lunes, marzo 10, 2014

Cuba y el Síndrome Kiev-Caracas

rumbacaracas.com
Dr. Eugenio Yáñez
Si algo demuestra claramente el carácter cargadamente emocional con que los cubanos analizamos muchas cosas que ocurren en el mundo, son las conversaciones sobre Venezuela y Ucrania en las últimas semanas.

Si con la Primavera Árabe surgieron esperanzas sobre la posibilidad de replicar en Cuba procesos semejantes, a pesar de las sustanciales diferencias entre las sociedades árabes y la cubana, ahora con las noticias desde Ucrania y Venezuela vuelven a surgir parecidas expectativas.

Es normal que así sea, con tantos cubanos cansados de más de medio siglo de dictadura, pero si las extrapolaciones se realizan superficialmente es probable que esta incipiente situación, que pudiéramos llamar el síndrome de Kiev-Caracas, que comienzan a vivir muchos cubanos, lleve a frustraciones y decepciones que pueden hacernos mucho daño.

Si se plantean casi todos los temas en blanco y negro, sin grises ni matices, cualquier criterio que no coincida con lo que algunos llevan en mente, solamente merece desprecio, insultos o subestimación, en La Habana o Caracas: ¿cuál es la diferencia en el enfoque de la polémica y el trato a las opiniones diferentes?

En La Habana acusan de mercenario y en Caracas de fascista a quien no piense de manera similar a la establecida por la liturgia del poder: el maniqueísmo es la única base del razonamiento, si a eso se le puede llamar razonar, y el espectro macabro que preside todo intercambio de criterios, propuestas o acusaciones.

De tal manera que no existen tonalidades y luminosidad diferente a los extremos que se enarbolan, sean los que sean. De la forma en que se cuentan las historias en La Habana, todos los “revolucionarios” son buenos, muy buenos, y los demás son malos, muy malos. Nada diferente de la versión caraqueña: los herederos de Chávez son buenos, buenísimos, y los demás son malos, malísimos.

No tiene cabida la posibilidad de que los buenos puedan tener algunas cosas no tan buenas, o malas, o de que los malos sean capaces de algunas cosas no tan malas, o buenas. Como si alguna maldición genética impidiera salirse de categorías pre-establecidas por el maniqueísmo para clasificar las posiciones, y se tratara de situaciones inapelables o sin capacidad de evolución.

En resumen: en La Habana te pueden acusar en cualquier momento de mercenario, agente de la CIA (o del Mossad) o blandengue, y en Caracas de fascista, escuálido o guarimbero. El objetivo no es describir a nadie para poderlo entender, sino fusilarlo moralmente. Y en eso hay suficiente experiencia en ambos países.

En estas polémicas la cultura, el conocimiento acumulado y las experiencias históricas no influyen cuando los ánimos se calientan y los ataques valen más que los argumentos.

Así, en esta vorágine se puede opinar de la situación en Crimea sin haber visto nunca ni siquiera un mapa del Mar Negro, no tener idea dónde está la base naval de Sebastopol, no recordar para nada que se produjo hace más de medio milenio la toma del Paso de los Dardanelos por los turcos que obligó a Cristóbal Colón a navegar obsesionado hacia el oeste buscando la India y las especias para terminar descubriendo un insospechado mundo nuevo, o conocer la diferencia entre Tashkent, Kiev, Novosibirsk y Minsk.

Y algunos de los que polemizan a gritos en estos días no tienen ni siquiera idea, por ejemplo, de que las manifestaciones y choques más violentos de estudiantes venezolanos en estos días con las fuerzas represivas en las calles, aunque ya van por más de veinte muertes, todavía no alcanzan la magnitud, el patetismo y el drama que significaron los terribles días vividos durante el “Caracazo” en 1989 y los centenares de muertos que dejó.

Lo mismo sucede más acá: difícilmente se conozca demasiado, por parte de quienes no sean venezolanos, de la historia de Venezuela, la gesta, guerra y frustraciones de Simón Bolívar -más allá de “El general en su laberinto” de Gabriel García Márquez- o las peculiaridades específicas del caudillismo venezolano, la historia guerrillera de los años sesenta del siglo XX y el papel de las fuerzas armadas venezolanas en ese conflicto, así como las características de la actividad democrática venezolana surgida del Pacto de Punto Fijo, y su existencia y vicisitudes hasta la llegada de Hugo Chávez al poder.

