lunes, julio 07, 2014

Cuba: El éxodo interminable [III y final]

cubanalisis
Armando Navarro Vega
Que se vaya la escoria
gilbertogutierrez.wordpress.com
El 7 de Abril de 1980 el Diario Granma dio a conocer en un editorial anónimo titulado “La posición de Cuba” (el anonimato en estos casos siempre revela la identidad de su “máximo autor”) la postura del gobierno ante los hechos ocurridos en la embajada de Perú, la inquietante y a la vez esperanzadora posibilidad aún no concretada de que cualquiera que quisiera irse pudiera hacerlo, y dejó claro el “tratamiento” que había que dispensar a los que decidieran marcharse, al concluir con la siguiente exhortación: ¡Qué se vayan los vagos! ¡Qué se vayan los antisociales! ¡Qué se vayan los lumpen! ¡Qué se vayan los delincuentes! ¡Qué se vaya la escoria!
 
Los mismos apelativos que serían coreados y que aparecerían en los carteles y pancartas que portarían los participantes en la llamada “Marcha del Pueblo Combatiente” del 19 de Abril, una multitudinaria manifestación de un millón de personas que desfiló frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos y la Embajada de Perú, y con la que se pretendió representar ante el mundo el apoyo del “verdadero pueblo revolucionario y trabajador” al Comandante y a la revolución (escenografía, guión y dirección de Fidel Castro).
Desde los primeros instantes de la crisis se puso en marcha la maquinaria de propaganda para desacreditar y deshumanizar a los asilados ante la opinión pública internacional. El 10 de Abril el diario Granma daba a conocer el “dato”, aportado por la Policía Nacional Revolucionaria, de que el 55% de los asilados en la Embajada de Perú tenían algún antecedente delictivo.
¿Quiénes habían entrado a la embajada? ¿Quiénes estaban llenando las embarcaciones en el Puerto de Mariel? Las imágenes filmadas y las fotografías que daban la vuelta al mundo mostraban unos sujetos de rostros lombrosianos, andrajosos, sucios, semidesnudos, exhibiendo tatuajes carcelarios, apaleándose entre sí, disputándose como fieras la comida o impidiendo violentamente la entrada de otras personas a la embajada.
Había que proteger a toda costa la reputación del “Hombre Nuevo”, de los jóvenes que, según el Che Guevara, constituían la arcilla fundamental de la obra de la revolución, el resultado directo de la joya más preciada de la corona: la educación socialista.
Por otra parte había que reducir a una categoría infrahumana a todos aquellos que no respondieran a un patrón de aceptación y obediencia de ese arquetipo, y estimular el odio al enemigo, al diferente, al disidente, con vistas a legitimar la violencia ejercida por “el pueblo” y por “el Estado Socialista de obreros y campesinos” contra ese enemigo.
Los que se iban no podían ser estudiantes, trabajadores, técnicos de nivel medio, universitarios, campesinos, obreros, y menos aún si eran negros o mulatos. Jóvenes que, rondando entonces la treintena, eran niños y niñas al triunfo de la revolución, o que nacieron con ella y recién arribaban a la mayoría de edad, o que eran apenas adolescentes y que solo habían vivido en el socialismo. Jóvenes todos que huían despavoridos hacia otro mundo que generaba esperanzas, pero que también creían plagado de terribles monstruos según la machacona versión oficial, asustados pero decididos a enfrentar el desafío.
El cantautor catalán Joan Manuel Serrat, muy popular en Cuba en esos años, se convertía en subversivo (seguramente a su pesar) por esta estrofa de “Pueblo Blanco”, devenida en consigna:
Escapad gente tierna
que esta tierra está enferma,
y no esperes mañana
lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer.
Había que demostrar que el Comandante en Jefe no se equivocaba ni mentía, y que solo los delincuentes que pretendían evadir el peso de la “justicia revolucionaria”, los tontos o los locos de remate querrían salir huyendo del Primer Territorio Libre de América, escapar de los elevados índices de salud y de los incuestionables logros en materia educativa y cultural, del privilegio que representaba construir y vivir en “la sociedad más justa y equitativa jamás conocida”.
Y así fue como asesinos, psicópatas, pacientes con patologías y discapacidades psíquicas diagnosticadas (este último hecho negado rotundamente por el gobierno cubano, pero suficientemente contrastado por las autoridades norteamericanas y por todos los que vivieron la experiencia) sociópatas e individuos de conducta criminal que habían protagonizado hechos de sangre, violadores y ladrones convictos fueron sacados de las cárceles o recogidos en las calles, en muchos casos en contra de su voluntad, y enviados directamente al puerto de Mariel, obligando a los patrones de los barcos a admitirlos a bordo.
La policía comenzó a visitar en sus casas a delincuentes excarcelados que habían cumplido su condena y a elementos considerados antisociales, levantando “actas de advertencia” y conminándoles a abandonar el país en un plazo de 48 a 72 horas, bajo la amenaza de su reingreso en prisión.
Se estima que entre 20,000 y 22,000 emigrados por el puente marítimo Mariel-Key West tenían antecedentes penales, aunque en muchos casos por actos que solo eran delictivos según las leyes de la isla, como las ya comentadas “actividades económicas ilícitas”. En cualquier caso se trata de un porcentaje nada despreciable, casi uno de cada seis emigrados.
La Casa Blanca denunció públicamente el 7 de Junio la exportación de “endurecidos criminales de las cárceles cubanas” y calificó dicha acción de “cínica, inhumana y una grave violación de las leyes internacionales”.
La respuesta de Fidel Castro a esa denuncia no tardó en llegar en forma de burla el 14 de junio, en un discurso pronunciado en la provincia de Las Tunas en la inauguración del complejo de la salud Ernesto Che Guevara:
“... no se ha ido todo el lumpen. Tampoco se han ido todos los delincuentes... A propósito de esto, nosotros en broma decimos que ha surgido -en broma y puede ser que hasta en seri- una nueva categoría, cosa curiosa: el lumpen patriota (RISAS). Bueno, pues sí. Hay lumpen que dice: "Soy lumpen, pero este es mi país y esta es mi patria", y no quiere irse. Pero hay delincuentes presos también que dicen: "Este es mi país y esta es mi patria", y han tenido una actitud. Creo que eso es justo que lo tomemos en cuenta, es justo que lo tomemos en cuenta (APLAUSOS). Esa es la categoría de los presos patriotas... Hay que decir que encuestados sobre la posibilidad de tener la libertad y viajar hacia el "paraíso" yankee, la mayoría dijo que no. Es una cosa importante. Creo que los que nos quedan aquí son gente con la que podemos trabajar mejor, ¡mejor! (APLAUSOS)”
 
