Armando
Navarro Vega
¿Por qué Cuba no siguió la senda de la URSS y de los países de Europa
Oriental a comienzos de los 90´? La generalización más extendida con
la que se suele comenzar la respuesta a esta pregunta, es que “Cuba
es diferente”. He participado en muchos debates en los que la
excepcionalidad del proceso histórico cubano, en particular en el
último medio siglo, ha sido el tema central y el eje del
argumentario a favor o en contra de la revolución. Por ello
considero oportuno, sin ánimo de exhaustividad (y más allá de la
perogrullada de que cada realidad histórica es distinta) abordar la
cuestión partiendo de diferentes ángulos, en este y en los restantes
capítulos.
Desde que Cristóbal Colón pronunciara la frase “esta es la tierra más
hermosa que ojos humanos vieran” a su llegada al extremo
oriental de la isla el 28 de octubre de 1492, Cuba parece condenada
a la hipérbole y a una suerte de excepcionalidad maldita. A una
sobreexposición y a una visibilidad impropia de un trozo de tierra
en las Antillas Mayores, rodeado de agua por todas partes.
El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals afirma, citando a
Bernardino de Calzada
[1], que la geografía le deparó a la isla el papel de “madre
para poblar la Nueva España, y abastecer la tierra firme”.
Asentada en sus orígenes en la costa sur, la ciudad de La Habana se
refundó en 1519 en el sitio que actualmente ocupa, cuando la
Corriente del Golfo se convirtió en “la nueva Calle Real de las
Indias”, en la senda marinera de los viajes desde Tierra Firme
hacia España.
Lo anterior, unido a las condiciones naturales del puerto (una bahía de
bolsa con capacidad para albergar, según las crónicas, hasta mil
navíos de la época) y a sus accidentes geográficos que facilitaban
la defensa, convirtió a La Habana en un centro estratégico,
logístico y productivo de primera magnitud, “en el punto de
reunión de las flotas con el obligado suministro de agua,
abastecimientos para el viaje, labores de carena y reparación de
navíos, hospedaje para la población transeúnte, custodia de los
tesoros particulares y reales en tránsito, vigilancia de las zonas
marítimas de mayor peligro, y protección ante posibles ataques
enemigos”.
Por ello La Habana fue desde sus inicios el epicentro de una atípica
colonia de producción/servicios, con un nivel de desarrollo, una
estructura social y un perfil cultural diferente al resto de
poblaciones de Cuba y de América, gracias a su excepcional posición
geográfica.
Moreno Fraginals señala que el desarrollo posterior de la agricultura,
la ganadería, la construcción y la industria se produjo, en contra
de lo habitual, a partir de esa economía de servicios, pero con una
particularidad significativa. Este enclave estratégico le costó
dinero a la metrópoli, y fue deficitario durante siglos. Las
subvenciones aportadas por la corona para equilibrar las pérdidas
propiciaron los recursos necesarios para que una “competente
oligarquía local” reinvirtiera los ingresos recibidos en el
fomento de esas actividades productivas, “canalizando en interés
propio el sistema defensivo y de comunicaciones creado por la
metrópoli”.
Esa oligarquía sería el demiurgo de la poderosa industria azucarera que
tanto peso e influencia (para bien y para mal) tendría en el futuro
del país, y en la formación de una identidad nacional.
Pero a finales del siglo XVIII o principios del XIX este incipiente
grupo de poder aún estaba muy ligado a España, y solo pedía
autogobierno, libertad para comerciar (ya la había experimentado
durante la breve ocupación del territorio por los ingleses entre
1762 y 1763) y rebaja de impuestos.
Ello, unido a las reformas que introdujo Carlos III al recuperar la
plaza, y al temor a una insurrección de los esclavos similar a la de
Haití, retrasó la independencia de Cuba durante todo un siglo con
respecto al resto de la América hispana, y junto a Puerto Rico se
convirtió en una de las dos excepciones del proceso independentista
en la región.
Durante la etapa republicana comprendida entre 1902 y 1959, siendo un
país subdesarrollado, Cuba llega a destacar en su ámbito geográfico
en cuanto a los indicadores de crecimiento económico, educación,
salud, seguridad y bienestar social, moviéndose ya en los años 50´
entre el primero y el cuarto lugar en América Latina junto a México,
Argentina o Uruguay, siempre por encima de la media mundial, y
superando en muchos casos a países europeos como España o Italia.
Ello incluso a pesar de la bochornosa corrupción de la clase
política (responsable en última instancia de la situación
revolucionaria que culminó con el ascenso al poder de Fidel Castro)
y al punto de partida tan desfavorable desde el que emergió el país
cuando dejó de ser colonia española.
Pero es precisamente con la revolución que la excepcionalidad y la
hipérbole (asociadas ahora al proceso de construcción del
socialismo) se convierten en un sello de identidad. Cuba se erige en
faro y guía del Tercer Mundo, en el Primer Territorio Libre de
América. El fracaso de la invasión de Playa Girón es proclamado como
la Primera Gran Derrota del Imperialismo en el continente.
Ubre Blanca
[2] es la vaca que más leche da en el mundo; Cuba aspira
a ser potencia médica mundial, la campeona del Internacionalismo
Proletario, y llegará a estar presente a través de sus cooperantes y
combatientes en decenas de países.
