lunes, marzo 17, 2014

Mariel: apostando para perder... otra vez

cubanalisis
Dr. Eugenio Yáñez
Como continuamente ocurre en Cuba, en estos últimos tiempos ya ha surgido una nueva estrella en el firmamento de las fórmulas mágicas o milagrosas para la supuesta solución definitiva de todos y cada uno de los problemas del país, que con el paso del tiempo irá mostrando, como todas las anteriores, su carácter efímero.

Cuando un gobierno pretende ignorar las reglas elementales de la economía, y considera que basta con la voluntad de sus líderes para lograr lo que se proponga, aprende mucho más temprano que tarde que ese es el camino equivocado, y lo lógico e inteligente sería un cambio de dirección rectificando las desviaciones anteriores y tratando de encontrar el rumbo recomendable en base a las enseñanzas de la ciencia, la experiencia universal y la modernidad.

Sin embargo, en el caso cubano, no se trata de una equivocación que se haya producido una única vez, sino varias, y en ningún caso se ha intentando volver a los caminos de la experiencia y la lógica, sino que se considera, contra todo sentido común y pragmatismo, que con una utopía mayor que la anterior no solamente se logrará lo que se desea, sino que también serán superados los temas y problemas que quedaron pendientes al fracasar la previa. 

La utopía y el fracaso

Y la historia se continúa repitiendo, fracaso tras fracaso, utopía tras utopía, siempre culpando del fiasco a fuerzas externas, ajenas, incontrolables y malignas, a las que se les llama “factores objetivos” con ese malabarismo castrista de disfrazar el lenguaje para pretender enmascarar la realidad, y nunca reconocer el voluntarismo que se practica y que conduce inexorablemente al fracaso.

Así ha sucedido a lo largo de más de medio siglo con la reforma agraria, la reforma urbana, la industrialización, la campaña de alfabetización, las guerrillas latinoamericanas, el Cordón de La Habana, la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar en 1970, los planes especiales, los faraónicos proyectos en la ganadería y la pesca, las microbrigadas para la construcción, las escuelas al campo y en el campo, la brigada comunista que construía la planta de fertilizantes de Cienfuegos, la columna juvenil del centenario, las milicias de tropas territoriales, el médico de la familia, la brigada Che Guevara, la batalla de ideas, la siembra de pangola, la emulación socialista, el internacionalismo proletario, los complejos agroindustriales, la inseminación artificial, la siembra de algodón, la masificación de universidades y la universalización de la enseñanza, la malanga isleña japonesa, el plátano microjet, la guerra de todo el pueblo, el ordeño automático, los contingentes obreros, el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, la ley de la vivienda, el período especial, los trabajadores sociales, las combinadas cañeras, el protestódromo, las marchas del pueblo combatiente, Ubre Blanca, la batalla contra la corrupción, la potencia médica, la revolución energética, los planes arroceros, la moringa, el trabajo voluntario, el café mezclado, los proyectos hidráulicos, la cría artificial de tilapia, y cuanto desaforado y caprichoso proyecto haya pasado por la mente calenturienta de Fidel Castro.

Cuando se hizo evidente la debacle del “socialismo real”, la caída del Muro de Berlín, y el desmerengamiento de la Unión Soviética, se instrumentaron nuevos proyectos supuestamente maravillosos que se aseguraba eran los adecuados para permitir sacar al país del fondo del abismo a que lo había conducido el castrismo durante treinta años. Así se promovió entonces el desarrollo del turismo, la ingeniería genética y la biotecnología, la industria del petróleo, la producción de azúcar y derivados, la producción de níquel, la exportación de servicios médicos, la entrega en usufructo de tierras ociosas, las refinerías petroleras enmarcadas en los proyectos de Petrocaribe y del ALBA, la colaboración con Venezuela, o la declaración de la producción nacional de alimentos como un asunto de seguridad nacional del país.

Sin embargo, casi con la misma celeridad con que fueron apareciendo las supuestas nuevas fuentes mágicas de soluciones para los problemas del país, va surgiendo la certeza de que las cosas no pueden ser resueltas como se pretende desde el Palacio de la Revolución en La Habana, y se iban imponiendo otras realidades, menos sensacionalistas que las que se proclaman en los discursos, congresos, plenos del comité central y reuniones ampliadas del consejo de ministros, pero más acordes con las verdaderas posibilidades, y como resultado de los esfuerzos realizados.

Las utopías más recientes

En nuestros días ya no se trata de apostar por el turismo en abstracto, que a pesar de las extraordinarias condiciones naturales de la Isla no se puede limitar a sol y playa ni basarse en atraer solamente segmentos de mercado extranjero que no aportan demasiado a los ingresos de la nación. Mucho menos cuando el turismo en Cuba depende de una producción nacional de alimentos, insumos y servicios que resulta insuficiente, de poca diversidad y de muy baja calidad, cuando se compara con lo que se ofrece por parte de la competencia internacional.