Finalmente, de ese grupo se consideraron “excluibles” solo 2,746 sujetos, que permanecieron en prisión desde que llegaron a los Estados Unidos hasta su posterior repatriación, gradual y a cuenta gotas, en virtud de los acuerdos firmados al efecto. En cuanto al resto, muchos terminaron también en la cárcel después de haber cometido algún delito en Estados Unidos, o muertos en las guerras por el control de la droga entre clanes mafiosos.
En los dos o tres años siguientes al éxodo, muchos “marielitos” (sustantivo aplicado a todos los emigrados de esta nueva ola, que adquirió una connotación peyorativa por culpa de esos delincuentes) aparecían en los Everglades, si antes no les descubría un cocodrilo, con signos evidentes de haber conocido la brutalidad de los narcos sudamericanos y sus refinados métodos de ejecución, como la “corbata colombiana”. También hubo quienes dentro de este subgrupo aprovecharon la segunda oportunidad que les brindaba la vida de vivir honradamente y de insertarse en una sociedad pródiga en oportunidades, como logró exitosamente la inmensa mayoría de los exiliados de Mariel.
Además de los asilados en la embajada de Perú, los reclamados por sus familiares, los presos  políticos que fueron evacuados por esta vía en cumplimiento de los acuerdos del año 1978, y los delincuentes deportados según los procedimientos anteriormente descritos, el gobierno cubano le ofreció la “oportunidad” a quienes tuvieran antecedentes penales, o exhibieran conductas antisociales, impropias o contrarias a la moral y los principios revolucionarios, de  acreditar su condición de “escoria” en las Unidades de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) lo que les concedía la posibilidad de viajar también por Mariel.
Pronto se supo que aquellos que se declaraban homosexuales (hombres fundamentalmente) o prostitutas estaban saliendo rápidamente, y que además no se requería tener antecedentes policiales de ningún tipo. Bastaba con llevar un “informe” del CDR o firmar una declaración jurada autoinculpatoria, y acceder a los grotescos requerimientos de los policías de “caminar de aquí para allá” para detectar, en un contoneo de caderas, las preferencias sexuales pecaminosas del declarante.
Había colas en las puertas de las Unidades de la PNR habilitadas al efecto, formadas mayoritariamente por gente muy joven dispuestas a autoimputarse cualquier delito o cualquier “conducta impropia”, pese al enorme riesgo de quedar marcado y estigmatizado para siempre en caso de no poder salir del país.
El éxodo de Mariel significó una solución al drama humano y existencial absolutamente real de miles de homosexuales que habían sido objeto de una durísima persecución, de una cruel represión y marginación, inhabilitados como ya se comentó para ejercer diversas profesiones, expulsados de las universidades, purgados o “depurados” en instituciones culturales, artísticas, educativas o científicas, o sometidos a la incertidumbre de ser “recogidos” durante algunas de las razzias que han tenido lugar a lo largo de los años, y enviados a prisión o en su momento a los campos de trabajo de la UMAP.
Entre las olas represivas más conocidas está la “Noche de las Tres Pes”, un operativo policial que en realidad se desarrolló durante varios días supuestamente contra “Pederastas, Prostitutas y Proxenetas” (de ahí su nombre), que comenzó la noche del 11 de Octubre de 1961 en la zona de tolerancia del barrio de Colón, y que sirvió como pretexto para encarcelar y amedrentar a desafectos, contestatarios y a la intelectualidad crítica que, siendo homosexuales reales o bajo sospecha, nada tenían que ver con el mercado del sexo, ni con la sordidez del submundo contra el cual en principio estaba dirigida la operación.
El escritor, poeta, narrador y dramaturgo Virgilio Piñera fue detenido por un policía, después de verificar su identidad, a la mañana siguiente cerca de su casa en la playa de Guanabo, a 30 kilómetros del epicentro de la operación. Ante la pregunta de Piñera, el agente argumentó como causa de la detención un difuso “atentado contra la moral”. Guillermo Cabrera Infante recuerda este episodio en su libro “Vidas para leerlas” (Ediciones Alfaguara).
¿Cuál fue su verdadero delito? Quizás evidenciar el clima de intimidación existente durante las famosas reuniones que sostuvieron un nutrido grupo de escritores y artistas con la dirección política del país unos meses antes, concretamente los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional, y en las que Fidel Castro estableció nítidamente las bases de la política cultural revolucionaria en su intervención final, que pasaría a la historia como “Palabras a los Intelectuales”, y que quedó resumida en la siguiente frase: “¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho [1]. Cuenta Cabrera Infante, presente en la mesa presidencial del acto, que Virgilio Piñera abrió el turno de palabras para decir, haciendo acopio de un gran valor, lo siguiente: “Yo quiero decir que tengo mucho miedo. No sé por qué tengo ese miedo, pero es eso todo lo que tengo que decir”.
Durante 1964 y 1965 decenas de miles de “homosexuales, vagos y lumpen” fueron sacados de sus casas o citados en lugares públicos para ser trasladados inmediatamente en autobuses y trenes hacia los campos de trabajo de la UMAP, principalmente en la provincia de Camagüey, sin que sus familiares supieran nada acerca de ellos en muchos casos durante meses. Un secuestro en toda regla.
Fueron notorias las “depuraciones morales” en la Universidad de la Habana entre 1963 y  1965, unos procesos de persecución de alumnos y profesores, gestados y dirigidos por las organizaciones políticas, en los que los homosexuales y los elementos “hostiles” a la revolución en general (reales o imaginarios) eran juzgados públicamente en una especie de circo romano, las llamadas Asambleas por la Moral Comunista, en las que sus propios compañeros les imputaban “debilidades de carácter o ideológicas”, y por las cuales eran sancionados a la expulsión. Hasta la debilidad física se consideró como un rasgo sospechoso o negativo.
“Alma Mater”, Órgano Oficial de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria) publicó un editorial con el título “Nuestra Opinión” el 5 de junio de 1965, [2]  en el que se puede leer lo siguiente:
“La Depuración surge como un producto del desarrollo actual y como necesidad para el desarrollo futuro de la revolución en el campo de la Ciencia, de la Técnica, de la Cultura, de la Economía y de la Política.
 
Los futuros técnicos, científicos e intelectuales de nuestra patria han de ser  necesariamente revolucionarios, firmes ante el enemigo imperialista, sus variadas formas de penetración y agresión, capaces de dar la vida por la revolución, por el pueblo, tanto en un instante de peligro si este se presentara como en el trabajo de cada día.
 
No son ni los elementos desafectos a la revolución ni los homosexuales capaces de cumplir esa tarea, y por tanto no debe invertirse en ellos el producto del sudor y la sangre de nuestro pueblo para darles armas y herramientas que puedan volver contra la sociedad.
 
