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Dr. Eugenio Yáñez
Si
algo demuestra claramente el carácter cargadamente emocional con que
los cubanos analizamos muchas cosas que ocurren en el mundo, son las
conversaciones sobre Venezuela y Ucrania en las últimas semanas.
Si
con la Primavera Árabe surgieron esperanzas sobre la posibilidad de
replicar en Cuba procesos semejantes, a pesar de las sustanciales
diferencias entre las sociedades árabes y la cubana, ahora con las
noticias desde Ucrania y Venezuela vuelven a surgir parecidas
expectativas.
Es
normal que así sea, con tantos cubanos cansados de más de medio
siglo de dictadura, pero si las extrapolaciones se realizan
superficialmente es probable que esta incipiente situación, que
pudiéramos llamar el síndrome de Kiev-Caracas, que comienzan a vivir
muchos cubanos, lleve a frustraciones y decepciones que pueden
hacernos mucho daño.
Si
se plantean casi todos los temas en blanco y negro, sin grises ni
matices, cualquier criterio que no coincida con lo que algunos
llevan en mente, solamente merece desprecio, insultos o
subestimación, en La Habana o Caracas: ¿cuál es la diferencia en el
enfoque de la polémica y el trato a las opiniones diferentes?
En
La Habana acusan de mercenario y en Caracas de fascista a quien no
piense de manera similar a la establecida por la liturgia del poder:
el maniqueísmo es la única base del razonamiento, si a eso se le
puede llamar razonar, y el espectro macabro que preside todo
intercambio de criterios, propuestas o acusaciones.
De
tal manera que no existen tonalidades y luminosidad diferente a los
extremos que se enarbolan, sean los que sean. De la forma en que se
cuentan las historias en La Habana, todos los “revolucionarios” son
buenos, muy buenos, y los demás son malos, muy malos. Nada diferente
de la versión caraqueña: los herederos de Chávez son buenos,
buenísimos, y los demás son malos, malísimos.
No
tiene cabida la posibilidad de que los buenos puedan tener algunas
cosas no tan buenas, o malas, o de que los malos sean capaces de
algunas cosas no tan malas, o buenas. Como si alguna maldición
genética impidiera salirse de categorías pre-establecidas por el
maniqueísmo para clasificar las posiciones, y se tratara de
situaciones inapelables o sin capacidad de evolución.
En
resumen: en La Habana te pueden acusar en cualquier momento de
mercenario, agente de la CIA (o del Mossad) o blandengue, y en
Caracas de fascista, escuálido o guarimbero. El objetivo no es
describir a nadie para poderlo entender, sino fusilarlo moralmente.
Y en eso hay suficiente experiencia en ambos países.
En
estas polémicas la cultura, el conocimiento acumulado y las
experiencias históricas no influyen cuando los ánimos se calientan y
los ataques valen más que los argumentos.
Así,
en esta vorágine se puede opinar de la situación en Crimea sin haber
visto nunca ni siquiera un mapa del Mar Negro, no tener idea dónde
está la base naval de Sebastopol, no recordar para nada que se
produjo hace más de medio milenio la toma del Paso de los Dardanelos
por los turcos que obligó a Cristóbal Colón a navegar obsesionado
hacia el oeste buscando la India y las especias para terminar
descubriendo un insospechado mundo nuevo, o conocer la diferencia
entre Tashkent, Kiev, Novosibirsk y Minsk.
Y
algunos de los que polemizan a gritos en estos días no tienen ni
siquiera idea, por ejemplo, de que las manifestaciones y choques más
violentos de estudiantes venezolanos en estos días con las fuerzas
represivas en las calles, aunque ya van por más de veinte muertes,
todavía no alcanzan la magnitud, el patetismo y el drama que
significaron los terribles días vividos durante el
“Caracazo” en 1989 y los centenares de muertos que dejó.
Lo
mismo sucede más acá: difícilmente se conozca demasiado, por parte
de quienes no sean venezolanos, de la historia de Venezuela, la
gesta, guerra y frustraciones de Simón Bolívar -más allá de “El
general en su laberinto” de Gabriel García Márquez- o las
peculiaridades específicas del caudillismo venezolano, la historia
guerrillera de los años sesenta del siglo XX y el papel de las
fuerzas armadas venezolanas en ese conflicto, así como las
características de la actividad democrática venezolana surgida del
Pacto de Punto Fijo, y su existencia y vicisitudes hasta la llegada
de Hugo Chávez al poder.