El deporte “revolucionario” cosecha triunfos incontestables ya en la
década de los 60´, y cada competición se convierte en un nuevo
escenario de la lucha contra el imperialismo yankee, sobre todo en
aquellas disciplinas en las que destacan los norteamericanos como el
atletismo, el boxeo o el baseball.
Los helados Coppelia son los mejores del mundo. El Ballet Nacional
rivaliza con el Bolshoi de Moscú. Las prostitutas o “jineteras”
cubanas son las más sanas e instruidas del orbe, como anunciara el
Comandante años después en un discurso, en una especie de cuña
publicitaria.
Es la apoteosis del chovinismo. Hasta los Estados Unidos reconocen la
excepcionalidad de Cuba y le confieren un status y unas condiciones
migratorias especiales a los cubanos que se van.
Esa imagen proyectada es devuelta como un reflejo especular por la
izquierda reaccionaria con unos tintes casi místicos, para
justificar su defensa a ultranza del régimen. Hace poco leí un breve
artículo
[3] en el que el autor define en los siguientes términos
lo que para él constituye la “excepcionalidad cubana”, pero que
tiene la virtud de reunir, según su peculiar interpretación, casi
todos los tópicos (algunos muy pintorescos, como lo de la conciencia
espartana) que utiliza la retroprogresía:
“…Cuba ha logrado erigirse
en precedente histórico. Obligada a operar, por necesidad, bajo un
modelo de economía de guerra impuesto por el criminal bloqueo
imperial estadounidense y sus múltiples mecanismos de sabotaje y
desestabilización, su precariedad productiva nunca presentó las
condiciones propicias para la tentación siquiera a la privatización
de la conciencia denunciada por el Che Guevara en el contexto del
socialismo real europeo. Las condiciones estoicas propiciaron
siempre una conciencia espartana. La escasez objetiva de incentivos
materiales hizo que el cubano sólo pudiese dar sentido a su vida a
partir de unos incentivos mayormente inmateriales, es decir, éticos.
De ahí que el estrepitoso colapso de la Unión Soviética, no hamaqueó
en lo esencial a la Revolución cubana. Sus enemigos se quedaron
aguardando por su muerte anunciada.
La historia, como sentenció
Georgi Plejanov, tiene de sujeto protagonista a los seres humanos,
lo que en el caso de la Cuba revolucionaria se encarna en un pueblo
encabezado por una figura de la talla de un Fidel Castro Ruz, un ser
fuera de serie y contra toda corriente. Éste se empecinó siempre en
aprovechar cada oportunidad que le presentó cada coyuntura para
avanzar, consolidar cuando fuese dable y rectificar cuando fuese
necesario, una y otra vez, para repotenciar lo único que le puede
dar sentido a una historia que desde Martí demuestra estar hecha no
de leyes objetivas e infranqueables, sino que más bien de voluntades
aguerridas y comprometidas”.
Fin de la cita. Pero este fragmento, además de ilustrar los prejuicios y
creencias habituales, identifica el elemento esencialmente
diferenciador del socialismo cubano: el liderazgo indiscutido e
indiscutible de Fidel Castro, en consonancia con el papel que juegan
en la historia “las voluntades aguerridas y comprometidas”.
Los países de Europa Oriental (excepto la Yugoslavia independiente de
Tito, y la paranoica, aislada y autárquica Albania de Enver Hoxha)
fueron auténticos satélites de la Unión Soviética, cuyos dirigentes
debían su propio ascenso y mantenimiento en el poder al reajuste
geopolítico que supuso la II Guerra Mundial. Funcionaron como
burocracias partidistas perfectamente alineadas con los dictados
soviéticos, siguiendo la tradición de los partidos comunistas
occidentales (alterada por Berlinguer) y fueron totalmente
dependientes en todos los aspectos.
El Partido Comunista (Partido Socialista Popular) no promovió la
revolución en Cuba, e incluso condenó el asalto al Cuartel Moncada
dirigido por Fidel Castro, calificándolo de “aventurerismo político
y de putchista” en un primer momento.
Fidel Castro siempre fue esencialmente “fidelista”, y por momentos
parece que la URSS orbitó alrededor de su figura y no a la inversa,
como en el caso de la participación de Cuba en la subversión y en
los conflictos armados en el mundo, y en Angola de manera
particular. El Comandante asegura que “ellos (los soviéticos)
aunque no fueron consultados sobre la decisión cubana de enviar
tropas a la República Popular de Angola, habían decidido
posteriormente suministrar armamento para la creación del ejército
angolano, y habían respondido positivamente a determinadas
solicitudes nuestras de recursos a lo largo de la guerra.”
[4]
Al Kremlin le preocupaba el más que probable fracaso de la aventura
angolana, la puesta en peligro de la doctrina de la coexistencia
pacífica, de los acuerdos SALT II y de sus relaciones con el resto
de los países africanos, y a Fidel Castro le quitaba el sueño la
pérdida de su liderazgo en el Tercer Mundo en general, y en África
en particular. Con el éxito militar inicial comenzaron a fluir los
recursos soviéticos en apoyo a la intervención cubana, que como ya
se ha visto se extendió por casi dieciséis largos y penosos años.
