Ivette Sosa-Frutos, Lima
www.impossibilia.org |
Estudiante de doctorado en Ciencias Políticas
Pontificia Universidad Católica de Chile
“Conoce tu aldea y conocerás al mundo” reza un viejo refrán que,
significativamente, también se ignora en Cuba. O tal vez cabría
decir que es denostado. La diferencia entre ignorancia y soslayo
-consciente- puede ser desconocida para quienes habitan en el
oscurantismo, pero no para quienes lo practican con total intención.
Esta es, a mi juicio, la palabra clave en tal distinción.
Juan
Linz, quizás el académico que más aportes realizara al conocimiento
sobre los regímenes políticos no democráticos, dotaba a la
“intención totalizadora” un papel central en la consolidación y
supervivencia de sistemas políticos totalitarios. El propósito
totalizador radica en la superposición de funciones políticas y
sociales; nublando, debilitando o eliminando la línea divisoria
entre Estado y sociedad.
La
intención totalizadora es una característica sine qua non de
los sistemas políticos totalitarios. Su importancia estriba en la
dilapidación de los diversos estamentos y poderes de la sociedad
como conjunto -conformados de manera medianamente natural en la
sociedad preexistente. Esta rescisión permite asegurar el alcance
totalitario de un poder monístico (que no monolítico) que emana
desde el “centro” hacia todas las instituciones, funcionando como
mediatizador y legitimador del propio sistema. Una creación
política, más que corolario de la dinámica social.
La
intención totalizadora se fundamenta y resguarda en una ideología
exclusiva, relativamente autónoma y elaborada, que permite a la
dirigencia o centro del poder (auto)identificarse, actuar y
manipular. El sistema de pensamiento que ampara y auxilia a dicha
intención contiene los límites de la actuación política legítima del
sistema y, por supuesto, recrea una interpretación particular de la
realidad social, el sentido de misión histórica del modelo.
Así,
la participación ciudadana se resume a la movilización “activa” en
tareas “inherentes” al sistema político totalitario. Lo colectivo se
estimula, exige, castiga o recompensa en función de la “intención”
totalizadora, canalizada mediante los intereses del centro de poder
(partido político único, líder, clan familiar o social). A su vez,
la intervención de la sociedad es indispensable para la legitimación
del sistema político totalitario. Empero -paradójicamente- la
sustracción de autonomía a la sociedad como conjunto conduce a su
coorporativización, lo cual acarrea obediencia pasiva y apatía
-temidas por el centro de poder político, aunque frecuentes-,
conformando una cultura política de súbditos -como la llamarían
Almond y Verba. (La sociedad civil en Cuba se yergue como arquetipo
de coorporativización. El secuestro de sus potestades, libertades y
capacidades de gestión y emancipación la vuelven subordinada y
dependiente de los objetivos, metas, estrategias, políticas y
doctrinas del estado cubano; que es decir el gobierno y con él su
élite histórica y militar).
La
eliminación de la línea divisoria entre Estado y sociedad, la
creación de un centro de poder monístico y la elaboración de un
basamento teórico-ideológico único tipifican a un sistema político
totalitario. Cualquier nexo estructural o supraestructural se genera
y evoluciona a partir de dichas características. La “intención”
totalizadora es el núcleo de la atención y la acción política,
social y económica; es tanto fin como medio. A ella se supedita
todo.
De
manera que los procesos de “rectificación”, “perfeccionamiento” y
“reformas” están anclados a la intención totalizadora del sistema
político totalitario en Cuba; regularizada por la clase, líder o
grupo en el poder. Dos claros ejemplos son los regímenes comunistas
chino y vietnamita: ambos han sufrido profundas transformaciones
económicas sin paralelos políticos. (Evidencias de otra fuerte
contradicción, no explicada por los filósofos marxistas: las
modificaciones estructurales no han fundado cambios en la
superestructura, particularmente en el diseño institucional
político). Este signo, clásico en los comunismos remanentes
-especialmente aquellos con desempeño económico exitoso-, se
“intenta” reproducir en Cuba. Es el corazón de la política económica
y social pautada en forma de Lineamientos. Es, sin duda alguna, un
oxímoron.