Sin
embargo, esas carencias no preocupan demasiado a quienes den por
sentado que es imposible que no suceda lo que tanto se desea, y por
eso hay quienes auguran, casi que para mañana por la tarde después
del aguacero, el colapso definitivo del chavismo-madurismo, la
recuperación de la democracia en Venezuela, el regreso de los
exiliados venezolanos a su país, el corte radical de los regalos de
petróleo con intenciones políticas a muchos países, la expulsión
inmediata de los cubanos que se encuentran en Venezuela y, por
efecto dominó, un nuevo período especial en Cuba que culminaría,
horas antes, horas después, con un “Sedano” (así, sin la ’s al
final) en el Malecón, un Navarro en La Lisa, un Publix en El Cerro y
un WalMart en Guanabacoa, municipio al que quizás se podría proponer
cambiar su nombre por el de Nueva Hialeah.
Por
su parte, la visión oficial desde La Habana contempla en la Isla un
pueblo convencido de la justeza de lo que queda de “la revolución”,
y que vive feliz entre viviendas que se derrumban diariamente,
salarios insuficientes para comer decorosamente la mitad del mes,
transporte que requiere horas y horas para realizar los movimientos
y traslados más elementales, familias divididas y fracturadas por la
separación geográfica y política, y una corrupta burocracia
determinada a perpetuarse en el poder, porque “el pueblo” vive feliz
celebrando “los logros”, anhelando el regreso de los tres “cinco
héroes”, y pendiente de la “actualización del modelo” que pretende
ese socialismo sustentable y próspero que ahora se menciona, siempre
a la sombra del “líder histórico” del engendro que dividió y
destruyó a la nación cubana.
Visión habanera que, de la misma manera autista de interpretar las
realidades políticas del día a día, y apostando siempre a que nunca
se llegará al límite que hace estallar la caldera, continúa
imaginando y describiendo en la prensa oficial a esos venezolanos
felices de morir masacrados por la delincuencia en las calles de
Caracas, Maracaibo, San Cristóbal o Puerto la Cruz, incluso cuando
no existían protestas populares contra el gobierno y los malandros
no realizaban tareas “políticas” como en las últimas semanas. El
pasado sábado 8 de marzo la corresponsal en Venezuela del periódico
español ABC señalaba que los asesinatos en Venezuela, sin ninguna
relación con la violencia y los choques en las manifestaciones
callejeras y las tensiones políticas de las últimas semanas, se
elevaban a 2,841 en los dos primeros meses de 2014.
Como
el autismo político no tiene límites racionales, La Habana oficial
también los imagina socializando amistosamente en las largas colas
que comienzan en la madrugada frente a los pocos supermercados con
productos, para comprar harina, papel sanitario o arepas, que se
contentan con observar como el bolívar se devalúa diariamente y la
inflación estrangula a todos -dicen que por culpa del imperio, los
ricos y “la derecha”- fundamentalmente a las capas más humildes de
la población, o que aplauden prolongada y estruendosamente a sus
corruptos dirigentes boliburgueses, demagogos y oportunistas que se
enriquecen escandalosamente con la corrupción, el narcotráfico, el
contrabando, los terroristas de las guerrillas colombianas, y los
belicosos iraníes.
Lo
que tiene su reflejo en la limitada visión bilateral
caraqueño-madurista, que solamente es capaz de distinguir y separar
patriotas y fascistas, y considera que los estudiantes que piden
tranquilidad en las calles, los venezolanos que desean trabajar en
paz, o las amas de casa desesperadas pensando qué poner en la mesa a
la hora de la cena, son asalariados del imperio o mercenarios al
servicio de quién sabe qué oscura fuerza, como la derecha
internacional (cualquier cosa que eso signifique), la injerencia
imperialista, el fascismo, o el pipisigallo si fuera necesario.
¿Alguien se ha puesto a pensar que si se le preguntara a Nicolás
Maduro por el origen de la palabra “fascista” o la historia del
fascismo como movimiento político, probablemente no podría balbucear
estúpidamente más que un par de incoherencias, si acaso recuerda
algo de las clases en la escuela del Partido Comunista en Cuba?