¿Quién podía confiar en el triunfo de un pequeño país como Cuba en una
guerra convencional a miles y miles de kilómetros de su territorio,
enfrentada al más poderoso ejército de la región, que contaba además
con el apoyo de Zaire, de los Estados Unidos y de China? Solamente
un voluntarista acérrimo, un ego desmesurado, un hombre totalmente
convencido de su propia predestinación para cambiar la historia del
mundo a su mayor gloria, un dictador resuelto a involucrar en su
particular aventura y hasta las últimas consecuencias a un pueblo
sojuzgado y sometido, podía haber hecho algo así. Evidentemente se
trataba de una gesta a la medida de Fidel Castro.
El mito más extendido entre la izquierda occidental acerca de la
excepcionalidad de la revolución cubana, es que esta representa
el intento en la década del 60´ de construir un socialismo autóctono
y más democrático a solo 90 millas del imperio yankee, que
demostraría la independencia del proceso cubano con respecto a la
Unión Soviética o a China, cuyo fracaso sería imputable
esencialmente al asedio norteamericano, y en mucha menor medida a
algún que otro error de la revolución, fruto de un
bienintencionado y puro idealismo.
Ese período representaría, según el imaginario retroprogre, una arcadia
feliz en la que las carencias y restricciones de los cubanos serían
vistas (siempre desde fuera) como un “regreso a lo esencial”, mitad
consecuencia del bloqueo norteamericano y mitad renuncia voluntaria
a la cultura consumista de las sociedades burguesas, en la medida en
que se fortalecía la conciencia revolucionaria y la defensa de la
“soberanía”. Al propio tiempo Cuba sería en aquellos momentos un
espacio de libertad sin parangón, en el que todas las ideas serían
respetadas y debatidas sin limitación alguna.
Vale la pena detenerse en el análisis de este mito, una elaboración
teórica asociada principalmente a la intelectualidad europea para
legitimar al régimen, que ahora pretende ser rescatado para
reivindicar la validez del “socialismo del siglo XXI”.
En octubre de 1962, Castro está profundamente herido en su orgullo por
la manera en que ha sido ninguneado en el proceso de negociación que
puso fin a la Crisis de los Misiles. Al propio tiempo sabe que el
socialismo con “Paltó, Chapka y Valenki”
[5] ha perdido su atractivo para la intelectualidad de
izquierda (o sea, para el 90% de los intelectuales del mundo), y que
los continuadores de la tradición estalinista lo quieren controlar
desde el Kremlin a través de sus agentes de confianza en la isla.
Ante este escenario, desarrolla oportunamente la caza de la
“microfracción” y anuncia con bombo y platillo la construcción de un
socialismo autóctono.
Con el concurso de los intelectuales orgánicos del régimen, Cuba se
convierte en los años 60´ en el polo magnético ideológico y cultural
de la intelectualidad de izquierda del mundo, en el sitio de
encuentro para debatir sobre las principales tendencias del
pensamiento y de la cultura del momento, en el entorno físico
incomparable de una ciudad (La Habana) que entonces aún conserva
destellos de su anterior esplendor.
En esos años frecuentan la isla renombradas figuras como Jean-Paul
Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Mario
Vargas Llosa, Allen Ginsberg, Hans Magnus Enzensberger (que vivió en
Cuba algunos años), Graham Greene, Charles Wright Mills y un
larguísimo etcétera.
Escritores, artistas plásticos, dramaturgos, cineastas y diletantes de
los cinco continentes celebran encuentros, conferencias, seminarios
y talleres. La Habana es una enorme vitrina para darse a conocer,
para publicar, exhibir y exhibirse, al tiempo que se adquiere un
certificado de progresía.
Hablan (encantados de oírse a sí mismos) de Georg Lukács y de la
dialéctica del arte y las contradicciones sociales; de Gramsci y de
la hegemonía cultural de las clases dominantes; de Marcuse, de las
“necesidades ficticias” y de la conciencia alienada; de la ruptura
epistemológica de Marx a partir de “La Ideología alemana”,
según Althusser; de Rosa Luxemburgo y del condicionamiento mutuo de
la espontaneidad y la organización; de la revolución permanente de
Trotsky, de la “revolución en la revolución” de Regis Debray, de la
importancia de la conciencia en el socialismo según Che Guevara.
También hablan de las guerrillas, de la “violencia como partera de
la historia” citando a Engels, del papel catalizador de las
vanguardias revolucionarias en los procesos de cambio, de la
internacionalización de la revolución, del arte como un arma al
servicio de la misma.
Su cuartel general es la Casa de las Américas y se alojan en los mejores
hoteles de la ciudad, mientras que en esos mismos instantes, más
allá de los confortables y climatizados lobbies donde disfrutan
(ellos si) de la excelente coctelería cubana, no existe la libertad
de prensa ni de opinión; se impone el pensamiento único, el
sometimiento y la simulación; alrededor de 60,000 cubanos se apiñan
en las cárceles y en los campos de trabajo forzado; cientos de
alumnos y profesores son expulsados de las aulas universitarias y de
los institutos en las asambleas por la moral comunista; los
fusilamientos se cuentan ya por millares, cientos de miles han
tomado el camino del exilio sin regreso, y el racionamiento es la
dura realidad cotidiana para millones de habitantes de la isla.