El turismo en Cuba se mantiene atascado a determinado nivel y sin poder avanzar entre las limitaciones materiales y la ineficiencia de una gestión donde confluyen combinadas todas las limitaciones y trabas de la economía centralizada, la incompetencia, la ineptitud, la abulia, la desidia, la corrupción y la burocracia.

Si se comparan los niveles actuales de la actividad del turismo en Cuba con los que existían hace un cuarto de siglo o durante toda la etapa “revolucionaria” en el país, los resultados son alentadores, pero si la comparación es con las cifras y resultados de esa misma actividad turística no ya en todo el mundo, sino en naciones cercanas, mucho más pequeñas y con menos fuerza de trabajo calificada, como República Dominicana, San Vicente y las Granadinas, Grenada, Bahamas, Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago, Santa Lucía, Antigua, Guadalupe, Martinica, Panamá, Turcos y Caicos, Gran Caimán, Montserrat, o regiones mexicanas específicas como Cancún, Cozumel y la Riviera Maya, todo cambia.

Cuba no solamente no marcha a la vanguardia y ni siquiera en el pelotón de avanzada en lo que a explotar eficiente y efectivamente sus múltiples recursos y maravillas naturales, y a beneficiarse de ingresos netos por la actividad del turismo se refiere, sino que resulta incomparablemente ineficaz.

Con la ingeniería genética y la biotecnología tampoco se avanza como se imaginó y como se desearía, y los delirios de grandeza de Fidel Castro en este campo podrían haber sido apropiados para entretener aduladores y visitantes ingenuos, y para poder tener algo que decir a la población mediante la prensa domesticada, para que los cubanos no se dieran cuenta de que no había soluciones para los tremendos problemas que era necesario enfrentar.  

Pero la palabrería de los discursos no bastaba para poner a punto un plan global y estratégico, responsable y realista, de producción y mercadeo, y mucho menos para poder colocar en un mercado tan competitivo como ese los productos cubanos, como no fuera a través de gobiernos aliados o simpatizantes dispuestos a consumir buena parte de la producción biotecnológica cubana, al margen de su calidad real y de las condiciones del mercado.

Las otras aparentes estrellas del firmamento, que en algún momento se pensó que podrían lograr resultados promisorios, como el níquel y la industria azucarera, ya han demostrado que han alcanzado las cotas máximas dentro del manicomio castrista, y que sin una verdadera gestión empresarial moderna y dinámica, y programas serios de inversiones y desarrollo, no pasarán de ser promesas incumplidas e ilusiones vanas.

Los contratos de administración con que se hacen funcionar en la Isla muchos hoteles e instalaciones turísticas de todo tipo, fundamentalmente por parte de los españoles, y que se autorizaron también con carácter experimental para ejecutar por los brasileños en un central azucarero en la provincia de Cienfuegos, no bastan para transferir la experiencia y posibilidades de gestión a las contrapartes cubanas, no por limitaciones de aprendizaje o falta de interés por parte de los cubanos, sino por las múltiples y permanentes trabas y dificultades que el sistema cubano de economía centralizada continúa imponiendo al desarrollo de las fuerzas productivas en el país, a pesar de tantos reiterados fracasos y frustraciones que permanentemente ocurren en todas las ramas y sectores de la economía.

Para empezar a destrabar ese sistema se requieren inversiones que ni soñando podría el neocastrismo obtenerlas sin la participación de la inversión extranjera y la tecnología occidental, lo que no se podrá lograr mientras no exista en el país un marco jurídico apropiado para la llegada y despliegue de nuevas inversiones de emprendedores serios y con recursos. Porque los capitalistas de pacotilla van a Cuba no a invertir en grande sino a establecer chinchales y chiringuitos y coger mangos bajitos en operaciones de servicios o suministro para la economía de subsistencia cubana, mientras disfrutan el clima tropical, el sol y la playa, y se lanzan a la búsqueda de la mulata (o mulato) de sus sueños que les haga felices mientras se benefician obscenamente esquilmando a los cubanos en complicidad con la dictadura.

Varitas mágicas que no funcionan

Los proyectos creados en colaboración con China, Vietnam y Rusia ya han mostrado sus límites, mucho más estrictos que lo que deseaban en La Habana. Los chinos hace mucho tiempo que han dejado atrás la ideología y la filosofía en sus relaciones comerciales e inversiones en el extranjero, y se basan en patrones tan concretos como la competitividad, la oferta y la demanda, las necesidades productivas y las garantías de recuperación de sus capitales y créditos, y no se acuerdan ni de un internacionalismo proletario abstracto que ya no existe.  El espíritu de la Gran Marcha de Mao Zedong en estos momentos ya no conduce a una nueva, abstracta y gloriosa sociedad paradisíaca, sino a territorios mucho más concretos y ventajosos, como las naciones petroleras del Medio Oriente, la Bolsa de New York, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Vietnam, aunque aun nostálgico de aquellos tiempos antiimperialistas que considera gloriosos, y que quizás se mencionen y recuerden al inicio de conversaciones comerciales para darle sabor “revolucionario” a las reuniones, se guía también por esas materialistas consideraciones comerciales a la hora de negociar.

