Kornelia está indignada. Ella, que durante varios años ha venido a
Cuba desde Múnich en plan solidario —contribuyendo con donaciones de
juguetes, material escolar, herramientas, etc., para mejorar la calidad
de vida de los trabajadores—, ella que cree en la justeza del sistema,
no puede dar crédito a lo que sus ojos han visto, en esta, su última
visita: "Todos los lugares que visito están llenos de prostitutas", me
dice, "son una plaga y nadie lo ve".
Kornelia viene de una gira por la Isla, está en Santiago por pocos
días. Le pregunto que cómo sabe que son prostitutas y me responde más
exaltada aun: "todas las parejas son de viejos sexagenarios con niñas
de entre 18 y 25 años, eso no es normal en ninguna parte del mundo, eso
es prostitución", concluye.
Ante mi escepticismo, no por la existencia del fenómeno sino por la
amplitud a la que ella se refiere, me invita a visitar diferentes
lugares nocturnos de la ciudad y no tengo más que darle la razón. Con
gran dolor reconozco que la temporada alta del turismo en Santiago se ha
convertido en la temporada de cazar o casarse con un "yuma".
¿Qué está pasando? ¿Por qué estas jóvenes se prostituyen?
Los cubanos tenemos, al menos en teoría, acceso gratis a la educación
y la salud, y la comida mínimamente asegurada por la libreta, entonces
¿qué necesidades tienen estas jóvenes que se prostituyen? Hablé con
algunas de ellas durante estas noches. Maidi, de 18 años, dice que "es
la única manera de comprarme las cosas que necesito, mis padres no
pueden, yo no me voy a conformar como ellos".
Katerine, de 21 años, confiesa que ya está prometida para casarse con
Richard, un austríaco de 68 años: "Me compró mi apartamento con todo
dentro, mira mi anillo de compromiso de un quilate, trabajando nunca
hubiera conseguido nada, mi familia está amontonada en un apartamentico,
y yo con de todo".
Están por doquier, en hoteles de cuatro y cinco estrellas, en clubes y
cafeterías en divisas y hasta en la playa. Andan en pequeños grupos de
dos o cuatro con un mismo modus operandi, se sientan a consumir una
bebida ligera a la espera de turistas solitarios al cual se acercan para
pedirle fuego o cualquier otra cosa, es el primer paso para entablar
una conversación.
Pero no nos engañemos, los turistas lo saben —existen guías sobre
cómo actuar—, y vienen a buscar lo que quieren: obtener chicas baratas,
sobre todo ante la ambigüedad de las leyes cubanas que no terminan de
reconocer el asunto como un serio problema social.
Los que sí lo reconocen y hablan claramente del tema son los dueños
de las casas particulares dedicadas a rentar a los turistas. Tienen
reglas impuestas por la Oficina de Inmigración para controlar el
comercio sexual; la más importante es que un turista solo puede
inscribir en la casa una chica para quedarse con él durante su estancia.
Magalis, dueña de una de estas casas, dice que "los peores son los
italianos, son una plaga, tienes que estarlos vigilando porque si te
descuidas te entran una muchacha diferente cada noche, yo en estos
momentos solo alquilo a matrimonios, bastantes sustos he pasado ya, no
voy a perder mi licencia, ni mi casa, por ningún viejo baboso".
Es claro para todos que los italianos son los más numerosos, su
invasión es tal que se les ve tomando el sol cada mañana en el
parquecito frente a los edificios 18 plantas de Garzón, donde viven
muchos de ellos. Se trata de jubilados que han encontrado aquí su
paraíso terrenal. Sus pensiones son aquí verdaderos tesoros que les
permiten no solo comprar casas, sino también tener todas las chicas que
quieran.
¿Y qué hace el Gobierno? ¿Existen estadísticas sobre esto?, pregunta
Kornelia. La realidad es que de eso no se habla, en la prensa nacional
es un tema tabú, evidentemente resulta complicado para los comunistas
reconocer que su sistema falla, que millares de jóvenes prefieren
prostituirse para lograr sus sueños o ambiciones, que claramente no son
pasarse la vida trabajando por míseros sueldos que no le sirven más que
para pagar los insumos de la libreta de abastecimiento.
Le explico a Kornelia, además, que los valores han cambiado, que
muchas familias ven con buenos ojos el enlace con un extranjero porque
al final es el medio más asequible para salir de la pobreza y del país,
que es en todo caso lo que la mayoría de estas muchachas buscan.
"Por lo menos en Dominicana ellas tienen su lugar y no estoy obligada
a verlas, aquí no hay diferencias, es asqueroso", comenta mi
interlocutora para cerrar el tema.
Kornelia se fue de Cuba sin entender muy bien lo que pasa, ella
pertenece a ese grupo que idealiza a la Cuba revolucionaria, no puede
comprender dónde se torció el camino y sobre todo cómo un Gobierno "tan
transparente" cierra los ojos a una realidad que cada día golpea más.
Lo peor es que las generaciones que vienen toman como modelo estos
"valores". Para un adolescente en la Cuba actual, relacionarse con un
turista es el camino perfecto para llegar a vivir bien; el trabajo y la
dignidad son estupideces revolucionarias.
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