También hay cientos de miles o quizás millones que apoyan a la dictadura
y/o participan de la represión por convicción o por oportunismo. La
sociedad cubana está rota, aquejada de una grave enfermedad
terminal.
En cambio la intelectualidad de izquierdas en occidente percibe (o
declara percibir) una “vitalidad política” en Cuba a raíz de la
“polémica” surgida entre las posiciones que defienden la “ortodoxia”
del socialismo soviético, y los “herejes” que promueven una vía
autóctona hacia el socialismo.
Dejando a un lado el hecho evidente de que en esa polémica no hay
espacio para una tercera opción (¿socialismo a la soviética o
socialismo “democrático”?... esa es la cuestión) lo que en realidad
está ocurriendo es que Fidel Castro está intentando legitimar desde
el punto de vista ideológico una purga interna de corte estalinista
en toda regla, solo que (como no podía ser menos tratándose de él)
la supuesta herejía que se opone a la ortodoxia, es su propio y
personalísimo estalinismo.
La vía cubana hacia el socialismo y su proyección internacional requiere
una fundamentación teórica. De aquí que el Departamento de Filosofía
de la Universidad de La Habana recibe la tarea de “superar” las
enseñanzas de los profesores hispano-soviéticos Luis Arana Larrea
(filósofo) Anastasio Mansilla (especialista en “El Capital”,
jefe de la cátedra correspondiente en la Universidad Lomonosov de
Moscú, y profesor en el Instituto de Ciencias Sociales de la
Academia de Ciencias de la URSS, del cual Che Guevara recibió clases
particulares) y María Cristina Miranda (historia universal) cuya
misión era “refundar” la Universidad desde la óptica marxista, y
preparar a los profesores que ya estaban sustituyendo al viejo
claustro.
De ese departamento emergen dos publicaciones, “El Caimán Barbudo” y
“Pensamiento Crítico”. El primero es un suplemento cultural del
periódico Juventud Rebelde, órgano oficial de la UJC, del que fue
director Jesús Díaz (quien también formaría parte del Consejo de
Dirección de Pensamiento) y que, según sus propias palabras, creyó “que
una vanguardia política… era conciliable con una vanguardia
artística experimental e incluso herética”.
[6]
Ese carácter “herético” nunca llegó en ninguno de los casos a la
disidencia abierta con la línea oficial, porque como también
confiesa “…nosotros, y yo personalmente, apoyábamos la revolución
cubana, por ingenua, ilusa, estúpida o culpable que pueda
considerarse esa actitud, que era también, por otra parte,
abrumadoramente mayoritaria entre los intelectuales de la época en
Cuba y fuera de ella”.
Los participantes en la experiencia de “El Caimán Barbudo” (su nombre
evoca inequívocamente una “Cuba revolucionaria”
[7]) aspiraban a hacer literatura dentro de la revolución
con ciertas libertades formales, y nada más.
En el citado artículo Díaz pone como ejemplos de fricción con las
organizaciones políticas, concretamente con la UJC, cosas tan
anodinas como una autocaricatura del dibujante Posada en la que
aparece desnudo; un cuento de Carlos Victoria en el que se recrea
una masturbación; una sección de humor que se les antoja
irrespetuosa a los censores; el desenfado de algunas críticas
dirigidas a alguna institución estatal (nunca a la política del
estado); un poema de Juan Gelman en el que se refiere de un modo
metafóricamente elogioso al Comandante como “El Caballo”, o (lo más
grave con diferencia) un comentario de Heberto Padilla ponderando
muy positivamente la novela “Tres Tristes Tigres” de Guillermo
Cabrera Infante, que ya entonces era una “no persona” por haberse
radicado fuera de Cuba, en contraposición con “Pasión de Urbino” de
Lisandro Otero, a la sazón vicepresidente del Consejo Nacional de
Cultura.
“Pensamiento Crítico” por su parte fue la punta de lanza teórica del
Comandante contra la microfracción, contra los manuales de marxismo,
y contra el órgano oficial de los comunistas prosoviéticos (“Cuba
Socialista”).
Con el pretexto de “rescatar la riqueza original del marxismo para
conectarla con sus desarrollos históricos y contemporáneos”, la
publicación no solo cumplía con los objetivos anteriormente
reseñados, sino que se convertía a los ojos de la intelectualidad de
izquierda mundial en la prueba del carácter excepcionalmente
independiente de la revolución cubana con respecto a Moscú, y en una
tribuna para canalizar las críticas al socialismo soviético.
“Pensamiento Crítico” fue una publicación instrumental dirigida a
restarle legitimidad ideológica a todos aquellos que, desde la
ortodoxia marxista, intentaban criticar el voluntarismo y el poder
unipersonal de Fidel Castro, al tiempo que enfatizaba la supuesta
búsqueda de nuevos caminos teóricos y nuevas concreciones que
avalaran la disparatada “praxis” cubana, de cara principalmente a la
galería internacional.
El que desde las alturas nunca se haya reivindicado su carácter oficial,
no significa que no lo fuera. El no reconocimiento de esa
oficialidad ha sido una práctica corriente que le ha permitido al
poder “la amputación de un órgano” en cualquier momento, sin
tener que hacer ninguna rectificación política o ideológica por
ello. Además, en rigor, todas las publicaciones cubanas han
divulgado los dogmas oficiales, que en definitiva es su misión.
