A veces no dejo de pensar que Cuba se ha
convertido en una provincia del mundo, y los cubanos somos mucho menos que esos
aldeanos que arrastran su vida desde que el sol pestañea, arando alguna tierra infértil,
cuidando de que la vajilla usada de la abuela, hecha en alguna factoría inglesa
con porcelana china, agrietada y ya manchada por los años, no pierda su última
pieza en el ajuar que tendrán nuestros hijos.
Aldeanos que no registran el futuro de sus
vidas, que deshojan diariamente sus vidas y no miran el futuro. Agobiados de
problemas, silencios, divisiones y enredos familiares. El hermano que vio
partir y hoy regresa para darles la sobrevida a “los viejos”, o al que quedó dándole
frente a la ancianidad de “los viejos”.
No se vive, se sobrevive. Se expende un
refresco aguado hecho de cualquier esencia olorosa. Se “toma prestado”
el
aguacate de algún solar, la pieza de repuesto de algún equipo en algún
almacén
desvencijado, se vende la hojarasca que se recibe y se recicla, se
escucha los
conocidos cuentos de los recién llegados, ayer recién partidos,
convertidos en esa pequeña tabla del entramado multinacional de este
mundo.
Aldeanos.
La política, las leyes, los discursos no se
integran a la realidad, o a la cotidiana vida arrastrada por alguna plaza. Un
viejo equipo ruso, o chino, o quizás un LG “moderno”, obtenido por una de esas
dádivas familiares de los que “se fueron” y todos los años regresan, muestran
una imagen que no existe mas allá que la refrigerada visión de un noticiero
oficioso.
Escapamos.
Cuba es esa aldea infeliz a la que todos
regresan y no quieren olvidar, pero que no hacemos por cambiar. Una provincia
olvidada del mundo, que todos quieren explotar a su antojo. Quizás como referencia
para algún paria político en España, o la fruta deseable en el árbol oportuno
de algún astuto empresario en busca de un mercado libre de la verde moneda de lengua shakespereana.
Despojados.
Hemos quedado como la naranja del vecino que
alguien desgaja de su rama seca, descascara con la esperanza infértil del zumo
dulce y nos exprime, devolviendo al suelo polvoriento este hollejo inútil del
que algún pájaro se nutre, en alguna aldea olvidada de este planeta.
Provincianos.
Allá, muy lejana, muy sufrida, donde no nos
toca su dolor y podemos cerrar el párpado cuando regresamos a la cama, Cuba
cierra los ojos, y vuelve a dormir.
Mañana nos devolverá algún otro día.
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