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Fidel Castro, que exaltaba la austeridad y el sacrificio, tuvo vida
de magnate petrolero o jeque árabe, o mejor aun, de capo de la mafia o
el narcotráfico.
Lo que muchos sospechaban y otros se niegan a
reconocer, aparece en detalle en el libro en francés de Juan Reynaldo
Sánchez y el periodista Axel Gyldén, de L'Express, titulado La vie cachée de Fidel Castro
(La vida secreta de Fidel Castro), basado en entrevistas con un cubano
que sabe perfectamente lo que dice al referirse al “secreto mejor
guardado de la Revolución”. Gyldén asegura que verificó las
informaciones antes de publicar el libro.
Durante 24 años Sánchez
perteneció a la Dirección de Seguridad Personal del Ministerio del
Interior, diecisiete de los cuales en la escolta de Fidel Castro. Como
guardaespaldas del Comandante en Jefe recorrió Cuba de un
extremo a otro, visitó innumerables países, incluyendo Estados Unidos,
México, España, Nicaragua, Zimbawe y Corea del Norte, y alcanzó grados
de Teniente Coronel. Un día quiso desmovilizarse por solicitud propia.
Le ofrecieron dejar la escolta y continuar en “el aparato”, sin
retirarse, a lo que no accedió. Eso provocó la furia de Castro y trajo
como resultado la detención y prisión de Sánchez por “insubordinación”,
delito estrictamente militar en el que, como en saco rato, cabe
cualquier cosa. Finalmente, logró salir de Cuba y reunirse con su
familia en Estados Unidos.
La vie cachée de Fidel Castro
explica el disfrute del tirano de todo lo humano y lo divino en Cuba,
como feudo privado, desde decenas de mansiones a exclusivos cotos de
caza, un yate de ensueño con interior forrado con maderas preciosas de
Angola, y hasta una isla privada, Cayo Piedra, al sur de Bahía de
Cochinos, con delfines y tortugas para alegrar al dictador mientras
disfrutaba, entre otras cosas, del whiskey escocés Chivas Regal, su
bebida predilecta. Sánchez debió acompañar al tirano “cientos de veces” a
ese “jardín del Edén”. A Castro le gustaba la pesca submarina allí, lo
que implicaba movilizar una embarcación acondicionada como policlínico,
además de otras, aviones, servicios médicos y tropas para protección; a
donde fuera, iban dos miembros de la escolta con el mismo grupo
sanguíneo, por si necesitara una transfusión de urgencia. En tiempos de
lluvia prefería cacerías de patos alrededor del palacete La Deseada, al
sur de la provincia de Pinar del Río. Y hay muchas revelaciones más.
Aunque
ignoro si este libro hablará de esto, también sabemos hace tiempo que
hubo épocas en que a Castro le encantaban los camarones al pincho con
ajo y mantequilla, como confesó al brasileño Fray Beto en una
entrevista, o la leche de búfala, como él mismo reconoció. Nunca comió
nada de lo que se distribuye para consumo de la población en Cuba o él
recomendaba de alimento a los cubanos, como croquetas de torula,
picadillo de soya, pescados como chicharro o claria, o moringa. No por
respetar las reservas de alimentos del país, como dirán los demagogos,
sino porque su ego y soberbia no le permitían “rebajarse” así, actitud
que contradice aseveraciones de amanuenses como Ignacio Ramonet, Oliver
Stone, Gianni Miná, Atilio Borón y otros miserables que hacen hincapié
en la austeridad del dictador, aunque compartieron sus lujos y
conocieron su flotilla de autos blindados de lujo o algunas de sus
mansiones.
Ya en el 2006 la revista Forbes acusó a Castro
de ser uno de los gobernantes más ricos del mundo, lo que lo enfureció,
y lanzó una campaña para demostrar su “austeridad”, proclamar que vivía
de su sueldo de 800 pesos cubanos mensuales, y amenazando con demandar a
la prestigiosa publicación, porque sabía que Forbes no podría demostrar su acusación. Las cosas no fueron a más por su repentina enfermedad y retiro de la vida pública.
Entonces
yo fui uno de los pocos que aseguró en la prensa escrita y la
televisión en español del sur de La Florida que no creía las denuncias
de Forbes, no por integridad moral de Fidel Castro, que nunca
tuvo, sino porque no podrían encontrarse propiedades a su nombre cuando
fácilmente podrían estar a nombre de un testaferro, el Consejo de
Estado, o cualquier institución pantalla. Cuba es una finca donde todo
pertenece a Fidel Castro, aunque nunca aparezca algo a nombre suyo.
Sabía que la contraofensiva de La Habana sería aplastante, pero la
enfermedad del tirano salvó a Forbes y sus informantes de un ridículo colosal.
Sin embargo, en esta ocasión, desmentir las denuncias de La vie cachée… no será fácil para el régimen, porque no son cifras sacadas de debajo de la manga por Forbes,
sino vivencias personales de quien estuvo literalmente junto a Castro
diecisiete años. Los sicarios verbales del régimen, con su desfachatez y
escaso coeficiente intelectual, pretenderán desacreditar a Sánchez con
argumentos de character assassination, o queriendo desviar el
debate a otros temas, como siempre. Pero el libro demuestra que Fidel
Castro predicaba como la Madre Teresa mientras vivía como Vito Corleone.
He aquí una muestra de su hipócrita, demagógico y populista discurso: “…allá
en EEUU, con la pompa y el oropel característico de los imperios
decadentes, a despecho de los millones de desempleados y desamparados y
de la incertidumbre en la que otros muchos millones de personas viven
actualmente en ese país (…) aquí, con la modestia, la austeridad, la
sencillez, el calor humano, el patriotismo y el espíritu solidario de
los trabajadores, en un clima de esfuerzo, de trabajo, de creación, de
lucha contra el atraso, contra el subdesarrollo, contra las secuelas de
la opresión…”.
Mayor cinismo, imposible.
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