Y como es natural, igual que en el caso del “Caimán Barbudo”, la crítica
de la línea oficial no fue una de las características de
“Pensamiento Crítico”. Una prueba de ello y de su resuelto
alineamiento con las tesis del trostkismo-guevarismo, del marxismo-fidelismo
heterodoxo y del antisovietismo entonces en boga, es la publicación
a modo de homenaje póstumo en su primer número de febrero de 1967 de
dos ensayos (La violencia y los cambios sociales, y La
revolución verdadera, la violencia y el fatalismo geopolítico)
firmados respectivamente por el sacerdote católico colombiano Camilo
Torres Restrepo y el periodista venezolano Fabricio Ojeda, dos
conocidos guerrilleros que murieron en 1966.
Díaz refleja la falta de crítica en su balance final acerca de la
publicación:
“En la columna de los
logros cuenta con un activo impresionante: haber introducido en la
Cuba de Castro y del Partido único las inquietudes y reflexiones del
68; en cambio, en la del debe acumuló una deuda impagable, no haber
hecho honor a su nombre, no haber pensado críticamente a la
revolución cubana. En efecto, ni en el seno de la revista ni en el
del Departamento de Filosofía se produjo ningún análisis crítico
sobre la convulsa realidad nacional. La nuestra fue la generación
del silencio; nunca cesaré de avergonzarme por ello ante los jóvenes
intelectuales cubanos.”
Esa última afirmación es válida como un ejercicio de autocrítica
benevolente, pero si se le hubiese ocurrido hacer lo que dice,
la respuesta represiva hubiese sido instantánea, y su vida posterior
también hubiese sido muy distinta a la que fue. Como él mismo
afirmara, el Comandante podía permitir la crítica contra los
soviéticos, pero nunca contra sí.
De todos modos, no es difícil acceder a las declaraciones de Jesús Díaz
antes de su exilio para comprender por qué no era posible esperar de
él otra cosa que el compromiso (al menos declarado) con el régimen.
No fue precisamente el silencio lo que lo caracterizó.
En contra de lo que afirma de manera un tanto pretenciosa, las
inquietudes y reflexiones del 68 nos llegaron a los “cubanitos
de a pie” a través de la propaganda oficial, convenientemente
filtradas, traducidas y despojadas de cualquier parecido o
asimilación crítica con la realidad política cubana, más que por
esas publicaciones.
Por otra parte, “Pensamiento Crítico” (según Díaz, internamente se
autodenominaban en broma “Pensamiento Críptico”) no estaba dirigido
al gran público. El carácter pretendidamente “abierto” de las
polémicas y los debates reproducidos o publicados en este u otros
medios de comunicación quedaba limitado a una élite, bien por el
lenguaje que empleaban sus protagonistas, plagado de conceptos
filosóficos incomprensibles para los no iniciados, o bien por el
poco interés que desde el punto de vista práctico pudieran suscitar
en una población bastante más preocupada por “resolver” un litro de
leche, y que en un porcentaje nada desdeñable prefería bailar el
“mozambique” con “Peyo el Afrokán”
[8], que desentrañar el materialismo antropológico de
Feuerbach.
Pero exteriormente, para la intelectualidad occidental, si tuvo un
innegable valor ideológico, metodológico y logístico la
posibilidad ofrecida por Cuba de contar con los espacios y recursos
necesarios para interactuar, y para elaborar un discurso que
legitimara y promoviera el espíritu revolucionario de la época,
alejado de las desgastadas y desprestigiadas consignas del comunismo
soviético.
Una vez eliminada la microfracción, conjurado el peligro
quintacolumnista, y ante la necesidad de reconstruir las relaciones
con la Unión Soviética, el grupo de “Pensamiento Crítico” fue
acusado por el mismísimo Raúl Castro de “diversionismo ideológico”,
tras “recibir múltiples denuncias” (presuntamente) de los
propios estudiantes de la Universidad a los que les impartían clases
de filosofía.
El último número de la revista (el 53) fue publicado en junio de 1971;
el Departamento de Filosofía fue clausurado, el claustro dispersado
(aunque la mayoría se reubicó muy bien en reconocimiento a los
servicios prestados, algunos en el Centro de Estudios de América
anexo al Comité Central del PCC, lugar absolutamente impropio para
redimir a un desviado ideológico) y la casa que ocupaba en el
número 507 de la calle K en el Vedado, fue derruida hasta los
cimientos por alguna ignota razón.
Para los artistas e intelectuales nacionales y extranjeros que amaban y
protegían a la revolución cubana si hubo libertad de crítica y
opinión, y tuvieron a su alcance todos los recursos necesarios
para divulgar su obra y desarrollar sus carreras profesionales.
Fue (y es) la aplicación del conocido “Camino de Yenán” preconizado por
Mao, consistente en aprovechar como arma secreta las ambiciones
“pequeño burguesas” de estos intelectuales, en particular de todos
aquellos que no logran escalar posiciones importantes por méritos
propios en sus respectivos campos de actividad, proporcionándoles
todo el apoyo posible a cambio de fidelidad, y convirtiéndoles en
dúctiles y obedientes “servidores de conveniencia”.
