la campana del new york times sobre cuba tiene el objetivo de poner en la agenda de obama la normalizacion de las relaciones entre los dos paises, en un contexto donde la mayoria republicana en el congreso y el senado impiden la derogacion de la codificacion de la ley helms-burton. quizas mas, darle cobertura de opinion publica a los objetivos estrategicos de los grupos poder de la centro-izquierda liberal norteamericana.
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cubanalisisDr. Eugenio Yáñez
La campaña del The New York Times
Difícil escribir para publicar
un lunes cuando los últimos seis lunes se ha tenido que hablar del
editorial del día anterior de The New York Times en defensa de las
posiciones del castrismo, que se está esmerando en lograr el sueño
dorado de sus últimos tiempos: consolidado el neocastrismo, crear
las condiciones necesarias para materializar el post-castrismo de
una manera discreta, indolora e insípida, para que todo termine
felizmente (para ellos) en una sucesión light a partir del
2018, en caso de que Raúl Castro cumpliera su palabra de no
mantenerse en el poder a partir de esa fecha, algo que no se puede
dar por sentado automáticamente.
En cuanto a esos editoriales de
The New York Times, en última instancia salir abiertamente en
defensa de las posiciones del castrismo sería un derecho del
periódico, pero ese apoyo lo hace utilizando el lenguaje y el estilo
propio del régimen y sus secuaces habituales, algo que termina
resultando patético teniendo en cuenta el legendario y bien ganado
prestigio del diario neoyorquino como cátedra y referente del
periodismo en idioma inglés.
Esta situación nos crea una
disyuntiva que va mucho más allá de las simples opiniones de cada
uno y se coloca en un plano filosófico y ético, cuando se trata de
analizar el comportamiento de un medio de prensa que está planteando
posiciones que evidentemente no nos simpatizan porque las vemos como
lo que son, inclinadas a las simpatías y la defensa de una tiranía
que ha oprimido nuestra patria por más de medio siglo, y al mismo
tiempo debemos contrastar eso con el derecho a la libertad de
expresión, que no solamente proclamamos y reclamamos para nosotros
mismos, sino que tenemos que hacer valer también cuando esa libertad
de la prensa y los demás medios de información tiene que permitir y
permite a otros que piensen diferente expresar sus puntos de vista
con el mismo derecho que lo hacemos nosotros. Y ese criterio, que
tal vez en Estocolmo, Brisbane o Edimburgo pueda ser visto como lo más normal
del mundo, no es fácilmente asimilable o compartido en Hialeah, Kendall, Miami Beach o la Calle Ocho.
Indudablemente, cuando
intereses más poderosos entran en juego, los prestigios de los
órganos de prensa pueden tambalearse y hasta desvanecerse, si los
principios que han sustentado esos prestigios anteriormente no
mantienen la misma solidez que tuvieron cuando aquellos prestigios
fueron ganados, con independencia de todo lo que haya costado
alcanzarlos. Y a veces, para decirlo con palabras del otro Marx,
Groucho, determinados principios pueden ser proclamados por algunos,
pero en caso de que no gustasen o no cayesen bien, se puede recurrir
a otros radicalmente diferentes en aras de obtener lo que se
persigue, aunque se pierda hasta la vergüenza.
Los buenos y los malos
Sin embargo, pretender explicar
las cosas de esta manera resulta demasiado fácil, sobe todo cuando
algunos elementos no pueden ser identificados.
Porque hay que preguntarse:
¿cuáles serían esos poderosos intereses en juego capaces de lograr
que una publicación seria y prestigiosa como The New York Times sea
capaz de publicar seis (hasta ahora) editoriales dominicales
seguidos en inglés y español sobre un mismo tema, en este caso la
defensa de las posiciones de La Habana? Nunca en toda su historia
The New York Times se había comportado de esa manera, ni siquiera en
momentos candentes de la historia de Estados Unidos, como la Segunda
Guerra Mundial, la crisis de Watergate o la guerra de Vietnam.
Naturalmente, las explicaciones
simplistas de pretender señalar a los multimillonarios George Soros
o Carlos Slim, accionistas del periódico, como la sombra siniestra
detrás de las intenciones del periódico, debido a secretas simpatías
por el castrismo, o al recién incorporado a la Junta Editorial, el
relativamente joven Ernesto Londoño (pero no inexperto), por algunas
secretas razones que no se conocen, pecan de una combinación de
ingenuidad con aventurerismo que nunca podrán conducir a nada
sensato en ninguna circunstancia.