Sin embargo, esas carencias no preocupan demasiado a quienes den por sentado que es imposible que no suceda lo que tanto se desea, y por eso hay quienes auguran, casi que para mañana por la tarde después del aguacero, el colapso definitivo del chavismo-madurismo, la recuperación de la democracia en Venezuela, el regreso de los exiliados venezolanos a su país, el corte radical de los regalos de petróleo con intenciones políticas a muchos países, la expulsión inmediata de los cubanos que se encuentran en Venezuela y, por efecto dominó, un nuevo período especial en Cuba que culminaría, horas antes, horas después, con un “Sedano” (así, sin la ’s al final) en el Malecón, un Navarro en La Lisa, un Publix en El Cerro y un WalMart en Guanabacoa, municipio al que quizás se podría proponer cambiar su nombre por el de Nueva Hialeah.

Por su parte, la visión oficial desde La Habana contempla en la Isla un pueblo convencido de la justeza de lo que queda de “la revolución”, y que vive feliz entre viviendas que se derrumban diariamente, salarios insuficientes para comer decorosamente la mitad del mes, transporte que requiere horas y horas para realizar los movimientos y traslados más elementales, familias divididas y fracturadas por la separación geográfica y política, y una corrupta burocracia determinada a perpetuarse en el poder, porque “el pueblo” vive feliz celebrando “los logros”, anhelando el regreso de los tres “cinco héroes”, y pendiente de la “actualización del modelo” que pretende ese socialismo sustentable y próspero que ahora se menciona, siempre a la sombra del “líder histórico” del engendro que dividió y destruyó a la nación cubana.

Visión habanera que, de la misma manera autista de interpretar las realidades políticas del día a día, y apostando siempre a que nunca se llegará al límite que hace estallar la caldera, continúa imaginando y describiendo en la prensa oficial a esos venezolanos felices de morir masacrados por la delincuencia en las calles de Caracas, Maracaibo, San Cristóbal o Puerto la Cruz, incluso cuando no existían protestas populares contra el gobierno y los malandros no realizaban tareas “políticas” como en las últimas semanas. El pasado sábado 8 de marzo la corresponsal en Venezuela del periódico español ABC señalaba que los asesinatos en Venezuela, sin ninguna relación con la violencia y los choques en las manifestaciones callejeras y las tensiones políticas de las últimas semanas, se elevaban a 2,841 en los dos primeros meses de 2014.

Como el autismo político no tiene límites racionales, La Habana oficial también los imagina socializando amistosamente en las largas colas que comienzan en la madrugada frente a los pocos supermercados con productos, para comprar harina, papel sanitario o arepas, que se contentan con observar como el bolívar se devalúa diariamente y la inflación estrangula a todos -dicen que por culpa del imperio, los ricos y “la derecha”- fundamentalmente a las capas más humildes de la población, o que aplauden prolongada y estruendosamente a sus corruptos dirigentes boliburgueses, demagogos y oportunistas que se enriquecen escandalosamente con la corrupción,  el narcotráfico, el contrabando, los terroristas de las guerrillas colombianas, y los belicosos iraníes.

Lo que tiene su reflejo en la limitada visión bilateral caraqueño-madurista, que solamente es capaz de distinguir y separar patriotas y fascistas, y considera que los estudiantes que piden tranquilidad en las calles, los venezolanos que desean trabajar en paz, o las amas de casa desesperadas pensando qué poner en la mesa a la hora de la cena, son asalariados del imperio o mercenarios al servicio de quién sabe qué oscura fuerza, como la derecha internacional (cualquier cosa que eso signifique), la injerencia imperialista, el fascismo, o el pipisigallo si fuera necesario.

¿Alguien se ha puesto a pensar que si se le preguntara a Nicolás Maduro por el origen de la palabra “fascista” o la historia del fascismo como movimiento político, probablemente no podría balbucear estúpidamente más que un par de incoherencias, si acaso recuerda algo de las clases en la escuela del Partido Comunista en Cuba?

