martes, abril 22, 2014

Cuba: excepcionalidad, intelectuales y revolución: mitos y realidades [1]

cubanalisis
Armando Navarro Vega
¿Por qué Cuba no siguió la senda de la URSS y de los países de Europa Oriental a comienzos de los 90´? La generalización más extendida con la que se suele comenzar la respuesta a esta pregunta, es que “Cuba es diferente”. He participado en muchos debates en los que la excepcionalidad del proceso histórico cubano, en particular en el último medio siglo, ha sido el tema central y el eje del argumentario a favor o en contra de la revolución. Por ello considero oportuno, sin ánimo de exhaustividad (y más allá de la perogrullada de que cada realidad histórica es distinta) abordar la cuestión partiendo de diferentes ángulos, en este y en los restantes capítulos.
   
Desde que Cristóbal Colón pronunciara la frase “esta es la tierra más hermosa que ojos humanos vieran” a su llegada al extremo oriental de la isla el 28 de octubre de 1492, Cuba parece condenada a la hipérbole y a una suerte de excepcionalidad maldita. A una sobreexposición y a una visibilidad impropia de un trozo de tierra en las Antillas Mayores, rodeado de agua por todas partes.
El historiador cubano Manuel Moreno Fraginals afirma, citando a Bernardino de Calzada [1], que la geografía le deparó a la isla el papel de “madre para poblar la Nueva España, y abastecer la tierra firme”.
 
Asentada en sus orígenes en la costa sur, la ciudad de La Habana se refundó en 1519 en el sitio que actualmente ocupa, cuando la Corriente del Golfo se convirtió en “la nueva Calle Real de las Indias”, en la senda marinera de los viajes desde Tierra Firme hacia España.
Lo anterior, unido a las condiciones naturales del puerto (una bahía de bolsa con capacidad para albergar, según las crónicas, hasta mil navíos de la época) y a sus accidentes geográficos que facilitaban la defensa, convirtió a La Habana en un centro estratégico, logístico y productivo de primera magnitud, “en el punto de reunión de las flotas con el obligado suministro de agua, abastecimientos para el viaje, labores de carena y reparación de navíos, hospedaje para la población transeúnte, custodia de los tesoros particulares y reales en tránsito, vigilancia de las zonas marítimas de mayor peligro, y protección ante posibles ataques enemigos”.
Por ello La Habana fue desde sus inicios el epicentro de una atípica colonia de producción/servicios, con un nivel de desarrollo, una estructura social y un perfil cultural diferente al resto de poblaciones de Cuba y de América, gracias a su excepcional posición geográfica.
Moreno Fraginals señala que el desarrollo posterior de la agricultura, la ganadería, la construcción y la industria se produjo, en contra de lo habitual, a partir de esa economía de servicios, pero con una particularidad significativa. Este enclave estratégico le costó dinero a la metrópoli, y fue deficitario durante siglos. Las subvenciones aportadas por la corona para equilibrar las pérdidas propiciaron los recursos necesarios para que una “competente oligarquía local” reinvirtiera los ingresos recibidos en el fomento de esas actividades productivas, “canalizando en interés propio el sistema defensivo y de comunicaciones creado por la metrópoli”.
Esa oligarquía sería el demiurgo de la poderosa industria azucarera que tanto peso e influencia (para bien y para mal) tendría en el futuro del país, y en la formación de una identidad nacional.
Pero a finales del siglo XVIII o principios del XIX este incipiente grupo de poder aún estaba muy ligado a España, y solo pedía autogobierno, libertad para comerciar (ya la había experimentado durante la breve ocupación del territorio por los ingleses entre 1762 y 1763) y rebaja de impuestos.
Ello, unido a las reformas que introdujo Carlos III al recuperar la plaza, y al temor a una insurrección de los esclavos similar a la de Haití, retrasó la independencia de Cuba durante todo un siglo con respecto al resto de la América hispana, y junto a Puerto Rico se convirtió en una de las dos excepciones del proceso independentista en la región.
Durante la etapa republicana comprendida entre 1902 y 1959, siendo un país subdesarrollado, Cuba llega a destacar en su ámbito geográfico en cuanto a los indicadores de crecimiento económico, educación, salud, seguridad y bienestar social, moviéndose ya en los años 50´ entre el primero y el cuarto lugar en América Latina junto a México, Argentina o Uruguay, siempre por encima de la media mundial, y superando en muchos casos a países europeos como España o Italia. Ello incluso a pesar de la bochornosa corrupción de la clase política (responsable en última instancia de la situación revolucionaria que culminó con el ascenso al poder de Fidel Castro) y al punto de partida tan desfavorable desde el que emergió el país cuando dejó de ser colonia española.
Pero es precisamente con la revolución que la excepcionalidad y la hipérbole (asociadas ahora al proceso de construcción del socialismo) se convierten en un sello de identidad. Cuba se erige en faro y guía del Tercer Mundo, en el Primer Territorio Libre de América. El fracaso de la invasión de Playa Girón es proclamado como la Primera Gran Derrota del Imperialismo en el continente.
Ubre Blanca [2] es la vaca que más leche da en el mundo; Cuba aspira a ser potencia médica mundial, la campeona del Internacionalismo Proletario, y llegará a estar presente a través de sus cooperantes y combatientes en decenas de países.
El deporte “revolucionario” cosecha triunfos incontestables ya en la década de los 60´, y cada competición se convierte en un nuevo escenario de la lucha contra el imperialismo yankee, sobre todo en aquellas disciplinas en las que destacan los norteamericanos como el atletismo, el boxeo o el baseball.
Los helados Coppelia son los mejores del mundo. El Ballet Nacional rivaliza con el Bolshoi de Moscú. Las prostitutas o “jineteras” cubanas son las más sanas e instruidas del orbe, como anunciara el Comandante años después en un discurso, en una especie de cuña publicitaria.
Es la apoteosis del chovinismo. Hasta los Estados Unidos reconocen la excepcionalidad de Cuba y le confieren un status y unas condiciones migratorias especiales a los cubanos que se van.
Esa imagen proyectada es devuelta como un reflejo especular por la izquierda reaccionaria con unos tintes casi místicos, para justificar su defensa a ultranza del régimen. Hace poco leí un breve artículo [3] en el que el autor define en los siguientes términos lo que para él constituye la “excepcionalidad cubana”, pero que tiene la virtud de reunir, según su peculiar interpretación, casi todos los tópicos (algunos muy pintorescos, como lo de la conciencia espartana) que utiliza la retroprogresía:
  
