Por Mary Anastasia O'Grady
En noviembre de 1963, el agente de
inteligencia cubano Florentino Aspillaga trabajaba en una pequeña cabaña
cerca de una playa de la isla en la que operaba un equipo de
intercepción de conversaciones orientado hacia Miami y la sede de la
CIA, en Virginia. En la mañana del 22 de noviembre, Aspillaga, que
desertaría a Estados Unidos en 1987, recibió órdenes de "detener todo tu
trabajo en la CIA, todo tu trabajo en la CIA". Recibió instrucciones de
"colocar todo mi equipo para escuchar cualquier detallito de Texas. Me
dijeron Texas".
¿Acaso Castro sabía que Lee Harvey
Oswald se disponía a asesinar al presidente John F. Kennedy? Brian
Latell, un experimentado analista de Cuba de la CIA, pasó 15 horas
entrevistando a Aspillaga para la edición revisada de su libro "Castro's
Secrets" (algo así como Los secretos de Castro, publicado este año por
la editorial Palgrave MacMillan). El libro aporta razones poderosas para
pensar que lo sabía.
Latell hace un repaso para los lectores
de medio siglo de espionaje cubano a través de entrevistas con decenas
de desertores cubanos de alto rango y numerosos agentes de la CIA.
Considera a Aspillaga "el desertor cubano mejor informado que jamás haya
cambiado de bando". También revisó miles de páginas de documentos
desclasificados de la CIA y tuvo acceso a las memorias no publicadas de
Thomas Mann, el embajador de EE.UU. en México en 1963, que tenía razones
para sospechar de una conexión entre Oswald y Cuba.
El veterano analista aborda la tarea de
contar la historia de la "máquina de inteligencia" de Cuba, la cual
estuvo un paso por delante de la de EE.UU. durante muchos años. Por el
camino, el autor descubre detalles sorprendentes que sugieren que Cuba
alimentó el deseo maniaco de Oswald de demostrar su valor para la
revolución castrista durante la visita del estadounidense a Ciudad de
México en 1963. Latell también presenta sólida evidencia de que el
gobierno de Lyndon Johnson y las máximas autoridades tanto del FBI como
de la CIA se aseguraron de que esos detalles no llegaran a los oídos de
la Comisión Warren, que investigaba la muerte de Kennedy.
El gobierno de Kennedy estaba
desesperado por eliminar a Castro. La invasión de Bahía de Cochinos en
1961 había fracasado. Edward Jay Epstein, un connotado experto sobre el
asesinato del presidente y autor del libro recientemente publicado en
EE.UU. "The JFK Assasination Diary" (algo así como El diario del
asesinato de JFK), señala que para agosto de 1963 Richard Helms, que aún
no era director de la CIA, recibía "llamadas casi a diario del [fiscal
general Robert Kennedy] que exigía saber qué acciones se estaban tomando
para sacar a Castro del poder". La CIA contrató los servicios de
Rolando Cubela, que era parte de la revolución castrista, para hacer el
trabajo.
Sin embargo, Cubela era un doble agente.
El 7 de septiembre, justo después de que Cubela acordara ayudar a
EE.UU., Castro concedió una entrevista a la AP en la que advirtió a
EE.UU. que "colaborar con los planes terroristas para eliminar a los
líderes cubanos" significa que "ellos mismos no estarán seguros".
Castro no tenía que buscar muy lejos
para encontrar un socio que respaldara tales palabras. Latell escribe
que "se conoce casi con certeza" que Cuba "abrió un dossier" sobre
Oswald en 1959, cuando estaba en la estación de la marina estadounidense
en El Toro, California. Oswald se enamoró de la revolución cubana, y se
había contactado con el consulado de la isla en Los Ángeles.
El 27 de septiembre de 1963, Oswald se
registró en el Hotel Comercio de Ciudad de México para una estadía de
cinco noches. Trató de obtener una visa de la embajada cubana para
viajar a La Habana. Tuvo un romance con una empleada de la embajada y
probablemente pasó tiempo con otros empleados que eran agentes de
inteligencia. Testigos aseguran que cuando el trámite se demoró, Oswald
empezó a despotricar contra la embajada, tiró un portazo y se marchó
furioso.
Según Latell, Oswald visitó en dos
ocasiones el consulado soviético durante su paso por Ciudad de México,
donde conoció a "un agente del notorio Departamento 13, responsable de
las operaciones de asesinato y sabotaje", señala. La KGB estaba
entrenando a la inteligencia cubana en ese entonces y "parece una
certeza que el archivo de inteligencia [de Oswald] en La Habana" estaba
creciendo.
La declaración de Castro acerca de
Oswald, durante un discurso pronunciado 30 horas después del atentado,
de que jamás había oído hablar de Oswald era una mentira. En realidad,
en una conversación con Jack Childs, un comunista estadounidense que
había estado trabajando secretamente para el FBI, a Castro se le escapó
que estaba al tanto de la explosión de furia de Oswald en la embajada en
Ciudad de México y de que había amenazado con asesinar al mandatario
estadounidense.
Cuando el equipo de la Comisión Warren
le preguntó al embajador Mann acerca de la reputación del Hotel Comercio
como "un cuartel general de las actividades pro Castro", el diplomático
respondió que tal fama "no era para nada conocida en general (…)
[solamente] en los círculos de inteligencia".
A Mann le pareció demasiado conveniente
que Oswald fuera a parar en ese hotel. Hizo presión para obtener más
información sobre el viaje de Oswald a Ciudad de México. En sus memorias
escribió que "la embajada recibió instrucciones de cesar nuestra
investigación acerca de la visita de Oswald a México y pedirle al
gobierno mexicano que hiciera lo mismo". Mann pidió que la idea fuera
reconsiderada, pero su solicitud fue denegada. A la Comisión Warren
nunca se le informó del plan de la CIA para eliminar a Castro.
Todo esto deja un agujero gigantesco en
el relato oficial sobre el asesinato de Kennedy. Latell concluye que
"Castro y un reducido grupo de agentes de la inteligencia cubana fueron
cómplices en la muerte de Kennedy, pero que su participación no llegó a
constituir un complot de asesinato organizado". En lugar de ello, los
cubanos "exhortaron a Oswald" e "incentivaron su feroz militancia".
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