Y que conste, y es importante señalarlo, lo peor del presidente venezolano no es que haya sido chofer de autobús, un trabajo honesto, ni que sea un ignorante, sino que resulta un perfecto idiota y arrogante, convencido de que el resto de la humanidad es más idiota y más ignorante que él y que, por lo tanto, se creerá todo lo que a él se le ocurra decir.

Sin embargo, ninguno de estos intentos de ignorar la realidad o pretender transformarla a base de retórica y no de acciones específicas que se lleven a cabo, basta para comprender determinadas situaciones y acontecimientos. De manera que deberemos intentar obtener alguna luz analizando determinados detalles que puedan ayudarnos a comprender lo que pudiera estar sucediendo, aunque no resulte necesariamente lo mismo que nos gustaría que pudiera suceder, puesto que se trata de cosas absolutamente diferentes o, en muchas ocasiones, incluso radicalmente divergentes.

Como hay que comenzar el análisis en algún lugar, comencemos con los acontecimientos de Ucrania y veamos posteriormente los de Venezuela.

Ucrania

Como es sabido, el gobierno de Ucrania se debatía hace tiempo entre las presiones para crear una firme alianza con la Unión Europea o vincularse más estrechamente con Rusia, que estaba proponiendo una unión aduanera de la Comunidad de Estados Independientes donde participarían también Belarús y Kazajstán. Aunque en principio parecía que Kiev preferiría a Bruselas y la integración en la Unión Europea, las multimillonarias ofertas rusas terminaron prevaleciendo, y el gobierno ucraniano frenó el acercamiento con la Unión Europea para vincularse mucho más económica y políticamente con Rusia.

La Ucrania dividida entre la población del occidente del país, que se considera ucraniana y se siente cercana a la Unión Europea, y la del este, que se considera rusa y ve con buenos ojos la unión con Moscú, se definió en posiciones antagónicas, y comenzaron las protestas en Kiev, la capital, contra los acuerdos favorables a Moscú, protestas que fueron creciendo en magnitud y calor.

Las demandas se radicalizaron cada vez más, así como la acción de las fuerzas represivas que pretendían impedirlas, y el gobierno ordenó disparar contra los manifestantes, con el claro resultado de decenas de muertos y heridos por parte de los manifestantes, presiones de la Unión Europea sobre el gobierno ucraniano, y el apoyo de Moscú a su aliado, alegando que grupos neofascistas y delincuentes recorrían las calles de Kiev sembrando el caos y provocando el terror, lo que obligaba al gobierno a controlar la situación.

La Unión Europea intentó soluciones diplomáticas mediando entre el gobierno y las fuerzas opositoras, lográndose un principio de acuerdo para darle solución a la crisis, que incluía conversaciones entre las partes, liberación de presos políticos y la realización de elecciones en el mes de diciembre.

Pero los acontecimientos en las calles sobrepasaron lo previsto, las protestas crecieron en la medida que aumentaba la matanza de manifestantes, y las fuerzas represivas se sentían cada vez más aisladas, pues la población se decantaba a favor de los opositores y la rebelión. Así llegó el momento en que el presidente Viktor Yanukovych, escondido, huyó de Kiev hacia Rusia, abandonando sus obligaciones como presidente.

Inmediatamente fue nombrado un gobierno provisional ucraniano, fue excarcelada la líder opositora Yulia Timoshenko, ex-primer ministra de Ucrania (acusada de abuso de poder y encarcelada por Yanukovych en una acción con evidente matiz político), y se anunció la convocatoria a elecciones en el mes de mayo, medidas todas que recibieron inmediatamente el beneplácito de la Unión Europea, que después prometió entregar hasta quince mil millones de dólares en ayuda a Ucrania, a lo que habría que sumar mil millones prometidos por Estados Unidos.
 