Y
que conste, y es importante señalarlo, lo peor del presidente
venezolano no es que haya sido chofer de autobús, un trabajo
honesto, ni que sea un ignorante, sino que resulta un perfecto
idiota y arrogante, convencido de que el resto de la humanidad es
más idiota y más ignorante que él y que, por lo tanto, se creerá
todo lo que a él se le ocurra decir.
Sin
embargo, ninguno de estos intentos de ignorar la realidad o
pretender transformarla a base de retórica y no de acciones
específicas que se lleven a cabo, basta para comprender determinadas
situaciones y acontecimientos. De manera que deberemos intentar
obtener alguna luz analizando determinados detalles que puedan
ayudarnos a comprender lo que pudiera estar sucediendo, aunque no
resulte necesariamente lo mismo que nos gustaría que pudiera
suceder, puesto que se trata de cosas absolutamente diferentes o, en
muchas ocasiones, incluso radicalmente divergentes.
Como
hay que comenzar el análisis en algún lugar, comencemos con los
acontecimientos de Ucrania y veamos posteriormente los de Venezuela.
Ucrania
Como
es sabido, el gobierno de Ucrania se debatía hace tiempo entre las
presiones para crear una firme alianza con la Unión Europea o
vincularse más estrechamente con Rusia, que estaba proponiendo una
unión aduanera de la Comunidad de Estados Independientes donde
participarían también Belarús y Kazajstán. Aunque en principio
parecía que Kiev preferiría a Bruselas y la integración en la Unión
Europea, las multimillonarias ofertas rusas terminaron
prevaleciendo, y el gobierno ucraniano frenó el acercamiento con la
Unión Europea para vincularse mucho más económica y políticamente
con Rusia.
La
Ucrania dividida entre la población del occidente del país, que se
considera ucraniana y se siente cercana a la Unión Europea, y la del
este, que se considera rusa y ve con buenos ojos la unión con Moscú,
se definió en posiciones antagónicas, y comenzaron las protestas en
Kiev, la capital, contra los acuerdos favorables a Moscú,
protestas que fueron
creciendo en magnitud y calor.
Las
demandas se radicalizaron cada vez más, así como la acción de las
fuerzas represivas que pretendían impedirlas, y el gobierno ordenó
disparar contra los manifestantes, con el claro resultado de decenas
de muertos y heridos por parte de los manifestantes, presiones de la
Unión Europea sobre el gobierno ucraniano, y el apoyo de Moscú a su
aliado, alegando que grupos neofascistas y delincuentes recorrían
las calles de Kiev sembrando el caos y provocando el terror, lo que
obligaba al gobierno a controlar la situación.
La
Unión Europea intentó soluciones diplomáticas mediando entre el
gobierno y las fuerzas opositoras, lográndose un principio de
acuerdo para darle solución a la crisis, que incluía conversaciones
entre las partes, liberación de presos políticos y la realización de
elecciones en el mes de diciembre.
Pero
los acontecimientos en las calles sobrepasaron lo previsto, las
protestas crecieron en la medida que aumentaba la matanza de
manifestantes, y las fuerzas represivas se sentían cada vez más
aisladas, pues la población se decantaba a favor de los opositores y
la rebelión. Así llegó el momento en que el presidente Viktor
Yanukovych, escondido, huyó de Kiev hacia Rusia, abandonando sus
obligaciones como presidente.
Inmediatamente fue nombrado un gobierno provisional ucraniano, fue
excarcelada la líder opositora Yulia Timoshenko, ex-primer ministra
de Ucrania (acusada de abuso de poder y encarcelada por Yanukovych
en una acción con evidente matiz político), y se anunció la
convocatoria a elecciones en el mes de mayo, medidas todas que
recibieron inmediatamente el beneplácito de la Unión Europea, que
después prometió entregar hasta quince mil millones de dólares en
ayuda a Ucrania, a lo que habría que sumar mil millones prometidos
por Estados Unidos.