“…Cuba ha logrado erigirse en precedente histórico. Obligada a operar, por necesidad, bajo un modelo de economía de guerra impuesto por el criminal bloqueo imperial estadounidense y sus múltiples mecanismos de sabotaje y desestabilización, su precariedad productiva nunca presentó las condiciones propicias para la tentación siquiera a la privatización de la conciencia denunciada por el Che Guevara en el contexto del socialismo real europeo. Las condiciones estoicas propiciaron siempre una conciencia espartana. La escasez objetiva de incentivos materiales hizo que el cubano sólo pudiese dar sentido a su vida a partir de unos incentivos mayormente inmateriales, es decir, éticos. De ahí que el estrepitoso colapso de la Unión Soviética, no hamaqueó en lo esencial a la Revolución cubana. Sus enemigos se quedaron aguardando por su muerte anunciada.
 
La historia, como sentenció Georgi Plejanov, tiene de sujeto protagonista a los seres humanos, lo que en el caso de la Cuba revolucionaria se encarna en un pueblo encabezado por una figura de la talla de un Fidel Castro Ruz, un ser fuera de serie y contra toda corriente. Éste se empecinó siempre en aprovechar cada oportunidad que le presentó cada coyuntura para avanzar, consolidar cuando fuese dable y rectificar cuando fuese necesario, una y otra vez, para repotenciar lo único que le puede dar sentido a una historia que desde Martí demuestra estar hecha no de leyes objetivas e infranqueables, sino que más bien de voluntades aguerridas y comprometidas”.
Fin de la cita. Pero este fragmento, además de ilustrar los prejuicios y creencias habituales, identifica el elemento esencialmente diferenciador del socialismo cubano: el liderazgo indiscutido e indiscutible de Fidel Castro, en consonancia con el papel que juegan en la historia “las voluntades aguerridas y comprometidas”.
Los países de Europa Oriental (excepto la Yugoslavia independiente de Tito, y la paranoica, aislada y autárquica Albania de Enver Hoxha) fueron auténticos satélites de la Unión Soviética, cuyos dirigentes debían su propio ascenso y mantenimiento en el poder al reajuste geopolítico que supuso la II Guerra Mundial. Funcionaron como burocracias partidistas perfectamente alineadas con los dictados soviéticos, siguiendo la tradición de los partidos comunistas occidentales (alterada por Berlinguer) y fueron totalmente dependientes en todos los aspectos.
El Partido Comunista (Partido Socialista Popular) no promovió la revolución en Cuba, e incluso condenó el asalto al Cuartel Moncada dirigido por Fidel Castro, calificándolo de “aventurerismo político y de putchista” en un primer momento.
   
