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diciembre 15, 2014
La proliferación de la droga a
nivel mundial es motivo de preocupación y de interés general; por eso
resulta desconcertante ver como en Cuba, uno de los pocos países donde
el gobierno posee absoluto control sobre cada uno de sus ciudadanos; el
consumo, uso y abuso de este tipo de sustancias se va de jonrón.
El tema parece causar alarma entre las autoridades. Y aunque el
general Raúl Castro, individuo que carece del sentido ético del
remordimiento, en Enero de 2013 durante la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)
celebrada en Santiago de Chile, aseguró que “en Cuba no hay drogas…
Solo un poquito de marihuana que se cultiva en una maceta en cualquier
balcón de cualquier ciudad de Cuba. Pero droga no hay ni habrá”; y en la
prensa oficial, hemos visto reportajes, en plural, de casos procesados
por tráfico de estupefacientes.
Por supuesto, en Cuba hay drogas. La cocaína, por ejemplo, se corta,
se mezcla, se distribuye y se vende en la isla en paquetes de medio
gramo que dan para 8 rayas; pero llegó una nueva droga, con fuerza de
huracán, que se impone en el mercado por su condición; no regulada, no
prohibida, y porque su efecto puede ser hasta 100 veces más potente que
cualquier otra.
Me refiero al incienso en polvo. Son paquetes de tres gramos que se
venden de forma legal a 3 dólares aproximadamente en estaciones de
servicio (gasolineras), tiendas, funerarias y páginas de Internet. Las
marcas con más demanda son “Scooby-Doo”, “King Kong”, “La bailarina” y “Ojo de Diablo”.
Entra a nuestro país de manera legal y en ese culto a la tentación que
conocemos como el Malecón habanero, adquiere un valor que va desde 150 a
200 CUC cada paquete.
¿A quien beneficia el negocio?
La droga no sólo invade las altas esferas, cruzó la línea y con la
actual complicidad de algunos integrantes del sistema judicial cubano,
entiéndase aduaneros, policias, abogados, y funcionarios en
puestos claves; llega hasta los restaurantes, centros nocturnos,
escuelas, prisiones, universidades y unidades militares. De esa
aleación, polvo de incienso con picadura de cigarro, fuman 6 y
consiguen – afirma mi fuente – un efecto que describen como el súper
arrebato.
Los consumidores, jóvenes en su mayoría, aterrizan en los hospitales
presentando síntomas de ofuscación, delirio, paranoia y agitación; pero
en los exámenes toxicológicos no se evidencia consumo de sustancias
alucinógenas.
Parece que el descontrol de aduana y la evidente alegalidad, es el
resquicio por donde penetra el temible azote; aunque mi informador
asegura que “Los Jíbaros”, así se hacen llamar, en La Habana, a los
vendedores de esta droga, trabajan bajo la supervisión de ex militares
que hundidos en la deshonestidad, se aburrieron de trabajar para otros,
empezaron su propia empresa delictiva y a juzgar por los visibles
resultados económicos, ganaron medalla de oro en la olimpiada de los
actos criminales.
No sé hasta qué punto está implicado el gobierno de la isla en este
lucrativo negocio, del que quizás no participa, pero tampoco lo
desconoce. Para encontrar la respuesta sólo hay que pasear por La Habana
y hacer la pregunta correcta a la persona indicada.
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