Por eso, y más allá de donaciones de cientos de miles de toneladas de arroz a Cuba, y otras donaciones menores aunque cargadas de simbolismo, ya que recalcan la permanente ineficiencia castrista frente a la legendaria tenacidad vietnamita, Hanoi requiere que La Habana haga lo que hoy no hace, el envío de una contrapartida adecuada de productos y servicios para hacer funcionar el comercio entre los dos países y un intercambio que verdaderamente resulte productivo y conveniente para ambas partes.

Rusia, por su parte, como mantiene con el binomio Putin-Medvedev la nostalgia y muchas de las aspiraciones de la era soviética y la pasión por la guerra fría, así como por las tibias y calientes cuando les parece conveniente, en el tema cubano no tiene reparos en realizar declaraciones de apoyo y firmar convenios de colaboración que contribuyan a consolidar y afianzar la presencia rusa en el hemisferio occidental.

De ahí su papel en la reparación y construcción de aeropuertos cubanos y la presencia de aviones rusos en la flota comercial cubana, y la manera en que utiliza la influencia del régimen de la Isla para avanzar más en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y otros países latinoamericanos, a través no de eventuales bases navales, como se repite absurdamente por la prensa desinformada, sino de centros de aprovisionamiento, reposta y reparación de equipos, y para el descanso y esparcimiento de sus tripulaciones.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, están muy lejos, por no decir inaccesibles, aquellos días de la desaparecida Unión Soviética, cuando las armas y los recursos financieros, materiales y científicos se enviaban hacia La Habana prácticamente sin mirar las cuentas ni el estado de las arcas, y muchas veces en base a lo que solicitaran esos revoltosos cubanos de Fidel Castro que andaban por medio mundo creando, fomentando y peleando conflictos ajenos, para gloria y orgullo del comunismo internacional.

La condonación a Cuba del 90% de la deuda que existía con Moscú desde los tiempos de la Unión Soviética, y que Rusia asume como propia, no se realizó para regalar recursos a la dictadura cubana ni mucho menos, sino porque esa acción básicamente representa el reconocimiento de que Cuba nunca podría pagarla ni estaba dispuesta a hacerlo, y entonces Moscú prefirió desarrollar una jugada que compromete a La Habana con el apoyo y la colaboración para hacer avanzar más profundamente los intereses de Rusia no solamente en América Latina y el Caribe, sino también en África.

Por eso hay que estar consciente de que en ningún caso las añoranzas de Moscú por los tiempos de la desaparecida superpotencia implican subsidiar y mantener indefinidamente al gobierno cubano de espaldas a los imperativos económicos y financieros de la nación eslava.

Por otro lado, las posibilidades de prospección, extracción y producción de petróleo en la cuenca submarina de los mares al norte de Cuba, en lo que se conoce internacionalmente como la Zona Económica Especial cubana, dividida en 59 bloques marítimos, recibieron un duro golpe con los fracasos en los primeros intentos llevados a cabo por la petrolera española Repsol, la malaya Petronas, PDVSA, de Venezuela, y la rusa Zarubezhneft, que enfriaron los ánimos en La Habana.

No se trata de que no exista petróleo en esas áreas, sino que se encuentra a muy grandes profundidades, bajo lechos de rocas submarinas muy duras, y su extracción conlleva un alto costo de operación de las plataformas semi-sumergibles. Ante tales dificultades, y eventuales yacimientos más promisorios localizados recientemente en otras partes del planeta, las compañías petroleras prefirieron trasladar sus esfuerzos a otras regiones y mantener los proyectos en las aguas cubanas dentro de sus carteras de negocios, pero sin considerarlas prioridades inmediatas.

Cada vez menos opciones

De manera que, cada vez más y más, las opciones disponibles para Raúl Castro y su gerontocracia a la hora de encontrar una varita mágica, un sencillo botón maravilloso que al apretarlo garantice el funcionamiento de la economía y la tranquilidad de la camarilla, se reducen continuamente y no aparecen posibilidades de revertir esta tendencia, a no ser que estuvieran dispuestos a realizar en serio las transformaciones que se necesitan, y esa voluntad no se ha visto hasta ahora, a pesar de todas las declaraciones altisonantes, discursos, congresos partidistas, campañas de prensa y discursos de Raúl Castro para justificar todo lo que no se hace con explicaciones abstractas y aquella frasecita de “sin prisa pero sin pausa”.

Lo que en un momento parecía que podría ganar mucha más fuerza, que fueron los proyectos para la construcción de campos de golf y marinas de lujo, en un esfuerzo encaminado a atraer a la Isla el turismo de high-end. En un momento se hizo referencia a la construcción de dieciséis campos de golf, donde podrían estar involucrados más de tres mil millones de dólares, así como marinas de lujo vinculadas con instalaciones turísticas paradisíacas, concebidas para el uso y disfrute de verdaderos magnates que podrían gastar su dinero para asegurarse temporadas agradables en Cuba sin tener que preocuparse demasiado, no de paseantes de clase media con embarcaciones de unos pocos metros de largo.