Otros patrones que muestran las intenciones de tales procesos de
adaptación en regímenes comunistas-totalitarios pueden identificarse
en la oscilación pendular de la economía cubana revolucionaria y en
la constricción económica prospectiva prevista por el PCCH en el
gigante asiático.
Aunque el correlato estructural-supraestructural se presenta
virtualmente inexistente en dichos regímenes, ello no descarta la
dinámica que acompaña a todo proceso sociopolítico. Si bien
formalmente tales comunismos no cuentan políticamente con el mismo
grado de liberalización que sus economías, los cambios en la
generación de capitales y recursos coadyuvan mudanzas sociales. El
crecimiento económico chino ha ampliado el acceso de sus ciudadanos
a bienes y riquezas antaño inaccesibles a la mayoría; aunque lo que
más descuella es la desigualdad social, de ahí la “lucha contra la
corrupción” en la élite política que hoy “prioriza” Xi Jinping. En
la isla, cierto desenfreno catártico individual y social manifiesta
las exangües transformaciones económicas que acaecen.
Por
otro lado, la férrea negativa a la liberalización política en los
comunismos remanentes obliga a la búsqueda de mecanismos de
adaptación que favorezcan la estabilidad política; pequeñas argucias
para distender presiones internas y avanzar en las proyecciones de
política exterior (sin conceder “ni tantico así”, como dijera el Che
sobre el imperialismo). Mientras China cerró sus puertas a las
reformas políticas en su último Congreso, compuso planes de alto
beneficio social que facilitarán nuevas formas de consenso social.
En Cuba, menudas flexibilizaciones en las formas de propiedad,
empleo y movilidad social han procurado ablandar y ralentizar el
estallido de insatisfacciones populares contenidas.
La
formación de nuevos pactos sociales, consensos ad hoc, ha
sido otro mecanismo de adaptación que ha permitido la subsistencia
de los regímenes comunistas remanentes. La capacidad de generar
nuevos pactos es indispensable para la estabilidad y perdurabilidad
de dichos sistemas políticos. Esto, sin embargo, no garantiza la
longevidad o estabilidad del régimen. Venezuela expresa hoy día
dudas sobre la legitimidad social del chavismo; no obstante, otros
elementos amparan al gobierno madurista: la cohesión de la élite
dirigente, el apoyo de las fuerzas armadas a la misma, entre otros.
Los
sistemas totalitarios comparten con el resto de regímenes políticos
(democráticos o no) la necesidad de perpetuarse, de sobrevivir. La
diferencia estriba, justamente, en los mecanismos que se emplean
para ello. Los regímenes democráticos cuentan con reglas más o menos
claras, mientras los sistemas totalitarios emplean recursos y pautas
completamente diferentes, opuestos a los democráticos. La
observancia de reglas democráticas no exime, sin embargo, del
peligro autoritario. Rusia es una excelente ilustración: mientras
encarna una democracia electoral (debilitada), padece liderazgos
maniatados y autocráticos (Putin-Medvédev-Putin) que arrastran
saberes e intenciones totalitarias -dado el pasado autoritario común
de muchos de sus dirigentes y de la clase política actual. Su
régimen político se transparenta, cada vez más, como un
autoritarismo competitivo.
La
intención de los líderes rusos no apunta a la consolidación de una
democracia con calidad, sino a retomar el lugar de potencia perdido
al repuntar la década del noventa del pasado siglo. Su política
exterior está consiguiendo, poco a poco, reposicionar a Rusia en
escenarios geopolíticos antaño dominados por la URSS; entiéndase su
papel en Ucrania, el Medio Oriente y América Latina. La condonación
de la deuda externa de Cuba con Rusia -heredada del extinto bloque
socialista- no es gratuita, no es altruista. En otro tanto se empeña
la dirigencia cubana, dando pistas díscolas sobre la “apertura” del
régimen y la inevitable sucesión del liderazgo político.