Sin
embargo, muy pronto se cantó victoria, tal vez demasiado pronto,
como si Rusia fuera a permanecer pasiva ante ese cambio brusco de
escenarios, aunque no tuviera intenciones de actuar de inmediato en
todos los frentes ucranianos. Porque Rusia, resucitando nostalgias
de la época soviética, tal vez podría ser un imperio aun sin
Ucrania, pero solamente un imperio asiático. Para ser un imperio
europeo, y a la vez mundial, Rusia necesita no solamente los 46
millones de ucranianos, su industria y su economía, sino también su
geografía, cultura, sentimientos, psicología e historia. Los
corazones y mentes de los ucranianos miran hacia Occidente -como
siempre han mirado- independientemente de lo que deseen los zares o
ahora los presidentes “democráticos” de la Rusia del siglo XXI.
Quienes analizaban la situación más profunda y detalladamente
advirtieron, con razón, que había que estar muy atentos a los pasos
que daría Rusia ante esta situación, y hasta alertaron del peligro
de confrontación militar Rusia-Ucrania, con las correspondientes
consecuencias que eso pudiera tener para la OTAN y toda Europa.
Rusia, sin embargo, parece haber separado dos temas en este teatro
de operaciones: por un lado la independencia e integridad
territorial de Ucrania, y por otro, las garantías para el
funcionamiento de su base naval de Sebastopol, en la península de
Crimea, que le garantiza la salida de su Flota del Mar Negro a las
aguas cálidas del Mediterráneo.
Crimea era un territorio ruso que en 1954 el ucraniano Nikita
Krushev, entonces primer ministro soviético, entregó a Ucrania como
“gesto simbólico” por el 300 aniversario de la incorporación de
Ucrania a Rusia. Ahora es una República Autónoma perteneciente a
Ucrania. Si en sus orígenes ancestrales tuvo fuerte presencia
tártara, posteriormente surgió población rusa -que se reforzó con la
expulsión de tártaros por parte de Stalin- que en nuestros días
alcanza casi el 60% de su población de dos millones de habitantes.
Las
palabras de Vladimir Putin de que Rusia de momento no tenía
intención militar en el este de Ucrania parecen indicar que el tema
podría ser postergado y resultaría negociable con Estados Unidos y
la OTAN, siempre a cambio de las correspondientes garantías por
ambas partes, naturalmente.
Sin
embargo, las acciones rusas en Crimea demuestran que en ese teatro
de operaciones Rusia considera que no hay nada que negociar, porque
se trata de asunto estratégico para sus intereses y su seguridad
nacional, y en base a esa concepción ha tomado medidas drásticas y
de fuerza, sin maquillarse demasiado para hacerlo.
Tropas rusas se movieron rápidamente en Crimea y aseguraron
posiciones operativas para garantizar la seguridad y el
funcionamiento de la base naval y sus fuerzas y medios, y
neutralizaron a las fuerzas ucranianas en el territorio. Lo hicieron
sin insignias ni distintivos que posibilitaran sindicarlas como
rusas, en lo que constituye una burla con relación a los tratados
internacionales al respecto, para presentarse como milicias
ucranianas a favor del depuesto Yanukovych.
Mientras, el parlamento de Crimea -aunque no tiene facultades
legislativas- proclamó su intención de unirse a Rusia y convocó un
referéndum para el 16 de marzo, que debería ganar cómodamente la
línea pro-rusa, con el propósito de legitimar la anexión.
Aunque la Unión Europea pide a Rusia negociar con Ucrania una
solución pacífica para Crimea, la respuesta de Moscú es que el nuevo
gobierno de Kiev es ilegítimo porque se impuso por la fuerza, y que
el presidente ucraniano Viktor Yanukovych se encuentra en territorio
ruso, donde tuvo que asilarse por la acción de las bandas de
forajidos en Ucrania.
Aquí
la Unión Europea y Estados Unidos la tienen muy difícil, pues
estando claro que no existe voluntad de resolver el problema por la
fuerza, las posibilidades diplomáticas o la amenaza de utilización
de sanciones tienen pocas posibilidades de lograr demasiado, pues
Rusia dispone, antes que todo, de la contramedida de controlar el
suministro de gas ruso hacia Europa, escenario que ni en sus peores
pesadillas querrían imaginar los gobiernos europeos.
Ya
en ocasión de la guerra del 2008 en que Georgia perdió Abjasia y
Osetia del Sur cuando las tropas rusas chocaron con las georgianas
durante cinco días, los países europeos quisieron presionar a Moscú,
pero no pudieron hacer nada mucho más allá del pataleo, porque los
rusos al fin y al cabo controlan las llaves del gas hacia Europa, y
no hay muchas posibilidades de que ese escenario pueda cambiar en
breve plazo, aunque es evidente que Europa necesita urgentemente
buscar alternativas a esta dependencia, algo nada fácil, porque una
de esas alternativas sería recurrir al gas iraní, lo que
desarticularía toda la estrategia occidental para lidiar con el
programa nuclear de Irán.
