Desde su gestación y desde sus primeros pasos ya en el poder, el
castrismo tuvo claro que su proyecto totalitario, inspirado y alimentado
por sus fuentes estalinistas y mussolinianas, tenía que utilizar todas
las armas para conseguir el poder y para su consolidación y permanencia.
Y todas debían emplearse sin escrúpulos. Cuando para justificar sus
paredones, sus robos y arbitrariedades Castro afirmaba que la
revolución, es decir, su poder omnímodo, era fuente de todo derecho,
también estaba advirtiendo que lo era de toda ética. En otras palabras,
todo vale, todo es legítimo siempre que sirva a la tiranía. Y en pura
lógica castrista, nada lo es si contraría su poder. Y, por supuesto,
semejante vara de medir o “principio” castrista, es aplicable a la
cultura: “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.
La batalla cultural, o por el control de las mentes, es para el
totalitarismo tan o más importante que cualquier otra. Estos tiranos
saben que necesitan de los cañones, de los calabozos y de las fustas,
saben que necesitan controlar todos los recursos económicos, pero saben
que ante todo necesitan controlar las mentes, las almas de los esclavos.
El objetivo mayor es que los esclavos se sientan regocijados con su
condición, que aplaudan sus cadenas. Al menos que no concienticen su
condición de esclavos. No por gusto Castro se hizo con el control de la
educación y de la prensa casi al unísono e incluso antes que del resto
de las empresas privadas. Muy pronto, desde los aciagos y confusos
primeros días de 1959, las hordas “revolucionarias” se lanzaron al
asalto de la Universidad, de las escuelas privadas y de la prensa, la
radio, la televisión y el cine. Finalmente, amarraron corto a todo tipo
de creador intelectual y artístico con el engendro de la UNEAC. Quedaba
así consumado el desarme absoluto de la libertad. El desarme de la
libertad al interior de Cuba, pero también dirigido al exterior, porque
la tiranía albergaba ambiciones sin fronteras, sobre todo en lo que
consideraba su principal esfera de influencia: América Latina.
Y así, paradójicamente, utilizaría todos los recursos de la libertad
para conspirar contra ella. Por eso, el financiamiento de la violencia,
del terrorismo, de las guerrillas y de todo posible mecanismo de
desestabilización, y por todas las vías a su alcance, sean estas
abiertas o encubiertas. Los servicios de inteligencia castristas han
contado desde el principio con todos los recursos y nunca les ha
detenido nada. En este arsenal de medios empleados por décadas ha
ocupado un lugar de privilegio el empleo de todos los medios y
subterfugios para la propaganda, la influencia y el chantaje. La guerra
cultural, sin duda, ha ocupado un lugar de privilegio en la estrategia
totalitaria.
No es casualidad que entre las primeras acciones para la subversión y
la propaganda sucia y descarada, estuvieran la creación de Prensa
Latina y Radio Habana Cuba, así como el apoyo y el financiamiento de
publicaciones y programas por diversos medios, para lo cual se han
servido de testaferros, agentes de influencia y personajes afines en
diversos países. Nunca ha faltado para estos menesteres ni dinero ni
recursos. Detrás, siempre diligentes, los servicios de inteligencia, el
tenebroso Departamento América del Comité Central, así como
organizaciones pantalla como el Instituto de Amistad con los Pueblos, la
Casa de América, las llamadas organizaciones de solidaridad y, más
recientemente, los programas supuestamente benéficos como las misiones
educativas o médicas.
Pero
el mundo continuaría su desarrollo más allá de los lindes de la cerrada
y oscura finca castrista. Y surgieron internet y las llamadas redes
sociales. Una verdadera explosión de libertad de difícil control. El
régimen se topó con una realidad que no podía ignorar. Y entonces, como
siempre, buscó el remedo y la trampa. Por un lado, impedir el libre
acceso a internet, bloquear páginas indeseables y encarecer el acceso a
la red. Por otro, la creación de redes alternativas perfectamente
controladas. Pero por una rara inversión ética, esto, que es un
escándalo en sí mismo y que debiera ser objeto permanente de denuncia
por parte de responsables políticos en los países democráticos, así como
por periodistas, intelectuales y personas decentes en todo el mundo, es
olvidado o tratado superficialmente, mientras se muestra una exquisita
sensibilidad ante cualquier intento por burlar la censura y buscar vías
para que el pueblo cubano pueda ejercer su derecho a la libre
información y comunicación. Así, recientemente, muchos se han rasgados
las vestiduras por la existencia de programas como Zunzuneo o Piramideo,
que han buscado hacer llegar la libertad de internet al pueblo cubano, y
que lo lamentable realmente ha sido su limitada eficacia. Cuando la
verdadera indignación debería estar dirigida a las causas que les han
motivado.
Lo evidente es que la tiranía no puede soportar el más mínimo
resquicio de libertad, por más piruetas y visajes que ensaye de cara a
la galería. Continúa con sus felonías de siempre, dentro y fuera de
Cuba, aun cuando se vea precisada a realizar variaciones tácticas.
Enquistada y convertida en rutina, la canallada se ha tornado casi
invisible y casi aceptable para muchos. Y hasta hay quienes quieren
advertir “cambios” en lo que no son más que muecas circunstanciales y
tramposas. Se produce así una especie de adormilamiento ético que
conduce al acomodamiento y tranquila coexistencia con el mal. Queda
entonces la libertad desarmada.
Lo que se impone es que armemos a la libertad, que la defendamos cada
día. Que apoyemos a quienes luchan por ella en claras condiciones de
desventaja y precariedad. No escatimemos esfuerzos ni recursos para
ello. No nos dejemos intimidar ni camelar por los enemigos de la
libertad. Nada de posiciones vergonzantes respecto a la defensa y
promoción de la libertad. Frente al enemigo liberticida inescrupuloso,
todo en defensa de la libertad.
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