Fidel Castro siempre fue esencialmente “fidelista”, y por momentos parece que la URSS orbitó alrededor de su figura y no a la inversa, como en el caso de la participación de Cuba en la subversión y en los conflictos armados en el mundo, y en Angola de manera particular. El Comandante asegura que “ellos (los soviéticos) aunque no fueron consultados sobre la decisión cubana de enviar tropas a la República Popular de Angola, habían decidido posteriormente suministrar armamento para la creación del ejército angolano, y habían respondido positivamente a determinadas solicitudes nuestras de recursos a lo largo de la guerra. [4]
Al Kremlin le preocupaba el más que probable fracaso de la aventura angolana, la puesta en peligro de la doctrina de la coexistencia pacífica, de los acuerdos SALT II y de sus relaciones con el resto de los países africanos, y a Fidel Castro le quitaba el sueño la pérdida de su liderazgo en el Tercer Mundo en general, y en África en particular. Con el éxito militar inicial comenzaron a fluir los recursos soviéticos en apoyo a la intervención cubana, que como ya se ha visto se extendió por casi dieciséis largos y penosos años.
¿Quién podía confiar en el triunfo de un pequeño país como Cuba en una guerra convencional a miles y miles de kilómetros de su territorio, enfrentada al más poderoso ejército de la región, que contaba además con el apoyo de Zaire, de los Estados Unidos y de China? Solamente un voluntarista acérrimo, un ego desmesurado, un hombre totalmente convencido de su propia predestinación para cambiar la historia del mundo a su mayor gloria, un dictador resuelto a involucrar en su particular aventura y hasta las últimas consecuencias a un pueblo sojuzgado y sometido, podía haber hecho algo así. Evidentemente se trataba de una gesta a la medida de Fidel Castro.
El mito más extendido entre la izquierda occidental acerca de la excepcionalidad de la revolución cubana, es que esta representa el intento en la década del 60´ de construir un socialismo autóctono y más democrático a solo 90 millas del imperio yankee, que demostraría la independencia del proceso cubano con respecto a la Unión Soviética o a China, cuyo fracaso sería imputable esencialmente al asedio norteamericano, y en mucha menor medida a algún que otro error de la revolución, fruto de un bienintencionado y puro idealismo.
Ese período representaría, según el imaginario retroprogre, una arcadia feliz en la que las carencias y restricciones de los cubanos serían vistas (siempre desde fuera) como un “regreso a lo esencial”, mitad consecuencia del bloqueo norteamericano y mitad renuncia voluntaria a la cultura consumista de las sociedades burguesas, en la medida en que se fortalecía la conciencia revolucionaria y la defensa de la “soberanía”. Al propio tiempo Cuba sería en aquellos momentos un espacio de libertad sin parangón, en el que todas las ideas serían respetadas y debatidas sin limitación alguna.
Vale la pena detenerse en el análisis de este mito, una elaboración teórica asociada principalmente a la intelectualidad europea para legitimar al régimen, que ahora pretende ser rescatado para reivindicar la validez del “socialismo del siglo XXI”.
  
En octubre de 1962, Castro está profundamente herido en su orgullo por la manera en que ha sido ninguneado en el proceso de negociación que puso fin a la Crisis de los Misiles. Al propio tiempo sabe que el socialismo con “Paltó, Chapka y Valenki” [5] ha perdido su atractivo para la intelectualidad de izquierda (o sea, para el 90% de los intelectuales del mundo), y que los continuadores de la tradición estalinista lo quieren controlar desde el Kremlin a través de sus agentes de confianza en la isla. Ante este escenario, desarrolla oportunamente la caza de la “microfracción” y anuncia con bombo y platillo la construcción de un socialismo autóctono.
Con el concurso de los intelectuales orgánicos del régimen, Cuba se convierte en los años 60´ en el polo magnético ideológico y cultural de la intelectualidad de izquierda del mundo, en el sitio de encuentro para debatir sobre las principales tendencias del pensamiento y de la cultura del momento, en el entorno físico incomparable de una ciudad (La Habana) que entonces aún conserva destellos de su anterior esplendor.
En esos años frecuentan la isla renombradas figuras como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortazar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Allen Ginsberg, Hans Magnus Enzensberger (que vivió en Cuba algunos años), Graham Greene, Charles Wright Mills y un larguísimo etcétera.
Escritores, artistas plásticos, dramaturgos, cineastas y diletantes de los cinco continentes celebran encuentros, conferencias, seminarios y talleres. La Habana es una enorme vitrina para darse a conocer, para publicar, exhibir y exhibirse, al tiempo que se adquiere un certificado de progresía.
Hablan (encantados de oírse a sí mismos) de Georg Lukács y de la dialéctica del arte y las contradicciones sociales; de Gramsci y de la hegemonía cultural de las clases dominantes; de Marcuse, de las “necesidades ficticias” y de la conciencia alienada; de la ruptura epistemológica de Marx a partir de “La Ideología alemana”, según Althusser; de Rosa Luxemburgo y del condicionamiento mutuo de la espontaneidad y la organización; de la revolución permanente de Trotsky, de la “revolución en la revolución” de Regis Debray, de la importancia de la conciencia en el socialismo según Che Guevara. También hablan de las guerrillas, de la “violencia como partera de la historia” citando a Engels, del papel catalizador de las vanguardias revolucionarias en los procesos de cambio, de la internacionalización de la revolución, del arte como un arma al servicio de la misma.
Su cuartel general es la Casa de las Américas y se alojan en los mejores hoteles de la ciudad, mientras que en esos mismos instantes, más allá de los confortables y climatizados lobbies donde disfrutan (ellos si) de la excelente coctelería cubana, no existe la libertad de prensa ni de opinión; se impone el pensamiento único, el sometimiento y la simulación; alrededor de 60,000 cubanos se apiñan en las cárceles y en los campos de trabajo forzado; cientos de alumnos y profesores son expulsados de las aulas universitarias y de los institutos en las asambleas por la moral comunista; los fusilamientos se cuentan ya por millares, cientos de miles han tomado el camino del exilio sin regreso, y el racionamiento es la dura realidad cotidiana para millones de habitantes de la isla.
También hay cientos de miles o quizás millones que apoyan a la dictadura y/o participan de la represión por convicción o por oportunismo. La sociedad cubana está rota, aquejada de una grave enfermedad terminal.
En cambio la intelectualidad de izquierdas en occidente percibe (o declara percibir) una “vitalidad política” en Cuba a raíz de la “polémica” surgida entre las posiciones que defienden la “ortodoxia” del socialismo soviético, y los “herejes” que promueven una vía autóctona hacia el socialismo.
Dejando a un lado el hecho evidente de que en esa polémica no hay espacio para una tercera opción (¿socialismo a la soviética o socialismo “democrático”?... esa es la cuestión) lo que en realidad está ocurriendo es que Fidel Castro está intentando legitimar desde el punto de vista ideológico una purga interna de corte estalinista en toda regla, solo que (como no podía ser menos tratándose de él) la supuesta herejía que se opone a la ortodoxia, es su propio y personalísimo estalinismo.
   