Sin embargo, muy pronto se cantó victoria, tal vez demasiado pronto, como si Rusia fuera a permanecer pasiva ante ese cambio brusco de escenarios, aunque no tuviera intenciones de actuar de inmediato en todos los frentes ucranianos. Porque Rusia, resucitando nostalgias de la época soviética, tal vez podría ser un imperio aun sin Ucrania, pero solamente un imperio asiático. Para ser un imperio europeo, y a la vez mundial, Rusia necesita no solamente los 46 millones de ucranianos, su industria y su economía, sino también su geografía, cultura, sentimientos, psicología e historia. Los corazones y mentes de los ucranianos miran hacia Occidente -como siempre han mirado- independientemente de lo que deseen los zares o ahora los presidentes “democráticos” de la Rusia del siglo XXI.
 
Quienes analizaban la situación más profunda y detalladamente advirtieron, con razón, que había que estar muy atentos a los pasos que daría Rusia ante esta situación, y hasta alertaron del peligro de confrontación militar Rusia-Ucrania, con las correspondientes consecuencias que eso pudiera tener para la OTAN y toda Europa.

Rusia, sin embargo, parece haber separado dos temas en este teatro de operaciones: por un lado la independencia e integridad territorial de Ucrania, y por otro, las garantías para el funcionamiento de su base naval de Sebastopol, en la península de Crimea, que le garantiza la salida de su Flota del Mar Negro a las aguas cálidas del Mediterráneo.

Crimea era un territorio ruso que en 1954 el ucraniano Nikita Krushev, entonces primer ministro soviético, entregó a Ucrania como “gesto simbólico” por el 300 aniversario de la incorporación de Ucrania a Rusia. Ahora es una República Autónoma perteneciente a Ucrania. Si en sus orígenes ancestrales tuvo fuerte presencia tártara, posteriormente surgió población rusa -que se reforzó con la expulsión de tártaros por parte de Stalin- que en nuestros días alcanza casi el 60% de su población de dos millones de habitantes.   

Las palabras de Vladimir Putin de que Rusia de momento no tenía intención militar en el este de Ucrania parecen indicar que el tema podría ser postergado y resultaría negociable con Estados Unidos y la OTAN, siempre a cambio de las correspondientes garantías por ambas partes, naturalmente.

Sin embargo, las acciones rusas en Crimea demuestran que en ese teatro de operaciones Rusia considera que no hay nada que negociar, porque se trata de asunto estratégico para sus intereses y su seguridad nacional, y en base a esa concepción ha tomado medidas drásticas y de fuerza, sin maquillarse demasiado para hacerlo.

Tropas rusas se movieron rápidamente en Crimea y aseguraron posiciones operativas para garantizar la seguridad y el funcionamiento de la base naval y sus fuerzas y medios, y neutralizaron a las fuerzas ucranianas en el territorio. Lo hicieron sin insignias ni distintivos que posibilitaran sindicarlas como rusas, en lo que constituye una burla con relación a los tratados internacionales al respecto, para presentarse como milicias ucranianas a favor del depuesto Yanukovych.

Mientras, el parlamento de Crimea -aunque no tiene facultades legislativas- proclamó su intención de unirse a Rusia y convocó un referéndum para el 16 de marzo, que debería ganar cómodamente la línea pro-rusa, con el propósito de legitimar la anexión.

Aunque la Unión Europea pide a Rusia negociar con Ucrania una solución pacífica para Crimea, la respuesta de Moscú es que el nuevo gobierno de Kiev es ilegítimo porque se impuso por la fuerza, y que el presidente ucraniano Viktor Yanukovych se encuentra en territorio ruso, donde tuvo que asilarse por la acción de las bandas de forajidos en Ucrania.

Aquí la Unión Europea y Estados Unidos la tienen muy difícil, pues estando claro que no existe voluntad de resolver el problema por la fuerza, las posibilidades diplomáticas o la amenaza de utilización de sanciones tienen pocas posibilidades de lograr demasiado, pues Rusia dispone, antes que todo, de la contramedida de controlar el suministro de gas ruso hacia Europa, escenario que ni en sus peores pesadillas querrían imaginar los gobiernos europeos.