Consideramos que no es la Universidad el lugar propicio para la reeducación de estos elementos desviados del proceso revolucionario, ni el mejor lugar para desarrollar con ellos la tarea de reincorporación a la sociedad, al proceso revolucionario”.
Elementos desafectos y homosexuales son la misma cosa a los efectos prácticos, tanto monta, monta tanto. Metodológicamente algo similar ocurrió de nuevo en 1980 durante el llamado “proceso de profundización de la conciencia revolucionaria”, con un espectro depurativo adecuado al momento histórico, también de carácter político ideológico, e igualmente miserable en cuanto al procedimiento seguido.
Pero las depuraciones no se restringieron al ámbito universitario. La Unión de Jóvenes Comunistas y la Unión de Estudiantes Secundarios, antecedente de las Brigadas Estudiantiles José Antonio Echeverría (BJAE) y de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) firmaron un comunicado conjunto que apareció publicado, bajo el título “La gran batalla del estudiantado”, en la revista Mella el 31 de mayo de 1965: [3]
“Las organizaciones juveniles de nuestro país, hemos decidido plantearles a ustedes, estudiantes secundarios, la necesidad de expulsar de los planteles a todos aquellos elementos que no son capaces de inspirarse en la obra de la Revolución, en el sacrificio de nuestros mártires, en el heroísmo presente de la juventud cubana, que tratan de vivir a espaldas del proceso revolucionario, que quieren representar la ideología de los enemigos del pueblo.
Estos elementos, contrarrevolucionarios y homosexuales, es necesario expulsarlos de los planteles en el último año de su carrera en la enseñanza secundaria superior, para impedir su ingreso a las Universidades. Para ellos solamente hay dos alternativas dentro de nuestra sociedad: o convertirse en elementos deleznables, o pasar a formar parte de las filas del ejército del trabajo, y educarse allí en una actitud distinta, más acorde con la forma de pensar de nuestra juventud...
Estas medidas necesarias, cuya aplicación ha de ser la expresión de un desarrollo más alto de la conciencia revolucionaria del movimiento estudiantil, habrán de servir para que en las Universidades de Mella y Echeverría [4] estudien los jóvenes que sean capaces de interpretarlas y seguir dignamente su ejemplo. Ustedes son los que tienen la palabra, a ustedes corresponde aplicar estas medidas; en su aplicación nuestra función ha de ser de orientación, de organización de la actividad, pero deben ser los estudiantes, los que la apliquen. De todos ha de ser la preocupación porque no haya extremismos porque éste sea un proceso verdaderamente ejemplar… ¡Fuera los contrarrevolucionarios y los homosexuales de nuestros planteles!
Otro ejemplo está en las detenciones ocurridas en la noche del 25 de Septiembre de 1968 en la barriada habanera del Vedado, conocida indistintamente como “la recogida de Coppelia, del Capri o de La Rampa” por referencia a los puntos donde se desarrolló la redada (la famosa heladería habanera, las inmediaciones de los hoteles Capri y Nacional, y el tramo de la calle 23 que transcurre entre el Paseo del Malecón y la calle L, conocido como La Rampa).
Ésta probablemente haya sido la más recordada y divulgada por la cantidad de detenidos y por la espectacularidad del operativo. Pero sin duda y muy especialmente, por el papel represivo que desempeñó en el marco de la coyuntura política nacional e internacional en la que tuvo lugar: Ofensiva Revolucionaria, Primavera de Praga, invasión soviética a Checoslovaquia y apoyo del gobierno cubano a la misma, Mayo francés, protestas estudiantiles en diversos países, la matanza de Tlatelolco en México, el movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos, guerra de Vietnam, movimiento hippie, pacifismo, y guerras de “liberación” en el Tercer Mundo, justo en el “Año del Guerrillero Heroico”.
La preocupación del gobierno era patente ante la posibilidad de que la rebeldía de la juventud del mundo occidental contra el orden establecido y el ejemplo checoslovaco cundieran de alguna manera en Cuba, y recelaba incluso de cualquier acercamiento meramente estético a dichos movimientos.
En los hombres se censuraba el pelo largo, las “melenitas” a lo Beatles, las “motas” a lo Elvis, los peinados Accatone [5] o Nerón, y los pantalones estrechos; la minifalda en las mujeres, la música beat, pop y rock principalmente de grupos y cantantes anglosajones, los cinturones anchos, los “espejuelos oscuros” (gafas de sol) los “pullovers de rayas” (camisetas de rayas transversales, vaya usted a saber por qué) las camisas anchas, las sandalias y un largo etcétera.
La siguiente anécdota es una muestra de ello. Casi con toda seguridad (cotejando fechas significativas para mi familia) en la tarde del 8 de abril de 1968 yo estaba en el campamento “Córdoba”, en San Nicolás de Bari, esperando junto a mis condiscípulos la orden de abordar los autobuses que nos llevarían de regreso a La Habana y a nuestras casas, después de permanecer 42 días trabajando en la agricultura. Nos habían dicho que unos funcionarios del Regional de Educación venían a darnos unas importantes “orientaciones”, y que no podíamos irnos hasta entonces.
Al final de la tarde llegaron los visitantes vestidos con el uniforme de las milicias y en un jeep soviético. Nos agruparon en la explanada central del campamento con nuestras pertenencias, organizados por brigadas de trabajo. Todos sin excepción teníamos unos collares confeccionados por nosotros mismos con unas semillas muy llamativas que reciben el nombre de “Santa Juana” y que eran muy abundantes por aquella zona.
Algunos compañeros habían ensartado varios collares para obsequiar a amigos y familiares. Un mulato bonachón, de nombre Abigail, había hecho una cortina con semillas y bambú para regalársela a su madre. Ambos vivían en una habitación en una casa de vecinos o “solar” como se le llama en Cuba, y colocándola en la puerta ganaban cierta privacidad y algo de frescor al permitir la entrada de la brisa.
Uno de los visitantes tomó la palabra. Después de recordarnos el privilegio que representaba haber crecido con la revolución, nos dijo que, como ya sabíamos, los jóvenes en los países capitalistas se estaban enfrentando con las fuerzas represivas para reclamar derechos y libertades que los jóvenes cubanos ya estábamos disfrutando, por lo que no teníamos nada de qué protestar. Que ellos aspiraban a ser como nosotros.

Que esos jóvenes usaban el pelo largo o la ropa de una determinada manera como símbolos externos de su lucha. Pero que nosotros no debíamos imitarlos, que eso era lo que querían los imperialistas, confundirnos con sus maniobras “diversionistas”. Y como los collares eran cosas de “hippies” (considerados benévolamente como víctimas enajenadas del sistema capitalista, muy convenientes para movilizar a la juventud norteamericana contra la guerra, pero totalmente incompatibles con la doctrina guevarista de “crear dos, tres, muchos Vietnam” y con la construcción “in situ” de una sociedad socialista), debíamos deshacernos de ellos.
Nos requisaron los que teníamos colgados al cuello, y nos registraron los macutos para asegurarse que no llevábamos ninguno oculto. Abigail tuvo que entregar la cortina. Yo me había encontrado un cuerno de buey en un potrero, que al parecer podía afectarme “ideológicamente” con sus emanaciones diversionistas (la verdad es que aún hedía bastante) y también me lo quitaron. Todo ese material lo quemaron en nuestra presencia, en una especie de ritual de purificación político ideológico. Más de cuarenta años después sigo sin entender la relación entre mi cuerno de buey, la cortina de Abigail y el imperialismo.
Volviendo a la redada de Coppelia, Fidel Castro ofrece su versión de los hechos tres días después de haberse producido, en el discurso pronunciado en ocasión del VIII aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución, el 28 de septiembre:
En nuestra capital, en los últimos meses, dio por presentarse un cierto “fenomenito” extraño (EXCLAMACIONES) entre grupos de jovenzuelos y algunos no tan jovenzuelos, resultado de toda una serie de factores -a veces ciertamente traumas, a veces familiares de personas que se van, a veces muchachos descarriados por descuido de las propias familias y en muchas ocasiones por influencia negativa de determinadas personas sobre ellos- que van inculcándoles ciertas ideas, ciertas actividades... que influidos entre otras cosas por la propaganda imperialista, les dio por comenzar a hacer pública ostentación de sus desvergüenzas... a vivir de una manera extravagante...”
 