En realidad, estos proyectos no han avanzado mucho más allá de los primeros chapoteos, debido a que sigue empantanada la cuestión relativa a la propiedad de superficie en los inmuebles que serían vendidos, lo que impide el desarrollo de la confianza de potenciales compradores, que tienen muchas otras atractivas opciones disponibles tanto en las costas del Golfo de México como en las del Mar Caribe.

La mayor y aparentemente más segura fuente de ingresos del régimen, la que más se había desarrollado en los últimos años y la que más promisoria se presentaba, que tiene que ver con la amplia exportación de servicios médicos a todas partes del mundo, ahora comienza a padecer serias dificultades.

Algunos antiguos aliados que cuentan con arcas más profundas, como Angola, Argelia, República Surafricana, Guinea Ecuatorial e Irán, parecen haber alcanzado ya los límites lógicos y de intereses propios que esa colaboración les permite con relación a Cuba, y aunque lo desearan no podrían ir mucho más allá por ese camino.

El gran Rey Midas contemporáneo para el régimen, que es el gobierno venezolano, con la situación actual que se vive en aquel país, entre protestas estudiantiles y de la población, cuestionamientos al gobierno, reclamos de salida de los asesores militares y de seguridad cubanos, y una represión cada vez más torpe y brutal por parte del liderazgo post-chavista, ya no constituye fuente segura de subsidios y ayuda a través de los programas de colaboración establecidos.

Por ello, y aunque tal vez todavía las cosas no estén como para que se interrumpan bruscamente esas relaciones intergubernamentales que tantos beneficios y recursos aportan a La Habana a costa del sudor y las carencias de los venezolanos, es de pensar que en el Palacio de la Revolución y en La Rinconada, basados en la formación militar de la alta jerarquía, desde hace tiempo tienen que haberse previsto escenarios donde esta colaboración se pueda limitar, o incluso interrumpirse, lo que traería consigo nuevas y complejas realidades nada convenientes al neocastrismo.

La carta brasileña, las remesas y el embargo

De ahí el acelerado y estrecho acercamiento en los últimos tiempos con el Brasil de la guerrillera urbana Dilma Rousseff y el sindicalista y corrupto Luiz Inacio Lula da Silva, donde al momento de escribirse estas líneas ya se habla de una colaboración de servicios médicos cubanos en el gigante suramericano que asciende a unas 11,400 personas, 9,000 de ellos médicos, y que, a pesar de los más recientes aumentos de salarios como tímida respuesta de los gobiernos de Brasil y Cuba a las protestas por el abusivo pago que llegaba a manos de los médicos cubanos, todavía representan cientos de millones de dólares anuales en plusvalía para la tiranía de La Habana.

Otro de los salvavidas del régimen son las remesas que los cubanos en el exterior envían a sus familiares y amigos en la Isla, así como los envíos de medicamentos y productos con el mismo destino, por valor de varios miles de millones de dólares anuales que entran al país y que, más tarde o más temprano, terminan de una u otra forma en los cofres de la gerontocracia gobernante.  

Aunque es muy difícil conocer el volumen exacto del valor anual de estos envíos de productos y dinero, porque el gobierno cubano no publica estadísticas sobre estos aspectos, y parte de esos envíos se realizan por vía personal sin que medien empresas o registros, no existen dudas de que superan ampliamente los ingresos que producen la industria turística, la azucarera y la minería en Cuba, y con seguridad superan también la suma total de los ingresos netos de esas tres actividades mencionadas.

Es bochornoso que la dictadura cubana no brinde información sobre uno de los rubros de ingresos mayores y más importantes que recibe, y que tienen para el gobierno un costo mínimo en recursos materiales y humanos, por el simple hecho de no querer reconocer que los “gusanos”, la “escoria”, personas a quienes tanto ha vilipendiado, nunca dudan en enviar continuamente a familiares y amigos en la Isla recursos fundamentales para la subsistencia.

Además, y mucho que le duele a la dictadura, una gran proporción de los cubanos que envían dinero y recursos hacia Cuba residen en el sur de Florida, en ese territorio que genéricamente se conoce como Miami o el Gran Miami, cubanos que radican entre lo que en La Habana llaman cobarde y despectivamente, sin especificar, “la mafia de Miami”, y que al ser el territorio extranjero donde más cubanos se concentran es también la plaza desde donde más dinero y recursos salen anualmente hacia la Isla.

El régimen está apostando, también, a que de alguna manera el gobierno americano, sin violar las regulaciones del embargo que están codificadas en la legislación y sobre las que solo podría actuar el Congreso de Estados Unidos para modificarlas, apruebe a través del sistema de órdenes ejecutivas del presidente la autorización de viajes a Cuba de todos sus ciudadanos, sin las limitaciones de los objetivos de los viajes y las cantidades de dinero que pueda gastar en el país cada viajero.