Ya en ocasión de la guerra del 2008 en que Georgia perdió Abjasia y Osetia del Sur cuando las tropas rusas chocaron con las georgianas durante cinco días, los países europeos quisieron presionar a Moscú, pero no pudieron hacer nada mucho más allá del pataleo, porque los rusos al fin y al cabo controlan las llaves del gas hacia Europa, y no hay muchas posibilidades de que ese escenario pueda cambiar en breve plazo, aunque es evidente que Europa necesita urgentemente buscar alternativas a esta dependencia, algo nada fácil, porque una de esas alternativas sería recurrir al gas iraní, lo que desarticularía toda la estrategia occidental para lidiar con el programa nuclear de Irán.

Por si fuera poco todo lo anterior, ya China hizo público que no apoya a Estados Unidos y la Unión Europea en el tema de las sanciones contra Rusia. Una cosa son los negocios y operaciones comerciales y otra la geopolítica, y no hay por que confundirlas.

¿Cuál puede ser en estos momentos el más probable desenlace de la situación en Crimea?

Uno que sería muy bien visto en Moscú y Minsk, pero también en La Habana y Caracas, y que si se comentara en Miami como pronóstico se haría a riesgo de que algunos se pregunten si los castristas infiltrados se dedican a hacer propaganda a favor del comunismo, de Putin, o de lo que se les ocurra.

El espíritu de matar al mensajero creyendo que así no existe la noticia que no se desea escuchar no ha desaparecido todavía en muchísimos lugares, y en ocasiones hasta se ha fortalecido. De tal manera, las acusaciones de que Vladimir Putin actúa como si quisiera resucitar el espíritu soviético de la Guerra Fría e imponerse por la fuerza en lo que considera su área de influencia, se mezclan con las de acusar a cualquiera que diga algo que no resulte agradable, y se combaten con la misma intensidad -y a veces se haría hasta con el mismo armamento si pudieran- que en un teatro de operaciones militares en toda regla.

Si las cosas no cambian sustancialmente en los próximos días, Occidente no tendrá más remedio que aceptar la incorporación de la República Autónoma de Crimea a Rusia, negociando tal vez algún estatus de protección segura para las minorías ucraniana y tártara que viven en Crimea.

A su vez, a cambio de esa concesión -porque no hay dudas de que sería una concesión a Rusia- asegurar un status quo para Ucrania que garantice su independencia e integridad territorial, que impida el desmembramiento del país en dos partes, la occidental (pro-europea) y la oriental (pro-rusa), y que cree un clima de convivencia y paz que aleje el fantasma de sublevaciones populares y matanzas callejeras.

Para esto, hay que exigirle a Rusia determinadas garantías, pero también Estados Unidos y la Unión Europea deben asumir responsabilidades: no puede pretenderse apoyar a un gobierno provisional que se dice nacional y unitario y al mismo tiempo excluye de sus estructuras y mecanismos a los representantes pro-rusos de los territorios del este del país. Tal vez la solución sea la creación de un estado federal que centralice determinadas funciones y otorgue amplia independencia a sus componentes territoriales del este y del oeste en diversos asuntos, o cualquier otra fórmula que posibilite coexistir en paz a dos grupos étnicos que, a pesar de sus indudables diferencias, tienen también una historia compartida durante muchos siglos.

A manera de resumen, parece que Crimea sería incorporada a Rusia con la justificación del referéndum, la población ucraniana y tártara en la península recibiría garantías específicas en esas nuevas condiciones, mientras Rusia se comprometería a no intervenir militarmente en el este de Ucrania, y de conjunto con la Unión Europea, Estados Unidos, y el gobierno ucraniano, pasarían a buscar soluciones que garanticen la independencia e integridad territorial de Ucrania y el desarrollo de una sociedad democrática y libre donde sus habitantes convivan en paz y tranquilidad, sin que Rusia se vaya a sentir amenazada por alguna actividad militar por parte de Ucrania y sus aliados.

Venezuela

En Venezuela, por su parte, ¿cómo van las cosas? El vaso podría verse como medio lleno o medio vacío, en dependencia de los enfoques. Todos parecen estar de acuerdo en que la situación es tensa y compleja y está claro que esa violencia que se vive en sus calles no le hace bien a nadie, pero más allá de ese punto es más difícil entenderse, porque mientras algunos apuestan al colapso del gobierno de Maduro, sin desechar una intervención de las fuerzas armadas, otros consideran que las protestas y manifestaciones se pueden agotar y no lograr sus objetivos si no cambian determinadas circunstancias, y otros más entienden que los escenarios no están todavía suficientemente definidos para poder vislumbrar un claro resultado en los enfrentamientos, y que las cosas dependerán de muchos factores, algunos de los cuales ni siquiera se vislumbran todavía.