Alguien se preguntaba si esa
nueva adquisición de la Junta Editorial de The New York Times habría
estado de visita en Cuba en algún momento. Si nos suscribimos a la
teoría de la conspiración, podría señalarse que el señor Londoño,
que trabajó como corresponsal en el Pentágono y cubrió informaciones
sobre Irak y Afganistán, y prestó
servicios para The Washington Post, estudió su carrera de periodismo
en Miami, ciudad donde, indudablemente, también podría haber sido reclutado
por los servicios secretos del régimen de La Habana. Cuando ya este
análisis estaba listo para ser puesto on-line, se conoció la noticia de que el señor
Londoño estaba de visita en Cuba por asuntos de “trabajo”, así como
se supo que la última vez que había estado allá fue hace ya once
años. Así que se amplía el horizonte temporal y geográfico donde
podría haber sido reclutado, en caso de que efectivamente lo hubiera
sido. Pero con esa
lógica casi conspirativa podría igualmente señalarse que cada uno de los miles de
estudiantes de todas las instituciones universitarias de Miami-Dade
y del sur de La Florida en general podría haber estado expuesto a
esa misma contaminación por parte de los muchos agentes al servicio
del castrismo que pululan por estas zonas, y por ese camino nos vamos acercando a
pocos pasos de la paranoia.
Tampoco sirve de consuelo jugar
a la zorra y las uvas, proclamando que están verdes si no se pueden
alcanzar, para señalar que The New York Times es una publicación en
decadencia que en estos momentos solamente le interesa leerla a las
capas más liberales de la sociedad norteamericana, pero que no tiene
ninguna trascendencia en el resto de la población. Primero, porque
esa explicación no se corresponde con la realidad, y en segundo
lugar, porque aunque fuera exacta tal afirmación, las capas
“liberales” de la sociedad norteamericana no constituyen un puñado
insignificante de personas, ni son grupos sin capacidad de análisis
o poder de convocatoria, ni pueden ser neutralizadas con un par de
gritos porque simplemente no les simpaticen a otros sectores de la
sociedad estadounidense.
De manera que hay que seguir
escudriñando en la información para intentar acercarnos a las causas
de esta campaña propagandística de The New York Times -porque
después de seis editoriales dominicales seguidos es evidente que se
trata de una campaña- y es necesario saber cuáles serían los
objetivos que persigue, y en interés de qué o de quienes en
particular.
Por si fuera poco lo
desarrollado hasta ahora en esta campaña estratégica de The New York
Times para apuntalar el castrismo, hay que señalar la nada inocente
jugada del periódico de este último viernes, donde presentó a los
ex-editores de la publicación eclesiástica Espacio Laical, (que en
la actualidad son promotores del proyecto Cuba Posible),
Roberto Veiga y Lenier González, como dos figuras moderadas que
“lideran una incipiente cultura de debate” en el país, abriendo
espacios en los que comprobar “el apetito de los cubanos para
encontrar una tercera vía”.
El diario neoyorquino considera
que ambos “representan un enfoque emergente” en la política cubana,
manteniendo una posición “menos beligerante” en un país donde el
régimen “ha suprimido el debate durante décadas” y tanto el gobierno
como los opositores “están extremadamente divididos”.
Según The New York Times, la
posición de Veiga y González recibe críticas por parte de otros
opositores que los consideran “tímidos”, pero en un significativo
intento del diario por promoverlos, y sin aportar evidencia alguna,
aunque no negamos que puedan existir, destaca que “sus esfuerzos
obstinados” en la creación de diversos espacios de debate en la
sociedad cubana les “han hecho ganar un seguimiento fuerte en la
pequeña sociedad civil cubana”.
Asimismo, para The New York
Times, en un enfoque tal vez demasiado esquemático y simplista, pero
a la vez evidentemente diversionista y ¿mal intencionado? ambas
personas reflejan, por una parte, “la descomposición de la política
binaria de cubanos pro- y anti- Castro, que ha dominado durante
décadas”, y, por la otra, “el desarrollo de un rango más diverso de
opiniones, especialmente entre los cubanos más jóvenes”.
Y aunque al diario neoyorquino
no le queda más remedio que dejar claro que Roberto Veiga y Lenier
González “no abogan por la democracia” en la Isla, insiste en que
promueven un diálogo que incorpora “el discernimiento de la cuestión
de cómo avanzar hacia una democracia más plena”.