Pero la infidelidad se paga cara. El servidor que incumple su compromiso
será objeto de un despiadado ataque que sirva de escarmiento a los
demás, convenciéndoles de la capacidad del régimen de cerrarles
todas las puertas, no importa cuán lejanas puedan estar. Los
escritores, académicos y artistas cubanos en el exilio (y no pocos
extranjeros) saben por propia experiencia que el largo brazo del
Comandante llega a cualquier sitio.
El idilio de los intelectuales de occidente con la revolución dejaría al
menos un resultado positivo desde el punto de vista cultural.
Gracias a ello, los habaneros en particular tuvimos acceso como
espectadores, en “dosis” bien calculadas y controladas, al Op-art y
al arte cinético, al Neorrealismo o a la Nouvelle Vague. Otra cosa
muy distinta es la libertad de creación tanto formal como de
contenido.
La exposición francesa de arte moderno conocida como el Salón de Mayo se
presentó en La Habana en agosto de 1967, con centenares de obras
exponentes de la vanguardia europea, norteamericana y
latinoamericana. Fui testigo presencial de la elaboración por
decenas de artistas de un gran mural colectivo que presidió la
fachada del recién estrenado Pabellón Cuba, una calurosa noche del
mes de julio anterior a la inauguración oficial de la muestra.
De esa noche guardo también el recuerdo indeleble de un instante, apenas
una visión fugaz: una muchacha con unos enormes ojos negros,
mostrándome con un gesto cómplice sus manos embadurnadas con
pintura.
Un rostro que la magia del cine reproduciría casi fielmente para mí unos
35 años después en “Amélie”, la cinta de Jean-Pierre Jeunet
protagonizada por Audrey Tautou en el papel de Amélie Poulan.
Realidad y ficción, ambas en la memoria, definitivamente a salvo de
cualquier desengaño.
En los circuitos de estreno en aquellos momentos, y con posterioridad en
los cines de ensayo (en los mismos en los que nunca se estrenó PM
por citar solo un ejemplo de lo contrario) vimos a Rossellini,
Visconti, de Sica, Godard, Truffaut, Chabrol, Resnais y a Agnés
Varda. También a Kurosawa, Bergman, Antonioni, Welles, Rosi, Wajda,
Forman, Fellini, Risi, Lelouch, Comencini, Zeffirelli, Passolini,
Saura, Rocha o a Pontecorvo.
En las nuevas editoriales no había espacio para los best seller del
momento (que nos las ingeniábamos para conseguirlos y leerlos de
contrabando), pero junto a los inevitables títulos de la literatura
épica soviética como “Así se templó el acero” de Nicolai Ovstrovski,
“La carretera de Volokolamsk” de Alexander Bek, “Somos hombres
soviéticos” de Boris Polevoy, “El comité regional clandestino actúa”
de Yuri Bondarev, o “Ellos se batieron por la patria” y “El Don
apacible” de Mijail Sholojov, se hicieron tiradas masivas de las
obras de Sinclair Lewis, Thomas Mann, William Faulkner, Ernest
Hemingway, John Steinbeck, Tennessee Williams, Norman Mailer o
Arthur Miller entre muchos otros autores, en ediciones rústicas y a
unos precios casi simbólicos. Creo recordar que eran los libros de
ediciones Huracán a los que se les desprendían las hojas, pero ello
no desmerita en nada el resultado.
Cito solo a escritores y dramaturgos exponentes de la cultura del
Imperio sobre los que gravitaba la bendición de la izquierda, bien
por la temática de sus obras, por su trayectoria vital o por su
filiación política, sobre todo en el caso de los intelectuales
nombrados que estaban vivos en aquel entonces.
Recuerdo una excelente “Antología del Teatro Norteamericano”, acompañada
(eso si) de un marco histórico, político y cultural del autor y su
obra, desde la única óptica posible. Pero con separar
convenientemente la paja del trigo quedaba resuelto el problema.
No obstante, en esos mismos momentos, antes y/o después (muchos aún
estaban en la isla) la lista de los autores e intelectuales de
distintas disciplinas y de cualquier nacionalidad impublicables en
Cuba por razones estrictamente ideológicas es muy extensa. A modo de
ejemplo, y solo entre los de nacionalidad cubana que ya habían
salido o saldrían del país, cito la relación que Carlos Alberto
Montaner
[9] incluye en su ponencia “Literatura y exilio”, a la
que habría que añadirlo a él mismo:
“La lista de notables
escritores cubanos radicados en el exilio es impresionante…
Primero, hace casi cincuenta años, llegaron algunos de los que ya
habían logrado un gran reconocimiento en la Isla: Lydia Cabrera,
Lino Novás Calvo, Jorge Mañach, Carlos Montenegro, Ramón Ferreira
http://congresosdelalengua.es/valparaiso/
ponencias/america_lengua_espanola/montaner_carlos_a.htm-nota10#nota10,
Gastón Baquero, Enrique Labrador Ruiz (quien consiguió emigrar mucho
después del triunfo de la revolución) y Leví Marrero.