La versión oficial del gobierno venezolano, como siempre, centra las culpas en otros mientras se presenta a sí mismo como pulcro y angelical: “Los que han empezado este plan de violencia son una minoría, un pequeño grupo que pertenece a la oposición, y que ha dejado a esa oposición en una posición muy grave”.

Si algo es evidente es que tanto en Caracas como en La Habana la información que circula, se comenta y se analiza, lejos de ser panorámica y sopesada, tiende más a un lado que a otro. Mientras en Caracas y La Habana transmiten en los noticieros manifestaciones y desfiles favorables al gobierno, la televisión y la prensa de Miami hacen énfasis en la otra cara de la moneda, destacan la represión y las protestas, y los análisis pronostican los desenlaces contrarios al gobierno, aunque no siempre todos se puedan vislumbrar como los más pacíficos o democráticos.

Hay un hecho cierto, más allá de emociones y simpatías: siempre, y en todas partes del mundo, los movimientos estudiantiles constituyen detonantes de alto poder explosivo y amplia visibilidad, pero por sí solos no logran objetivos de derribar gobiernos, mucho menos cuando se trata de una dictadura que no vacila en despreciar las leyes y recurrir a la fuerza bruta cada vez que lo considera necesario.

En el caso venezolano, por una parte, las protestas estudiantiles no han mostrado todavía un liderazgo definido, y tampoco han logrado incorporar masivamente a su causa a otros grupos de población, como trabajadores manuales, intelectuales, profesionales, amas de casa, clase media, pequeños comerciantes o pobladores rurales, y eso, a pesar del valor y la perseverancia demostrados por los estudiantes, resulta una limitación a largo plazo para sus fuerzas.

Por otra parte, el liderazgo opositor, a pesar de declaraciones formales, sufre divergencias internas y no todos sus componentes apoyan estrategias y tácticas que se proclaman o señalan por los líderes más visibles. Y lo peor de todo, no se vislumbra una estrategia para atraer a sus filas no a los opositores que ya estarían incorporados, sino también a los chavistas desencantados con la corrupción y la ineptitud de la camarilla gobernante y sus cómplices, a los pobladores más humildes que se les esfuma entre las manos, entre la inseguridad, necesidades y carencias, lo que consideran que recibieron del chavismo años atrás y que ahora queda solamente en recuerdos o promesas.

Aunque no siempre se destaca tanto, es evidente que Nicolás Maduro cuenta con el apoyo de una cantidad de población, aunque no sea una mayoría aplastante ni mucho menos, o tal vez ni siquiera mayoría, pero que resulta suficiente para constituir una masa crítica de apoyo a “la revolución bolivariana”, así como también cuenta con una parte considerable de las fuerzas armadas venezolanas, fundamentalmente en los altos mandos.

El Jefe del Comando Estratégico Operacional venezolano, en clara muestra de apoyo al gobierno, declaró que los militares han contemplado “indignados” que se ha desatado “una violenta y exacerbada arremetida contra el pueblo de Venezuela, que ha cobrado la vida de compatriotas venezolanos, civiles y militares y más de un centenar de heridos”.

Siguiendo el guión escrito en Miraflores, añadió que en los últimos días “han salido siniestros personeros, casi todos viviendo fuera del país, carentes de toda moral y ética, llamando a la desobediencia y a un pronunciamiento militar”, lo que aseguró que no sucedería.

No debe obviarse que solamente la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Bolivariana han participado en la represión de estas semanas (desde el punto de vista de los recursos institucionales del gobierno, clasificación que no incluye oficialmente a paramilitares como los “Tupamaros”, los colectivos y las bandas de malandros que actúan por su cuenta). Sin embargo, tanto el Ejército como la Fuerza Aérea y la Marina se han mantenido todo el tiempo en sus bases y cuarteles, y no han participado para nada en las convulsiones callejeras que se están produciendo desde hace casi un mes.