A pesar de que sabe que la otra opción es mucho más difícil, la dictadura continúa moviendo peones en el exterior, un grupo de los cuales acaba de celebrar un encuentro en Miami, al que se dijo que asistieron unas cincuenta personas, para abogar por el levantamiento del embargo y poder restablecer una “relación normal” entre ambos países. Algunos de los participantes en el cónclave expresaron maravillas tales como que “una mayoría de cubanos residentes en Estados Unidos se opone a la política de embargo” o que “hay que fomentar un cambio de mentalidad” entre los cubanos del exilio (parece que los reunidos contra el embargo no consideran necesario ningún cambio de mentalidad por parte del gobierno cubano). Según los participantes, unos eventuales cambios que se producirían tras una supresión del embargo “no serían inminentes y formaría parte de un proceso” al que no se le han determinado plazos, límites ni condiciones, sino solamente ilusiones abstractas.
 
Sin embargo, existen serias complicaciones en las relaciones bilaterales provocadas por la arbitrariedad de mantener encarcelado en La Habana al ciudadano norteamericano Alan P Gross con una atrabiliaria condena de quince años de cárcel, y la absurda pretensión de canjearlo por espías capturados de la “Red Avispa”, que fueron juzgados con amplias garantías, hallados culpables, y que cumplen sus sanciones en Estados Unidos.

Ya Washington ha respondido claramente que tal canje no procede y no lo acepta, pues Alan P Gross no era un espía al servicio del gobierno de Estados Unidos, como eran los miembros de la Red Avispa con relación al gobierno cubano. En tales condiciones, lo que pretende La Habana no tiene futuro, pues no parece demasiado fácil la posibilidad de que un presidente de Estados Unidos, quienquiera que sea y del partido que sea, pueda estar dispuesto a flexibilizar las regulaciones para viajes de americanos a Cuba, una medida que de seguro beneficiaria al régimen sin una contrapartida adecuada o algún tipo de beneficio para el gobierno norteamericano o la población cubana en la Isla.

¿Por qué, entonces, debería Washington complacer a La Habana a cambio de nada, y nada menos que frente a un país que durante más de medio siglo no ha dado muestras de un interés real en mantener relaciones amistosas con Estados Unidos?

Sin embargo, a pesar de todas estas realidades, la dictadura cubana ha podido beneficiarse de dos nuevas fuentes de apoyo que no se veían como evidentes un tiempo atrás: el gobierno de México y nuevamente el gobierno de Brasil, ambos interesados en estar presentes en el escenario cubano “el día después”, es decir, cuando se produzcan los grandes funerales y comience la larga y tortuosa senda del post-castrismo hacia quién sabe dónde.

El nuevo gobierno del PRI en México, a través del birlibirloque y el cantinfleo para explicarlo a su pueblo, redujo casi el 80% de la deuda cubana que databa desde bastantes años atrás, y reestructuró el remanente de esa deuda para ser pagado en diez años, operación muy peligrosa cuando se trata del régimen de La Habana, un deudor que no se caracteriza precisamente por cumplir sus obligaciones ni por su puntualidad a la hora de hacerlo.

El megapuerto de El Mariel

Brasil, con un plan más antiguo y también de largo plazo, y las mismas intenciones que los mexicanos, contribuyó con más de setecientos millones de dólares a la construcción de un moderno megapuerto en la bahía de El Mariel, que deberá concluirse en su totalidad en el 2015, y del cual en el pasado mes de enero se pusieron en funcionamiento los primeros setecientos metros de espigones.

En aquella inauguración ocurrió algo paradójico: se recibió el primer buque, nada menos que norteamericano, el “MV.K Breeze”, cargado con quinientos contenedores de pollos congelados para consumo de los cubanos, y para la siguiente semana se esperaba otro buque de la misma línea, el “Crowler”, en lo que constituiría una curiosa manera de reforzar y profundizar por parte de Estados Unidos un supuesto “criminal bloqueo imperialista” contra Cuba, según declara continuamente la propaganda del gobierno de La Habana.

Sin embargo, más allá del simbolismo y la carga política de la inauguración, que contó también con la presencia de los presidentes de Venezuela y Bolivia, Nicolás Maduro y Evo Morales, que participaban, como Dilma Rousseff, en la cumbre de la CELAC en La Habana, no estuvieron presentes en ningún caso ni inversionistas, ni exportadores o importadores, ni armadores de empresas navieras, ni representantes de los sectores que serían los encargados de que se moviera el megapuerto una vez que los “dirigentes” se retiraran de la actividad, acabaran las fotos de la inauguración, se apagaran las cámaras de televisión, y hubiera que volver a la normalidad, es decir, a producir bienes y servicios y a crear riquezas.

Y aquí fallaron no los planes, que no parecían existir, sino también las ideas, que parecen escasas, y quizás hasta los sueños, porque tras la ceremonia de inauguración, durante las semanas siguientes, en un puerto concebido en última instancia para operar entre 700,000 y un millón de contenedores anuales, que representan entre 53,000 y 86,000 mensuales, como señala nuestro colega Lázaro González, solamente transitaron por sus instalaciones 7 buques y 1,158 contenedores, lo que provocó una precipitada visita de Lula da Silva a La Habana, porque a ese ritmo los mil millones de dólares que Brasil ha puesto en ese proyecto corrían el riesgo de morir de aburrimiento y finalmente desaparecer ante la poca efectividad de la actividad de los cubanos.