Luego siguieron, en
distintos momentos, los entonces muy jóvenes Guillermo Cabrera
Infante, Matías Montes Huidobro, Severo Sarduy, Nivaria Tejera,
Eduardo Manet, Hilda Perera, Pedro Entenza, Luis Ricardo Alonso,
Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé, Humberto López Morales, Carmelo
Mesa Lago, Rita Geada, Orlando Rossardi, Ángel Cuadra, Uva de
Aragón, Olga Connor, René Ariza, Maricel Marsán y Amelia del
Castillo. Más adelante, en medio de sucesivas oleadas de exiliados,
se les unieron Reinaldo Arenas, Vicente Echerri, Armando Valladares,
los hermanos José, Juan y Nicolás Abreu, Luis de la Paz, Manuel Díaz
Martínez, José Triana, Armando Álvarez Bravo, César Leante, Andrés
Reynaldo, Antonio Benítez Rojo, Zoé Valdés -probablemente el autor
cubano traducido a más lenguas- Daína Chaviano, Antonio Orlando
Rodríguez, María Elena Cruz Varela, Eliseo Alberto, Jesús Díaz,
Rafael Rojas, Raúl Rivero, Ernesto Hernández Busto, Antonio José
Ponte, Juan Manuel Cao, Ladislao Aguado, Miguel Sales y tantos otros.
Habría que sumar también a los insiliados y a los que permanecieron
silenciados o ignorados dentro de Cuba durante muchos años, algunos
hasta su muerte, como José Lezama Lima o Virgilio Piñera entre
otros.
La apasionada relación con los intelectuales occidentales comenzó a
agriarse en 1968, con el apoyo del Comandante a la invasión
soviética de Checoslovaquia, y se resquebrajó de manera muy
importante en 1971 como consecuencia del “Caso Padilla”. No digo que
se quebró definitivamente; no digo que se convirtió en repulsa. Al
parecer ninguna barbaridad ha sido suficiente hasta hoy, en el
inicio de la segunda década del siglo XXI, para provocar el
rompimiento definitivo.
El llamado Caso Padilla tuvo una gran repercusión a nivel internacional.
Todo comenzó cuando el poeta Heberto Padilla, respondiendo a la
convocatoria del certamen literario de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba (UNEAC) en su edición del año 1968, presentó a
concurso el poemario “Fuera de Juego”, y ganó el Premio de Poesía
Julián del Casal, pese a todas las presiones a las que fueron
sometidos los miembros del jurado, integrado por J. M. Cohen, César
Calvo, José Lezama Lima, José Zacarías Tallet y Manuel Díaz
Martínez.
El libro se publicó finalmente, pero con una extensa “nota” del comité
director de la UNEAC
[10], redactada el 28 de octubre de 1968 luego de una
reunión de varias horas, expresando su desacuerdo con el contenido y
con el premio concedido por considerarlo “ideológicamente contrario
a la revolución”. Algo similar ocurrió con otro premiado, el
dramaturgo Antón Arrufat, por su obra “Los siete contra Tebas”.
De esta forma el citado comité ejercía “su derecho y su deber de
defender los principios de la revolución frente a sus enemigos”, en
particular frente a aquellos que “utilizan medios arteros y
sutiles para actuar”.
A continuación, la nota destaca la coyuntura en la que tiene lugar el
concurso, “en momentos en que alcanzaban singular intensidad
ciertos fenómenos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda
revolución social profunda”; que la UNEAC (dejando claro “que
el respeto a la libertad de expresión por parte de la revolución no
se podía poner en duda”) había autorizado la publicación “de
textos literarios cuya ideología, en la superficie o subyacente,
andaba a veces muy lejos o se enfrentaba a los fines de la
revolución”. Y que esa “tolerancia” fue interpretada como
un “signo de debilidad”, como “libertad para la expresión
contrarrevolucionaria… en un clima de liberalismo sin orillas,
producto siempre del abandono de los principios”.
Inmediatamente, comienza una disección ideológica de la obra. Partiendo
del título (Fuera de Juego) que “deja explícita la autoexclusión
de su autor de la vida cubana”, se le acusa seguidamente de
ambigüedad por “situar su discurso en otra latitud” de
modo que “las comparaciones (con la realidad cubana) solo
podrán establecerse en la conciencia sucia del que haga los
paralelos”.
Se le declara culpable de mantener una actitud “criticista”,
distante del “compromiso activo que caracteriza a los
revolucionarios”, y “antihistórica” por “la exaltación
del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo”,
algo que es propio “del pensamiento de derechas” y de “las
concepciones de la ideología liberal burguesa”.
Se le acusa de homenajear “al que permanece al margen de la sociedad”,
haciendo una distinción “entre el que acepta la sociedad
revolucionaria… el que baila como le piden que sea el baile y
asiente incesantemente a todo lo que le ordenan, el acomodado, el
conformista que habla de los milagros que ocurren, el obediente… y
el desobediente, el que se abstiene, el visionario que asume una
actitud digna”; de ver “la historia como un enemigo”, de
hacerle los honores a “la vieja concepción burguesa de la
sociedad comunista” según la cual “el que vive en la
revolución abjura de su personalidad y de sus opiniones para
convertirse en una cifra dentro de la muchedumbre, para disolverse
en la masa despersonalizada”.