Parece que en ese aspecto tan sensible el gobierno venezolano -sin dudas asesorado por el régimen cubano- ha sido cuidadoso, y no parece que el castrismo recomendaría reprimir a la población con el ejército, la fuerza aérea o la marina, a pesar de que varias versiones en la prensa y la academia en Miami han hablado de tropas cubanas abiertamente visibles en Venezuela o incluso participando por centenares directamente en la represión, lo que sin embargo no han podido confirmar.

Evidentemente, el régimen bolivariano no desea dar oportunidad ni facilitar un escenario donde una insubordinación militar por negarse a participar en la represión directa a los venezolanos podría producir situaciones complejas con consecuencias muy desastrosas para el régimen y su subsistencia. Han circulados noticias de hasta tres coroneles y otros oficiales de menor rango de la Guardia Nacional que se negaron a participar en acciones represivas, pero en este aspecto también las informaciones han resultado incompletas y poco claras.

Es cierto que esos escenarios podrían modificarse sustancialmente en cualquier momento si la situación en el país evoluciona en determinadas direcciones o si las fuerzas armadas modificaran el comportamiento mantenido hasta ahora, pero por el momento el régimen venezolano no parece carecer de una fortaleza mínima imprescindible para mantenerse en el poder e incluso permitirse radicalizar sus posiciones si acaso lo considerara necesario.

Aparentemente, todavía Nicolás Maduro no lleva la peor parte en esta confrontación con los estudiantes que se acerca a cumplir un mes dentro de poco. El viernes 7 de marzo, tras más de quince horas de reunión desde el jueves en Washington, el Consejo Permanente de la OEA (Organización de Estados Americanos), con enorme presión de Caracas, aprobó una seráfica resolución expresando solidaridad con la situación que vive Venezuela (¿?), pidiendo la continuación del diálogo (¿qué diálogo?), y lamentando las muertes que han ocurrido en el país. Para tal texto no valía la pena haber estado reunidos tanto tiempo, y se hubiera podido redactar en la cafetería de la OEA.

Tan aséptica resultó la resolución sometida a votación que, aunque logró 29 votos a favor gracias a las presiones de la petro-diplomacia venezolana, que llevaba días boicoteando la convocatoria de la reunión solicitada por el gobierno panameño, que los gobiernos de Estados Unidos, Canadá y Panamá votaron en contra.

Sin embargo, la lectura de este escenario no debe conducir a equivocaciones: los gobiernos de América Latina y el Caribe no tienen ningún interés en presionar al gobierno venezolano por la situación que se vive en el país: los miles de barriles de petróleo venezolano subsidiado y a crédito que reciben doce países del área, influyen demasiado para que esos gobiernos puedan tener el más mínimo interés en votar a favor de alguna resolución que disgustara al gobierno venezolano, y la que finalmente fue votada el viernes era más que claro que le chocaba bastante.

Nicolás Maduro, por su parte, siguiendo el guión cubano, rompió relaciones con Panamá e insultó públicamente a su presidente, presentándose de “tipo duro” frente al pequeño: no hizo lo mismo no ya con Estados Unidos ni Canadá, sino ni siquiera con el canal televisivo CNN, como veremos más adelante.

Por su parte, el inefable secretario general de la OEA -que fue un látigo contra Honduras y Paraguay cuando en ambos países, a través de recursos constitucionales, fueron sacados del poder los respectivos presidentes, porque actuaron en contra de las leyes, y llamó incansablemente al resto de los países de la OEA a pronunciarse contra “los golpistas”, y a establecer bloqueos y boicots- declaró sin siquiera sonrojarse que en la situación actual venezolana no lograr ver ninguna ruptura del hilo constitucional en el país y que, por lo tanto, no considera necesario hacer algo más por parte de la organización que él tan mediocremente dirige.

En cierto sentido, similar despreocupación con la situación en Venezuela se observa en la gran prensa de Estados Unidos, obsesionada con la situación de Ucrania y la personalidad de Vladimir Putin, que no parece ni enterarse de lo que sucede en Caracas y las demás ciudades venezolanas.