Por eso Lula da Silva, que sabe perfectamente todo lo que se trae entre manos, declaró en público que “...a partir de ahora se inicia un proceso más complicado aún y es el de convencer a los inversionistas de las oportunidades que ofrece la Zona… ahora solamente necesitamos derrumbar el bloqueo norteamericano para que Cuba pueda desarrollarse a plenitud”. Es decir, que la tarea que queda por delante se presenta como mucho más compleja que la misma construcción del megapuerto.

La razón del compromiso brasileño con el megapuerto era la posibilidad de contar con un puerto de aguas profundas capaz de recibir, operar y trasbordar los gigantescos buques “Panamax” y “post-Panamax” que surcarían el Canal de Panamá una vez que las obras de ampliación de esa vía interoceánica queden concluidas en 2015, y donde Mariel podría ser un atractivo puerto de trasbordo, aunque no le faltarían competidores en el Caribe, el Golfo de México y la costa este de Estados Unidos.

Para el gobierno cubano, era también la posibilidad de convertir al Mariel en el principal puerto comercial cubano, dejando al de La Habana, tras un proceso de modernización, saneamiento y dragado, para el servicio a cruceros y buques de turismo que se prevén arribarían a la Isla en un futuro no lejano, vinculando ese puerto con el área turística de La Habana Vieja y la Bahía de La Habana con los complejos monumentales de El Morro y La Cabaña, y creando una potente infraestructura de almacenes, tiendas, restaurantes, instituciones de arte y cultura, y centros de diversión y esparcimiento, todo en función del turismo extranjero en la capital del país.

Sin embargo, el gran limitante de todos esos proyectos brasileño-cubanos sigue siendo el embargo de Estados Unidos contra el régimen. Para Brasil este limitante real no presiona demasiado, pues aunque la solución de este dilema demore, no demorará más que la solución biológica por la que pasarán los hermanos Castro más tarde o más temprano, y los brasileños confían, o quizás es que saben algo que no han hecho público, que se podría conseguir un acomodo con el gobierno de Estados Unidos si se ofrecen concesiones suficientes por parte del gobierno cubano para encontrar una solución intermedia mientras el Congreso de los Estados Unidos no elimine la compleja legislación del embargo, y en Brasilia consideran que pueden estar en condiciones de apretar lo suficiente a los “amigos cubanos” para que aparezca tal solución por algún lugar.
 
Tan convencidos parecen los brasileños con encontrar salida a tales atascos que muy recientemente el gobierno de Brasil anunció un nuevo crédito por 290 millones de dólares para que el gobierno cubano continúe las obras alrededor del puerto del Mariel, lo que eleva los créditos alrededor del proyecto del megapuerto a mil millones de dólares.

La Zona de Desarrollo Especial de Mariel

Con la creación de una Zona de Desarrollo Especial que se ha convertido en estos momentos en la nueva utopía, la nueva panacea con la que el neocastrismo considera que podría resolver todos los problemas que le golpean y atenazan durante tantos años, y que les posibilitaría, tal vez, enfrentar los complejos escenarios que se producirían si por alguna razón no deseada la situación se modifica tanto en Venezuela que no se pueda seguir contando con las ayudas y subsidios que se han recibido de ese país en los últimos años.

El gobierno de Raúl Castro ha concentrado en estos momentos el principal proyecto de desarrollo económico del país, (por encima del de refinación petrolera en la región de Cienfuegos en cooperación con Venezuela, que era de elevadísima prioridad), en lo que se conoce con el nombre de Zona de Desarrollo Especial de Mariel (ZDEM), que aunque no se repita muchas veces por la prensa oficial cubana se subordina operativamente a la corporación Almacenes Universales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

La Zona se extenderá alrededor de la bahía de El Mariel, situada a 45 kilómetros (unas 29 millas) de La Habana, donde se proyecta crear un área de 465 kilómetros cuadrados alrededor del puerto, con la intención declarada de atraer inversión extranjera e innovación tecnológica, lograr una elevada concentración industrial con vistas a incrementar las exportaciones, sustituir importaciones y generar nuevas fuentes de empleo, en articulación y consonancia con la economía interna.

En la Zona, según señala el gobierno cubano en informaciones divulgadas para promover el proyecto y en la legislación puesta en vigor, se fomentará y protegerá a empresas, proyectos industriales, agropecuarios, metalmecánicos, turísticos y todo tipo de actividad permitida por las leyes cubanas, que utilicen tecnologías limpias y produzcan bienes y servicios de valor agregado basado en el conocimiento y la innovación.

Para el régimen, según palabras del general-presidente, se trata de la obra más importante que se está haciendo en el país, y donde se supone que “están las bases para alcanzar el despegue económico que necesitamos”.

Para ello, se llevan a cabo en función del Proyecto de la Zona de Desarrollo Especial Mariel inversiones y trabajos de construcción en las vías férreas y los viales para garantizar las conexiones con la capital del país, así como en el abasto de agua, infraestructura de telecomunicaciones, sistemas técnicos de seguridad y protección, electricidad, en la zona de actividades logísticas y en el dragado de la bahía.