También se le acusa de “ausentismo (absentismo) de su patria
en momentos difíciles de enfrentamiento al imperialismo… de su
inexistente militancia personal… de convertir la dialéctica de la
lucha de clases en la lucha de sexos… de sugerir la existencia de
persecuciones y climas represivos… de identificar lo revolucionario
con la ineficiencia y la torpeza… de conmoverse con los
contrarrevolucionarios que se marchan del país y con los fusilados
por sus crímenes contra el pueblo… de encasillar a la Revolución de
Octubre en acusaciones e imágenes como el puñetazo en plena cara y
el empujón a medianoche, o el círculo vicioso de lucha y de terror”.
Finalmente se le señala una “falta de ética matizada de oportunismo”
por presentarse a un concurso de la UNEAC después de haber injuriado
a la organización en ocasiones anteriores sin retractarse, y se
resalta su “adhesión al enemigo por la defensa pública que el
autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se
declaró públicamente traidor a la Revolución”.
Por mucho menos miles de personas ya habían sido condenadas a largas
penas de prisión. Pero el momento propicio para ajustar las cuentas
con Padilla aún no había llegado.
En 1968 Castro aún necesitaba el resuelto apoyo de la intelectualidad
occidental, en momentos en que desconfiaba de la ayuda militar del
campo socialista y de la solidaridad de los partidos comunistas de
las democracias liberales para defender a la revolución cubana, a
juzgar por la experiencia de Vietnam.
En el jurado que le concedió el premio había dos extranjeros (el poeta
peruano César Calvo y el traductor inglés J. M. Cohen, cuyo labor
profesional fue decisiva para el conocimiento en Europa de la
literatura latinoamericana de entonces) y aún estaba demasiado
reciente el eco del Congreso Cultural de la Habana de enero de ese
mismo año, en el que representantes de 70 países apoyaron
unánimemente las tesis y resoluciones emanadas del encuentro.
Mucho más reciente era el encontronazo con algunos intelectuales
occidentales por la represión soviética en Checoslovaquia, y la
recuperación de las relaciones con la URSS debía de avanzar un
trecho aún no recorrido.
(continuará)
Notas:
[1]
Moreno Fraginals, Manuel.- “Cuba/España, España/Cuba:
Historia Común” Editorial Grijalbo Mondadori, Barcelona,
1995. Bernardino de Calzada debe ser Bernardino Iñiguez, natural
de Santo Domingo de la Calzada, conocido también como Bernardino
Iñiguez de la Calzada, o como Bernardo de Calzada en el poema
épico Nuevo Mundo y conquista, de Francisco de Terrazas.
Actuó como veedor del Rey en al menos una expedición a Yucatán
junto a Hernán Cortés, según reseña el poema de Terrazas.
[2]
Fue un ejemplar único, mezcla de Holstein y Cebú, cuyas “hazañas
productivas” (109,5 litros de leche en un día de enero de 1982,
y 24,269 litros en un período de lactancia de 305 días) están
registradas en el Libro Guinness, y que la propaganda del
régimen citaba como ejemplo de la pujante ganadería cubana. Ya a
finales de los 80´ antes de que desapareciera el campo
socialista, en Cuba se había producido una reducción de la masa
ganadera con respecto al año 1954, todo un logro. Su cuerpo
embalsamado se conserva en el Centro Nacional de Veterinaria, y
en donde nació (Nueva Gerona, Isla de la Juventud) hay una
estatua de mármol en su memoria.
[3]
Rivera Lugo, Carlos.- “Reflexiones a propósito del comunismo
cubano” Publicado en Internet en RedBetances.
[4]
Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz en el acto
conmemorativo por el aniversario 30 de la Misión Militar cubana
en Angola, y el aniversario 49 del desembarco del Granma, Día de
las FAR, el 2 de diciembre de 2005.
[5]
Abrigo, gorro de piel con orejeras flexibles (también llamado
“Ushanka” o gorro ruso) y botas de fieltro, respectivamente, que
usaban los soviéticos masivamente.
[6]
Díaz, Jesús.- “El fin de otra ilusión” Revista Encuentro
de la Cultura Cubana Nº 16/17, Primavera/Verano del 2000. Jesús
Díaz fue miembro del Departamento de Filosofía de la Universidad
de la Habana, Director de “El Caimán Barbudo”, y miembro
del Consejo de Dirección de la revista
“Pensamiento Crítico”
[7]
La forma alargada y estrecha de la isla recuerda la figura de un
caimán, y a los combatientes del Ejército Rebelde se les llamaba
“barbudos” por las barbas que atestiguaban su permanencia en la
guerrilla. Es el “largo lagarto verde, con ojos de piedra y
agua” al que se refiere Nicolás Guillén en su conocido
poema.
[8]
Músico cubano que popularizó el llamado “ritmo Mozambique” con
su orquesta integrada por tambores y metales.
[9]
Montaner, Carlos Alberto.- “Literatura y Exilio”.
Ponencia presentada en el
V Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE)
celebrado en Valparaíso (Chile) en Marzo de 2010, dentro del
Panel “Lenguas y culturas hispánicas en los exilios”.
[10]
Ver una edición completa del libro, que incluye la nota de
referencia y el dictamen del jurado en
“Círculo de Poesía” Revista electrónica de literatura.
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