Es importante resaltar que el análisis de ese “fenomenito”, como lo llama el Comandante, está inscrito dentro de su intervención en un apartado donde hace una enumeración cronológica detallada de los actos de sabotaje llevados a cabo por el enemigo durante el año.
Por lo tanto, implícitamente, esos jóvenes “extravagantes” estaban siendo acusados de contrarrevolucionarios y cómplices del imperialismo, o como mínimo de actuar como tales al pretender revivir “vicios y lacras del pasado”, imputándoles además los delitos de corrupción y explotación sexual de menores, y atribuyéndoles actos de vandalismo (considerados en Cuba acciones de sabotaje) como romper teléfonos públicos, deteriorar material escolar y mancillar retratos del “Che”.
Hasta él se siente obligado a justificar de alguna manera la redada sin hacer distinciones entre los que pudieran haber delinquido (en el supuesto de que fuera verdad) y los que no, invocando el “estado predelictivo de peligrosidad”.
Pero seguidamente deja muy clara su verdadera preocupación y la razón fundamental que motivó la actuación policial:
¿Y qué creían? ¿Que vivimos en un régimen liberal burgués? ¡No! De liberales no tenemos “ni un pelo”. ¡Somos revolucionarios! ¡Somos socialistas! ¡Somos colectivistas! ¡Somos comunistas! (APLAUSOS.)
 
¿Y qué querían? ¿Introducir aquí una versión revivida de Praga? (EXCLAMACIONES.)... ¿”Tuzex”[6] y todo?... ¿Reblandecimiento ideológico..?”
Yo conocí a muchos de esos “jovenzuelos extravagantes” a los que les gustaba escuchar la música “decadente” de The Beatles, de los Rolling Stones o de Who, que en realidad sólo trataban de imitar la moda occidental en lo tocante a la ropa y al pelo, que no eran homosexuales, y que en muchos casos estudiaban o trabajaban.
Esos jóvenes pertenecían a mi generación. Se apartaban ética y estéticamente (al menos por las noches) del perfil ideal del Hombre Nuevo, intuían que había vida más allá del Malecón habanero, y su conducta era potencialmente peligrosa según los cánones represivos del momento tanto por esas razones, como (y principalmente) por el hecho de estar integrados en grupos, infringiendo una norma básica de todo buen estado totalitario: no existe el derecho de reunión o asociación fuera del marco de las organizaciones creadas y/o dirigidas por este.

De todas formas esos grupos estuvieron penetrados, controlados e instrumentalizados tempranamente por la policía y por la seguridad del estado.
 
Por otra parte, la referencia directa a “traumas, descuidos, influencias negativas, propaganda imperialista” revelaba la intención de detectar y diagnosticar las causas de una psicopatología social, política y moral en ese grupo, cuya sintomatología más evidente era “la pública ostentación de sus desvergüenzas”.
Una enfermedad sin duda contagiosa que había que erradicar aplicando la “terapia” adecuada, comenzando por aislarlos del cuerpo social y recluirlos en campos de trabajo. La represión de sus conductas no solo se justificaba desde la perspectiva de la defensa de la revolución, sino que se convertía en una labor terapéutica “por el propio bien de los afectados”.
En otro discurso pronunciado cinco años antes, el 13 de Marzo de 1963, Fidel Castro hace referencia públicamente al “problema” de los homosexuales como una patología social asimilable a otras “deformaciones” que tienen su raíz en la sociedad capitalista, y en particular en la vida urbana:
“... al igual que la Revolución une lo mejor, lo más firme, lo más entusiasta, lo más valioso, la contrarrevolución aglutina a lo peor, desde el burgués hasta el mariguanero, desde el esbirro hasta el ratero, desde el dueño de central hasta el vago profesional, el vicioso... (DEL PUBLICO LE DICEN: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡Los homosexuales!”) ¡Un momento! Es que ustedes no me han dejado completar la idea (RISAS y APLAUSOS). Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre... nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS) pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente.
 
Estoy seguro de que independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de la medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y de reblandecimiento en ese problema. Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (RISAS)”.
O sea, que en el campo no hay homosexuales. Esa degeneración sólo florece en el asfalto, en las esquinas de los barrios más exclusivos de La Habana, ciudad “decadente y prostituida” donde las haya.
Pero esas palabras encierran además algo verdaderamente siniestro. Más allá de las fobias y los traumas del Comandante referidos a la homosexualidad, cuando éste habla de “teorías e investigaciones médicas” se refiere seguramente a los experimentos científicos que se venían desarrollando en Cuba desde principios de los años 60´, según relata Pedro Marqués de Armas: [7]

“Así, la terapia conductual de la homosexualidad cobra fuerza a partir de 1962. Este año el entonces director de la Revista del Hospital Psiquiátrico y uno de los principales promotores de la reflexología soviética en Cuba, Eduardo Gutiérrez Agramonte, publica “Una nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad”. Muchos homosexuales fueron tratados por él y su equipo con el fin de corregir esta “lamentable conducta”. Se trataba de una técnica desarrollada por el investigador checo Kurt Freund, pero adaptada por el médico cubano. Si aquel empleaba como estímulo inhibidor un vomitivo, y dosis subcutáneas de testosterona tras la observación por el sujeto de láminas de desnudos masculinos, éste aplica un corrientazo en lugar del vomitivo, al tiempo que suprime la hormona y deja al paciente elegir la imagen. La terapia fue calificada de prometedor aporte cubano a la reflexología y se aplicó hasta bien entrada la década del setenta.”
 
El citado Dr. Freund, “una de las más altas figuras en materia de psicopatología sexual” según proclama la revista de referencia al pie de su foto, había inventado un aparato para el diagnóstico de esos problemas que, conectado al pene, podía captar la respuesta al estímulo erótico masculino. Una especie de “detector de mentiras” para desenmascarar a homosexuales vergonzosos.
La homosexualidad funcionó como una excelente representación simbólica de la antítesis del Hombre Nuevo, y posibilitó el desarrollo de un enfoque pseudo científico de la identificación y tratamiento de las psicopatologías sociales por medios represivos, aplicable a cualquier individuo o colectivo “ideológicamente disfuncional” o contestatario. He aquí algunas de las razones:
·         Se amparó en el rechazo cultural a la homosexualidad preexistente en la sociedad cubana. Es posible que incluso personas opuestas al régimen experimentaran cierta simpatía por alguna medida de control sobre los homosexuales como grupo o como individuos.

·         Las manifestaciones externas de la homosexualidad masculina, en los casos en que existían, la hacían “visible” y facilitaban la caricaturización y la estigmatización del sujeto. Los rasgos femeninos, considerados como “debilidades”, eran inadmisibles en las actitudes y los comportamientos de los revolucionarios. Es más, el pueblo revolucionario es, según la definición del Comandante, “enérgico y viril [8], y eso incluye también a las mujeres.
·         La consideración de la homosexualidad como una enfermedad por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría hasta mediados de los 70´, y de la Organización Mundial de la Salud hasta 1990, facilitó la apreciación inicial en Cuba de la misma como un problema de “salud pública”, que trascendió al individuo y pasó a ser una patología social delictiva al mezclarse y confundirse lo moral, lo político, lo ideológico, lo legal y lo sociológico, justificando la represión como el medio adecuado para evitar la propagación del mal.
·         Una vez conceptuada la homosexualidad como una aberración, una degeneración o un vicio, rápidamente se convirtió en delito. Pero cuando además se le atribuyó al homosexual la intención y la capacidad de ejercer una influencia perniciosa sobre la sociedad en general y la juventud en particular, entonces se tornó “peligrosa”. Como consecuencia de ello se proclamó la necesidad de perfeccionar los mecanismos legales para aplicar la peligrosidad social, una presunción según la cual se puede y se debe condenar al sujeto en virtud de lo que es, o de lo que se supone que es, o de lo que pretende ser o hacer, y no de lo que ha hecho. El delito en este caso es “ser”, “existir”.