En otras palabras, la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZDEM) es ahora la nueva varita mágica a la que apuesta el régimen en su permanente juego de ruleta rusa con la economía.

Y aunque ciertamente, según declaran funcionarios del régimen, se han presentado para la Zona unas setenta propuestas, de las cuales no se conocen ni el grado de concreción ni los objetivos, y además unas sesenta solicitudes de ampliación de información, tal parece que las propuestas recibidas se enfocan hacia los sectores de industria ligera, envases y embalajes, química, sideromecánica, materiales de construcción, logística y farmacéutica, en propuestas provenientes de España, Italia, Rusia, Brasil y China. Por regiones, Europa ha mostrado el mayor interés (54%), seguida por América Latina (29%) y Asia (17%).

Aunque las cifras pudieran parecer interesantes a primera vista, no hay nada claro con relación a informaciones imprescindibles, como por ejemplo cuánto capital de trabajo generarían, cuántas inversiones directas e indirectas, cuántos ingresos brutos podrían esperarse, qué porcentaje del PIB representarían esas cifras,  cuánta fuerza de trabajo se contrataría y dónde vivirían todos esos trabajadores si no existen viviendas suficientes alrededor o en ñareas cercanas a la ZEDM, así como a cuanto ascendería el beneficio neto económico, tecnológico y social para el país, entre otras muchas interrogantes.

Sin disponerse de las informaciones anteriores es muy difícil tener un criterio realista de lo que representaría la ZDEM. Y por eso mismo es que vale la pena preguntarse si un inversionista serio y con posibilidades reales de aportar un capital significativo a un proyecto cualquiera en la ZDEM, estaría dispuesto a arriesgarlo en un país donde hasta estos momentos no existe ni una ley de inversiones verdaderamente transparente ni un marco jurídico realmente confiable.

Un país donde la imprescindible separación de poderes que debe existir en cualquier nación para que funcione un Estado de derecho que permita al inversionista reclamar ante tribunales imparciales y profesionales en caso de cualquier desavenencia o diferencia de interpretación con sus contrapartes, es una ficción con referencia a Cuba, donde no se oculta que los miembros de los tribunales no se subordinan a las leyes ni a su conciencia, sino, en primer lugar, al Partido Comunista.

Mucho peor aun cuando se conoce, y así se proclama en la Constitución, que el gobierno cubano también reconoce que ese partido “es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado” y que, por lo tanto, no hay posibilidades reales de imparcialidad y trato justo y profesional cada vez que sea necesario litigar con contrapartes que actúan como juez y parte simultáneamente.

Limitaciones de la Zona de Desarrollo Especial

Entonces, la Zona Especial de Desarrollo Mariel prevista por el régimen está resultando demasiado complicada y poco promisoria. ¿Cómo es que podría lograrse que la actividad de la ZEDM se articule y se pueda mantener en consonancia con la economía interna, si en el país no existe un mercado interno ni una demanda real más allá de la economía de subsistencia?

Con una población con ingresos por trabajador estatal, aun considerando generosamente los equivalentes de lo que recibiría a través de la educación y salud pública gratuitas, que no resultan suficiente ni para lograr una alimentación decorosa y adecuada para la familia durante todo el mes, mucho menos para obtener vestuario, calzado, medicamentos, posibilidades de adquisición o reparación de vivienda, facilidades de transporte para asistir al trabajo o a gestiones personales, o el simple y modesto esparcimiento, ¿cómo puede desarrollarse el mercado interno?

Que en Cuba existan actualmente automóviles nuevos en venta a precios estratosféricos no significa que exista una demanda real y solvente de los mismos ni un mercado interno real. Las necesidades por sí mismas, sin posibilidades materiales de satisfacerlas, no pueden considerarse como demandas reales, sino solamente como aspiraciones y deseos abstractos de las personas, con el mismo grado de concreción que la aspiración de todo ser humano a alcanzar el paraíso en otra vida, lograr ser una persona buena, o que en el mundo no existan injusticias.

Entonces, si el inexistente mercado interno no puede ser factor para articularse y actuar en consonancia con la economía interna, que por otra parte funciona con una moneda que no es la misma que la moneda fuerte que debe funcionar en la ZDEM, tal zona tendrá que articularse y pretender funcionar exclusivamente con el comercio exterior y, en el mejor de los casos, con una mentalidad de actividades “off-shore”.

Lo anterior no sería necesariamente imposible, sino perfectamente factible, pero entonces el proyecto no tendría posibilidades de convertirse en esa especie de locomotora o de varita mágica que hizo señalar a Raúl Castro que sería el lugar donde estarían “las bases para alcanzar el despegue económico que necesitamos”.

Ahora bien, si la ZDEM se concebirá en la práctica en función de actividades “off-shore”, habría que preguntarse si realmente en Cuba existen las condiciones para vincular la lenta maquinaria de la economía cubana a las velocidades y requerimientos que suponen la globalización y la automatización de infinidad de procesos, donde a cada paso es un poco más imprescindible una gestión moderna y eficiente.