La única excepción en este comportamiento hasta el momento corresponde a la CNN, esa misma emisora que, en su versión en español, Maduro pretendió expulsar del país días atrás, disgustado por la cobertura que estaba ofreciendo, aunque poco después dio marcha atrás. CNN anunció para el viernes 7 en horas de la noche la transmisión de una entrevista que realizó su galardonada periodista estelar internacional Christiane Amanpour al presidente venezolano Nicolás Maduro, que sería transmitida en inglés ese viernes y en español al día siguiente, y que se repetirían ambas en diferentes horarios, buscando el máximo posible de audiencia.

Con una periodista del prestigio de Amanpour el mundo pudo tener un poco más de información sobre la realidad de Venezuela, y no cabía ninguna duda de que a esta experimentadísima profesional de la información Maduro no podría impresionarla, confundirla, marearla, intimidarla o amenazarla como acostumbra a hacer con periodistas nacionales o extranjeros que pertenezcan a medios de prensa que no tengan la fuerza, la trascendencia o el alcance de la CNN.

La periodista comenzó la entrevista preguntando sobre la libertad para trabajar que tienen los medios de comunicación. Según respondió Maduro, en Venezuela nunca ha habido problemas para informar, ya que la prensa siempre ha sido libre para trabajar. Pero aclaró que “lo de CNN en Español” [pocos días antes anunció su expulsión del país y después retrocedió] era diferente, porque tenía un papel “nocivo” incitando “el alzamiento contra el gobierno constitucional”. Entonces, cantinfleando con relación a sus anteriores posiciones de hace pocos días, declaró que “CNN siempre es bienvenida a Venezuela y estamos muy agradecidos de que podamos comunicar con el público de Estados Unidos la verdad en Venezuela”.

Sin dudas, cosas de la dialéctica y el cinismo. Durante la entrevista, a pesar de las agudas preguntas de la periodista, Maduro continuó con sus maniqueísmos y frases hechas de siempre, palabras huecas y demagogia, dijo tener excelentes relaciones con grupos sociales en Estados Unidos, y cuando Amanpour le preguntó por las relaciones con el gobierno de EEUU, volvió a lo de siempre y a la misma cantaleta que ya los cubanos conocemos por Fidel Castro.

Para terminar una entrevista en que es difícil que Maduro pudiera salir peor parado de lo que salió, Christiane Amanpour, con su proverbial sutileza, le preguntó inocentemente al presidente venezolano, haciendo referencia a Hugo Chávez:

¿Puede contarme de nuevo la historia que contó durante la campaña electoral - cuando su espíritu volvió a usted en la forma de un pájaro?

El domingo 9 de marzo hubo nuevas informaciones que especificaban un poco más la posición de Estados Unidos sobre lo que está sucediendo en Venezuela:

En una entrevista aparecida ese día en “El Mercurio”, de Chile, el Vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden calificó de “alarmante” la situación en Venezuela y acusó a Nicolás Maduro de “inventar conspiraciones totalmente falsas y extravagantes” de Washington para  desviar la atención sobre los asuntos “realmente importantes” de Venezuela. “En lugar de eso, él debería escuchar al pueblo venezolano y mirar el ejemplo de esos líderes que resistieron la opresión en las Américas” señaló, para añadir: “El gobierno venezolano no tiene una responsabilidad básica de respetar los derechos universales, inclusive la libertad de expresión y de asamblea; de prevenir la violencia y de comprometerse a un diálogo genuino en un país que está profundamente dividido”.

Biden enfatizó que las limitaciones a la libertad de prensa y las agresiones a la oposición en Venezuela no son “lo que se espera de democracias comprometidas con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con la Carta Interamericana y ciertamente, no está a la altura de los estándares democráticos que definen a la mayoría de nuestro hemisferio”.

La respuesta de Nicolás Maduro, cargada de incoherencias gramaticales, pareció de niño pequeño, acusando a Biden de “abusador” y declarando: “No lo aceptamos. Repudiamos su agresión”. Según Maduro, Biden habla así porque “fueron derrotados en la OEA, y quiere vengarse”, agregando que “Ellos saben que se les apagó el golpe de Estado... y quiere darle ánimo a los golpistas”.
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