·         Si a todo lo anterior se añade el presupuesto de que son el capitalismo y la sociedad burguesa los que generan ese comportamiento disfuncional, entonces el sujeto se convierte en portador de las lacras del pasado, en un rezago de la antigua sociedad que ha de ser “profilactado” de manera ejemplar para salvaguardar el futuro de la patria y del socialismo.
La ecuación es simple. Si Capitalismo es igual a corrupción moral, y la homosexualidad es un fiel exponente de la misma, entonces la homosexualidad es un atentado contra la moral socialista, un grave problema político ideológico. Por ello no ha de extrañar a nadie que una “debilidad sexual” conduzca inexorablemente a una “debilidad ideológica” (y quizás viceversa) siendo finalmente dos manifestaciones concretas de la misma patología psicosocial.
La homosexualidad devino en la justificación perfecta para ejercer la violencia y la represión colectiva con “carácter terapéutico”, terapia que se extendió oportunamente a otros individuos y grupos en la medida en que sus patologías particulares revestían también una dimensión política e ideológica.
Por ello no sólo los homosexuales, también los católicos, los testigos de Jehová, el Bando Evangélico de Gedeón, la iglesia Pentecostal, los Adventistas del Séptimo Día, los espiritistas, las sectas afrocubanas, los empresarios, los profesionales liberales, los propietarios de tierras e inmuebles, la aristocracia obrera, los intelectuales (the usual suspects) los campesinos del Escambray, los dueños y clientes de los bares, los entusiastas del Jazz o del Rock, los artistas “no comprometidos”, los obreros y estudiantes contestatarios, los apáticos, los que no tienen integración revolucionaria, los contables y burócratas, los liberales, los socialdemócratas, los antiguos comunistas, las peluqueras, los psicoanalistas, los vendedores de fritas y “pirulises”, [9] los hipercríticos, los blandengues, los microfraccionarios, los pequeño-burgueses, la clase media, los comerciantes, los trabajadores por cuenta propia, los artesanos y, en general, todos los colectivos e individuos que han sufrido y sufren persecución, represión o acoso en Cuba en los últimos 50 años, son la “escoria” de cada momento o etapa de la revolución, una lacra de la sociedad burguesa, una representación del enemigo de clase condenado por la historia según nos enseña el marxismo-leninismo, que hay que hacer desaparecer con la ayuda de la Dictadura del Proletariado durante el “período de tránsito hacia el socialismo pleno” (prorrogable hasta el infinito).
De aquí que la denominación de escoria (gusano, lumpen, parásito, desafecto, disidente, contrarrevolucionario) no es un insulto gratuito. Es un concepto eugenésico asociado a la depuración político-ideológica de la sociedad, antitético respecto al Hombre Nuevo, e integrado orgánicamente en una estructura conceptual y represiva muy elaborada. Por lo tanto, una vez más, no ha habido error, confusión o equivocación.
No se trata de que Fidel Castro estuviese dedicado a otros asuntos, como sostuvo en una entrevista concedida en Agosto de 2010 (ampliamente difundida por los medios internacionales) en la que justificaba, recurriendo como siempre al victimismo y al plural mayestático, su recién asumida responsabilidad personal en la persecución de los homosexuales:
 “...teníamos tantos problemas de vida o muerte que no le prestamos atención... la guerra con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados contra mi persona...”
No fue un error el decreto publicado en la Gaceta Oficial en Marzo de 1962 según el cual “el Ministerio del Interior podía declarar el estado de peligrosidad de un sujeto, bastando al efecto con el asesoramiento de miembros de la CTC, del Sindicato o el CDR”, como recuerda Marqués de Armas en el artículo antes citado.
No es fruto de una confusión que en Cuba una simple denuncia argumentando cualquiera de las múltiples sospechas de “debilidad ideológica” que pueden gravitar sobre una persona, sea suficiente para destruirle la vida.
No fue una equivocación la posterior promulgación muchos años después, el 16 de febrero de 1999, de la “Ley Mordaza” [10] que, bajo el pretexto de responder a las agresiones del gobierno de los Estados Unidos de América, sanciona con penas de hasta 20 años hechos deliberadamente imprecisos y ambiguos como “acumular, reproducir o difundir material de carácter subversivo”, “colaborar por cualquier vía con emisoras de radio o televisión, periódicos, revistas u otros medios de difusión extranjeros”, o “participar, promover, organizar e incitar perturbaciones del orden público”, entre otros, en todos los casos con la agravante de la participación de más de dos personas, o de contar con apoyo externo.
Expresado de forma sintética: prohibido informarse de lo que ocurre en el mundo, informar acerca de lo que ocurre en Cuba y denunciarlo, o protestar públicamente por ello. No ya el activismo político, la opinión personal en contra del poder establecido es un delito, así de simple, de perverso y de rotundo.
Por tanto, no fue un error de la revolución que se criminalizaran las llamadas conductas impropias y los problemas ideológicos, legitimando así las redadas, las detenciones y la represión. Como tampoco fue un error la violencia desatada sobre los que quisieron emigrar durante el éxodo de Mariel.