Para la operación y manejo del megapuerto de Mariel fue contratada la compañía PSA International, de Singapur, empresa con gran experiencia en esas actividades, que ya opera otros catorce puertos en todo el mundo y continúa presentando licitaciones en diversos países para ganar el derecho a operar otros más. En este sentido se puede suponer que existe la capacidad gerencial suficiente para operar el nuevo megapuerto con efectividad, eficiencia y solidez.

Sin embargo, ni el puerto mejor operado del mundo puede resolver problemas que surjan en la economía cubana producto de la centralización absoluta, las trabas burocráticas, el descontrol y la corrupción.

Por ejemplo, el proceso de aprobación de los pedidos por parte de los inversionistas, a través del mecanismo llamado de ventanilla única, donde se supone que han sido introducidas mejoras para agilizar, mejorar la tramitación y hacer más seguro el proceso, demora entre 45 y 65 días, según informa la Oficina Reguladora de la ZDEM, entidad directamente subordinada al Consejo de Ministros. Sin embargo, nuestro colega Lázaro González nos indica desde Toronto, Canadá, que esos mismos plazos teóricos ya funcionaban hace años en los grandes almacenes de Wajay, Berroa y en el mismo Mariel en su momento. Entonces, ¿dónde estaría la diferencia en las nuevas condiciones que se supone que se introducen con la ZDEM?

Por otra parte, el gobierno requiere que los eventuales inversionistas suministren tecnología, mercados, bienes de capital, know-how y capacidad gerencial, y que todo ello sea compatible con las “prioridades” del país, pero en realidad esas prioridades no las conoce ni el mismo gobierno.

Aún si los potenciales inversionistas aceptaran jugar con esas reglas del juego que se pretenden establecer desde La Habana, habría que preguntarse qué tiempo se requeriría por la parte cubana, independientemente de los proyectos y programaciones que se diseñen por los inversionistas extranjeros, para proyectar cada una de las inversiones, ejecutar la construcción civil, instalación y montaje del equipamiento y pruebas de puesta en marcha, así como poner en funcionamiento la nueva inversión, ajustar el arranque y alcanzar el nivel de capacidad mínima requerida para que tal inversión sea sustentable.

¿Qué tiempo se requeriría para todo eso? Naturalmente, los plazos varían de acuerdo a las dimensiones y complejidad tecnológica, pero parecería imposible que, en las condiciones cubanas, en el mejor de los casos, todo eso pueda realizarse en menos de dos años para cada inversión, y no debe olvidarse que en la ZDEM, de acuerdo a lo previsto, se estarían llevando a cabo diversas inversiones al mismo tiempo en un área que cuenta con una extensión superficial relativamente limitada.

¿Estaría el gobierno cubano en condiciones de asegurar que todo eso funcionara a la vez sin interferirse unas inversiones con las otras, y sin que al mismo tiempo choquen con los intereses y prioridades de otros componentes de la economía que no estén vinculados con la Zona de Desarrollo Especial, y sin que se generen trabas, demoras, complicaciones y cuellos de botella por situaciones imprevistas?

Teniendo en cuenta el historial del régimen durante más de medio siglo, no parece nada adecuado otorgarle, porque no se lo ha ganado ni lo ha merecido, el beneficio de la duda ante una tarea de tal magnitud.

¿Funcionaría la nueva varita mágica del régimen?

¿Significa todo lo anterior que todo el proyecto de Mariel (conformado por el megapuerto y la Zona de Desarrollo Especial) está condenado de antemano al fracaso, suceda lo que suceda?

La respuesta más seria debería ser un rotundo no, no necesariamente fracasaría.

Sin embargo, si no se modifican los condicionantes externos del proyecto, las múltiples trabas y coyundas de la economía centralizada contra la gestión empresarial, la continua injerencia del partido comunista en el funcionamiento de la economía, y la poca seriedad con que se abordan las tareas económicas en el país, sin tener en cuenta conocimientos y experiencias contemporáneas para dirigir la economía y la nación, no se podrá avanzar demasiado.

Si el proyecto del Mariel es visto como una herramienta del desarrollo que requiere un conjunto de acciones que hay que llevar a cabo para que pueda funcionar efectivamente, y que obligará a modificaciones y transiciones dolorosas en los hábitos de dirigir que han estado presentes en la dirección del país durante tantos años, entonces podría aspirar a lograr resultados positivos.

Si, por el contrario, es visto como la nueva varita mágica con que se resolverían todos los problemas que hay que resolver y que no se sabe cómo se resolverán, entonces los únicos resultados posibles serán los mismos a los que ya nos tienen acostumbrados después de más de medio siglo.

Sería, una vez más, una apuesta para perder, y que requerirá justificaciones abstractas, culpar a factores externos del fracaso, y tratar de inventarse otra nueva utopía, para poder mantenerse hasta el próximo fracaso.

Al menos mientras los cubanos en la Isla sigan soportando este insulto a la inteligencia que en nuestros días todavía se sigue llamando la revolución cubana.

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