El
Mundo, lejano observador del régimen de la isla, no acierta a
comprender los diversos intríngulis de su sistema político
totalitario. De ahí la banalidad de numerosas observaciones sobre
los “cambios” que en ella acontecen. Es frecuente encontrar
referencias positivas sobre el liderazgo raulista y el desempeño del
régimen por parte de líderes políticos o instituciones globales
(ONU, UE, etc.); incluso otorgarle a los anquilosados autócratas
cubanos asientos en la CELAC y la CDH. Pero también, es necesario
reconocerlo, las observaciones del Mundo están veladas por sus
intenciones. La OMC ha encontrado -finalmente- consenso para la
liberalización del comercio en la Tierra. Siendo así, es lógica la
creciente imbricación de Cuba con el Mundo y viceversa. Poderoso
caballero es Don Dinero. Sin embargo, como lo demuestran los
comunismos remanentes, una economía próspera no induce
necesariamente a una humanidad próspera.
La
economía parece ser el nexo consensuado que rige el orden
sociopolítico del orbe. La inversión en valores democráticos y el
alcance de la democracia van quedando atrás. La economía se prioriza
por sobre el ser humano (sus derechos, sus fundamentos vitales).
¿Cabría el augurio de un desarrollo mundial sostenible sin
sociedades políticamente libres?
Las
Segunda y Tercera Ola de democratizaciones dejaban en claro que el
objetivo de los grandes bloques geopolíticos se centraba en las
consolidaciones y transiciones democráticas. De ahí el empeño
europeo y norteamericano en la difusión de valores y reglas de la
democracia. Uno de sus principales actores, EEUU, ha modificado este
tesón por la lucha contra el terrorismo. Así pues, los esfuerzos y
recursos políticos y económicos se han volcado hacia esta nueva
meta.
El
quiebre del consenso democrático se aprecia en América Latina y en
ciertos sentidos en Europa. La lamentable vulneración de derechos y
garantías fundamentales en regímenes políticos que enarbolan el
“Socialismo del siglo XXI”, unida a la polisemia que otorgan sus
élites políticas al término democracia, constituye un ejemplo
relevante en nuestra región. El vocablo “fascismo” se ha convertido
en el adjetivo que señala la disposición ideológica y estratégica de
opositores a dicho socialismo, mientras “genocida” alude a las
consecuencias negativas derivadas del comportamiento de políticas
implementadas contra alguno de los regímenes “socialistas” del área.
Entretanto dichos países repliquen una acotadísima noción de
democracia, centrada en las elecciones, pueden seguirse convocando
como tales.
Tal
vez la muestra más evidente de ruptura del pacto democrático
provenga de la II Cumbre de la CELAC, donde la unanimidad de voces
silentes respecto a la conducta autoritaria del país anfitrión,
Cuba, terminó legitimando su liderazgo, su sistema y sus
“intenciones”. La Declaración de La Habana, documento emitido por
dicho organismo como resultado del foro, recoge el apego de los
países latinoamericanos y caribeños a los derechos humanos; al
tiempo que los erige como integrantes de una zona de paz. Letra y
voces difieren. Recientemente el ala juvenil comunista de la Mayor
de las Antillas apoyó la conducta del gobierno de Maduro respecto al
enfrentamiento de las protestas sociales en Venezuela. Franco apego
a las convicciones estipuladas, especialmente la paz. Otros países
del ALBA y la propia CELAC han enviado su aliento al madurismo.
También en Europa se encuentran expresiones semejantes; aunque a
diferencia de América Latina las mismas no cuestionan cabalmente el
acuerdo democrático en ese territorio. Yanukovich, actual presidente
de Ucrania, califica de “fascistas” a los manifestantes en Kiev. La
UE, por su parte, ha ofrecido un nuevo ciclo de negociaciones con La
Habana, encaminadas fundamentalmente a la cooperación económica,
financiera y mercantil. La volubilidad de su posición respecto a la
ausencia de democracia en la isla avizora la depresión -si no
destierro- de la Posición Común, hasta el momento el manifiesto más
evidente de la oposición del Viejo Continente a la rémora comunista
caribeña.
Mientras el dinero y sus funciones se consolidan como articuladores
supraestructurales de la vida humana y sus instituciones, van
palideciendo las pautas y valores democráticos que llevaron a
cientos de países y regiones a aquiescencias semánticas y políticas
en torno a la democracia. Este -benévolamente- desdén favorece el
florecimiento de “intenciones” no democráticas y, eventual y
virtualmente, podría derivar en una aldea totalitaria.
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