Por
si fuera poco todo lo anterior, ya China hizo público que no apoya a
Estados Unidos y la Unión Europea en el tema de las sanciones contra
Rusia. Una cosa son los negocios y operaciones comerciales y otra la
geopolítica, y no hay por que confundirlas.
¿Cuál puede ser en estos momentos el más probable desenlace de la
situación en Crimea?
Uno
que sería muy bien visto en Moscú y Minsk, pero también en La Habana
y Caracas, y que si se comentara en Miami como pronóstico se haría a
riesgo de que algunos se pregunten si los castristas infiltrados se
dedican a hacer propaganda a favor del comunismo, de Putin, o de lo
que se les ocurra.
El
espíritu de matar al mensajero creyendo que así no existe la noticia
que no se desea escuchar no ha desaparecido todavía en muchísimos
lugares, y en ocasiones hasta se ha fortalecido. De tal manera, las
acusaciones de que Vladimir Putin actúa como si quisiera resucitar
el espíritu soviético de la Guerra Fría e imponerse por la fuerza en
lo que considera su área de influencia, se mezclan con las de acusar
a cualquiera que diga algo que no resulte agradable, y se combaten
con la misma intensidad -y a veces se haría hasta con el mismo
armamento si pudieran- que en un teatro de operaciones militares en
toda regla.
Si
las cosas no cambian sustancialmente en los próximos días, Occidente
no tendrá más remedio que aceptar la incorporación de la República
Autónoma de Crimea a Rusia, negociando tal vez algún estatus de
protección segura para las minorías ucraniana y tártara que viven en
Crimea.
A su
vez, a cambio de esa concesión -porque no hay dudas de que sería una
concesión a Rusia- asegurar un status quo para Ucrania que garantice
su independencia e integridad territorial, que impida el
desmembramiento del país en dos partes, la occidental (pro-europea)
y la oriental (pro-rusa), y que cree un clima de convivencia y paz
que aleje el fantasma de sublevaciones populares y matanzas
callejeras.
Para
esto, hay que exigirle a Rusia determinadas garantías, pero también
Estados Unidos y la Unión Europea deben asumir responsabilidades: no
puede pretenderse apoyar a un gobierno provisional que se dice
nacional y unitario y al mismo tiempo excluye de sus estructuras y
mecanismos a los representantes pro-rusos de los territorios del
este del país. Tal vez la solución sea la creación de un estado
federal que centralice determinadas funciones y otorgue amplia
independencia a sus componentes territoriales del este y del oeste
en diversos asuntos, o cualquier otra fórmula que posibilite
coexistir en paz a dos grupos étnicos que, a pesar de sus indudables
diferencias, tienen también una historia compartida durante muchos
siglos.
A
manera de resumen, parece que Crimea sería incorporada a Rusia con
la justificación del referéndum, la población ucraniana y tártara en
la península recibiría garantías específicas en esas nuevas
condiciones, mientras Rusia se comprometería a no intervenir
militarmente en el este de Ucrania, y de conjunto con la Unión
Europea, Estados Unidos, y el gobierno ucraniano, pasarían a buscar
soluciones que garanticen la independencia e integridad territorial
de Ucrania y el desarrollo de una sociedad democrática y libre donde
sus habitantes convivan en paz y tranquilidad, sin que Rusia se vaya
a sentir amenazada por alguna actividad militar por parte de Ucrania
y sus aliados.
Venezuela
En
Venezuela, por su parte, ¿cómo van las cosas? El vaso podría verse
como medio lleno o medio vacío, en dependencia de los enfoques.
Todos parecen estar de acuerdo en que la situación es tensa y
compleja y está claro que esa violencia que se vive en sus calles no
le hace bien a nadie, pero más allá de ese punto es más difícil
entenderse, porque mientras algunos apuestan al colapso del gobierno
de Maduro, sin desechar una intervención de las fuerzas armadas,
otros consideran que las protestas y manifestaciones se pueden
agotar y no lograr sus objetivos si no cambian determinadas
circunstancias, y otros más entienden que los escenarios no están
todavía suficientemente definidos para poder vislumbrar un claro
resultado en los enfrentamientos, y que las cosas dependerán de
muchos factores, algunos de los cuales ni siquiera se vislumbran
todavía.