Sin negar para nada los
indudables valores intelectuales, cívicos, morales y políticos de
ambos compatriotas, no puede desconocerse que no son ni los primeros
ni los únicos que se han movido en estos terrenos y en estas aguas
turbias y han salido airosos hasta el momento. Por eso sorprende que
ahora The New York Times destaque con tanto énfasis a estos dos
cubanos, cuando no lo ha hecho con ninguno de todos los demás que se
han enfrentado a la tiranía a la vez que “abogaban por la
democracia”, y elaboraban diversas propuestas, más o menos
acertadas, y más o menos comprendidas y apoyadas, para una
“democracia más plena” en nuestra patria.
El tempo del castrismo y
todos sus fracasos
Entonces, con todos estos
elementos, es legítimo volver a preguntarnos: ¿por qué precisamente
ahora esta campaña estratégica de The New York Times? ¿Qué busca y
qué pretende? ¿Quién o quienes, si alguien, está detrás de estas
campañas? ¿Cuáles son los intereses que defiende The New York Times,
y por qué?
Hay que señalar, de una parte,
que poco a poco se han ido esfumando los espejismos que veían
soluciones mágicas para la crisis económica permanente de la
economía castrista en prácticamente cualquier coyuntura o sector
económico que pareciera aunque solamente fuera parcialmente
promisorio.
En este sentido fueron
desvaneciéndose primero los proyectos más antiguos, algunos que
provienen desde los tiempos de el Comandante en el poder,
donde el voluntarismo se mezclaba con aparentes oportunidades en
proyectos faraónicos y oníricos, y entonces se hablaba de un futuro
que sería tan brillante que cegaba desde el presente, y que como era
de esperar, ninguno de esos proyectos daba los resultados que se
anunciaban y se proclamaban como algo a la vuelta de la esquina.
Entre esos publicitados
proyectos se incluyeron, en su momento, la producción de níquel en
colaboración con los canadienses, actividad que fue perdiendo fuerza
cuando los precios del mineral comenzaron a deprimirse y
simultáneamente aparecieron fenómenos de corrupción y malversación
entre los equipos de dirección cubanos, tanto a nivel empresarial
como ministerial, que terminaron con severas penas de cárcel en
algunos casos.
Posteriormente las aguas fueron
tomando su nivel en las producciones farmacéuticas y
biotecnológicas, donde, a pesar de innegables resultados en algunos
renglones específicos muy contados, no ha sido posible la explosión
productiva delirada por Fidel Castro desde los comienzos de esos
proyectos, por la sencilla razón de que los productos cubanos no
acumulan suficientes experiencias ni recursos de marketing para
competir en el mercado internacional con productores ampliamente
reconocidos por su calidad y prestigio técnico que ya se encontraban
en el mercado mucho antes de que en La Habana comenzaran a soñar con
estos proyectos.
Propio de la era de Raúl Castro
es el rotundo fracaso de la producción agropecuaria, a pesar de
haber sido declarada como un asunto de “seguridad nacional”. Las
entregas de tierras ociosas en usufructo, con todas las amarras
burocráticas y políticas que conlleva, no ha logrado multiplicar la
producción como se esperaba.
La supuesta reorganización de
las actividades estatales en la agricultura tampoco ha funcionado,
Se acaba de conocer que fueron disueltas por ineficiencia absoluta y
deudas acumuladas 298 Unidades Básicas de Producción Cooperativa, un
invento castrista con la intención de hacer pasar como
“cooperativas” formas disfrazadas de propiedad estatal, pero que no
tienen nada que ver con la verdadera producción cooperativa.
La producción de arroz, viandas
y vegetales, aunque crece según la información estadística oficial,
no crece en las tarimas de los mercados donde se pone a la venta, y
sus precios, lejos de descender como debería ser al aumentar la
oferta, tienden a elevarse continuamente, haciendo cada vez más
difícil y costoso para la población obtener los productos más
elementales para la subsistencia. La ganadería no corre mejor
suerte. La vacuna está en sus peores momentos, y continuamente
mueren miles de cabezas de ganado por falta de alimentación y de
agua. La porcina no logra despegar, y no debería haber razones
aparentemente para ese estancamiento.
La producción lechera no se
acerca ni en sueños a la promesa del general de oficinas de un vaso
de leche diario para cada cubano. Solamente los huevos constituyen
una fuente de proteínas más estable para los cubanos de a pie,
aunque con una producción muy lejana a la de décadas anteriores. Y
los productos del mar, en una isla rodeada de agua por todas partes,
son escasos, caros y de mala calidad. La “economía del postre”
(azúcar, café y tabaco) no logra recuperarse, y a duras penas se
mantiene en niveles similares, o hasta desciendo en algunos casos,
el más grave de ellos en la producción de café.
