La AP lo reveló hace unos días. Estados Unidos, por
medio de USAID, creó una red para que los cubanos pudieran comunicarse
por medio de Internet. (¡Bravo!) Esa red, llamada Zunzuneo, estuvo
funcionando hasta hace un par de años y alcanzó cierto éxito. Unos 68
000 cubanos se vincularon a ella. La dictadura de los Castro protestó
ofendida ante la noticia. Aparentemente, se había violado su soberanía.
Hay una gran hipocresía en todo esto. Es cierto que
Estados Unidos ayuda a los demócratas de la oposición proporcionándoles
algunos medios pacíficos para tratar de inducir cambios en ese régimen.
¿Qué menos puede hacer contra un tenaz enemigo situado a 90 millas de
sus costas, que lleva 55 años perjudicando sus intereses, desacreditando
su modelo de sociedad y asociándose con todos los elementos que
pretenden destruir el tipo de Estado que libremente se ha dado la
mayoría de los estadounidenses?
La dictadura cubana confiscó numerosas empresas
norteamericanas sin compensar a sus propietarios. Envió guerrillas y
terroristas a medio planeta, esfuerzos subversivos que comenzaron desde
1959 con la expedición a Panamá, antes de que Washington reaccionara
auspiciando a los invasores de Bahía de Cochinos y luego algunos
sabotajes y operaciones encubiertas.
El gobierno de los Castro conspiró con los “panteras
negras”, con los “macheteros” de Puerto Rico y con los narcotraficantes
que inundaban de droga el territorio americano. Convirtió a Cuba en un
peligroso satélite soviético, y en 1962, durante la Crisis de los
Misiles, Fidel le pidió al Premier soviético que enviara los misiles
nucleares contra Estados Unidos.
Desde que se instaló la revolución, más de un 20% de
la población cubana se ha trasladado a Estados Unidos. Durante el éxodo
de Mariel, cuando escaparon de la Isla 125 000 personas, el gobierno
comunista camufló entre ellas unos 20 000 delincuentes, psicópatas y
criminales sacados de las cárceles, a sabiendas de que asesinarían a
muchas personas inocentes.
Ante semejante vecino, ¿qué menos puede hacer Estados
Unidos que tratar de inducir cambios para que en la Isla se instale un
gobierno amistoso que deje de comportarse de la manera en que lo hace
Cuba? Un gobierno sereno y razonable, como sucede con casi toda América
Latina, con el cual se pueda tener una convivencia normal.
¿No se debe intentar erradicar a un régimen capaz de
enviarle armas y municiones nada menos que a Corea del Norte, o que se
asocia con Irán y Venezuela para revivir una nueva versión de la Guerra
Fría y perjudicar a Estados Unidos? ¿O es que la no injerencia sólo es
válida para paralizar a las democracias?
Se podrá esgrimir “el derecho a la libre
determinación” de los países, o el de “no injerencia en los asuntos
internos de las otras naciones”, pero la verdad es que el gobierno
cubano ha proclamado su derecho a ejercer el “internacionalismo
revolucionario”, de donde se desprende que debe existir el derecho al
“internacionalismo democrático”.
Si el gobierno de La Habana se arroga el derecho a
instalar en el poder a radicales enemigos de Estados Unidos, ¿no tiene
Washington la obligación moral de tratar de hacer lo mismo con sus
tenaces adversarios? Cuba no puede operar con unas reglas y esperar que
su adversario suscribe otras diferentes, mucho más benignas.
Además, ¿cómo puede condenarse el hecho de que
Estados Unidos ayude a los cubanos a informar y a informarse, si se
admite la existencia universal del derecho a la libertad de expresión?
Lo que es realmente vergonzoso es que ningún país latinoamericano
auxilie a los demócratas cubanos. Eso sí es triste.
No hay delito alguno en propiciar el zunzuneo de los
cubanos. El delito, cometido por el gobierno de los Castro, está en
negarles el acceso a Internet, en prohibirles que vean la televisión
internacional –persiguen las antenas—o que escuchen la radio de onda
corta. El delito está en la dictadura totalitaria. Y también, claro, en
la hipocresía.
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