La
versión oficial del gobierno venezolano, como siempre, centra las
culpas en otros mientras se presenta a sí mismo como pulcro y
angelical: “Los que han empezado este plan de violencia son una
minoría, un pequeño grupo que pertenece a la oposición, y que ha
dejado a esa oposición en una posición muy grave”.
Si
algo es evidente es que tanto en Caracas como en La Habana la
información que circula, se comenta y se analiza, lejos de ser
panorámica y sopesada, tiende más a un lado que a otro. Mientras en
Caracas y La Habana transmiten en los noticieros manifestaciones y
desfiles favorables al gobierno, la televisión y la prensa de Miami
hacen énfasis en la otra cara de la moneda, destacan la represión y
las protestas, y los análisis pronostican los desenlaces contrarios
al gobierno, aunque no siempre todos se puedan vislumbrar como los
más pacíficos o democráticos.
Hay
un hecho cierto, más allá de emociones y simpatías: siempre, y en
todas partes del mundo, los movimientos estudiantiles constituyen
detonantes de alto poder explosivo y amplia visibilidad, pero por sí
solos no logran objetivos de derribar gobiernos, mucho menos cuando
se trata de una dictadura que no vacila en despreciar las leyes y
recurrir a la fuerza bruta cada vez que lo considera necesario.
En
el caso venezolano, por una parte, las protestas estudiantiles no
han mostrado todavía un liderazgo definido, y tampoco han logrado
incorporar masivamente a su causa a otros grupos de población, como
trabajadores manuales, intelectuales, profesionales, amas de casa,
clase media, pequeños comerciantes o pobladores rurales, y eso, a
pesar del valor y la perseverancia demostrados por los estudiantes,
resulta una limitación a largo plazo para sus fuerzas.
Por
otra parte, el liderazgo opositor, a pesar de declaraciones formales,
sufre divergencias internas y no todos sus componentes apoyan
estrategias y tácticas que se proclaman o señalan por los líderes
más visibles. Y lo peor de todo, no se vislumbra una estrategia para
atraer a sus filas no a los opositores que ya estarían incorporados,
sino también a los chavistas desencantados con la corrupción y la
ineptitud de la camarilla gobernante y sus cómplices, a los
pobladores más humildes que se les esfuma entre las manos, entre la
inseguridad, necesidades y carencias, lo que consideran que
recibieron del chavismo años atrás y que ahora queda solamente en
recuerdos o promesas.
Aunque no siempre se destaca tanto, es evidente que Nicolás Maduro
cuenta con el apoyo de una cantidad de población, aunque no sea una
mayoría aplastante ni mucho menos, o tal vez ni siquiera mayoría,
pero que resulta suficiente para constituir una masa crítica de
apoyo a “la revolución bolivariana”, así como también cuenta con una
parte considerable de las fuerzas armadas venezolanas,
fundamentalmente en los altos mandos.
El
Jefe del Comando Estratégico Operacional venezolano, en clara
muestra de apoyo al gobierno, declaró que los militares han
contemplado “indignados” que se ha desatado “una violenta
y exacerbada arremetida contra el pueblo de Venezuela, que ha
cobrado la vida de compatriotas venezolanos, civiles y militares y
más de un centenar de heridos”.
Siguiendo el guión escrito en Miraflores, añadió que en los últimos
días “han salido siniestros personeros, casi todos viviendo fuera
del país, carentes de toda moral y ética, llamando a la
desobediencia y a un pronunciamiento militar”, lo que aseguró
que no sucedería.
No
debe obviarse que solamente la Guardia Nacional Bolivariana y la
Policía Bolivariana han participado en la represión de estas semanas
(desde el punto de vista de los recursos institucionales del
gobierno, clasificación que no incluye oficialmente a paramilitares
como los “Tupamaros”, los colectivos y las bandas de malandros que
actúan por su cuenta). Sin embargo, tanto el Ejército como la Fuerza
Aérea y la Marina se han mantenido todo el tiempo en sus bases y
cuarteles, y no han participado para nada en las convulsiones
callejeras que se están produciendo desde hace casi un mes.