A ello hay que sumar la
interminable trabazón e ineficiencia en los mecanismos de acopio y
comercialización de los productos, que a pesar de más de medio siglo
de ineficiencia y desorden siguen siendo la apuesta del régimen para
estas actividades, a causa del pánico que le siguen teniendo a la
gestión privada y cooperativa, a pesar de que han demostrado, año
tras año, ser muy superiores y mucho más eficientes que las
actividades estatales. Entonces, el resultado final de la
producción agropecuaria en el país sigue siendo el mismo año tras
año: es necesario importar anualmente alrededor de mil ochocientos
millones de dólares en alimentos para el consumo de la población,
pero no para un consumo abundante y saludable, sino escasamente para
un consumo limitado y de baja calidad.
La varita mágica que no
funciona
Tampoco creció como se esperaba
el turismo internacional. A pesar de que la oferta de sol y playa
depende de la naturaleza y no del gobierno, y se mantienen como de
costumbre, los fallos en el funcionamiento de las instalaciones
turísticas, la baja calidad del servicio que se ofrece a los
turistas, la poca variedad de las ofertas, -tanto en las “a la
carta” como en las del “todo incluido”-, los “desvíos” de productos
que sustraen los trabajadores de las instalaciones para resolver sus
necesidades personales, la competencia de los cuentapropistas en
servicios de alimentación y hasta de transportación y hospedaje, las
imprecisiones con el transporte, y la poca capacidad profesional
para la gestión administrativa de las instalaciones y la venta de
los productos turísticos. Todo ello actuando de conjunto, se ha
convertido en un tope virtual contra los planes de crecimiento de la
llegada de turistas al país, y aunque se sigue insistiendo en una
meta de tres millones de visitantes anuales, que aun no se ha
logrado aunque se esté cerca, parece una cifra de broma cuando se
conocen las cantidades de turistas que visitan países del área más
pequeños en territorio que Cuba, como República Dominicana, Puerto
Rico, Costa Rica, Panamá, Bahamas y las Antillas Menores.
Las ilusiones de encontrar
soluciones mágicas con el descubrimiento y producción en gran escala
de petróleo en la cuenca submarina, fundamentalmente en los famosos
59 “bloques” en que fue dividida la zona noroccidental de los mares
de la Isla para ofrecer a los potenciales inversionistas territorios
para prospección, se fueron desvaneciendo en la medida en que, aun
con la aparente certeza de la presencia del hidrocarburo en la zona,
las profundidades a que se encontraría y las dificultades geológicas
para extraerlo, hacen poca atractiva la perspectiva para las grandes
compañías perforadoras, sobre todo cuando recientemente se han
descubierto yacimientos tan grandes o mayores en otros territorios
que posibilitan su explotación rentable.
Como alternativa, el régimen ha
lanzado un programa de recuperación petrolera en los pozos e
instalaciones ya existentes, convencido de que las ilusiones de los
grandes pozos en el mar, aunque no sea necesario dejarlas sin efecto
absolutamente, ni tendrán que ser aplazadas para un futuro nada
cercano, lo que para un gobierno como el castrista, siempre viviendo
en el filo de la navaja financiera y económica, es una noticia no
solamente desalentadora, sino también catastrófica.
La otra apuesta cargada de
ilusiones, con el mega-puerto de El Mariel, parece seguir estando
más en las mentes de los jerarcas del régimen que en la mesa de
negociaciones. A pesar de los anuncios triunfalistas -como siempre-
del periódico Granma sobre todo lo promisorio de esta gigantesca
(para los estándares cubanos) inversión para la creación de una zona
de desarrollo económico que debería convertirse en motor para el
resto de la economía, las imprecisiones en la ley de inversiones, la
debilidad de la economía cubana, y las sanciones y prisiones contra
inversionistas extranjeros acusados de delitos que parecen ser más
temas de ciencia ficción que de jurisprudencia y derecho, no son
elementos que motiven demasiado a potenciales inversionistas.
A pesar del bombo y fanfarria
con que hace ya casi un año fue inaugurado el puerto, con la
presencia junto a Raúl Castro de la presidenta brasileña, nación que
ha financiado el proyecto con una visión muy difusa de un futuro sin
embargo norteamericano contra el régimen, la noticia más importante
que ha surgido de ese enclave en todos estos meses fue que el primer
buque cargado de mercancías que atracó y descargó en El Mariel fue
uno norteamericano cargado de contenedores de pollos congelados,
provenientes de Estados Unidos. Ejemplo muy elocuente para desmentir
al régimen cuando se llena la boca para hablar del “bloqueo
imperialista” y pretender justificar los desastres de la economía
cubana acusando a Washington como causante de todos los problemas.