La vía cubana hacia el socialismo y su proyección internacional requiere una fundamentación teórica. De aquí que el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana recibe la tarea de “superar” las enseñanzas de los profesores hispano-soviéticos Luis Arana Larrea (filósofo) Anastasio Mansilla (especialista en “El Capital”, jefe de la cátedra correspondiente en la Universidad Lomonosov de Moscú, y profesor en el Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de la URSS, del cual Che Guevara recibió clases particulares) y María Cristina Miranda (historia universal) cuya misión era “refundar” la Universidad desde la óptica marxista, y preparar a los profesores que ya estaban sustituyendo al viejo claustro.
De ese departamento emergen dos publicaciones, “El Caimán Barbudo” y “Pensamiento Crítico”. El primero es un suplemento cultural del periódico Juventud Rebelde, órgano oficial de la UJC, del que fue director Jesús Díaz (quien también formaría parte del Consejo de Dirección de Pensamiento) y que, según sus propias palabras, creyó “que una vanguardia política… era conciliable con una vanguardia artística experimental e incluso herética”. [6]
Ese carácter “herético” nunca llegó en ninguno de los casos a la disidencia abierta con la línea oficial, porque como también confiesa “…nosotros, y yo personalmente, apoyábamos la revolución cubana, por ingenua, ilusa, estúpida o culpable que pueda considerarse esa actitud, que era también, por otra parte, abrumadoramente mayoritaria entre los intelectuales de la época en Cuba y fuera de ella”.
Los participantes en la experiencia de “El Caimán Barbudo” (su nombre evoca inequívocamente una “Cuba revolucionaria” [7]) aspiraban a hacer literatura dentro de la revolución con ciertas libertades formales, y nada más.
En el citado artículo Díaz pone como ejemplos de fricción con las organizaciones políticas, concretamente con la UJC, cosas tan anodinas como una autocaricatura del dibujante Posada en la que aparece desnudo; un cuento de Carlos Victoria en el que se recrea una masturbación; una sección de humor que se les antoja irrespetuosa a los censores; el desenfado de algunas críticas dirigidas a alguna institución estatal (nunca a la política del estado); un poema de Juan Gelman en el que se refiere de un modo metafóricamente elogioso al Comandante como “El Caballo”, o (lo más grave con diferencia) un comentario de Heberto Padilla ponderando muy positivamente la novela “Tres Tristes Tigres” de Guillermo Cabrera Infante, que ya entonces era una “no persona” por haberse radicado fuera de Cuba, en contraposición con “Pasión de Urbino” de Lisandro Otero, a la sazón vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura.
“Pensamiento Crítico” por su parte fue la punta de lanza teórica del Comandante contra la microfracción, contra los manuales de marxismo, y contra el órgano oficial de los comunistas prosoviéticos (“Cuba Socialista”).
Con el pretexto de “rescatar la riqueza original del marxismo para conectarla con sus desarrollos históricos y contemporáneos”, la publicación no solo cumplía con los objetivos anteriormente reseñados, sino que se convertía a los ojos de la intelectualidad de izquierda mundial en la prueba del carácter excepcionalmente independiente de la revolución cubana con respecto a Moscú, y en una tribuna para canalizar las críticas al socialismo soviético.
“Pensamiento Crítico” fue una publicación instrumental dirigida a restarle legitimidad ideológica a todos aquellos que, desde la ortodoxia marxista, intentaban criticar el voluntarismo y el poder unipersonal de Fidel Castro, al tiempo que enfatizaba la supuesta búsqueda de nuevos caminos teóricos y nuevas concreciones que avalaran la disparatada “praxis” cubana, de cara principalmente a la galería internacional.
El que desde las alturas nunca se haya reivindicado su carácter oficial, no significa que no lo fuera. El no reconocimiento de esa oficialidad ha sido una práctica corriente que le ha permitido al poder “la amputación de un órgano” en cualquier momento, sin tener que hacer ninguna rectificación política o ideológica por ello. Además, en rigor, todas las publicaciones cubanas han divulgado los dogmas oficiales, que en definitiva es su misión.
Y como es natural, igual que en el caso del “Caimán Barbudo”, la crítica de la línea oficial no fue una de las características de “Pensamiento Crítico”. Una prueba de ello y de su resuelto alineamiento con las tesis del trostkismo-guevarismo, del marxismo-fidelismo heterodoxo y del antisovietismo entonces en boga, es la publicación a modo de homenaje póstumo en su primer número de febrero de 1967 de dos ensayos (La violencia y los cambios sociales, y La revolución verdadera, la violencia y el fatalismo geopolítico) firmados respectivamente por el sacerdote católico colombiano Camilo Torres Restrepo y el periodista venezolano Fabricio Ojeda, dos conocidos guerrilleros que murieron en 1966.
Díaz refleja la falta de crítica en su balance final acerca de la publicación:
En la columna de los logros cuenta con un activo impresionante: haber introducido en la Cuba de Castro y del Partido único las inquietudes y reflexiones del 68; en cambio, en la del debe acumuló una deuda impagable, no haber hecho honor a su nombre, no haber pensado críticamente a la revolución cubana. En efecto, ni en el seno de la revista ni en el del Departamento de Filosofía se produjo ningún análisis crítico sobre la convulsa realidad nacional. La nuestra fue la generación del silencio; nunca cesaré de avergonzarme por ello ante los jóvenes intelectuales cubanos.”
Esa última afirmación es válida como un ejercicio de autocrítica benevolente, pero si se le hubiese ocurrido hacer lo que dice, la respuesta represiva hubiese sido instantánea, y su vida posterior también hubiese sido muy distinta a la que fue. Como él mismo afirmara, el Comandante podía permitir la crítica contra los soviéticos, pero nunca contra sí.
De todos modos, no es difícil acceder a las declaraciones de Jesús Díaz antes de su exilio para comprender por qué no era posible esperar de él otra cosa que el compromiso (al menos declarado) con el régimen. No fue precisamente el silencio lo que lo caracterizó.
   