Los Actos de Repudio

Cuando se hizo evidente que la crisis en la legación peruana podía escapárseles de las manos, el Estado y los órganos represivos activaron los dispositivos para ejercer la “violencia revolucionaria” con el objeto de controlar la marea migratoria, y en previsión de posibles brotes colaterales de descontento popular.
Ya antes que se restituyera oficialmente la custodia de la sede diplomática el día 6 de Abril, operaban grupos integrados por agentes del Ministerio del Interior vestidos de civil, militantes del Partido, de la Unión de Jóvenes Comunistas y miembros de los CDR de la zona, cuya función en un primer momento fue disuadir violentamente a cualquiera que pretendiese acercarse a la embajada, y con posterioridad atacar de forma verbal y física a los asilados que salieran con salvoconducto, una vez que abandonaran los puestos de control habilitados en los aledaños del recinto diplomático, y en la cercana área deportiva conocida como “las canchas de 70”.
Los llamados “actos de repudio” de 1980 tenían tres propósitos esenciales:
1.      Controlar la situación a través del miedo como elemento disuasorio.
2.      Escenificar el apoyo masivo al régimen, en particular ante la opinión pública internacional, como “la respuesta espontánea del pueblo revolucionario frente a las provocaciones del imperialismo y la contrarrevolución”.
3.      Enmascarar la represión, e involucrar y comprometer a la población en la misma, liberando de esa responsabilidad “en exclusiva” a los órganos represivos.
Así se refería Fidel Castro a las movilizaciones que se habían estado desarrollando desde que comenzó la crisis de la embajada de Perú, en su discurso del 1 de Mayo de 1980:
“Se trataba de mostrar nuestra fuerza, pero no simplemente por mostrarla. En estos días se ha estado librando una batalla de masas como jamás se había estado librando en la historia de la Revolución, tanto por su volumen como por su profundidad. Los hechos que lo motivaron son conocidos. ¡Era necesario hacer esto! Había que mostrarle al enemigo y enseñarle al enemigo que con el pueblo no se juega. Había que mostrarle al enemigo que con la Revolución no se juega. Había que demostrarle al enemigo que a un pueblo no se le puede ofender impunemente, que a un pueblo no se le puede amenazar impunemente… ¡el verdadero pueblo revolucionario, el pueblo proletario, el pueblo trabajador, el pueblo campesino, el pueblo combatiente, el pueblo estudiante!”
Las acciones de fuerza e intimidación vinculadas a los actos de repudio se estructuraron en diferentes variantes atendiendo al objetivo perseguido, al sujeto repudiado, a los convocantes y participantes en los mismos, o al grado de violencia aplicada.
Una de sus modalidades, las manifestaciones multitudinarias conocidas como “Marchas del Pueblo Combatiente”, se iniciaron el sábado 19 de Abril de 1980 con un desfile frente a la Oficina de Intereses de Washington en La Habana y la Embajada de Perú, que cubrió un recorrido total de algo más de 11 Kilómetros desde la intersección del Paseo del Prado con el Malecón, hasta 5º Avenida y calle 72, lugar donde se ubicaba la sede de la legación peruana en la aristocrática barriada de Miramar.
Las vistas aéreas mostraban al mundo una columna humana de más de un millón de personas que avanzaban por el Malecón habanero, una avenida de seis carriles de ancho y seis kilómetros de longitud en el tramo comprendido entre La Punta y el Torreón de la Chorrera, que cruzaba el río Almendares a través del túnel de 5º avenida o del Puente de Pote, para completar el citado recorrido frente a la embajada de Perú. La población de los municipios Habana Vieja, Centro Habana, Plaza de la Revolución y Playa se incorporaba directamente desde sus domicilios, mientras el resto era trasladado en camiones y autobuses hasta los puntos de concentración previstos para sumarse a la manifestación.
El 17 de Mayo se realizó otra Marcha, esta vez en todo el país, para repudiar unas Maniobras Militares que los Estados Unidos habían proyectado realizar justo en esa fecha en la Base Naval de Guantánamo, un regalo por partida doble del inefable Jimmy Carter al Comandante. El primer obsequio consistió en anunciarlas en medio de la crisis, proporcionándole oxígeno mediático al régimen y “munición antiimperialista” a la izquierda reaccionaria mundial, y el segundo fue desconvocarlas, otorgándole una victoria moral totalmente inmerecida.
Según las cifras oficiales, se manifestaron alrededor de cinco millones de personas a lo largo y ancho de la isla. Solo en La Habana nuevamente más de un millón desfiló en el Malecón frente a la Oficina de Intereses norteamericana.
El día 1 de Mayo, en ocasión de la habitual celebración del Día de los Trabajadores, la Plaza de la Revolución fue testigo de la mayor concentración de todas las que hasta entonces habían tenido lugar allí, en los 21 años y cuatro meses recién cumplidos del régimen.
Fidel Castro, haciendo gala de su habitual desmesura en el contraataque, tenía que ahogar en una marea humana de seis dígitos el increíble espectáculo de 11,000 personas refugiándose, en apenas unas horas, en una embajada de un país latinoamericano que (además) estaba dejando atrás una dictadura militar “amiga”, para mayor deshonra.
Por cada asilado, cientos de “revolucionarios” marchaban bajo un sol inclemente para condenar a gritos la traición de un puñado de apátridas y lacayos del imperialismo, y el enésimo intento de invasión de los yankees.
La violencia se individualizó para ponerle rostro, nombre y apellidos concretos al objeto de la misma. Descendió de la generalidad a la singularidad, para dejar claro que la salida del país tendría un altísimo coste personal y familiar para todos aquellos que optaran por ella.
Cuando se detectaba un intento de “deserción” por el CDR o por el centro de estudio o de trabajo, se organizaban actos de repudio en los que vecinos y ex compañeros acudían al domicilio del “desertor” a corear las consignas del momento, y a tirar huevos (a veces congelados, lo que los convertía en piedras) a la fachada de la casa. Los huevos en ese momento “estaban por la libre”, lo que significa que se vendían sin la libreta de abastecimientos. A veces la visita de la turba vociferante se repetía durante varios días, hasta que se produjera la salida del país del repudiado.
En muchas ocasiones solo se iba un miembro del núcleo familiar, pero el repudio y sus consecuencias lo sufrían todos los demás por igual, que eran finalmente los que tenían que reparar con posterioridad los estragos físicos de “la ira del pueblo”. Esta es la versión “light” de los actos de repudio, pero se cometieron verdaderas salvajadas.
En el mes de Abril, creo recordar, se produjo una víctima mortal. Un hombre que atropelló con su coche a algunos manifestantes en circunstancias no del todo aclaradas, al menos de manera oficial, y que fue linchado por ello en plena vía pública. Se comentaba en la calle que el atropello se produjo cuando este intentó defender de la agresión del gentío a su propia madre, pero también circulaba la versión de que el hombre se había puesto nervioso al tratar de continuar avanzando con el vehículo por la calzada.
Un día de Marzo o Abril, el autobús en que viajaba se detuvo en la esquina de G y 23, en la barriada del Vedado. Un acto de repudio en el que estaban participando decenas de estudiantes de segunda enseñanza a juzgar por sus uniformes, estaba atravesando la calle 23 en dirección a Malecón. Delante iba lo que me pareció una muchacha con el pelo totalmente embadurnado con alguna sustancia viscosa. Llevaba un cartel colgado al cuello que no pude leer, y estaba recibiendo empujones y gritos. Los manifestantes más activos eran los que la rodeaban, mientras los que se situaban en los laterales y en la retaguardia del grupo parecían menos entusiastas, incluso indiferentes, conversando entre sí. La gente se paraba a mirar en silencio en las aceras, mientras otros seguían caminando sin detenerse.
Otro día pasó frente a mi casa una pareja, un hombre y una mujer de unos treinta y pocos años, sin correr pero caminando muy deprisa, con los rostros desencajados. Detrás venían unas ocho o diez personas gritándoles y arrojándoles cualquier objeto que pudiesen recoger por la calle.