La caída de los precios del
petróleo
Un problema mucho más serio se
le está presentando a La Habana con la disminución mundial de los
precios del petróleo. En condiciones normales, la baja de los
precios del petróleo es una buena noticia para los países no
productores, porque representa una posibilidad muy real de disminuir
el monto de su factura petrolera. Sin embargo, sabemos que la Cuba
de los Castro es incapaz de vivir en condiciones normales, porque la
propia “revolución” es un evento anormal en la sociedad cubana, que
ha invertido todos los valores de la nación, dispersado a su
población por el mundo, aniquilado todas las esperanzas y proyectos
personales, e hipotecado moral y materialmente a la nación.
Entonces, la baja en el precio
del petróleo representa menos ingresos para el régimen, que exporta
algunas cantidades de petróleo, porque para sus necesidades en el
país, que limita artificialmente, cuenta con la producción nacional
de petróleo y gas, y además recibe un generoso suministro diario
desde Venezuela a precios subsidiados -en caso de que los pagara- lo
que le posibilita obtener determinados ingresos vendiendo a nombre
de Cuba parte del petróleo que el gobierno venezolano prácticamente
regala al régimen de La Habana.
Por si fuera poco esa
complicación, la otra proviene de las limitaciones materiales y la
profunda crisis productiva y económica, además de la política y
social, que enfrenta Venezuela. Aunque primero Hugo Chávez, y ahora
Nicolás Maduro, nunca han tenido inconveniente en regalar a los
castristas la riqueza nacional, el hecho cierto es que ahora, cada
vez más, los recursos de que puede disponer el gobierno venezolano
no bastan para mantener la estabilidad en su propio país, ayudar a
La Habana con petróleo subsidiado y muy difícil de cobrar algún día,
y mantener su política de hegemonía caribeña a través de vender
petróleo venezolano a naciones del área, para comprar y controlar
voluntades, a través de precios preferenciales del hidrocarburo,
razón por la cual han podido quedar diferidas numerosas crisis
sociales y económicas en todas esas naciones, que de no tener a su
disposición el generoso subsidio chavista-madurista nadie puede
saber a ciencia cierta qué fenómenos podrían haber ocurrido en esas
sociedades. En la semana recién finalizada el precio del barril de
petróleo venezolano descendió hasta $68.97. Para que se tenga una
idea de la debacle que esto significa, téngase en cuenta que los
economistas calculan que por cada dólar que cae el petróleo
venezolano la nación deja de ingresar unos 700 millones de dólares
anuales.
De manera que el peligro para
La Habana no es que desde Caracas no quieran, sino que no puedan
continuar con sus dádivas incontroladas, que son en buena medida las
que mantienen la “revolución” a flote. Porque si bien el petróleo es
el elemento más visible y comentado del proxenetismo castrista sobre
Venezuela, son incontables la cantidad de convenios, acuerdos,
contratos y dudosos arreglos entre ambos países en que La Habana se
beneficia escandalosamente, recibiendo extraordinarios y constantes
beneficios a costa de las riquezas del pueblo venezolano que el
gobierno de Caracas regala inconsultamente al castrismo.
No es casual, entonces, que
mientras todos estos factores mencionados están incidiendo sobre la
llamada revolución cubana, y cada vez se le aprieta más el zapato a
Raúl Castro, surja de repente The New York Times al rescate del
castrismo, porque si bien ese periódico nunca fue de los más
agresivos contra el gobierno cubano, tampoco tiene historia de
lanzarse tan a fondo en defensa de una causa, como ha ocurrido con
los seis editoriales publicados en apoyo al castrismo, y sin poder
saberse, ahora que se escriben estas líneas, si el próximo lunes
aparecerá un séptimo, váyase a saber sobre qué tema o con qué
objetivos.
En la práctica, entonces, las
mayores entradas de dinero fuerte para el régimen son las remesas de
dinero, envío de mercancías y viajes a la Isla de cubanos que
residen en el exterior, sean “asilados” o simplemente “emigrantes”
o como se les quiera llamar. Es decir, el régimen, para sobrevivir,
necesita de esos dólares que provienen de aquellos “gusanos” que
tantas veces ha estigmatizado en el pasado y que ahora, por
estrictas necesidades de supervivencia y el más vil oportunismo,
intentan presentar con otros rostros y otros colores más aceptables,
para poder seguirlos explotando cada vez más.