En contra de lo que afirma de manera un tanto pretenciosa, las inquietudes y reflexiones del 68 nos llegaron a los “cubanitos de a pie” a través de la propaganda oficial, convenientemente filtradas, traducidas y despojadas de cualquier parecido o asimilación crítica con la realidad política cubana, más que por esas publicaciones.
Por otra parte, “Pensamiento Crítico” (según Díaz, internamente se autodenominaban en broma “Pensamiento Críptico”) no estaba dirigido al gran público. El carácter pretendidamente “abierto” de las polémicas y los debates reproducidos o publicados en este u otros medios de comunicación quedaba limitado a una élite, bien por el lenguaje que empleaban sus protagonistas, plagado de conceptos filosóficos incomprensibles para los no iniciados, o bien por el poco interés que desde el punto de vista práctico pudieran suscitar en una población bastante más preocupada por “resolver” un litro de leche, y que en un porcentaje nada desdeñable prefería bailar el “mozambique” con “Peyo el Afrokán” [8], que desentrañar el materialismo antropológico de Feuerbach.
       
Pero exteriormente, para la intelectualidad occidental, si tuvo un innegable valor ideológico, metodológico y logístico la posibilidad ofrecida por Cuba de contar con los espacios y recursos necesarios para interactuar, y para elaborar un discurso que legitimara y promoviera el espíritu revolucionario de la época, alejado de las desgastadas y desprestigiadas consignas del comunismo soviético.
Una vez eliminada la microfracción, conjurado el peligro quintacolumnista, y ante la necesidad de reconstruir las relaciones con la Unión Soviética, el grupo de “Pensamiento Crítico” fue acusado por el mismísimo Raúl Castro de “diversionismo ideológico”, tras “recibir múltiples denuncias” (presuntamente) de los propios estudiantes de la Universidad a los que les impartían clases de filosofía.
El último número de la revista (el 53) fue publicado en junio de 1971; el Departamento de Filosofía fue clausurado, el claustro dispersado (aunque la mayoría se reubicó muy bien en reconocimiento a los servicios prestados, algunos en el Centro de Estudios de América anexo al Comité Central del PCC, lugar absolutamente impropio para redimir a un desviado ideológico) y la casa que ocupaba en el número 507 de la calle K en el Vedado, fue derruida hasta los cimientos por alguna ignota razón.
 