Había entre ellos un hombre que parecía divertirle de manera particular aquella persecución. Justo al pasar frente a mi balcón se agachó para recoger un papel, con el que hizo una bola que lanzó contra la pareja con un gesto infantil, como un niño cuando sabe que está haciendo una travesura. Aquel individuo siguió dando saltitos, casi revoloteando al lado de la pareja, recogiendo cosas y lanzándoselas hasta que perdí de vista al grupo cuando doblaron la esquina de Consulado y Genios.
En la calle Reina, aproximadamente a la altura de Lealtad y muy cerca del local que ocupara la Revista Cuba, vi un hombre que estaba siendo atacado por un grupo que lo zarandeaba al grito de “escoria” y “gusano”. De repente alguien se acercó con un periódico enrollado y le pegó en la cabeza. En ese momento el hombre cayó al suelo donde recibió algunas patadas, quedándose inmóvil. Se abrió un claro alrededor del cuerpo. Alguien intentó incorporarlo halándolo por un brazo hasta sentarlo momentáneamente, y entonces vi una gran cantidad de sangre que le manaba de la cabeza. Ahí me di cuenta que aquel periódico ocultaba en realidad el objeto contundente que produjo aquellas heridas, probablemente un trozo de tubería o una cabilla de hierro.
Los desertores que ocupaban una responsabilidad en el aparato del estado o militaban en alguna organización política (los llamados “tapaditos”) eran tratados con una dureza extrema.
El caso más sonado fue el de un cuadro de dirección llamado Carlos Berenguer, que se convirtió en el paradigma de los actos de repudio. Su casa permaneció asediada permanentemente durante más de 40 días con sus noches, le cortaron el suministro de agua y electricidad, e instalaron una tarima con altoparlantes para que la gente expresara su indignación.
Hubo hasta actuaciones musicales. La muchachada “in” de Nuevo Vedado, hijos de la clase dirigente y de los altos oficiales de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior allí residentes, convirtieron el lugar en un punto de reunión social.
Otra modalidad de los actos de repudio fue la escenificada frente a la Oficina de Intereses de Washington en La Habana el 2 de mayo de 1980. Así recuerda los hechos la revista digital oficialista “La Jiribilla”. [11]
“Alrededor de 700 individuos, la mayoría ex presos y delincuentes comunes, se congregaron en las afueras de la Oficina de Intereses de EE.UU. en La Habana para presionar a los norteamericanos a concederles las visas con mayor rapidez para ir a los EE.UU. La mayoría de los congregados habían sido citados por la cónsul norteamericana Suzanne Lamanna. [12] Wayne Smith, jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana, al dirigir unas palabras a la multitud planteó que solo podrían salir en pequeños grupos y dio a entender que era culpa del gobierno cubano la demora en las salidas. Las palabras de Smith exaltaron aún más los ánimos de la muchedumbre que comenzó a proferir todo tipo de improperios y consignas peyorativas contra la Revolución Cubana y a manifestarse en forma agresiva frente a los vecinos del lugar. Todo terminó en un enfrentamiento violento entre estos individuos y los vecinos, estos últimos respaldados por trabajadores del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) que se habían trasladado al lugar, y de otras empresas y organismos. Ante la superioridad que alcanzaron rápidamente los representantes revolucionarios del pueblo cubano, funcionarios de la Sección de Intereses abrieron las puertas y penetraron en ella entre 300 y 400 individuos de los iniciadores de la trifulca.”
Tengo la suerte de contar con el testimonio directo y cruzado de lo allí ocurrido, de tres fuentes diferentes. En primer lugar de un amigo y uno de los “repudiados”, ex preso político que logró salir por Mariel menos de dos semanas después de aquel incidente, y que murió en los Estados Unidos hace unos años; de “Amado”, uno de los atacantes, desmovilizado del MININT, chofer en aquella época de un servicio especial de transporte para organismos y extranjeros (y, según tengo entendido, residente actualmente en Miami); y por último, de un pariente político que vivía al costado de la Oficina de Intereses, antiguo militante comunista y a la sazón Presidente o Responsable de Vigilancia del CDR del vecindario. Probablemente, dadas sus características, también el informante de la Seguridad del Estado.
Es cierto que las personas allí reunidas eran ex presos políticos (en ningún caso delincuentes comunes) citados por la Sección de Intereses para tramitar la salida del país de ellos y de sus familiares directos, en el marco de los acuerdos alcanzados durante el diálogo de 1978 entre el Gobierno Cubano y las personas representativas de la Comunidad Cubana en el Exterior.
Es cierto que aquel día habían permanecido allí durante horas antes de que algún funcionario les atendiese, y que el señor Wayne Smith, [13] jefe de la Sección, les dijo que las causas de la demora de su salida eran responsabilidad del gobierno cubano. Pero en ningún momento se gritaron consignas contra el gobierno, y el único reclamo que se hizo públicamente fue al señor Smith y a la señora Lamanna por la lentitud del proceso en general, y por las deficiencias en la transmisión de la información.
Esta es la versión de los que allí estuvieron congregados, que creo a pies juntillas. Muchas de esas personas habían pasado años en prisión, y no tiene sentido que estuviesen orquestando una provocación, cuando su intención y su deseo era abandonar el país. Y si alguien sabía lo oportuno que podía resultar para los intereses del gobierno cubano un nuevo foco de tensión con los Estados Unidos, eran ellos.
Pero lo verdaderamente curioso, al margen de que se gritaran o no consignas contra la revolución, es que los que convocaron a los atacantes sabían con anticipación que la provocación iba a tener lugar. Prueba de ello es que contaron con tiempo suficiente para movilizarlos, concentrarlos en un punto de reunión, esclarecerles “la misión”, equiparlos con barras de hierro, palos y cadenas, transportarlos en autobuses “Girón” y desembarcarlos en Malecón, a escasos metros del edificio de la Sección de Intereses.
Haciendo gala de las mismas dotes adivinatorias, alguien advirtió a mi pariente político de lo que iba a ocurrir, y le asignó la tarea de detectar e impedir el refugio de algún agredido en los edificios cercanos, y de paso denunciar a su cómplice protector. Por supuesto eso me lo refirió mucho después de que se produjera el incidente.
Esa noche mi amigo visitó mi casa con una herida bastante grande en una rodilla, golpes y contusiones por todo el cuerpo. Según nos contó a los allí reunidos, había estado refugiado en una casa en la barriada del Vedado. Con treinta y tres años de edad y una buena condición física, había logrado escapar de la emboscada con un mínimo de daños.
Según su testimonio llegaron de repente decenas de atacantes y la emprendieron a golpes con barras de hierro, tubos, cadenas y palos. Se desplegaron sobre el terreno de tal forma que tenían acorralada a la masa indefensa para impedirles la retirada por el frente y los laterales, con la evidente intención de forzarles a buscar refugio dentro del edificio.
En un principio los custodios norteamericanos del Cuerpo de Marines trataron de impedir la irrupción, pero al final cedieron ante la carnicería que estaban presenciando, y efectivamente entraron unas cuatrocientas personas, muchas de ellas con fracturas y heridas de diversa consideración.
Los que lograron escapar evitaron acudir a los hospitales por temor a ser detenidos y encarcelados. La prensa española [14] se hizo eco de la cifra oficial absolutamente irreal de unos diez heridos.
El ataque fue despiadado y de una violencia extrema. Contaba mi amigo que presenció cómo el hijo de un preso político que intentaba proteger a su padre, un hombre mayor y enfermo, había recibido unos golpes terribles en la cabeza que podían haber sido mortales en su opinión. Oficialmente nunca se informó de ninguna muerte y, hasta donde yo sé, mi amigo nunca pudo comprobar ese extremo.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar. El no supo muy bien cómo, en medio de una lluvia de golpes, pudo alcanzar la calle Calzada y correr con todas sus fuerzas para alejarse del lugar. Pero justo un momento antes de abandonar el área de la Oficina de Intereses se dio de bruces con Amado, que traía una barra de hierro en las manos. Ambos se conocían del barrio. Se miraron directamente a los ojos un breve instante, sin pronunciar palabra, y se separaron con la misma brusquedad con la que se habían encontrado. La versión de Amado, relatada después, coincidiría en lo fundamental con las otras dos.
 
