Según un informe de The Havana Consulting Group, las remesas enviadas a Cuba en 2013 por los exiliados y cubanoestadounidenses superarían en un 6,53 % la cifra del año anterior, que fue de 2.605 millones de dólares y era ya era una cantidad inmensa (supongo que en estas cuentas no está incluidos los billetes que van en los bolsillos de los emigrantes que visitan la Isla). Este monto supera por mucho, por ejemplo, a la dádiva bolivariana a la Isla en lo que se refiere al petróleo; así como los ingresos por el turismo o la exportación del azúcar de caña o la industria del níquel, según el estudio citado.
Y
caen del aire para el régimen: sin ensuciarse las manos, sin sudar
neuronas, sin tener que exportar médicos, deportistas o asesores de todo
tipo —quienes al fin y al cabo aceptan abandonar sus casas, sus
familias, sus valores íntimos, aguijoneados por la miseria—, llega a las
arcas del castrismo esta cantidad enorme de dinero.
Dinero neto.
Limpio. Producto del chantaje: los cubanos residentes en el extranjero,
se sienten en el deber de ayudar a sus familiares y amigos que, en su
tierra, transitan por la miseria, sin esperanzas.
Dinero neto,
limpio que, si acaso da unas vueltas dentro de Cuba, inexorablemente va a
parar a las tiendas de divisa, todas estatales y con precios
sobredimensionados, luego de sufrir un descuento revolucionario cuando,
obligatoriamente, el dólar o la divisa que fuere ha debido ser canjeada
por la única moneda establecida por el régimen para comprar en aquellas
tiendas, el CUC (peso cubano convertible). Es decir, un doble golpe.
Según
lo que he averiguado al respecto, nunca antes gobierno alguno ha vivido
de las limosnas de otros países, combinadas con las estafas a sus
ciudadanos —por cargas impositivas tan parecidas a la acción de los
bandidos en descampado— como el de la Cuba actual.
Sobre las
remesas, un “compañero bolivariano” me argumentaba hace poco que las
enviadas a El Salvador o México por sus emigrantes, en proporción,
superaban a las que llegan a la Isla. La diferencia, le respondí al
bolivariano, es que en ninguno de estos dos países, hace 55 años, se
gestó una “revolución de los humildes y para los humildes” con “un
porvenir luminoso para todos” en un máximo de 15 años, que tanto costara
en vidas, esfuerzos y pesares para, al final, más de medio siglo
después, arribar a una de las sociedades más injustas de América Latina;
donde, pongamos por caso, tantas veces la distancia entre comer o no
comer no depende de tu trabajo, sino de un buen samaritano, compatriota o
no, que te envié dinero desde el extranjero.
Y ya vemos que hacia
Cuba, a diferencia de los dos países citados, no solo aumentan las
remesas, sino también el número de emigrantes remitentes. Según una
encuesta realizada en Estados Unidos e incluida en el estudio antes
referido, 62,8 % de los emigrados y cubanoestadounidenses envían dinero a
residentes en Cuba.
O sea, no solo aumenta la cantidad de dinero enviado, sino además los remitentes. Y esto, todo parece indicar, seguirá subiendo.
Esta
situación resulta positiva para el régimen parasitario establecido en
Cuba, pero es muy negativa para aquella sociedad: continúa creciendo la
zanganería en una población en notable medida marcada por el relajo
nacional, la doble moral, el robo “oficializado”, el oportunismo y en
fin la pérdida de los principales valores humanos ... el sálvese el que
pueda.
Es decir, la zona zángana —no esos padres, madres o
hermanos de alguna manera imposibilitados y por tanto necesitados de
ayuda—, aumenta; un vacilón: primos y primas lejanos, sobrinos apenas
existentes, cuñados que hasta hace poco eran ficción, un gran amigo de
un concuño, etcétera... toman el escenario, representan sus obras y
solicitan su salvación a los emigrados, que, en muchos casos, antes,
eran para los solicitantes “gusanos”, “vendepatrias”, “traidores” y todo
lo demás.
Pero ahí no se detiene la ofensiva de zánganos y
zánganas. No solo requieren moneda: también “cosas”. Con el dinero que
reciben no pueden adquirir en las tiendas del gobierno, por ejemplo,
esmalte para uñas, el vestido para la graduación o para la fiesta de Los
Quince, la corbata para la foto de boda, crema de última generación
para cara, cuerpo y párpados, champú “del bueno”, condones saboreados,
las velitas para el “kake”, la máquina de afeitar Gillette y los
cartuchos correspondientes, recargas para el celular, discos compactos
con lo último del cantante fulano, un portarretrato digital. Un vacilón.
Y miren, sube la zanganería la parada en cuanto “cosas”: en un mensaje reciente, mi amigo y compatriota Chiqui Téllez,
domiciliado en California, me dice que recibió una petición de un
zángano de cuarta o quinta línea sanguínea: una piscina portátil, “como
esas que tiene la gente en Miami”.
Fue Chiqui quien me
hizo llegar algunas observaciones que creo muy interesantes: ¿Y por qué
llenaron las plazas el pasado 1° de mayo? ¿Por qué no les dijeron a los
promotores de las concentraciones que tienen hambre o que las proteínas
que consumirían durante el desfile las tuvieron que guapear con un
exiliado, de modo que no era justo asistir?
Y quizás, quizás, sea justa la resolución que el Chiqui
Téllez me hace saber al final de su mensaje electrónico: “De ahora en
lo de adelante, mi socio, solo mandaré una medicina al que la necesite.
Pues esta gente parece que no sabe que el dinero ganado en el exilio
tiene mucho esfuerzo, lágrimas, tristezas”.
Ya ven. Así van las cosas.
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