no hayan podido sacarse
definitivamente ese pequeño Fidel Castro que llevan en lo más profundo
de su alma.
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