Para los artistas e intelectuales nacionales y extranjeros que amaban y protegían a la revolución cubana si hubo libertad de crítica y opinión, y tuvieron a su alcance todos los recursos necesarios para divulgar su obra y desarrollar sus carreras profesionales.
Fue (y es) la aplicación del conocido “Camino de Yenán” preconizado por Mao, consistente en aprovechar como arma secreta las ambiciones “pequeño burguesas” de estos intelectuales, en particular de todos aquellos que no logran escalar posiciones importantes por méritos propios en sus respectivos campos de actividad, proporcionándoles todo el apoyo posible a cambio de fidelidad, y convirtiéndoles en dúctiles y obedientes “servidores de conveniencia”.
Pero la infidelidad se paga cara. El servidor que incumple su compromiso será objeto de un despiadado ataque que sirva de escarmiento a los demás, convenciéndoles de la capacidad del régimen de cerrarles todas las puertas, no importa cuán lejanas puedan estar. Los escritores, académicos y artistas cubanos en el exilio (y no pocos extranjeros) saben por propia experiencia que el largo brazo del Comandante llega a cualquier sitio.
El idilio de los intelectuales de occidente con la revolución dejaría al menos un resultado positivo desde el punto de vista cultural. Gracias a ello, los habaneros en particular tuvimos acceso como espectadores, en “dosis” bien calculadas y controladas, al Op-art y al arte cinético, al Neorrealismo o a la Nouvelle Vague. Otra cosa muy distinta es la libertad de creación tanto formal como de contenido.
La exposición francesa de arte moderno conocida como el Salón de Mayo se presentó en La Habana en agosto de 1967, con centenares de obras exponentes de la vanguardia europea, norteamericana y latinoamericana. Fui testigo presencial de la elaboración por decenas de artistas de un gran mural colectivo que presidió la fachada del recién estrenado Pabellón Cuba, una calurosa noche del mes de julio anterior a la inauguración oficial de la muestra.
De esa noche guardo también el recuerdo indeleble de un instante, apenas una visión fugaz: una muchacha con unos enormes ojos negros, mostrándome con un gesto cómplice sus manos embadurnadas con pintura.
Un rostro que la magia del cine reproduciría casi fielmente para mí unos 35 años después en “Amélie”, la cinta de Jean-Pierre Jeunet protagonizada por Audrey Tautou en el papel de Amélie Poulan. Realidad y ficción, ambas en la memoria, definitivamente a salvo de cualquier desengaño.
En los circuitos de estreno en aquellos momentos, y con posterioridad en los cines de ensayo (en los mismos en los que nunca se estrenó PM por citar solo un ejemplo de lo contrario) vimos a Rossellini, Visconti, de Sica, Godard, Truffaut, Chabrol, Resnais y a Agnés Varda. También a Kurosawa, Bergman, Antonioni, Welles, Rosi, Wajda, Forman, Fellini, Risi, Lelouch, Comencini, Zeffirelli, Passolini, Saura, Rocha o a Pontecorvo.
En las nuevas editoriales no había espacio para los best seller del momento (que nos las ingeniábamos para conseguirlos y leerlos de contrabando), pero junto a los inevitables títulos de la literatura épica soviética como “Así se templó el acero” de Nicolai Ovstrovski, “La carretera de Volokolamsk” de Alexander Bek, “Somos hombres soviéticos” de Boris Polevoy, “El comité regional clandestino actúa” de Yuri Bondarev, o “Ellos se batieron por la patria” y “El Don apacible” de Mijail Sholojov, se hicieron tiradas masivas de las obras de Sinclair Lewis, Thomas Mann, William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck, Tennessee Williams, Norman Mailer o Arthur Miller entre muchos otros autores, en ediciones rústicas y a unos precios casi simbólicos. Creo recordar que eran los libros de ediciones Huracán a los que se les desprendían las hojas, pero ello no desmerita en nada el resultado.
Cito solo a escritores y dramaturgos exponentes de la cultura del Imperio sobre los que gravitaba la bendición de la izquierda, bien por la temática de sus obras, por su trayectoria vital o por su filiación política, sobre todo en el caso de los intelectuales nombrados que estaban vivos en aquel entonces.
Recuerdo una excelente “Antología del Teatro Norteamericano”, acompañada (eso si) de un marco histórico, político y cultural del autor y su obra, desde la única óptica posible. Pero con separar convenientemente la paja del trigo quedaba resuelto el problema.
No obstante, en esos mismos momentos, antes y/o después (muchos aún estaban en la isla) la lista de los autores e intelectuales de distintas disciplinas y de cualquier nacionalidad impublicables en Cuba por razones estrictamente ideológicas es muy extensa. A modo de ejemplo, y solo entre los de nacionalidad cubana que ya habían salido o saldrían del país, cito la relación que Carlos Alberto Montaner [9] incluye en su ponencia “Literatura y exilio”, a la que habría que añadirlo a él mismo:
               
La lista de notables escritores cubanos radicados en el exilio es impresionante…  Primero, hace casi cincuenta años, llegaron algunos de los que ya habían logrado un gran reconocimiento en la Isla: Lydia Cabrera, Lino Novás Calvo, Jorge Mañach, Carlos Montenegro, Ramón Ferreira http://congresosdelalengua.es/valparaiso/ ponencias/america_lengua_espanola/montaner_carlos_a.htm-nota10#nota10, Gastón Baquero, Enrique Labrador Ruiz (quien consiguió emigrar mucho después del triunfo de la revolución) y Leví Marrero.
 