Parece que en ese aspecto tan sensible el gobierno venezolano -sin
dudas asesorado por el régimen cubano- ha sido cuidadoso, y no
parece que el castrismo recomendaría reprimir a la población con el
ejército, la fuerza aérea o la marina, a pesar de que varias
versiones en la prensa y la academia en Miami han hablado de tropas
cubanas abiertamente visibles en Venezuela o incluso participando
por centenares directamente en la represión, lo que sin embargo no
han podido confirmar.
Evidentemente, el régimen bolivariano no desea dar oportunidad ni
facilitar un escenario donde una insubordinación militar por negarse
a participar en la represión directa a los venezolanos podría
producir situaciones complejas con consecuencias muy desastrosas
para el régimen y su subsistencia. Han circulados noticias de hasta
tres coroneles y otros oficiales de menor rango de la Guardia
Nacional que se negaron a participar en acciones represivas, pero en
este aspecto también las informaciones han resultado incompletas y
poco claras.
Es
cierto que esos escenarios podrían modificarse sustancialmente en
cualquier momento si la situación en el país evoluciona en
determinadas direcciones o si las fuerzas armadas modificaran el
comportamiento mantenido hasta ahora, pero por el momento el régimen
venezolano no parece carecer de una fortaleza mínima imprescindible
para mantenerse en el poder e incluso permitirse radicalizar sus
posiciones si acaso lo considerara necesario.
Aparentemente, todavía Nicolás Maduro no lleva la peor parte en esta
confrontación con los estudiantes que se acerca a cumplir un mes
dentro de poco. El viernes 7 de marzo, tras más de quince horas de
reunión desde el jueves en Washington, el Consejo Permanente de la
OEA (Organización de Estados Americanos), con enorme presión de
Caracas, aprobó una seráfica resolución expresando solidaridad con
la situación que vive Venezuela (¿?), pidiendo la continuación del
diálogo (¿qué diálogo?), y lamentando las muertes que han ocurrido
en el país. Para tal texto no valía la pena haber estado reunidos
tanto tiempo, y se hubiera podido redactar en la cafetería de la
OEA.
Tan
aséptica resultó la resolución sometida a votación que, aunque logró
29 votos a favor gracias a las presiones de la petro-diplomacia
venezolana, que llevaba días boicoteando la convocatoria de la
reunión solicitada por el gobierno panameño, que los gobiernos de
Estados Unidos, Canadá y Panamá votaron en contra.
Sin
embargo, la lectura de este escenario no debe conducir a
equivocaciones: los gobiernos de América Latina y el Caribe no
tienen ningún interés en presionar al gobierno venezolano por la
situación que se vive en el país: los miles de barriles de petróleo
venezolano subsidiado y a crédito que reciben doce países del área,
influyen demasiado para que esos gobiernos puedan tener el más
mínimo interés en votar a favor de alguna resolución que disgustara
al gobierno venezolano, y la que finalmente fue votada el viernes
era más que claro que le chocaba bastante.
Nicolás Maduro, por su parte, siguiendo el guión cubano, rompió
relaciones con Panamá e insultó públicamente a su presidente,
presentándose de “tipo duro” frente al pequeño: no hizo lo mismo no
ya con Estados Unidos ni Canadá, sino ni siquiera con el canal
televisivo CNN, como veremos más adelante.
Por
su parte, el inefable secretario general de la OEA -que fue un
látigo contra Honduras y Paraguay cuando en ambos países, a través
de recursos constitucionales, fueron sacados del poder los
respectivos presidentes, porque actuaron en contra de las leyes, y
llamó incansablemente al resto de los países de la OEA a
pronunciarse contra “los golpistas”, y a establecer bloqueos y
boicots- declaró sin siquiera sonrojarse que en la situación actual
venezolana no lograr ver ninguna ruptura del hilo constitucional en
el país y que, por lo tanto, no considera necesario hacer algo más
por parte de la organización que él tan mediocremente dirige.
En
cierto sentido, similar despreocupación con la situación en
Venezuela se observa en la gran prensa de Estados Unidos,
obsesionada con la situación de Ucrania y la personalidad de
Vladimir Putin, que no parece ni enterarse de lo que sucede en
Caracas y las demás ciudades venezolanas.