Los cubanos de a pie, mientras
tanto, han dejado de creer definitivamente en los cantos de sirena
de la tiranía y no acaban de ver soluciones para sus problemas
cotidianos y de largo plazo. Impedidos de cambiar pacíficamente a
sus gobernantes, porque el sistema les niega la posibilidad de
participar en elecciones realmente libres y competitivas, cada vez
más siguen optando por votar con los pies, y tratar de salir del
país por cualquier vía, y hacia cualquier destino, convencidos de
que en cualquier lugar del mundo, aunque las cosas no les salgan
maravillosamente bien, podrán tener mejores perspectivas y muchas
más posibilidades de futuro que las que el régimen les pueda brindar
en la Isla.
De ahí las crecientes cifras de
salidas del país por cualquier vía, en lo que ya se considera un
éxodo masivo, aunque discreto, silencioso y sin aspavientos, pero
que suma decenas de miles de cubanos cada año, si se observan de
conjunto todas las salidas ilegales por cualquier vía con las
salidas regulares a través de obtención de visados para residir en
otro país y los que se
“quedan” y deciden no regresar
a su país después de haber salido con visas de turistas o para
visitas familiares.
Los más recientes intentos de
La Habana y la batalla del embargo
No es casual tampoco, y que los
enamorados quieran creer en casualidades es válido, pero los
profesionales no podemos cometer ese pecado, que esta campaña surja
cuando La Habana está desesperada a la búsqueda de recursos para
subsistir, entre ellos muchas inversiones extranjeras que puedan
hacer funcionar su maltrecha y totalmente ineficiente economía.
Para lograr este tenebroso
objetivo del régimen los esfuerzos se lanzan en dos frentes
diferentes. En el plano internacional se hacen ingentes esfuerzos
por el régimen y sus acólitos por sacar a Cuba, o más exactamente al
gobierno cubano, de la lista de países patrocinadores del
terrorismo, en la que ocupa un bochornoso lugar junto a repudiados
forajidos internacionales como Siria, Irán y Sudán. En el plano
bilateral Cuba-EEUU, la ofensiva por aliviar al menos algunas de las
restricciones establecidas por el embargo sería el objetivo
fundamental, y es donde aparentemente está más activo el papel de
The New York Times en esta batalla.
Recientemente fue lanzada por
el régimen la llamada Cartera de Oportunidades para la inversión
extranjera, presentada hace pocas semanas en la Feria Internacional
de la Habana FIHAV 2014, donde se ofrecieron 246 proyectos
prácticamente en todas las ramas de la economía y en todos los
territorios del país, que en total alcanzarían un monto, según
cálculos de las eminencias económicas del régimen, de 8,710 millones
de dólares. Pero, de lo que se ha podido saber hasta ahora, no se
pudo concretar ni uno solo de esos proyectos en FIHAV 2014, y por el
momento los inversores desesperados por arriesgar su dinero en el
paraíso socialista del Caribe existen solamente en las páginas de
los periódicos Granma y Juventud Rebelde y en las palabras de los
locutores del Noticiero Nacional de Televisión.
Por eso también la búsqueda,
casi súplica, de la autorización de Washington para que el turismo
americano pueda visitar la Isla. Aunque el régimen y sus voceros no
lo declaren públicamente, ellos saben que el levantamiento del
embargo, independientemente de las intenciones y deseos de cualquier
persona que sea la que esté ejerciendo el cargo de presidente de
Estados Unidos, es algo que no se puede realizar de espaldas al
congreso, y que conlleva el riesgo de grandísimas tensiones entre la
rama ejecutiva y la legislativa, algo que no conviene a ningún
presidente cuando ambas cámaras del congreso, el Senado y la Cámara
de Representantes, están en manos del partido contrario al del
presidente, como ocurre en estos momentos, o más exactamente, como
ocurrirá a partir del primero de enero del 2015.
Por eso aparentemente lo que se
está pretendiendo es algo extraño y sinuoso, algo así como un
pseudo-mantenimiento del embargo -para calmar a las fieras- pero
permitiendo determinadas fisuras en el mismo que posibilite, por
ejemplo, los viajes turísticos de los ciudadanos de Estados Unidos a
la Isla, y si fuera posible que eso sucediera a la vez que se
lograra la eliminación de los límites de dinero que podrían gastar
los turistas en esos viajes, cantidades que ahora están limitadas
para los viajes de estadounidenses a Cuba.
Podría parecer, visto desde
afuera, o desde lejos, que se trata de peccata minuta lo que
se pretende, pero según los cálculos que se manejan, durante los
primeros años en que se produzca la autorización, luego de casi
medio siglo de prohibición, la avalancha de turistas de Estados
Unidos a Cuba, y el nivel promedio habitual de gastos de los
turistas americanos en sus viajes al exterior, permiten plantear que
el turismo procedente de Estados Unidos superaría en volumen de
ingresos para el régimen al volumen de ingresos de todo el turismo
del resto del mundo que viaje a la Isla en esos mismos años.