Luego siguieron, en distintos momentos, los entonces muy jóvenes Guillermo Cabrera Infante, Matías Montes Huidobro, Severo Sarduy, Nivaria Tejera, Eduardo Manet, Hilda Perera, Pedro Entenza, Luis Ricardo Alonso, Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé, Humberto López Morales, Carmelo Mesa Lago, Rita Geada, Orlando Rossardi, Ángel Cuadra, Uva de Aragón, Olga Connor, René Ariza, Maricel Marsán y Amelia del Castillo. Más adelante, en medio de sucesivas oleadas de exiliados, se les unieron Reinaldo Arenas, Vicente Echerri, Armando Valladares, los hermanos José, Juan y Nicolás Abreu, Luis de la Paz, Manuel Díaz Martínez, José Triana, Armando Álvarez Bravo, César Leante, Andrés Reynaldo, Antonio Benítez Rojo, Zoé Valdés -probablemente el autor cubano traducido a más lenguas- Daína Chaviano, Antonio Orlando Rodríguez, María Elena Cruz Varela, Eliseo Alberto, Jesús Díaz, Rafael Rojas, Raúl Rivero, Ernesto Hernández Busto, Antonio José Ponte, Juan Manuel Cao, Ladislao Aguado, Miguel Sales y tantos otros.
Habría que sumar también a los insiliados y a los que permanecieron silenciados o ignorados dentro de Cuba durante muchos años, algunos hasta su muerte, como José Lezama Lima o Virgilio Piñera entre otros.
La apasionada relación con los intelectuales occidentales comenzó a agriarse en 1968, con el apoyo del Comandante a la invasión soviética de Checoslovaquia, y se resquebrajó de manera muy importante en 1971 como consecuencia del “Caso Padilla”. No digo que se quebró definitivamente; no digo que se convirtió en repulsa. Al parecer ninguna barbaridad ha sido suficiente hasta hoy, en el inicio de la segunda década del siglo XXI, para provocar el rompimiento definitivo.
El llamado Caso Padilla tuvo una gran repercusión a nivel internacional. Todo comenzó cuando el poeta Heberto Padilla, respondiendo a la convocatoria del certamen literario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en su edición del año 1968, presentó a concurso el poemario “Fuera de Juego”, y ganó el Premio de Poesía Julián del Casal, pese a todas las presiones a las que fueron sometidos los miembros del jurado, integrado por J. M. Cohen, César Calvo, José Lezama Lima, José Zacarías Tallet y Manuel Díaz Martínez.
El libro se publicó finalmente, pero con una extensa “nota” del comité director de la UNEAC [10], redactada el 28 de octubre de 1968 luego de una reunión de varias horas, expresando su desacuerdo con el contenido y con el premio concedido por considerarlo “ideológicamente contrario a la revolución”. Algo similar ocurrió con otro premiado, el dramaturgo Antón Arrufat, por su obra “Los siete contra Tebas”.
De esta forma el citado comité ejercía “su derecho y su deber de defender los principios de la revolución frente a sus enemigos”, en particular frente a aquellos que “utilizan medios arteros y sutiles para actuar”.
A continuación, la nota destaca la coyuntura en la que tiene lugar el concurso, “en momentos en que al­canzaban singular intensidad ciertos fenó­menos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda revo­lución social profunda”; que la UNEAC (dejando claro “que el respeto a la libertad de expresión por parte de la revolución no se podía poner en duda”) había autorizado la publicación “de textos literarios cuya ideología, en la superficie o subyacente, andaba a veces muy lejos o se enfrentaba a los fines de la revolución”. Y que esa “tolerancia” fue interpretada como un “signo de debilidad”, como “libertad para la expresión contrarrevolucionaria… en un clima de liberalismo sin orillas, producto siempre del abandono de los principios”.
Inmediatamente, comienza una disección ideológica de la obra. Partiendo del título (Fuera de Juego) que “deja explícita la autoexclusión de su autor de la vida cubana”, se le acusa seguidamente de ambigüedad por “situar su discurso en otra latitud” de modo que “las comparaciones (con la realidad cubana) solo podrán establecerse en la conciencia sucia del que haga los paralelos”.
Se le declara culpable de mantener una actitud “criticista”, distante del “compromiso activo que caracteriza a los revolucionarios”, y “antihistórica” por “la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo”, algo que es propio “del pensamiento de derechas” y de “las concepciones de la ideología liberal burguesa”.
Se le acusa de homenajear “al que permanece al margen de la sociedad”, haciendo una distinción “entre el que acepta la socie­dad revolucionaria… el que baila como le piden que sea el baile y asiente incesantemente a todo lo que le ordenan, el acomodado, el conformista que habla de los milagros que ocurren, el obediente… y el desobe­diente, el que se abstiene, el visionario que asume una ac­titud digna”; de ver “la historia como un enemigo”, de hacerle los honores a “la vieja concepción burguesa de la sociedad comunista” según la cual “el que vive en la revolución ab­jura de su personalidad y de sus opiniones para convertirse en una cifra dentro de la muchedumbre, para disolverse en la masa despersonalizada”.
También se le acusa de “ausentismo (absentismo) de su patria en momentos difíciles de enfrentamiento al imperialismo… de su inexistente militancia personal… de convertir la dialéctica de la lucha de clases en la lucha de sexos… de sugerir la existencia de persecuciones y climas represivos… de identificar lo revolucionario con la ineficiencia y la torpeza… de conmoverse con los contrarrevolucionarios que se marchan del país y con los fusilados por sus crímenes contra el pueblo… de encasillar a la Revolución de Octubre en acusaciones e imágenes como el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche, o el círculo vicioso de lucha y de terror”.
Finalmente se le señala una “falta de ética matizada de oportunismo” por presentarse a un concurso de la UNEAC después de haber injuriado a la organización en ocasiones anteriores sin retractarse, y se resalta su “adhesión al enemigo por la de­fensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Ca­brera Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Re­volución”.
Por mucho menos miles de personas ya habían sido condenadas a largas penas de prisión. Pero el momento propicio para ajustar las cuentas con Padilla aún no había llegado.
En 1968 Castro aún necesitaba el resuelto apoyo de la intelectualidad occidental, en momentos en que desconfiaba de la ayuda militar del campo socialista y de la solidaridad de los partidos comunistas de las democracias liberales para defender a la revolución cubana, a juzgar por la experiencia de Vietnam.
En el jurado que le concedió el premio había dos extranjeros (el poeta peruano César Calvo y el traductor inglés J. M. Cohen, cuyo labor profesional fue decisiva para el conocimiento en Europa de la literatura latinoamericana de entonces) y aún estaba demasiado reciente el eco del Congreso Cultural de la Habana de enero de ese mismo año, en el que representantes de 70 países apoyaron unánimemente las tesis y resoluciones emanadas del encuentro.
Mucho más reciente era el encontronazo con algunos intelectuales occidentales por la represión soviética en Checoslovaquia, y la recuperación de las relaciones con la URSS debía de avanzar un trecho aún no recorrido.
(continuará)
Notas:

[1] Moreno Fraginals, Manuel.- “Cuba/España, España/Cuba: Historia Común” Editorial Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995. Bernardino de Calzada debe ser Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, conocido también como Bernardino Iñiguez de la Calzada, o como Bernardo de Calzada en el poema épico Nuevo Mundo y conquista, de Francisco de Terrazas. Actuó como veedor del Rey en al menos una expedición a Yucatán junto a Hernán Cortés, según reseña el poema de Terrazas.
[2] Fue un ejemplar único, mezcla de Holstein y Cebú, cuyas “hazañas productivas” (109,5 litros de leche en un día de enero de 1982, y 24,269 litros en un período de lactancia de 305 días) están registradas en el Libro Guinness, y que la propaganda del régimen citaba como ejemplo de la pujante ganadería cubana. Ya a finales de los 80´ antes de que desapareciera el campo socialista, en Cuba se había producido una reducción de la masa ganadera con respecto al año 1954, todo un logro. Su cuerpo embalsamado se conserva en el Centro Nacional de Veterinaria, y en donde nació (Nueva Gerona, Isla de la Juventud) hay una estatua de mármol en su memoria.  
[3] Rivera Lugo, Carlos.- “Reflexiones a propósito del comunismo cubano” Publicado en Internet en RedBetances.
[4] Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz en el acto conmemorativo por el aniversario 30 de la Misión Militar cubana en Angola, y el aniversario 49 del desembarco del Granma, Día de las FAR, el 2 de diciembre de 2005.
[5] Abrigo, gorro de piel con orejeras flexibles (también llamado “Ushanka” o gorro ruso) y botas de fieltro, respectivamente, que usaban los soviéticos masivamente.
[6] Díaz, Jesús.- “El fin de otra ilusión” Revista Encuentro de la Cultura Cubana Nº 16/17, Primavera/Verano del 2000. Jesús Díaz fue miembro del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana, Director de “El Caimán Barbudo”, y miembro del Consejo de Dirección de la revista “Pensamiento Crítico”
[7] La forma alargada y estrecha de la isla recuerda la figura de un caimán, y a los combatientes del Ejército Rebelde se les llamaba “barbudos” por las barbas que atestiguaban su permanencia en la guerrilla. Es el “largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua” al que se refiere Nicolás Guillén en su conocido poema.
[8] Músico cubano que popularizó el llamado “ritmo Mozambique” con su orquesta integrada por tambores y metales.
[9] Montaner, Carlos Alberto.- “Literatura y Exilio”. Ponencia presentada en el V Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) celebrado en Valparaíso (Chile) en Marzo de 2010, dentro del Panel “Lenguas y culturas hispánicas en los exilios”.
[10] Ver una edición completa del libro, que incluye la nota de referencia y el dictamen del jurado en “Círculo de Poesía” Revista electrónica de literatura.

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