La
única excepción en este comportamiento hasta el momento corresponde
a la CNN, esa misma emisora que, en su versión en español, Maduro
pretendió expulsar del país días atrás, disgustado por la cobertura
que estaba ofreciendo, aunque poco después dio marcha atrás. CNN
anunció para el viernes 7 en horas de la noche la transmisión de una
entrevista que realizó su galardonada periodista estelar
internacional Christiane Amanpour al presidente venezolano Nicolás
Maduro, que sería transmitida en inglés ese viernes y en español al
día siguiente, y que se repetirían ambas en diferentes horarios,
buscando el máximo posible de audiencia.
Con
una periodista del prestigio de Amanpour el mundo pudo tener un poco
más de información sobre la realidad de Venezuela, y no cabía
ninguna duda de que a esta experimentadísima profesional de la
información Maduro no podría impresionarla, confundirla, marearla,
intimidarla o amenazarla como acostumbra a hacer con periodistas
nacionales o extranjeros que pertenezcan a medios de prensa que no
tengan la fuerza, la trascendencia o el alcance de la CNN.
La
periodista comenzó la entrevista preguntando sobre la libertad para
trabajar que tienen los medios de comunicación. Según respondió
Maduro, en
Venezuela nunca ha habido problemas para informar, ya que la prensa
siempre ha sido libre para trabajar. Pero aclaró que “lo de CNN
en Español” [pocos días antes anunció su expulsión del país y
después retrocedió] era diferente, porque tenía un papel “nocivo”
incitando “el alzamiento contra el gobierno constitucional”.
Entonces, cantinfleando con relación a sus anteriores posiciones de
hace pocos días, declaró que “CNN siempre es bienvenida a
Venezuela y estamos muy agradecidos de que podamos comunicar con el
público de Estados Unidos la verdad en Venezuela”.
Sin
dudas, cosas de la dialéctica y el cinismo. Durante la entrevista, a
pesar de las agudas preguntas de la periodista, Maduro continuó con
sus maniqueísmos y frases hechas de siempre, palabras huecas y
demagogia, dijo tener excelentes relaciones con grupos sociales en
Estados Unidos, y cuando Amanpour le preguntó por las relaciones con
el gobierno de EEUU, volvió a lo de siempre y a la misma cantaleta
que ya los cubanos conocemos por Fidel Castro.
Para
terminar una entrevista en que es difícil que Maduro pudiera salir
peor parado de lo que salió, Christiane Amanpour, con su proverbial
sutileza, le preguntó inocentemente al presidente venezolano,
haciendo referencia a Hugo Chávez:
¿Puede
contarme de nuevo la historia que contó durante la campaña electoral
- cuando su espíritu volvió a usted en la forma de un pájaro?
El
domingo 9 de marzo hubo nuevas informaciones que especificaban un
poco más la posición de Estados Unidos sobre lo que está sucediendo
en Venezuela:
En
una entrevista aparecida ese día en “El Mercurio”, de Chile, el
Vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden calificó de “alarmante”
la situación en Venezuela y acusó a Nicolás Maduro de “inventar
conspiraciones totalmente falsas y extravagantes” de Washington
para desviar la atención sobre los asuntos “realmente
importantes” de Venezuela. “En lugar de eso, él debería
escuchar al pueblo venezolano y mirar el ejemplo de esos líderes que
resistieron la opresión en las Américas” señaló, para añadir: “El
gobierno venezolano no tiene una responsabilidad básica de respetar
los derechos universales, inclusive la libertad de expresión y de
asamblea; de prevenir la violencia y de comprometerse a un diálogo
genuino en un país que está profundamente dividido”.
Biden enfatizó que las limitaciones a la libertad de prensa y las
agresiones a la oposición en Venezuela no son “lo que se espera
de democracias comprometidas con la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y con la Carta Interamericana y ciertamente, no
está a la altura de los estándares democráticos que definen a la
mayoría de nuestro hemisferio”.
La
respuesta de Nicolás Maduro, cargada de incoherencias gramaticales,
pareció de niño pequeño, acusando a Biden de “abusador” y
declarando: “No lo aceptamos. Repudiamos su agresión”. Según
Maduro, Biden habla así porque “fueron derrotados en la OEA, y
quiere vengarse”, agregando que “Ellos saben que se les apagó
el golpe de Estado... y quiere darle ánimo a los golpistas”.
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