Lo cual no es poca cosa, ni
mucho menos. Y cuando el régimen se encuentra con el agua al cuello,
y sin perspectivas realistas de que por otras vías puedan aumentar
los ingresos, la autorización del turismo norteamericano a la Isla
resulta un objetivo altamente prioritario.
Por otra parte, no podría
descartarse, porque el alacrán nunca puede dejar de enterrar su
aguijón, que si esa liberalización del turismo americano a Cuba se
lograra materializar, que el régimen aplique mayores restricciones o
prohibiciones, o mayores requisitos impositivos y costos más
elevados de pasajes, estancias y trámites consulares para los
cubanos que deseen viajar a la Isla. Podrá decirse que tal
comportamiento resultaría irracional, y verdaderamente lo sería,
pero no tenemos razones para pensar, después de más de cincuenta y
cinco años viendo lo contrario, que el régimen no adoptaría alguna
medida absolutamente racional si considerar que es necesario para
afianzan o mantener su poder y su control político sobre la
población.
Junto con la ofensiva por los
viajes de turistas americanos a la Isla se mantiene otra con un
objetivo más difícil y complejo, pero que no ha desanimado al
régimen hasta ahora: la lucha por un levantamiento total o parcial
del embargo a través de algún tipo de decisión presidencial, sin
tener que pasar por los tamices del congreso, donde tal medida no
prosperaría. No resultaría nada fácil, pero el régimen ha volcado
todos los recursos de su propaganda en esa dirección, porque lo
necesita imperativamente.
No por la compra de productos
fabricados en Estados Unidos, a muchos de los cuales puede acceder
ya en estos momentos, si son alimenticios o medicinales, gracias a
las autorizaciones de relajamiento del embargo que ofreció durante
su presidencia George W Bush, a condición de que tales productos
fueran pagados en efectivo y por adelantado. Pero eso no es lo que
le ha interesado nunca a La Habana, aunque haya tenido que utilizar
esos mecanismos en función de ampliar y profundizar su lobby en
función del objetivo estratégico.
Ese objetivo estratégico es, y
siempre ha sido, obtener el acceso a los créditos de los organismos
financieros internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional, donde Estados Unidos tiene un papel
dominante e impide el otorgamiento al gobierno cubano de tales
fondos, así como créditos de bancos privados en Estados Unidos para
importar productos y maquinarias a Cuba.
En última instancia esos
créditos serían asegurados por el gobierno de Estados Unidos -es
decir, por los que pagamos impuestos, porque el único dinero del que
puede disponer el gobierno es el que proviene de los así llamados “taxpayers”,
aún si primero lo solicitó a préstamo- si se volviera a producir el
fenómeno, que resultaba casi habitual y consuetudinario en tiempos
del Comandante, de que el gobierno cubano no cumpliera con
las obligaciones económicas con sus acreedores, aunque hay que
señalar que esta conducta ha sido diferente bajo la férula de Raúl
Castro, que ha realizado serios esfuerzos para intentar cumplir
hasta donde ha podido los compromisos financieros del régimen con
los prestamistas extranjeros.
Si se lograra este último
súper-objetivo sería una colosal victoria política para el régimen
totalitario, que lo presentaría como que doblegó al imperialismo a
partir de la resistencia heroica de los cubanos y el apoyo de todas
las naciones del mundo. Y comenzaría entonces la siguiente batalla
“antiimperialista”, pretendiendo obligar a Estados Unidos a resarcir
al régimen por la increíble multimillonaria cifra que el régimen
alega que le ha costado el embargo de Estados Unidos durante
cincuenta años, aun cuando ese mismo régimen es incapaz de contar
creíble y adecuadamente las toneladas de papas o las cantidades de
huevo que produce durante un año, y mucho menos lo que le cuesta
producirlas.
Como nubarrón de ventisca debe
haber visto el régimen las recientes declaraciones de Anthony
Blinken, asesor adjunto de seguridad nacional del Presidente Obama y
propuesto para convertirse en el “número dos” del Departamento de
Estado, quien dijo claramente en una audiencia del Senado de Estados
Unidos, al ser preguntado sobre “rumores” de que Barack Obama podría
flexibilizar algunas restricciones del embargo, que “a no ser que
Cuba sea capaz de demostrar que está dando pasos significativos, no
se cómo podríamos avanzar”, aclarando que se refería a pasos “no
solo económicos, sino democráticos” también.