Los actos de repudio constituyen una de las páginas más oprobiosas de la revolución. Continúan siendo hoy (cincuenta años después de los primeros ataques a las procesiones religiosas en Septiembre de 1961) un instrumento de represión ampliamente utilizado contra los disidentes, como en el caso de las Damas de Blanco.
En opinión de los expertos en psicología social, existen diversos factores que facilitan el empleo institucionalizado de la violencia colectiva:
a.       Su justificación moral fundamentada en un designio supremo, como preservar un orden o una conquista social que está en peligro, y que debe ser defendida a toda costa.
b.      La deslegitimación y la deshumanización de las víctimas, catalogadas y percibidas dentro de unos roles (escoria, gusanos, delincuentes, lumpen, contrarrevolucionarios, mercenarios del imperio) que facilitan el distanciamiento psicológico necesario para poder infligirles cualquier daño físico o psicológico, incluso la muerte si fuera preciso, sin remordimiento ni sentimiento de culpa.

c.       La despersonalización de los agresores, la dilución del individuo en la masa, el anonimato que otorga el grupo.
d.      El apoyo, la impunidad e incluso el reconocimiento social concedido por el poder a los agresores.
Además de los factores antes mencionados, habría que añadir la total falta de responsabilidad moral del individuo ante los otros, en el marco de una sociedad despojada de sus valores y principios tradicionales. No hay consecuencias negativas desde el punto de vista ético por vejar, golpear y humillar al prójimo en nombre de la revolución y el socialismo.
Con su famoso Experimento de la Prisión de Stanford, en el que un grupo de 24 estudiantes universitarios representaron voluntariamente y al azar los roles de presos y carceleros, el doctor Phillip Zimbardo evidenció el poder de las situaciones sociales para llevar a gente corriente y normalmente buena por el camino del mal.
En el corto espacio de tiempo de una semana, los que actuaban como “carceleros” fueron capaces de agredir y humillar a sus compañeros “prisioneros”, a veces con un placer sádico. El poder otorgado por el papel representado y “el apoyo institucional” recibido bastaron para ejercer un efecto tóxico casi instantáneo sobre las “manzanas sanas”.
 
El Doctor Zimbardo propone, ante estas situaciones, la posibilidad de elegir entre tres posibles opciones:
§         Ser pasivos, no hacer nada.
§         Volverse malos.

§         Ser héroes.
La dictadura totalitaria intentó eliminar la capacidad personal de optar, sustituyendo los valores tradicionales por la ideología. Denigró a los héroes o, peor aún, los convirtió en mártires desconocidos. Acusó a los pasivos de complicidad con el enemigo, y a los malos los elevó a la categoría de ejemplo a seguir.
No abundaron los héroes en 1980, pero cada cual tuvo la oportunidad (más allá de sus miedos o de su adhesión al régimen) de trazar sus límites individualmente cuando y como pudiera o fuera capaz. Siempre ha existido esa posibilidad. Compañeros y gusanos: estáis convocados a realizar vuestro propio examen de conciencia.

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[1] Frase inspirada en la famosa sentencia de Benito Mussolini: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado”.
[3] Citado, entre otras publicaciones de la época, por Ernesto Juan Castellanos en “El Diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”. Conferencia leída por su autor, el 31 de octubre de 2008, en el Centro Teórico Cultural Criterios (La Habana) como parte del ciclo “La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión”, organizado por dicho Centro. Acceso al documento en el siguiente enlace http://www.criterios.es/pdf/9castellanosdiversionismo.pdf
[4] Julio Antonio Mella, dirigente comunista y estudiantil, cofundador del Partido Comunista de Cuba y fundador de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Murió asesinado en México el 10 de Enero de 1929. José Antonio Echeverría fue dirigente de la FEU en la Universidad de la Habana durante la dictadura de Batista. Fue cofundador del Directorio Revolucionario, organización clandestina para combatir a la dictadura. Murió asesinado el 13 de Marzo de 1957 a unos pasos de la Universidad, después de tomar la emisora “Radio Reloj” para difundir la noticia de la muerte de Fulgencio Batista en el fallido asalto al Palacio Presidencial.
[5] Por referencia al personaje protagónico de la cinta de Pier Paolo Passolini. A los homosexuales se les llamaba también “Nerón”, y el flequillo con el cual se suele representar al emperador estaba de moda.
[6] Tuzex era el nombre de la red de tiendas que existían en Checoslovaquia en la era comunista, donde se podían comprar productos capitalistas en moneda convertible (inaccesibles en la moneda corriente) o utilizando unos bonos o vouchers equivalentes de igual nombre. En otros países socialistas existió algo parecido, como las Pewex en Polonia, o las Intershops en la República Democrática Alemana. En Cuba se les ha denominado popularmente como “Shopping”.
[7] Marqués de Armas, Pedro.- “Panóptico Psiquiatría para el nuevo estado (1959 - 1972)” Acceso al documento a través del siguiente enlace
[8] Discurso pronunciado por el Comandante en la Plaza de la Revolución el día 15 de octubre de 1976, en el acto de despedida de duelo de las víctimas de un avión de cubana destruido en pleno vuelo nueve días antes.
[9] Plural empleado por Fidel Castro en lugar de pirulíes para “denunciar” a otro grupo de “explotadores”, y por el que fue objeto de burla por aquellos años. Recuerdo que el abogado e historiador cubano Herminio Portell Vilá, fallecido en Miami en 1992, se refería al Comandante como “el Comandola de los pirulises” en el programa radiofónico “Cita con Cuba”, espacio de “La Voz de las Américas”.
[10] Ley nº 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, cuyo antecedente es la Ley Nº 80 de 1996 de Reafirmación de la Dignidad y Soberanía Cubanas.
[11] Ramírez Cañedo, Elier.- A 30 años de la crisis migratoria del mariel. El fin de la administración Carter.  La Jiribilla, revista de cultura cubana nº 469 Año VIII, La Habana, 1 al 7 de Mayo de 2010.
[12] En realidad hace referencia a una joven funcionaria consular, Susan Johnson Lamanna, que pagó los platos rotos por los incidentes de ese día. Fue declarada “persona non grata” y expulsada del país. Estados Unidos no tenía Cónsul en Cuba y viceversa. Smith era su máximo representante en calidad de Jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana. Su homólogo era Ramón Sánchez-Parodi Montoto, quien ocupó el cargo en la capital norteamericana hasta 1989.
[13] Veterano diplomático, profesor universitario, investigador y “especialista en temas cubanos”. Es un firme defensor de poner fin al embargo estadounidense sin pedir nada a cambio, porque considera que “las sanciones en esta historia son de Estados Unidos contra Cuba y no al revés”. Tan convencido está de ello que renunció en 1982 al Departamento de Estado porque no estaba de acuerdo con la política exterior de Ronald Regan. En una entrevista concedida a María Laura Carpineta en “Página/12” opina que Cuba ya no es el aliado de la Unión Soviética y los ciudadanos estadounidenses entienden que su gobierno ya no debe derrocar gobiernos extranjeros, sino establecer relaciones de respeto. En el contexto actual, Estados Unidos es quien está verdaderamente aislado, no Cuba. Tomado de “Visiones Alternativas”, portal de servicio público, 19 de Abril de 2009. Intento no pensar mal, pero me cuesta creer en un encaje de acontecimientos casuales tan perfecto.
[14] Ver la noticia en las ediciones de ABC y La Vanguardia del sábado 3 de Mayo de 1980, publicada en ambos casos en la página 18. Me llamó mucho la atención en particular la fabulación tendenciosa del cronista de la agencia Efe que presentó ABC, donde se dice que “los incidentes comenzaron cuando un reducido número de individuos, no serían más de 20 ó 30, agredieron con palos y otros objetos contundentes a las personas que esperaban los trámites de salida del país… Al producirse la agresión, algunos de los que aguardaban frente al malecón marino de esta capital repelieron los golpes, y ello causó que algunos otros obreros que viajaban en camiones descendieran de sus vehículos para sumarse al grupo de los atacantes”. El resaltado en negrilla es mío. ¿Eso se le ocurrió a él solito, o lo tomó prestado de otra fuente a la cual no cita? Debieran de utilizarlo como un ejemplo negativo en un curso de ética periodística.

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