Añadió que el presidente
“tiene ideas sobre cómo ayudar a impulsar a Cuba” por un camino
democrático, y que “si tiene una oportunidad para avanzar en ello,
es posible que la aproveche”. Sin embargo, insistió muy claramente
enfatizando: “pero eso depende de Cuba y de las medidas que tome”, a
la vez que precisó que el “injusto encarcelamiento” del contratista
americano Alan P Gross continúa siendo un obstáculo para cualquier
intento de normalización de las relaciones.
Con todas estas cartas sobre la
mesa, la suerte puede estar echada. No son pocos los cubanos
decentes, en Cuba y fuera de Cuba, que se oponen a un levantamiento
unilateral del embargo, sin que la dictadura tenga que entregar algo
a cambio, lo que en el más elemental texto de relaciones
internacionales se explica claramente que eso sería un intercambio
no desigual, sino desastroso. Ya no son tantos los cubanos, aunque
los sigue habiendo, que solamente aceptarían el levantamiento del
embargo cuando lograra el objetivo de hacer claudicar a la
dictadura, y no quieren ni ver la posibilidad de utilizarlo como
elemento de negociación con el régimen para lograr otros objetivos
políticos importantes que pudieran ser puestos sobre la mesa de
negociaciones.
Peligros en el horizonte
No obstante, hay dos puntos que
no deben dejarse de tener en cuenta: el primero es muy
significativo. Sabemos que, a pesar del pataleo oficial, en realidad
a Fidel Castro nunca le interesó seriamente el levantamiento del
embargo, no solamente para justificar todos y cada uno de los
desastres de la economía cubana, sino para fundamentar su política
de plaza sitiada con la que justificaba la represión, las medidas
draconianas y todas las arbitrariedades que imponía a los cubanos,
desde el Cordón de La Habana o la vaca Ubre Blanca hasta la
construcción de túneles para protegerse en caso de que al fin
llegara “la invasión americana” o el “proceso de rectificación de
errores y tendencias negativas” que inventó para torpedear cualquier
intento de perestroika en la Isla.
Sabiéndose, como sabemos, que
Raúl Castro sigue dependiendo emocionalmente de su hermano mayor,
habría que preguntarse por qué esta insistencia ahora en conseguir
el levantamiento del embargo, algo que nunca interesaba de verdad al
Comandante. ¿Aceptó finalmente Fidel Castro la realidad de
que la economía ya no solamente está al borde del abismo, sino que
se está hundiendo indefectiblemente? ¿O será acaso que la salud
física o mental de Fidel Castro no le permite, al menos por el
momento, tener conocimiento pleno de lo que pueda estar sucediendo
en el país y en las relaciones con Estados Unidos?
El otro es un peligro inminente
del que no podemos descuidarnos ni por un solo instante.
Evidentemente, un levantamiento
unilateral del embargo sería contraproducente y a la larga
significaría una extraordinaria victoria política para la tiranía
totalitaria.
Sin embargo, existe un
escenario aún peor: que se mantuviera un “embargo virtual” sin que
en realidad funcionaran las restricciones. Es decir, que siguiéramos
creyendo que el embargo se mantiene vigente, porque el congreso no
ha decidido levantarlo de acuerdo a las condiciones establecidas en
la ley Helms-Burton, mientras diferentes “adecuaciones” ejecutivas
permiten al régimen totalitario de La Habana recibir no solamente a
turistas de Estados Unidos bajo el pretexto de la libertad de viajes
para los ciudadanos americanos, sino además créditos de bancos
estadounidenses y del Fondo Monetario Internacional y del Banco
Mundial, bajo los supuestos de que las acciones ejecutivas que se
tomaran no modifican los preceptos fundamentales de la ley, que es
una prerrogativa exclusiva del poder legislativo y no del ejecutivo.
¿Parece ciencia ficción? Pues
no lo es. Como también parecía ciencia ficción considerar que
existiera un país comunista a 90 millas de Estados Unidos, que el
presidente Richard Nixon podría visitar a Mao Zedong en China para
comenzar a normalizar las relaciones entre ambos países, que el Muro
de Berlín sería derribado y Alemania re-unificada sin un solo
disparo ni una gota de sangre, que la Unión Soviética y el “campo
socialista” desaparecerían “desmerengados” en medio de una
perestroika, que China se convertiría en una potencia mundial de
primer orden, o que la “revolución” cubana dependería de “la
gusanera” y “el imperialismo” para subsistir.
El poeta Manuel Navarro Luna
dijo una vez: “no os asombréis de nada, que es Santiago de Cuba”. A
lo que podríamos añadir en estos momentos:
“No os asombréis de nada, que
es la Cuba de los Castro, preparando la transición al
post-castrismo”
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